Parsimonia

 tortuEl significado de esta palabra es: Lentitud y sosiego en el modo de hablar o de obrar. Pienso que también es tener conciencia de la lentitud. No es sólo hacer las cosas despacio, sino no dejarse llevar por las prisas. Recuerdo la manifestación que convocó la CGT de León “Contra la falta de tiempo” el año 2002.

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La parsimonia es un arte porque es capaz de dar forma al tiempo, recorrerlo en lugar de dejar que nos empuje y arrastre.

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Una de las cosas que más me llamó la atención al venir a quedarme en León, después de haber vivido veintitantos años en Madrid, fue que la gente esperase a que el semáforo se pusiera rojo para los coches para cruzar la calle sin que viniera ningún coche. Luego observé que en esta pequeña ciudad el paisanaje se para para hablar en las aceras, incluso se forman corrillos. Es algo que se está perdiendo, a la vez que se pierden rincones entrañables.

Manifestación contra la falta de tiempo.

Parece como si la prisa se contagiase. A través de los medios de comunicación y de las películas la rapidez  hacer todo con prisa se ha convertido en una pose que se quiere imitar. Semejante actitud se asocia a efectividad, a ser alguien emprendedor y la neurosis de la velocidad se reviste de un halo de eficacia y triunfo. Nos convierten en gilipollas y creemos que serlo es el éxito y aceptamos una vida sin serenidad, sin saborear el pasar de un rato a otro. Siempre creyendo que tenemos cosas qué hacer. Los sentimientos acaban agitándose y se convierten en remolinos que nos hunden cuando no somos capaces de pararnos a saborear su fluir y comprender qué son.

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Un día bajaba en el metro de Madrid. Me di cuenta de que bajé las escaleras casi corriendo porque todo el mundo lo hace. Al llegar al andén tuvimos que esperar un rato. La gente se movía de un lado para otro como si diera cuerda a que llegaran antes los vagones. Decidí subir las escaleras metálicas sin moverme. Varias personas me llamaron la atención porque estaba impidiendo el paso a los demás.

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Rendimos culto a lo veloz y a lo rápido mediante los deportes que, generalmente, consisten en premiar y alabar a quien llegue primero, dedicando los deportistas horas y horas y una gran parte de su vida para ser más veloces.

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Se dijo que la técnica ahorraría tiempo para dedicarlo a lo que quisiéramos, pero va unida a la velocidad y cada vez nos acelera más vivir, porque la misma técnica nos ha introducido en la velocidad, en el deseo de hacer todo rápido y nos ha hecho ser más voraces de existir atragantándonos de los demás, de pensar, de nosotros mismos. Los sentimientos los percibimos de paso. La poesía, inmersa en esta vorágine, es un acto más de escritura, siendo incapaces los poetas de dar la vida en ella, ávidos de ser reconocidos. El aroma de los versos es la lentitud y viceversa.

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manifestación prisasPara hacer un examen en el sistema de enseñanza se limita el horario, por eso saber es una respuesta por unidad de tiempo. El empleo consiste más en cumplir con el horario que lo que se hace. Hasta hay que fichar para entrar en las oficinas. La puntualidad llega a ser una obsesión. Llegar tarde se ve como falta de respeto y no como una rebelión a cuadricular el paso del tiempo. Y el colmo de los colmos es que nos han metido el ansia de tiempo en la sangre y luego nos limitan la velocidad en la carretera. Horroriza la muerte porque es tiempo cero.

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Por algo la tribu de los masai saben que los occidentales tenemos relojes; ellos tienen tiempo. Michael Ende escribió “Momo”, para desenmascarar cómo nos carcome la falta de tiempo, la manera en que los hombres grises nos invaden y cada vez son más. Lancemos parsimonia al mundo, hagamos caso la tortuga Casiopea y veamos en la lentitud un acto revolucionario, lo cual me recordaron mis hijos cada vez que les metí prisa para ir al cole. Luego me sentía un imbécil, pero había que llegar a la hora e ir deprisa por la calle.

Michael Ende nos deja reflexiones sobre el tiempo en su novela “Momo”:

momo.

* “Cada hombre tiene su propio tiempo. Y sólo mientras que siga siendo suyo se mantiene vivo”.

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* “Existe una cosa muy misteriosa, pero muy cotidiana. Todo el mundo participa de ella, todo el mundo la conoce, pero muy pocos se paran a pensar en ella. Casi todos se limitan a tomarla como viene, sin hacer preguntas. Esta cosa es el tiempo”.

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* “Todas las desgracias del mundo nacían de las muchas mentiras, las dichas a propósito, pero también las involuntarias, causadas por la prisa o la imprecisión”.

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* “El tiempo es vida, y la vida reside en el corazón”.

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* “Porque el verdadero tiempo no se puede medir por el reloj o el calendario”.

