Conflictos no resueltos

Hace unos días leí en un red social unos versos. No recuerdo el autor, ni sé dónde… Versaban sobre la realidad de lo inexistente: “los besos nunca dados”, convertidos en aquello que permanece más allá de la memoria. En un comentario alguien escribió: “y los besos dados sin haber querido darlos”.

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Aquel verso me impactó y removió el recuerdo. La poesía conmueve porque ilumina rincones opacos, oscuros, “arrinconados”, pero que están acurrucados, dormidos. Una frase los puede despertar. Por tal motivo la poesía, como el arte en general, nos incomoda.

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Me di cuenta de la cantidad de conflictos que vivimos que quedan en el camino, pero que guardamos dentro. No sólo forman parte de nuestra experiencia, sino de nosotros, del ser que somos.

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Hay aspectos de la vida olvidados. Forman el inconsciente. Otros que sabemos y construyen nuestra conciencia. Pero hay formas del pasado que flotan, que no están asentadas. Algunas son cuestiones que te han extrañado y quedan por ahí, sin que las hagamos caso, pero están. Los poemas paradójicos captan estas pompas y las hacen estallar, por eso nos llaman la atención. También el presente a veces flota.

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Una gran parte de la inspiración poética viene de esos estados de flotación que captamos, que percibimos y no sabemos exactamente qué son, ni a qué se refieren y nos lo dice luego la metáfora… Al leer, o escuchar, a otro unos versos de ese estilo nos lleva a ciertos estados que no tenemos en cuenta, que quedan por dentro, sin estar olvidados, sin ser tampoco conscientes de ellos. Una especie de nebulosa entre lo consciente y el inconsciente.

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Son los conflictos no resueltos, que no tienen por qué ser sentimentales. Pero también. Por ejemplo el beso que estuvimos a punto de dar a alguien y no lo hicimos… Tal acto ínfimo pudo haber cambiado nuestra vida. Y al no haberlo dado, al no resolverlo, parece que se queda flotando. No olvidado, porque no fue, ni permanece en el recuerdo porque no hubo ese roce del labio con la piel. O eso que no dijimos a alguien por no atrevernos, por esperar y luego no vino a cuento o no nos salió. O aquello que quisimos decir a un profesor y no nos atrevimos. O a nuestros padres. O en una reunión.

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Muchas novelas se inspiran en estos recovecos, para ver otras posibles historias de nuestro personaje no vivido. O son la materia prima de guiones de teatro donde experimentamos una resolución de ese conflicto porque no lo hicimos. Y buscamos la causa. No nos atrevimos, quisimos evitar una respuesta negativa o violenta, nos dio vergüenza, supimos que no debimos de hacerlo, aunque luego por dentro hubiera una rebelión a la convención asumida, pero ya demasiado tarde.

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Y olvidamos el conflicto para evitar tensiones, porque no hay solución. Si nos quedamos en él se convierte en un obsesión. Pero queda dentro de cada cual. La literatura nos lleva al conflicto y tenemos que resolverlo dentro de cada uno. No hay fórmulas.

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También es cierto que, a veces, no resolvemos una situación compleja, sea afectiva, de participación crítica o del tipo que sea, para evitar un conflicto mayor. Queda como una nebulosa, tal como capta Miguel de Unamuno en su novela “Niebla”. Con las nubes a ras de suelo no vemos, pero sabemos lo que hay a nuestros pies. No se ve, pero sí, sabemos que hay algo. La niebla no da miedo, sino que trasmite misterio y  belleza.

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Y querer tocar esas pompas dentro de nosotros hace que, como las de jabón, se rompan, porque no existieron, sólo el instante previo y el conflicto vino después: ¿por qué no lo hice?, ¿por qué no lo dije?, ¿por qué no llamé?, ¿por qué no dije «no» y se acabó?, ¿por qué no fui a …?. Descubrimos entonces que hay tres vidas que vivimos sin saber, que van juntas sin darnos cuenta: la que hubiéramos vivido, la que vivimos, pero que pasa, y la que nunca nos atrevimos ni tan siquiera soñar. Y una cuarta que es oscura y extraña: la que nos miente alguien  quien apreciamos y queremos, que cuando sucede provoca lo que advierte Sartre: «el infierno es el otro». Estalla, en este caso, el conflicto, y desparece todo él por la mentira construida con explicaciones y excusas. Desaparece el conflicto con su belleza también. La niebla es bella. Pero cuando no es niebla, sino oscuridad-mentira, es un fealdad que duele. Y la mentira piadosa es la más ruin de todas. Y acudir  este pretexto más aún.

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Pero esto es lo que llaman los científicos de la mente «enajenación mental transitoria». Y si damos pasos hacia ella nos provoca o aparece la esquizofrenia. Entonces tomemos una pastilla, chutémonos de insulina para beber luego glucosa y vivamos lo que nos manden vivir. Siempre llegará un momento en el que se nos aparecerá un conflicto no resuelto, entonces hay que mirarlo de frente, reconocerlo o de lo contrario olvidarnos de nosotros mismos y desaparecer.Somos conflicto porque estamos hechos de ellos.

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Entonces únicamente nos verán los demás, pero no nosotros: conflicto resuelto. Y sin embargo seguirán flotando los besosversos y las poesías de amor-odio y la inspiración de novelas en la que queda un personaje apartado y los paseos no resueltos…

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Un comentario en “Conflictos no resueltos

  1. Oscar Wilde, en el prólogo de «El retrato de Dorian Gray», esboza el siguiente pensamiento. «Toda persona es, en realidad, una mezcla de tres personas: la que los demás creen que es, la que le gustaría ser y la que es, realmente». Lo cual parece una paradoja absurda. ¿Cómo va a ser nuestro verdadero «yo» tan sólo un tercio de lo que somos realmente? Y, sin embargo, es así. Porque también existimos en la percepción de los otros, y en la proyección que hacemos nosotros mismos de nuestro «yo» ideal. Para un político o para un actor, cualquiera de estos otros dos ingredientes del cóctel llegan a importar, incluso, más que su verdadero ser. Muy interesante reflexión.

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