He leído dos libros de un pasado revolucionario reciente, más o menos: “La insurrección de Asturias” (1934) de Manuel Grossi, alias Manolé, y “El miliciano y el organillo solidario” (1940) de Rafael Pérez Fontano. El primero me lo regaló el hijo del autor: Germinal Grossi, que me lo envió desde Francia. El segundo, María Hernández, nieta del autor, siendo éste de Santa Lucía de Gordón. Los he leído uno seguido del otro.
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En cada obra hay diversos temas desde el punto de vista histórico, social, y personal. Nos adentran en los hechos históricos desde sus entrañas, para ver los átomos que forman una fecha, un nombre y poco más que aparecen en los libros de Historia. Son dos libros de diferente estilos, pero que han sido escritos desde la experiencia personal, sin otra pretensión que la de dar conocer lo vivido, sin ropajes ni divagaciones.
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Lo que me ha llamado la atención es que escriben situaciones que pasados los años, ochenta a fecha de hoy, son un lección de actualidad, precisamente hoy que se vive un circunstancia en la que, salvando las distancias, podríamos aprender, al menos tener en cuenta sus reflexiones y experiencia. Las circunstancias han cambiado, el contexto también, pero hay una situación común: el ataque a la población más desfavorecido y el fortalecimiento de un Poder relacionado internacionalmente. Esto último no todos lo vieron en el pasado, pero sí los que reaccionaron a él, comprobándose al cabo del tiempo que fue la clave del conflicto. También hoy.
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Otra cuestión en común es la necesidad de dar un respuesta. Es en esto donde podemos entresacar un lección importante para evitar errores del pasado si queremos avanzar y evitar mucho sufrimiento en el futuro. No podemos seguir discutiendo si son galgos podencos quienes nos atacan en nuestros derechos laborales, sociales y de libertad porque nos acabarán devorando. Hacen falta estrategias globales y actuar en el terreno de lo concreto al mismo tiempo. Es curioso cómo se repiten moldes de conductas y actuaciones colectivas de determinadas organizaciones, hoy igual que ayer.
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Como escribe Joquín Maurín en el prólogo del libro de Grossi, “la Historia no se repite con exactitud, pero las leyes de los movimientos revolucionarios, sus causas y consecuencias, deben ser examinados en tanto que normas generales posible” (1935). El año 1933 Hitler sube al Poder por las urnas, cuatro años antes Musolini se hace cargo del gobierno y en marzo de 1934 es reelegido. El mismo año en España el hijo del Dictador militar Primo de Rivera funda la Falange, todo lo cual no son hechos aislados. Como las reformas laborales de hoy no son legislaciones aisladas, sin que suceden en un contexto internacional de los ultraliberales. Antaño para hacer frente a este bloque opresor en España, en consonancia con los demás países, los trabajadres buscaron la unidad de la izquierda, la creación de un frente único: la Alianza Obrera como un instrumento de cambio imprescindible.
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La represión del movimiento obrero se intensificó. La abstención que defendió el anarquismo permitió que la derecha accediera al Poder. Al mismo tiempo un sector del comunismo quiso ostentar el liderazgo de la izquierda y erosionar la unidad de acción, “labor de zapa”. Se percibe un falso camino de la unidad, lo cual se verá a posteriori como el punto de apoyo de la derrota de la lucha obrera. En la actualidad podemos observar a priori que sucede de una manera muy similar. El dramatismo de esta situación y su reflejo durante la transición en España (1975 – 1977) la podemos leer de mano de Manuel Grossi en las cartas a su amigo Óscar, recientemente editadas.
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Para que la unidad salga bien Grossi explica que es necesario “olvidar los egos y ser altruistas”, con el fin de poder vencer «a los políticos que desprecian los ciudadanos y tienen una cara más dura que el mármol«. Han aprendido de la amarga experiencia de los obreros alemanes. Quedarse a la defensiva suponía, pues, entregarse a la derecha, entregar la República a quienes se la querían cargar, y hubieron de dar una respuesta desde el ataque. Los mineros asturianos deciden iniciar una sublevación. Los trabajadores de la capital, Oviedo, quedan ante su sorpresa impasibles: los dirigentes de varias organizaciones de izquierdas prefieren no hacer nada. Es necesario llegar a a capital para lograr el apoyo del pueblo trabajador. “Los mineros rojos” son apoyados por un gran parte de la población. Tienen que luchar contra los infiltrados para el pillaje, la canalla que “hacen más daño que la burguesía”. Las mujeres públicas apoyan con una disciplina implacable.