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Manifestación contra la falta de tiempo - copia

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4 comentarios en “Parsimonia

  1. Gracias por esta reflexión sobre un asunto sobre el que tantas veces hemos hablado. Nos roban el tiempo, desperdiciamos el tiempo, no sabemos que el tiempo es riqueza y su falta una enorme desgracia. Y en estrecha relación con el tiempo, necesitamos recuperar la parsimonia, que no es otra cosa que saborear cada segundo de nuestro tiempo y nuestras actividades. Pero hemos de parcelar este tiempo, recuperar la separación necesaria de tiempo de trabajo, de descanso y de ocio. Y en esos diferentes espacios temporales saborear su transcurrir, su pasar, su evolucionar.

  2. Gracias por este regalo . . . sin tiempo.
    El tiempo sólo está en la cabezota de los humanos cuando divagamos en el pasado o elucubramos en el futuro, y especialmente, cuando pretendemos modernamente, sobre todo en las grandes ciudades, ser super-eficaces ajustándonos a horarios inflexibles.
    Slow Food es un ejemplo de recuperar lo que nunca debió perderse.
    Sólo la infinitud del momento presente nos libera del Tiempo.

  3. Me limitaré a citarme a mí mismo, repitiendo lo que escribí hace 150 años en mi ensayo «Una vida sin principios»: «Este mundo es un lugar de ajetreo. ¡Qué incesante bullicio! Casi todas las noches me despierta el resoplido de la locomotora. Interrumpe mis sueños. No hay domingos. Sería maravilloso ver a la humanidad descansando por una vez. No hay más que trabajo, trabajo, trabajo».

  4. En Madrid los ancianos lo pasan mal al cruzar las calles. Me daba cuenta de eso cuando estaba allí, porque siendo yo joven, no había llegado a la otra acera y ya se ponía a parpadear el hombrecito verde del semáforo. Ocurre en todas las ciudades grandes; se debe a que todo queda lejos. Necesitas largos desplazamientos para hacer cualquier cosa. En su día, cuando no había medios de transporte público rápidos, las clases obreras vivían cerca de las fábricas. Todos, ricos y pobres, vivían cerca del lugar de trabajo. Incluso en las mismas casas: las primeras plantas para los ricos; las últimas, y no digamos las buhardillas, para los pobres. Los únicos pobres que vivían en las plantas bajas eran los porteros. Hoy, que los medios son múltiples y veloces, hay que irse a vivir más lejos. Todo es más rápido y sin embargo invertimos más tiempo que nunca en desplazarnos. El coche no soluciona nada. En los años 90 la velocidad media en el centro de Madrid era inferior a los 12 kms/h. Y luego el aparcamiento. No hay solución. Por eso la gente con dinero procura irse a vivir fuera de la ciudad, y si la profesión se lo permite, al campo.

    Yo viví los últimos 11 años en un pueblo pequeño y tranquilo. Y los siguientes, los últimos tres años, me he ido del pueblo y vivo en el campo. Qué gloria. No sé por cuanto tiempo, porque todo se está poniendo complicado, pero creo que nunca más volveré a vivir en una ciudad grande.

    Los años que viví en Madrid, con un trabajo a media jornada, me permitía vivir tranquilo. Muchas tardes agarraba el tren de cercanías o el metro (nunca usaba el autobús, salvo que fuera imprescindible) y me iba a la periferia, a los barrios del extrarradio: Vicálvaro, San Blas, Usera, Vallecas. De no hacerlo así, voluntariamente, y paseando, nunca habría estado en esos lugares ni disfrutado de esos barrios límite; en algunos de ellos llegué a ver ovejas pastar al otro lado de las vías del tren. Esos toldos verdes que apuntaban a un paisaje agostado, de un campo que se iba cubriendo de escombros como aviso de que pronto los edificios de la urbe los iban asaltar, me producía un placer semejante al de los poetas que en su día cantaban a los arrabales. Hay mucha poesía en el arrabal. Y música: Los Chichos o Los Chunguitos son indisocaibles de ese paisaje.

    La mayor parte de la gente que conocí llevaba toda su vida en Madrid, incluso eran ancianos y nunca se habían molestado en visitar esos lugares. Ni siquiera sabían que existía un tren a Navacerrada, hasta Cotos, que desde Cercedilla era tren de montaña. De gozar así, de esa manera, quizá podría volver a vivir en Madrid. Porque nunca me aburrí; ahora, eso sí, también me agobié. Los últimos tres años, trabajando ocho o diez horas diarias para pagar el piso, comer y echar gasolina, que en eso se iba el sueldo, me sobraron totalmente. Me fui de Madrid agobiado. Aunque la situación no mejoró por irme a un pueblo, porque el mundo rural o semirural también pueden ser muy estresantes. «Pueblo pequeño, infierno grande», dicen, y con razón. Como lo puede ser un barrio de una ciudad, lo mismo.

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