Para mí la muerte es un acto biológico. Más bien el final del funcionamiento de la biología que da vida a los seres vivos. Hay una reacción animal ante la muerte que perdura en cada persona. Es un acto íntimo de quien muere, sobre todo de quien sabe que va a morir. Pero también social. Porque la muerte afecta al entorno del difunto. Es en este aspecto en el que, lo que llamamos «muerte», manifiesta su animalidad, algo que queremos enterrar con palabras.
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A través de utilizar las palabras y de su uso racional resolvemos los hechos que percibimos, pero no lo esencial de la muerte. Decimos a quien sufre la muerte de un ser querido: es ley de vida; todos nos tenemos que morir algún día; nadie se queda en este mundo, descansa en paz, si lo piensas tiene que ser sí… Lo sabemos sí.
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O mediante la palabra, en su forma de creencia, podemos admitir que hay una vida espiritual más allá, en el reino de los cielos, o en forma de energía, o en la metempsicosis-reencarnación, o ir al Paraíso en cuerpo y alma.
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También hay consuelos como decir que no sufrió al morir, que ya era muy mayor, que por fin descansa de haber sufrido una larga enfermedad o que descansa el fallecido (DEP) y su familia que ha tenido que estar pendiente. O si es un accidente y muere alguien joven se dice “no tiene explicación”.

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Hay diversas vivencias de la muerte ajena. Para mí es un vacío que deja quien muere, un vacío que se instala en la mente, que siento corporalmente. Y nos vamos llenando de vacíos a lo largo de la vida, aunque suene paradójico. Vacíos en los que caben recuerdos, experiencias. Es la muerte en el sentido de ausencia. Es lo que ha supuesto la muerte de mis abuelos, tíos mayores, vecinos, amigos, conocidos. Son estos huecos los que envejecen lo largo del tiempo, no el paso de éste.
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Luego hay una muerte que es la palabra «muerte», como las que conocemos en las noticias de los medios de comunicación. Por terribles que sean no las sentimos como la de los seres queridos, de quienes tenemos cerca. Cuando el hecho de morir es el mismo. Pero no la ausencia. No es la muerte lo que nos preocupa, sino el morir de personas cercanas, pero todas esas sensaciones de muertes son campanilla que suenan y despiertan el instinto de morir, no saber que vamos a morir, sino el escalofrío de notarlo.
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Es la percepción de la muerte lo que ha separado el cuerpo de la mente. El cuerpo funciona sin tenerla en cuenta, sigue su dinámica fisiológica, funciona sin saber que hay un final. La mente sí que lo sabe e inventa mundos para cuerpos en diferentes estados (espíritu, alma, thetán, atma, etc), o se acepta el hecho de morir como un final. Pero apenas lo pensamos. O se convierte en una obsesión, como hubo épocas que giraron en torno al luto con la cultura de duelo y salvación.
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Por más que razonemos, por más que sepamos y se tenga asumido el hecho de morir hay algo instintivo que es ancestral, propio del cuerpo que nos hace sentir la muerte cuando ésta nos impacta. Entonces no es sólo un vacío, sino un golpe. Es así como lo percibimos.
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Recuerdo la primer muerte que me impactó. Fue la de un compañero. Al volver al cole de las vacaciones nos dijeron que ya no estaba. Se hizo una misa por él. Yo hube jugado muchas veces con él en los recreos. Le atropelló un coche yendo en bici. Ya no estaba, cuando yo estuve con él dos meses antes. Percibí entonces que yo voy a morir, lo supe emocionalmente. Tal percepción causa dolor. Y me pregunté ¿por qué mi amigo?. Puede haber la respuesta del karma, del azar, de lo que Dios quiera… de que le tocó.

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Años después supe al volver al lugar de veraneo que otro amigo murió en un accidente de moto. Su muerte ya había sucedido meses atrás, pero me impactó. Cuando digo la palabra «impactar», no es algo que piense, ni que sienta, sino que percibo como sensación corporal. Hasta tal punto de que se produce una reacción física: el llanto. Éste se produce por un dolor físico interior no localizado. No es pena, sino que es sensación más sólida y táctil. El cuerpo no puede aprender, pero sí percibir, ser tocado y la muerte de alguien querido nos golpea. Por eso pienso que es una percepción biológica. Que no tiene que ver con conocer la muerte, sino percibirla, saberla en la otra persona cercana.