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La dinamita es el arma de combate. Útil al comienzo, pero luego no contra los bombardeos de la aviación y los fusiles de las tropas de asalto. “La revolución necesita municiones para la emancipación colectiva de los trabajadores”. En el resto de España la revolución ha sido aplastada los pocos días. En Asturias ganan posiciones. No es momento de rendirse, sino de ser un ejemplo y organizar la paz: “la acción es una gran escuela”.
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La revolución de octubre de 1934 se convierte en una epopeya del proletariado mundial. La reacción de Rafael Pérez, que cuenta en su libro novelado, es por lo que representó la represalia que vivió su padre en la revolución de Asturias. Lo cual juega un papel fundamental en el inicio de la respuesta al golpe de Estado de los militares. Insiste en que fue necesaria la creación de un Frente Popular para evitar el aniquilamiento del pueblo republicano, que fue combatido internacionalmente, sin que los países democráticos se dieran cuenta de las funestas repercusiones que iba a tener en un futuro a nivel mundial.
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La mujer ha jugado un papel importante en ella. Apoyaron las huelgas colocándose en los raíles de los trenes para que hacerlos parar y dar fuerza a la huelga general. Llegaron las tropas de África que intervienen con una crueldad sin límite para exterminar el foco revolucionario. Atacan a la población desarmada, atribuyendo los asesinatos y violaciones a mansalva a los “rojos”, pero hubo demasiados testigos. Lo cuenta Rafael en su obra: fieles al franquismo cometieron todo tipo de barbaridades. Lo que hoy sucede es sólo el comienza de la crueldad que albergan los corruptos y ávidos de dinero y desigualdad. Por eso crean un sistema de enseñanza que dé lugar a una sociedad insolidaria y quienes luchan siguen siendo para ellos “rojos, ateos y perjuros”
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Un conclusión a la que llega Grossi ante una derrota inminente es que “es necesaria anteponer la realidad a las teorías cerradas”. Los dirigentes de diversas organizaciones fueron un tapón para que la revolución se extendiera y triunfara. Antepusieron sus intereses y estrategias a la acción.
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Llegó la derrota, pero tuvieron victorias parciales, lo que les permitió pensar en que se podrá organizar la revolución si se aprende de los errores para la emancipación total de la clase trabajadora. Dejaron la huella de la insurrección que no pueden borrar de la Historia. Fue un derrota en el camino de la victoria, la gesta del 34, que para Roman Rolland fue como la Comuna de París (1871). Fueron pasos que se dieron para futuras luchas, pero servirá en el futuro de lección si aprendemos y no caemos en inercias. Porque los errores se pagan durante generaciones. Cuenta Rafel Pérez como la sublevación del ejército fue para impedir que se asentase la República, algo que todavía hoy continúa. Quisieron exterminar el progreso cultural, lo cual a duras penas progresa hoy en día, con otros medios para ejercer un régimen totalitario insertado en la democracia.
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No se puede ceder en negociaciones por parcelas de Poder. La derecha lo quiere todo, necesita imponerse de manera totalitaria. Cede para dividir a la izquierda, siendo ésta una táctica dramática para el pueblo. Cuando quedan focos de lucha aislados el Poder interviene violentamente, justificados por quienes negocian y pactan con ellos. Por eso la conclusión fue que es necesaria la unidad y la independencia de cualquier prebenda. Es la herencia que nos dejan, su lucha como experiencia para seguir en ella con la lección aprendida.
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Son huellas de personas que pasaron años en la cárcel por defender la libertad de ellas y de las demás, que pasaron todo tipo de calamidades. Tuvieron la oportunidad de contarlo y hoy podemos leer sus testimonios. No lo desaprovechemos.
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Creo que a día de hoy habría que consignar varias diferencias importantes. La primera en lo relativo a la terminología, más importante de lo que parece: los rojos y los ateos han sido reemplazados por los «populistas»; es decir, por los que se arrogan la representación del pueblo sin tener otro discurso que el de las promesas vacías. No se puede negar el acierto de la derecha al acuñar este término, que por contraposición los sitúa a ellos como defensores no ya de la religión y las buenas costumbres (que a casi nadie importan ya), sino del mero sentido común, haciéndonos creer a todos (o a muchos) que el modelo económico neoliberal es el único posible.
