Quedar con personas para hablar entre todos los que asistimos y escuchar me ha enseñado mucho, a la vez que ha sido fuente de grandes amistades. Lo más valioso de los encuentros ha sido lograr amplitud de miras y ver que hay otras interpretaciones de los hechos y de las obras literarias o ideas.
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La segunda parte de una novela que he escrito, transcurre la historia en torno a «la tertulia sin nombre», en la cual se pueden observar algunas claves sobre el futuro de varios personajes. Podemos entender las tertulias como un alto en el camino, desde donde se perciben los argumentos y opiniones posicionándonos en una panorámica lejana para reconocer nuestras opiniones y obsesiones como una mirada más del paisaje del pensamiento en su conjunto. Ver nuestro mundo interior de pensamientos, experiencias y demás desde fuera viene muy bien para reconocernos y para no dejar que nos arrastren por la vida ideas predeterminadas y los prejuicios.
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Las redes sociales no tienen nada qué ver con las tertulias, porque éstas suponen un encuentro en una reunión limitada de personas, entre tres y una docena, cuyo número varía, pero es necesaria su continuidad en el tiempo. Los encuentros esporádicos también son interesantes, así como dialogar con otra persona y reiterar la conversación, lo cual ha supuesto para mí un descubrimiento con dos personas. Una de ellas con la que he aprendido mucho de poesía, en cuanto que la concibe como algo que existe en sí y el poeta la recoge y apunta, como una especie de inconsciente colectivo, que dijo Jung. Otra persona me cautiva con sus conversaciones debido a sus ganas de querer saber y por expresar cuestiones obvias que las teorías han ocultado y que ella no sabe, porque no se escucha suficientemente a sí misma. Conversando con ambas he aprendido nuevos puntos de vista y he podido observar los temas desde su estado primigenio. Las dos me acompañaron el último tramo de la novela que he aludido.
Las tertulias trascienden el diálogo. Son una puesta en común de experiencias propias que se contrastan con las de los demás. Lo cual ayuda a situar el pensamiento y observar la manera propia de sentir desde planteamientos diferentes, lo cual enriquece muchísimo las opiniones de cada cual y es una fuente de conocimiento y de sensibilidad.
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Las terapias de grupo son tertulias en relación a la psicología de los participantes, tienen la función de ver el problema propio desde otro ángulo con el fin de buscar soluciones que de otra manera no se consigue. Relativizar lo que nos sucede es parte de la sanción.
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Una tertulia puede ser para hablar de lo que surge, de temas actuales, sociales o que han sucedido a título personal. Se comentan las cosas sin ninguna intención, como, sin embargo, sí es lo que sucede en una asamblea que busca objetivos para incidir en la sociedad o establecer mecanismos de organización o planes para actuar. Participo en una tertulia desde hace veintinueve años, los martes en el bar Fornos. Empezó siendo una asamblea de Los Verdes, luego reunión de un grupo de teatro, para acabar siendo un encuentro semanal de amigos. Siendo algo abierto, algunos no quieren que vaya gente nueva, lo cual hace que la tertulia se cierre en sí misma y pierda la frescura de los cambios.
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He participado en tertulias literarias de las que salieron proyectos de revistas, como en el bar Lyon de Madrid y la revista «Parnaso». En tertulias políticas en el bar Comercial y alguna que hicimos durante año y medio sobre teorías filosóficas y sobre la lógica del viento de los «filósofos del bosque» en la cafetería de la Facultad de Filosofía.
Participo en otra que se convoca una vez al año para leer libros de muchas páginas con la idea de no dejarlos a medias ante el compromiso de reunirnos para hablar de ellos. Es interesante ver como cada cual resalta aspectos de la novela, u obra del estilo que sea, que para otros son cuestiones secundarias y cada cual observa la historia desde su experiencia y punto de vista, de tal manera que una historia son muchas novelas o dramas a la vez, lo mismo que las poesías.
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La tertulia es un aprendizaje y al mismo tiempo un lugar donde cada cual expone sus planteamientos, se comunican pensamientos y sensaciones para contrastar las ideas y observar hasta qué punto se acercan a la realidad de los demás.De alguna manera hace visible lo que pensamos en relación lo que piensan los demás.
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En la tertulia anual literaria hemos hablado ya de muchos libros como: “El cuarteto de Alejandría” de Lawrence Durrell; “La montaña mágica” y “Fausto” de Thomas Mann; “Madame de Bobary de Flaubert y «Ana Karerine» de Tolstói; “Los hermanos Karamazov” de Dostoievsky; “Ulises” de James Joyce; “En busca del tiempo perdido” de Marcel Proust; “Don Quijote de la Mancha” de Cervantes; Las cartas de Kafka, a Felice y a Milena; La poesía de san Juan de la Cruz; “Fortunata y Jacinta” de Galdós y “La Regenta” de Clarín.
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Recientemente se ha convocado en el Ateneo Varillas una tertulia sobre el proceso de escribir, sobre cuáles son las motivaciones interiores de quien escribe, las dificultades que aparecen en este proceso, lo cual enriquece a quien escucha porque cada caso es diferente, pero sobre todo abordamos qué es realmente escribir y no lo que individualmente cada uno quiere que sea ni lo que establece la profesionalidad de esta actividad.
¿De qué sirve leer y escribir si no se contrasta, si no se habla y comunica?. Sin tertulias se forma una cultura autista o dispersa en las redes donde las palabras flotan sin aposentarse en nadie. Hablar entre varias personas sobre cualquier tema no es sólo interesante, sino necesario, para crear las células de la cultura, sin las cuales acabaría siendo el conjunto de los hechos culturales una masa continua, amorfa y uniformada de plástico con apariencia de algo cultural.
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Las tertulias nos sacan del aislamiento en el cual nos encierran muchas veces las palabras.
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Me gusta, aunque con un pequeño matiz: las redes sociales pueden ser un instrumento extraordinario para compartir experiencias y saberes, con la ventaja añadida de que puedes comunicarte con personas a cientos o miles de kilómetros de distancia.
La trivialización que se ha hecho de este medio no es inherente al medio en sí, sino a los que hacen uso de él. ¿Acaso la gente no se junta a menudo para hablar de trivialidades?. Hecha esta salvedad, coincido plenamente con el tono del artículo y lamento que hoy día hayan proliferado sin medida todos esos locales donde la música está tan alta (aparte de ser de una pésima calidad) y la gente no tiene oportunidad de hablar y escucharse ¿No será que nos estarán intentando convertir en autómatas, o más bien en espantapájaros descerebrados?.