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Hay dos grandes experiencia sen la vida, aparte de nacer que no recordamos, aunque la llevemos dentro y quizá sea el fondo físico del inconsciente. Son la sexualidad y la muerte. Experiencias corporales que hemos trasladado a lo psicológico, lo cual nos hace sufrir porque está desacoplad al querer explicar psicológicamente lo que es puramente físico.
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La sexualidad emociona porque el goce del cuerpo lleva a la vida, desde el punto de vista biológico, visto desde la animalidad humana. Visión, dicho sea de paso, ausente en nuestro mundo. La función sexual, desde la biología, da lugar al nacimiento de un cuerpo-ser. Aunque se usen métodos anticonceptivos, aunque no se pueda tener hijos, el cuerpo percibe el acto sexual en su conjunto, como un hecho reproductor, aunque nuestro pensamiento sepa que no lo sea. Por eso es una emoción corpórea que genera un latido, uno emisor y otro receptor, en forma de orgasmo, para crear un nuevo latido de la vida cuyo impulso es el proceso biológico del embarazo, aunque éste no suceda. De esta manera la búsqueda del placer en el otro y con el otro tiene que ver con la muerte, porque el cuerpo se reproduce para dar el relevo de la vida como la función central de la especie. La homosexualidad aspira a lo mismo en el acto del latido sexual aunque no lo consiga. De ahí la importancia que da el colectivo gay y de lesbianas de su reivindicación de tener hijxs mediante la adopción
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La sexualidad es el mecanismo biológico para superar la muerte como especie. Si lo pensamos, comer, respirar, protegernos el frío, todas las funciones vitales van encaminadas a evitar la muerte. ¿Qué pasaría si no comiéramos o no respiramos?. Es por lo tanto la muerte en torno a la cual gira la vida y el placer permite desear el coito y la búsqueda de la superación del dolor. Hasta que se agota, enferma o mata el cuerpo.
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Al percibir la muerte ajena, pero cercana, nos golpea, pero no es el concepto de morir lo que lo causa (el pensamiento). Tampoco el hecho de no saber que alguien va a morir o uno mismo, sino la experiencia del hecho-muerte. No el hecho mortuorio, sino la muerte hecha en un ser querido.
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Hace un año murió una tía abuela con la que viví la mitad de mi vida. La cuidé los últimos de su existencia. Tuvo 99 años. ¿Qué más de que sea mayor?… para las palabras cumplió su ciclo: ¿qué más se puede pedir?; le llegó la hora…. Quedó paralizada. Fue muriendo poco poco. Yo supe que iba a morir, pero fue en el momento exacto de morir cuando se produjo un relámpago de oscuridad dentro de mí, que percibí corporalmente. No fue cuando iba a suceder de manera inminente y no hubo esperanzas de vida, sino en el momento mismo. Y ese abismo que llegó a mi cuerpo me provocó llanto.
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Lo mismo con la muerte de mi padre, hace unos días. Me llamó mi madre para decir que ya estaba a falta de horas para morir. Me desplacé a Madrid. Durante el viaje me dio la noticia de que había muerto. Percibí esa sensación biológica de ¡ha muerto!, como si se desplomara mi vida y se asomara la muerte y el cuerpo dijera: no es aquí… Porque la muerte de un ser querido es un llamada a nuestro cuerpo. Y lloré para expulsar esa sensación. Y el cuerpo sigue buscando la vida hasta que llega al final, de una manera u otra. ¿Por qué no me impactó tan palpablemente cuando supe que iba morir en breve?.
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Lo grave del asesinato o de un accidente es que evita la muerte como proceso biológico, la convierte en un hecho, un hecho biológico, sin proceso interno de morir. Un infarto es un proceso acelerado. El asesinato y un accidente nos roban la muerte.