La izquierda ha caído inconscientemente en esta trampa, al aceptar el diagnóstico aunque no comparta la solución. Ellos piden pleno empleo con la boca grande, mientras que la derecha lo hace con la boca pequeña, pero el neoliberalismo ha demostrado tener una gran capacidad de mímesis al transformar lo que a todas luces es una falacia y una utopía en el objetivo común, haciendo suyas incluso algunas premisas del discurso de la izquierda, como pueden ser la división del trabajo o el entendimiento con los sindicatos. Estos últimos han quedado vaciados de discurso, aviniéndose a firmar acuerdos tan vergonzosos como el recientemente aprobado acerca de la ayuda de seis meses a parados de larga duración.
Podemos irrumpió en el panorama electoral con un discurso más enérgico e innovador, pero parece que últimamente se les ha encogido algo la patita. En fin; veremos lo que pasa en Grecia, aunque soy escéptico. No podrá haber cambio real si no es a nivel de toda la UE. Pero también es cierto que la mecha tendrá que prender en algún sitio. El tiempo lo dirá.
Pienso que la Historia no se puede entender desde un ideología, sino como un hecho. Y nada más cercano lo sucedido que quienes escribieron inmerso en los acontecimientos.
La ideología no importa, o importa menos, si se atiene a los hechos. Ahora bien, si oculta unos, inventa otros y finalmente interpreta como le conviene, pues entonces realiza cualquier labor menos historia. Y en cuanto a que dicen más verdad quienes estuvieron cerca de lo sucedido, no es del todo cierto. Esa gente puede hablar de lo que ella personalmente vivió, pero no de lo que vivieron otros, por tanto su experiencia (si es cierta y no inventada, ya que la memoria juega muy malas pasadas) siempre será individual, y nunca podrá representar al hecho histórico que tratamos. Por eso, por haber muchas memorias, es un insulto hablar de Memoria Histórica, como si sólo hubiese una. Y más aun cuando la historia es lo contrario de la memoria. La historia se basa en documentos y hechos probados y contrastados, cosa que no hace la memoria.
Me parece muy atrevido decir que algo es “falso de principio a fin” sin haber leído el documento ni aportar otro como contraste. Por desgracia en España todavía pesa el NO-DO como fuente de información.
En el NO-DO nunca hablaban de estas cosas. Los mineros, como la izquierda en general, eran revolucionarios, y como el mismo Indalecio Prieto reconoció en México la república se acabó en esa fecha, con ese golpe revolucionario que ellos dieron en el 34. Justo ahí se acabó la II República. Lo dice Prieto.
Quedan a la luz muchas verdades:
1- La derecha era demócrata (o más respetuosa con la democracia) por miedo a la izquierda, como mal menor, no por convencimiento.
2- La izquierda nunca hasta esa fecha fue democrática; siempre revolucionaria. Además no tenía por que ser democrática, que eso son manías del fundamentalismo democrático en el que vivimos ahora. Otro gallo hubiese cantado si al frente del PSOE hubiese quedado un marxista con cerebro como era Julián Besteiro, pero entre Prieto y Largo Caballero, que se hacía llamar el Lenin español, acabaron con él .
Octubre del 34 fue un golpe de Estado que fracasó; lo mismo que julio del 36. Tras el fracaso apenas hubo represión, y ahí está lo de la implicación de Prieto y Largo Caballero, que ni pasaron por la cárcel. En las elecciones del 36 el fraude, el pucherazo, fue masivo, y ahí están la memorias de Alcalá Zamora y las de Azaña, contando cómo se hacían con la actas de diputado. Nada más conquistar el poder cerraron todos los medios de prensa de la derecha y arreciaron la quema de iglesias y la persecución de derechistas, culminando con el crimen de Calvo Sotelo.
En el 34 se crea la Falange, cuando la derecha llevaba cientos de muertos a manos de anarquistas y comunistas.
La clase obrera no quería ninguna democracia, y tenía toda la razón, porque eso no iba a solucionar sus problemas; ahora bien: que nadie me venda la burra de que la izquierda defendía la democracia y la derecha la atacaba, y más aun cuando la república la trae la derecha desafecta a la monarquía, y no la izquierda. Esto es falso de principio a fin: Quedarse a la defensiva suponía, pues, entregarse a la derecha, entregar la República a quienes se la querían cargar, y hubieron de dar una respuesta desde el ataque. Los mineros asturianos deciden iniciar una sublevación.
Pienso que la Historia no se puede entender desde un ideología, sino como un hecho. Y nada más cercano a lo sucedido que quienes escribieron inmerso en los acontecimientos.
Me parece muy atrevido decir que algo es «falso de principio a fin» sin haber leído el documento ni aportar otro como contraste. Por desgracia en España todavía pesa el NO-DO como fuente de información.