¿Cuántas veces escucho “es el ego”?, para responder a determinadas situaciones que generan malestar. Muchas. Cuando «el ego» es algo tan indefinido que me pregunto ¿qué significa?. Hace años se dijo: “vanidad”, “ambición”, “egocéntrico”, “cinismo”, “querer sobresalir”, ”egoísmo”… Parece como si “ego” fuera una mezcla de todo ello. Pero ¿qué es exactamente?.
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Uno se siente mal y dice que es por culpa de su ego. Alguien actúa o interviene en una reunión fuera de contexto y se dice que es por el ego.
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Me paree una expresión que más que querer decir algo, señala. ¿Sentir dolido el ego propio o querer resaltarlo y y hacer que esté por encima del de los demás?.
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Me he puesto a pensar al respecto y creo que vivimos en una sociedad en el que el ego, o sea el yo, queda alejado del vivir cotidiano, como si lo tuviéramos que guardar y acaba atrofiándose. Incluso desaparece. De ahí un mundo tan anodino, tan cobarde que nadie participa en casi nada y cuando lo hace es para criticar a los demás.El problema es la ausencia de ego, lo cual se pretende compensar con un falso yo y para construirlo hay que machacar el e los demás y como no es autentico ni se expresa por sí mismo nos sentimos mal.
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No ponemos en juego nuestro yo, sino que lo guardamos y escondemos. Entonces lo que sucede es la falsificación del yo. El ego se viste cuando necesita salir a escena. Pero el ego es desnudo y sólo aparece en su desnudez. Por eso todo afecta tanto al llamado «ego»… Una expresión que surge ante una relación de pareja fallida, ante un desencanto sentimental, ante un desprecio al resto de egos que pululan igualmente disfrazados, cuando no se gana un concurso, etc.
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No me refiero exactamente a la inautenticidad de la que hablan los existencialistas, sino al ego roto con el que nos identificamos, del que resulta de nuestra historias personal y colectiva, el que aparece como existencia sobre el que gira nuestro vivir escondido.
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Sobredimensionamos el ego, lo aplastamos desde nuestro escondite vital y esto nos hace sufrir porque no somos sinceros, ni con nosotros mismos ni con los demás. Ni siquiera con el otro al que le hemos hecho ver nuestra sinceridad y damos muestras de ella. Aparentemente.
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Pienso que el ego es la perspectiva desde la cual todo se ve en la distancia. Sin embargo lo vemos todo tan pegado a nosotros que es como si nuestro ser quedara encerrado en un nombre y posición social o laboral. Decir «soy catedrático» o «soy fregona» o «soy un parado»… todo forma parte de la impostura.
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Creo que nuestro yo no es algo, sino un paisaje en lo que cabe todo, pero vivimos entre tantas definiciones, en un mundo en el que todo consiste en marcar lo que las cosas son y deben ser que, que el paisaje que somos lo compartimentamos, lo tapamos, lo deformamos por querer construir en él nuestra gloria o dejar nuestra huella, cuando es ese paisaje el que debería recorrer nuestra existencia, acompañarnos en nuestras guisas cotidianas.
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Yo no soy mi paisaje, sino que estoy en él, formo parte de un yo general, amplio, pero lo encerramos en cada uno de nosotros y se asfixia. Entonces el ego busca sobresalir o ser el centro de atención y perdemos el paisaje en el que los egos son diminutas hormigas…
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Nada puede ser si previamente se ha definido. Son los sentimientos los que se convierten en aroma de ese paisaje, en aire y viento y brisa y susurro y huracán. Nos protegemos tanto que acabamos encerrados en nosotros mismos. Esto es el ego al que se refiere la expresión que tanto se dice: el caparazón, la coraza. Y nos pesa y duele. Lo mismo que a los demás porque golpea a quien se acerca.Y es frío. Nos queda la mirada para reconstruir todo lo demás…
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El egoísmo no es más que la exageración o «malvivencia» de algo tan sano y santo, tan normal como amarse a sí mismo.
Y la exageración o «malvivencia» del ego no es más en encerrarse en uno mismo, hasta la incapacitación más o menos grave para transcender el yo e ir más allá, y permitirse amar al prójimo como a uno mismo…
Por lo demás, venga aquí a cuento nuestro amigo Cive Pérez, quien para ilustrar que «El camino hacia uno mismo» «ese vivir deliberadamente, sin permiso de nadie, es la más genuina expresión de libertad», nos trae a colación una cita de Quevedo en El escarmiento:
«Cánsate ya, oh mortal, de fatigarte en adquirir riquezas y tesoro, que últimamente el tiempo ha de heredarte, y al fin te dejarán la plata y el oro: vive para ti solo, si pudieres, pues solo para ti, si mueres, mueres». (69 Razones para no trabajar demasiado, Barcelona: El Viejo Topo, 2009, 84).
http://carnetdeparo.blogspot.com.es/2009/10/69-razones-para-no-trabajar-en-demasia.html