Para mí pasear es el arte de andar. Cuando no se va a un lugar concreto y simplemente damos una vuelta es una exquisitez, que suele estar mal vista porque se considera perder el tiempo.
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Pasear es recorrer un espacio andando a la vez que se piensa, se divaga, se reconocen sentimientos, se mira sin ver nada concreto. Sin este aspecto emocional y de la conciencia no es pasear, es sólo andar. Parece que hoy caminar se ha convertido en un deporte, en una especie de terapia para estar en forma, bajar el colesterol y unos kilos. Pero si no se anda por andar no es pasear, a no ser que sea en compañía de otra persona. Entonces pasear adquiere una dimensión más, porque es mirar y hablar con otra persona que se convierte en paisaje y a través de la palabra andada se pasea en ella: en la palabra.
A mí nunca me gustó ir a los museos para ver con ansiedad los cuadros y escuchar explicaciones eruditas y anecdóticas, a veces interesantes, pero cansa y ya no me acuerdo de nada de esas historias. Pero sí me viene la sensación de estar a gusto, de ensoñación cuando he ido a muchos a pasear, a mirar y de vez en cuando descubrir algo curioso por mí mismo que me llamó la atención y me acerqué a verlo. Lo mismo que al pasear por un jardín o un parque. O al escuchar un concierto dejo que la imaginación se vaya y recorra recovecos de fantasías o recuerdos.
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Pasear por las calles, callejear, es una forma de perderse en una ciudad sin hacer nada especial. Es cuando se descubren rincones nunca vistos. He paseado por Madrid con amigos durante horas sin parar de hablar a ratos, de estar en silencio alargándose el tiempo, de reírnos al pararnos y mirar cómo anda la gente y los gestos que hacen. En el parque del Retiro, donde esculpí sueños que aterrizaban en los libros que al azar descubrí en la Cuesta Moyano, sabreé la largura del tiempo al pasear. Y por Atocha con su estación de tren, la Gran Vía, Arguelles, Moncloa hasta la universidad, Quintana, Ventas, Manuel Bercerra, Malasaña y fue recorrer la mañana, la tarde, la noche, el amanecer. Y recorrí con mi pareja aquellos lugares para entrar en la historia invisible de los paseos.
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Perderme en el tiempo es pasear por las palabras para escribir sin decir nada en especial, escribir por escribir, que como dice una poetisa: “es escritura espontánea”. Y siempre se descubre algo, como al pasear, ya que puedes pararte a escuchar el sonido de una fuente, ver volar los gorriones, detectar las prisas de los coches, observar cómo se mueve el pelo o los brazos de la gente cuando camina. Fijaos: “caminar” es recorrer caminos. “Callejear”: las calles. “Pasear” son los paseos, es decir es ello mismo una acción, no es algo como lo son las calles o los caminos. Lo acabo de descubrir paseando entre las palabras.
Muchas veces paseando con una chica con la que hablo descubro ideas, impulsos para seguir escribiendo e inventando historias para realizar, al haber quedado dormido el entusiasmo cuando pasa el tiempo, sin darnos cuenta que vivir es existir precisamente cuando paseamos por el tiempo, en lugar de devorar cada instante.
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Leer es otro paseo cuando miramos las palabras, recorremos sus significados e imágenes sin agobiarnos por entender, por memorizar, por la ansiedad de saber. Es entonces cuando descubrimos muchas cuestiones durante la lectura, porque nos hace pensar, rebuscamos en nuestros sentimientos y convertimos la escritura en lo que Proust llamó “espejear”: vernos reflejados y ver reflejado el mundo.
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Pasear hablando con alguien se convierte en un recorrido dentro de uno mismo y por la otra persona cuando se convierte en una mirada, que como escribió Jean Paul Sartre en su obra «El Ser y la Nada»: «Lo que importa es definir la mirada en sí misma. Si aprehendo la mirada dejo de percibir los ojos. La mirada del otro enmascara sus ojos para adelantarse a nosotros… La mirada es ante todo un intermediario que remite de mí a mí mismo… entonces la huida es huida hacia uno y el mundo aparece como una pura distancia de sí a sí».
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Pasear es acariciar el mundo cuando lo que se hace es mirar y no sólo ver, querer, añorar, sentenciar. Descubro que pasear es una mirada que une el espacio y el tiempo por los que pasamos. Por eso, cuando hablo con alguien mientras que paseo, algunas palabras vuelan para venir a la escritura de alguna manera. Hay una escritora que dice, a veces, que no le viene nada… para escribir. Es porque busca las palabras, cuando tiene que esperar y mirar para describir los paisajes imaginarios de tristeza, de alegrías, de emociones, de esperanzas, de sueños y realidades que arañan, de la vida toda en general que se esculpe en la conciencia y hay que elegir la parte que uno quiera en cada momento sin dejar que la inercia nos imponga su criterio y percepción, porque escribir es por donde pasean las palabras. Como dice Salvador Negro: para escribir no hay que hacer nada, esperar».
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Siempre he tenido la sensación de que cuando andamos nos vamos reencontrando con aquella persona que llevamos en el interior y que, entre otras causas, transitando con vehículos a toda prisa se va difuminando.
Por otra parte eso es algo muy de los españoles. Un inglés, ahora no recuerdo quién, escribió que el paseo en España es como la hora del té en Inglaterra.
En Madrid era delicioso eso de salir por el portal de casa y preguntarse: «¿voy hacia la derecha o hacia la izquierda?». Salir de casa pensando que ya decidirás cuando estés en la acera adónde irás. A las cinco de la tarde muchos deben de hacer lo mismo. A esa hora la Gran Vía parecía una calle de Calcuta.
Los lugares por los que paseaste en Madrid también fueron los míos, durante años. Nueve. Y estoy de acuerdo en lo que dices. Totalmente.
Caminar es ver el camino, y poco más. Por ‘andar’ entendemos algo parecido a pasear, pero denota trajín, ejercicio. Excuso decir eso que ahora llaman trekking. Pasear consiste en ser el centro de todo lo que te rodea. Es como si las cosas estuvieran ahí esperándote, esperando a que alguien las vea, y, curiosamente, eres tú. En ese momento eres tú. A mí me molesta mirar algo junto a una multitud. Eso es un espectáculo. Cuando uno pasea no busca eso, lo espectacular, sino un encuentro fortuito con las cosas, con frecuencia muchas veces vistas, pero siempre diferentes.
Como bien dijo Antonio Machado: «Caminante, no hay camino/se hace camino al andar«.
«Caminar» de Thoreau, el de verdad…:
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