Asistimos a un nivel de debates y análisis de la realidad patéticos, que en general se extiende a todos los ámbitos, sea de la cultura, de la economía, del arte y demás. No hay contraste de ideas, sino que se ha impuesto el cotilleo como comunicación social, la insidia, acusar, donde mentir forma parte del juego y como todos lo hacen se acaba por admitir.
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Sobretodo afecta a que desaparecen las ideas, así como los proyectos de sociedad, los criterios artísticos y la crítica cultural. Ya no se plantean argumentos ni valoraciones de nada. Nos ha invadido el lenguaje publicitario, por lo tanto manipulador, pero efectivo. Bastan unas frases que se repitan y crean sensaciones que aparentan decir algo, cuando no dicen nada, para lograr el apoyo de masas sociales. Ya no hay utopías, sino aplausos.
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Lo que se sale del fogonazo-frase se hace arduo y aburrido, no hay tiempo para pensar, sino que se ocupa en experimentar la agitación y crear artificialmente descontento o apoyo al poder, tal es el juego.
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La reflexión política se fundamenta en la corrupción, pero nada sobre sus mecanismos corruptores, ni sobre la ideología que lo ampara, ni las implicaciones en nuestra vida cotidiana, porque centrar la información en la corrupción corrompe y carcome nuestra conciencia y pensamiento.
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Hoy basta con denunciar, pero no pensar. Lo cual lleva a algo aterrador: un partido presenta un programa y lo cambia sin que pase nada. Partidos emergentes, portadores de nuevas ideas las defienden y se desdicen, las vuelven a exponer y las rechazan al poco. La argumentación tampoco sirve, sino las encuestas, opinar a golpe de asesores de imagen y de estadísticas.
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El arte se convierte en un elemento especulativo. Funciona como un intangible para ganar dinero desde la maquinaría mercantil, donde arte es lo que ellos dicen qué es lo artístico y lo pagan, porque para que sea y se valore como tal en este contexto hay que pagarlo y mucho.
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La cultura se convierte en un recinto cerrado donde pugnan estructuras de poder, influencias y sólo en la soledad pervive algo de autenticidad en compañía de tristeza, desconcierto y dolor psicológico. Los saraos son los nuevos ambientes culturales en contraste a la cultura mediática ramplona y meliflua. Lo demás son raras excepciones, que además son atacadas por lo falso. Como dice Salvador Negro «vivimos en la industria de la poesía que no lo es». Lo que sí es poesía queda durmiente, empequeñecida, arrinconada.
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.La economía se convierte en propaganda de cifras en la medida que ocultan la realidad. Se ha logrado un efecto perverso: a nada que no sea mentira se hace caso. Se ha institucionalizado la impostura. La política sin ideas se convierte en publicidad. Los economistas no saben salir de sus propias trampas, basta con decir que vamos a salir del túnel, que se ve la salida, que ya hay brotes verdes, que vamos por el buen camino, que estamos saliendo de la crisis…
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De la sociedad de consumo hemos pasado a la sociedad-nada. Del vacío existencial al vacío ideológico amparado con pastillas y estímulos colectivos a través de la televisión, medios de comunicación y encontramos la nada llena de sí misma en internet. Y así la ciencia cabalga sobre el vacío.
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La teoría desparece de nuestro pensamiento, a este hecho se debe que nos estanquemos. Lo absurdo funciona porque hemos instalado su “lógica”. Vivimos en una sociedad de sensaciones, incluso emocionales, sin solidez. Seguir sólo sirve para perpetuar el estado de cosas actual, pero corremos el peligro de adaptarnos y hacer perenne esta situación. Las tertulias y debates de radios y televisiones son una muestra fehaciente de esto.
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Esta dinámica social funciona porque las prisas aceleran nuestra vida, no nos paramos a mirar, ni a observar para analizar nada. El barroquismo de las ideologías del pasado aprisionaron las ideas, también las creencias en el mismos sentido y su desvanecimiento nos ha llevado al vacío sin ser capaces de establecer un espacio de pensamiento y de expresión propio, relacionado con la realidad y ser capaces de incidir en ésta. Sólo de esta manera podremos salir de la postración en la que vivimos.
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Nos queda darnos cuenta y actuar por cuenta propia. Lo colectivo nos diluye. Es necesario que nos unamos, pero para comunicar ideas, proyectos, para juntar fuerzas, pero no para enjaular nuestra personalidad, porque los grupos y organizaciones se dejan llevar y son arrastrados por la dinámica social imperante: la nada.
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Análisis perfecto de la situación, Ramiro. Lucido, breve y exacto. Gracias por seguir pensando.
Esto me trae a la mente un texto que incluyera nuestro común amigo Friedrich Nietzsche en «Así habló Zaratustra», que lleva por título «El último hombre». También vendría a colación un libro de un tal Henry George que lleva por título «Progreso y miseria» (no sé si le sonará), en el que describe minuciosamente los procesos que llevan primero al estancamiento, después al hundimiento de los civilizaciones. Los síntomas que señala este señor son muy parecidos a los que describe usted: aumento de la injusticia y la desigualdad, trivialización de la cultura, derroche en fastos totalmente superfluos…
Mucho me temo que estemos asistiendo a los últimos coletazos de nuestra fastuosa civilización occidental, a no ser que tengamos la lucidez suficiente para saber corregir el rumbo a tiempo.