La vida es una metáfora de sí misma. No sé si alguien ha dicho antes esta frase, pero en cualquier caso queda escrita. Hace unos días estuve en casa de un amigo que tiene una pecera con dos peces. Comentamos y leímos un grupo de personas “Las flores del mal» de Baudelaire”:
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“…El hombre pasa a través de bosques de símbolos
que lo observan con miradas familiares.
Como prolongados ecos que de lejos se confunden
en una tenebrosa y profunda unidad,
vasta como la noche y como la claridad,
los perfumes, los colores y los sonidos se responden….”.
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Una amiga dijo al finalizar la velada que salir a la vida cotidiana, a la calle, después de aquellas lecturas y comentarios es como salir de una pompa de jabón, que el mundo nada tiene que ver con la poesía. Le dije «siembra flores del mal en tu camino». Se rió. “Flores del mal” es una metáfora.
Mientras escuchaba los versos y los comentarios yo miraba al recipiente de cristal con los peces. Y también cuando hablé. Sé que hay una teoría de la pecera: “no eres tú es tu pecera”. Desde un punto de vista social aporta conocimientos sobre la conducta en la sociedad. Pero empecé a darme cuenta de que vivimos en una pecera interior y no lo sabemos.
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No sé que sucede que cualquier cosa que hacemos al final nos encierra. Lo que pensamos y sentimos también. Lo mismo que la relación con las personas acaba siendo un coto cerrado. ¿Por qué no podemos salir del lenguaje?, ¿o es que no sabemos dejar de ser peces?. El pez en su pecera no ve aquello que le encierra y da vueltas en su afán de avanzar, su instinto le hace colear para moverse en busca de comida, la cual encuentra porque desde fuera alguien se la echa. Y come. Entonces esa es su vida. Todo aquello que le rodea es su universo, como en nosotros los pensamientos. Tampoco vemos qué es lo que nos encierra.
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Vivimos en una pecera donde todo lo que pensamos viene de fuera, nos alimentan para seguir dando vueltas y si sobran peces se eliminan. Cuando se echa al río a los peces, a su hábitat, mueren porque no están acostumbrados. A nosotros nos echan al paro y queremos trabajo porque no estamos acostumbrados a otra cosa y nos desahucian y nos explotan, y queremos volver a la pecera. Tal que los versos de Carlos Loreiro en «Crónicas para el buey Apis»: «El juego más tonto del mundo: el trabajo / Perderse la vida / por pensionarse la muerte».
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Pero el pez sigue como nosotros dando vueltas. Y otra vez recuerdo los versos de mi querido Baudelaire:
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“… ¡El Tiempo devora la vida,
y el oscuro Enemigo que nos roe el corazón
con la sangre que perdemos crece y se fortifica!”.
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La invisibilidad de lo que nos encierra no nos aprisiona, sino algo peor: nos hace peces, “Somos peces”, como se llama el grupo de Alfredo y Marta. Su reflexión teatral sumergida en el recuerdo y el delirio señala una salida. Hay que buscar un mar de olas nuevas. Pero también el mar es una pecera aunque gigante. ¿Entonces?. Sólo el arte y la locura lograrán que la pecera de cristal se convierta en una ventana y el pez que somos se transforme en nuestros ojos. Sabremos que “la vida regala el aire para volar”, como dice el verso de Sandra Sánchez. Sin embargo los peces pensamos que el aire es para respirar, porque existimos dentro de la pecera. Entonces el tiempo, la falta de tiempo, adquiere igualmente la forma de un recipiente que nos encierra.
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Todo, incluido el amor, es una pecera. Abrimos y cerramos la boca y unos creen que cantan, otros que luchan, otros que hacen discursos, otros que actúan, otros que besan, otros que predican, otros que hablan, cuando es lo que hace el pez que somos. Porque no es que abra y cierre la boca para comer, sino que es un movimiento automático y, entonces, se alimenta. Vamos y venimos creyendo ir a alguna parte y es que en la pecera sólo es posible ir y venir infinitamente…
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Los peces de mi amigo escucharon los versos de Baudelaire, sin saber qué dicen, sin entender. Probablemente para el pez sería igual que si hubiese encendido el televisor como otras noches. De madrugada recibí un mensaje en el teléfono móvil: «los peces han muerto». ¿Qué noticia es ésta?, me pregunté. Lo que hablamos al día siguiente es lo que me ha empujado escribir este artículo, pero en aquel momento, cuando supe que aquellos dos peces, que yo había mirado unas horas antes, murieron me vino a la cabeza el último verso que leímos de Baudelaire: “la conciencia es el Mal”. Y entonces, ¡por fin!, entendí la obra de teatro del grupo «Somos peces»: “Las ostras no esperan a nadie en el fondo del mar…”.
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Como dice la canción: “¿Dónde están las llaves?, Matarilerilerile. En el fondo del mar, matarilerilerón, ¡chimpón!”.
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En esas magníficas peceras sólo nos falta mordernos la cola.
El Baile del Pez
Gira, gira
El pez en la pecera
gira, gira
sin parar
gira, gira
sin poder escapar,
gira, gira
hasta el final.
Leyendo ahora un artículo tuyo, La falta de tiempo, y que vinculas en esta página, me acordé de lo escrito en sus memorias El eco de los pasos, por el anarquista, y terrorista, García Oliver.
Decía que la mayor parte de las reivindicaciones de los anarquistas, no se debían a aumentos salariales, sino mejoras del lugar de trabajo; y tiempo, tiempo libre. Comentaba de sí mismo cómo aprovechaba la estancia en la cárcel para leer a Ibsen, Quevedo y a tantos autores a los que no les había podido dedicar tiempo de su vida, y lamentaba esa carencia. Decía que un obrero es una persona, y que tiene la obligación de formarse como tal, no sólo de cumplir con su labor en la producción.
Realismo fantástico…….otro pez murió también, era hora de salir de la pecera….de todas las maneras queda un aliento de hastió en tus palabras y el ser pez …y volver una y otra vez …a los mismos lugares «limitados» es la esencia, y esos distintas peceras crean un nuevo ser que ascenderá a otra densidad….somos consciencia..y esa es luz…y la luz es información que se expande por los multiniveles que existen en nuestra conciencia…somos la realidad de nuestra pecera…somos la libertad…..en la actualidad esto está pervertido.