A veces nos vienen ideas que no sabemos por qué las pensamos. Cuando escribimos tomamos nota de ellas. En ocasiones se convierten en el inicio de un poema, en parte de una historia que estamos narrando, pero en otras te hacen preguntar sobre su significado, como me ha sucedido a mí al venírseme a la cabeza que la belleza está en lo que no vemos.
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Si tuviera que defender esta afirmación lo tendría complicado, pero siento que es real. No sé si verificable, porque no podemos aquilatar la belleza, ni medir, ni pesar. Por más que se hagan concursos de elección de miss universo y espectáculos sobre la imagen.
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La belleza tiene que ver también con el paisaje, con cosas, pero a la belleza que me refiero es aquella que emociona, va unida a una emoción. Un paisaje, un coche o cualquier otra cosa forman parte de esta belleza cuando asociamos su imagen con un impacto emocional, como conscuencia de algo que hemos vivido con alguien que nos ha cautivado por su belleza.
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Queremos saber por qué y aludimos a su voz, sus ojos, su manera de andar, sus gestos. Pero no lo es. Tampoco eso que se suele decir de “la belleza interior”, porque ¿qué es lo interior?. La bondad, la manera de ser, pero no, no es esa belleza a la que me refiero, sino a la que se incrusta en nuestro pensamiento.
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Hay una belleza que genera el amor, que se acompaña de ternura y sexualidad. Pero hay una belleza inexplicable que nos arrebata. Que carece de sentido aparente. Que queremos ver y no ver, imaginamos su imagen y luego en la realidad no es así y nos atrae más. Como dijo Neruda: si supiera por qué sucede no sería poesía…
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Kant escribió una obra sobre la estética: “Crítica del juicio”. Analiza qué es lo que consideramos bello. Diferencia los parámetros establecidos, que cambian según las épocas y las culturas, de los subjetivos. Responde a qué consideramos bello en una sociedad y cada cual, que no siempre es lo mismo. Pero tampoco es subjetiva la belleza a la que me refiero, porque no puedo elegir qué es lo que me gusta. Aparece y se enlaza como una forma de pasión.
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Don Quijote no elije a Aldonza Lorenza, sino que le aparece como Dulcinea. ¿Es un delirio?, ¿una mentira?. Tampoco exactamente. Es un belleza que hace gozar cuando la contemplas, sobre todo en lo imaginado siendo una captación real. Hace sufrir. Por tal motivo se novela o poetiza su relación porque no se corresponde de la misma manera en quien recae esa imagen y no hace caso o no se da cuenta. Si existiera una complementariedad sólo puede sobrevivir, esa belleza, en el secreto, porque no cabe en el mundo, o sea en lo mundano. Se rompe en él, porque requiere se esa nebulosa mágica que haría de lo oculto un sueño, sería la vivencia plena de lo inconsciente, a ratos. Tal intensidad es imposible de perpetuar.En el secreto se guarda y se vive.
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Tiene que ver, cuando lo analizo, con eso que se dice “el punto”, “me dio el punto”. Un punto que une a la otra persona, puede ser un punto de arte, de locura, de enajenación, de soledad, de asombro. Es un punto que invade el resto. Cuando hablas con un preso y le preguntas cómo pudo hacer eso por lo que le han condenado dice: “me dio el punto”. Pues lo hay de la belleza, una especie de pasión que destella y queda su reflejo.
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Una belleza de la que quieres huir como de un fuego y te paraliza en la contemplación de su luz y resplandor. Es la belleza de la que habla la poesía auténtica. Una belleza indomable y que a veces no está en quien la recibe la belleza creada sobre ella.
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Es al mismo tiempo una belleza muy frágil. Por eso es necesario cuidarla, poetizar su percepción. Y a pesar de ello se puede romper, como cuando en quien esté depositada lleve a cabo lo contrario que no es la fealdad. ¡Que belleza tan curiosa!.
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Puede haber desprecio, puede haber olvido, incluso indiferencia y hasta complicidad más o menos calculada o rechazo, que esa belleza pervive. Es curioso, sí. Hasta puede ser causa de risa y de ridículo que aún así continúa la sensación de esa belleza.
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Sin embargo hay algo que la diluye y aleja, que hace que desaparezca por más que luches en agarrarte a ella sin saber si ella es ella o es simplemente la belleza esa que te ha inundado. Aquella que envenena cuando un beso en su mejilla se convierte en calambre que permanece en la piel. De la que si hablas con alguien lo llaman “locura”.
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Es cierto que irrumpe cuando se han vivido y se viven en el presente los sentimientos, es un juego de amor o de atracción tardío. Igual que que los días soleados del otoño en el tiempo de la edad. Y no jugamos por desconocer las reglas. Dejamos que pasen los sentimientos como pasa la vida llevada por la inercia.
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Esta belleza la destruye la mentira. Pervive y se desarrolla en una relación muy delicada, en la que suele darse cierta complicidad porque la mirada de quien mira es percibida, pero no se sabe. Hay algo, no sé qué. Funciona tal cual en la esfera cuántica el principio de incertidumbre de Heisenberg.
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Puede agotarse, pero en tal caso queda el resplandor de los días soñados, el fogonazo de mirar a atrás si desapareció. Pero con la mentira no queda nada. Por más esfuerzo que se haga por hacer que perdure, por dedicar todas las fuerzas en que quizá fuera una manera de decir la verdad aunque mintiendo, pero la belleza percibida no acepta la piedad ni verla como un consuelo. Entonces lo que fue bello no se hace feo, sino vacío. Ninguna explicación lo llena. Y lo peor es que todo lo vivido queda en nada.
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Y la vida sigue, ¿cómo no?, sin que nadie se entere de que aparece una cana más, otra arruga. No queda ni tan siquiera rastro de la mentira que hizo desaparecer aquella belleza. Y nadie te consuela porque nadie lo sabe. Y uno mismo no sabe qué sucedió. Incluso los versos escritos que estuvieron llenos, que fueron bellos sumergidos en aquella belleza quedan vacíos, y el mismo verso leído por otra persona no es el mismo, como si quedara sin alma y se hubiera convertido en un agujero negro del universo literario.
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¿Qué es entonces eso que no vimos que se convirtió en belleza?. No lo sé. Quizá una historia, quizá un paseo, quizá un aroma, o un desplante y un volver, no sé. Lo que vemos sin embargo contiene un nombre propio, pero al ir a escribirlo se acabó la tinta: … O como dijo Edif Piaff: “a golpes de porqués… inventar palabras locas…”.
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Muy bueno, querido Ramiro