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Para Sartre somos hechos para la muerte, pero no es así, el cuerpo es para la vida y nada más, sólo que cuando deja de vivir se acabó y eso lo hemos dado un nombre: la muerte. Con la palabra “muerte” hemos conceptualizado y convertido en algo lo que es ausencia de vivir. Vivir es nuestro cuerpo. Buscamos otros cuerpos para sobrevivir al fin y para ayudarnos a vivir (convivir). Creo que la palabra «muerte» nos ha equivocado, porque parece algo, un ente. Y habría que decir «ha dejado de vivir», sin trasladar esto a otro concepto que produce el lenguaje nada más. Sin embargo da lugar a que funcione en nuestra psicología como algo.
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Por esta argumentación pienso que no hay que debatir a la ligera las expresiones colectivas que durante las fiestas matan a los animales, como las corridas de toros, la caza, la cogida de gallos, matanza de focas, experimentos con ratones, etc. ya que es un forma de matar a la muerte de manera simbólica, lo que tiene un arraigo psicológico en una parte de la sociedad. Quienes están en contra desembocan en planteamientos emocionales, no de razón y buscan acabar con algo sin preguntarse ¿qué harían entonces?, ¿qué lo sustituye?. ¿Es un barbaridad o es una necesidad colectiva para mucha gente?. A mí no me gustan las corridas de toros, pero tampoco la prohibición como método, ni la represión y menos que muchos militantes antitaurinos se parezcan más a los toreros, o sea: lo mismo, pero en contra del sufrimiento del toro.

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No se puede argumentar emocionalmente en contra del maltrato animal, sino desde la razón y admitir que hay conductas que no son razonadas ni del campo de la razón. De lo contrario estamos perdidos como sociedad, porque damos una transcendencia a la muerte que no la tiene, al ser un hecho biológico y nada más. Tampoco la de los animales. En el fondo de este debate ambas partes no saben reconocer su sufrimiento ante la muerte y lo expresan de manera antagónica, unos matando al animal, otros en contra de que esto suceda, de ahí el mal gusto de las imágenes de muchas campañas contra la matanza de animales.
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La ausencia de la función biológica hace que el cuerpo desaparezca con el paso del tiempo. No podemos entender la muerte como si fuera algo, o una esencia o una idea… simplemente no es. Por eso no debería haber una referencia en el lenguaje, lo cual nos ha tergiversado muchas ideas y sensaciones.
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Sólo es la vida hasta que deja de ser.
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No estoy tan seguro de que la muerte carezca de entidad propia. Borges decía que todas las criaturas, excepto el hombre, son inmortales, puesto que ignoran la muerte.
Enlazando con Berkeley, él afirmaba que la muerte no existe para los animales, puesto que no la perciben como realidad efectiva. Sin embargo, resulta obvio que los animales tienen una percepción intuitiva de la muerte, que es lo que les impulsa, por ejemplo, a huir de un depredador.
Por otra parte, Saramago o el propio Borges han indagado sobre las consecuencias nefastas que tendría la inmortalidad (otro ejemplo sería la leyenda del holandés errante). Creo que vida y muerte son cara y cruz de la misma moneda: se necesitan mutuamente, aunque parezca contradictorio. Pero no lo es. La vida no podría existir sin la muerte. Sería algo espantoso, como afirma Schopenhauer. Por eso no creo en la inmortalidad del alma.
Otro punto controvertido es el de los espectáculos basados en la crueldad con los animales. Y con ello no quiero que se me malinterprete o se me tome por fanático. No soy vegetariano ni nada por el estilo. Como carne de animales por el hecho de ocupar un lugar más elevado en la cadena alimenticia, del mismo modo que encuentro perfectamente legítimo que un tigre me devore a mí si logra capturarme en la jungla, para sobrevivir. Pero en modo alguno me parece legítimo hacer un espectáculo del sufrimiento y la muerte, aunque sea la de un animal sin capacidad de raciocinio. Dicho esto, concedo que el comportamiento incívico de los anti-taurinos en su intento por boicotear el festejo del toro de la Vega. Fue algo bochornoso y lamentable.