Hace unos días cuando anduve por la calle tuve que responder a varios wasap seguidos. Ya no miro los mensajes sino dos o tres veces al día. ¡Son tantos!.
.
Si hay un aviso urgente ya no lo leo en el momento. Es lo que se logra con el exceso de comunicación. Se convierte en un problema. La aparente trasmisión de informaciones rápidamente se hace más tardía. Hay días que no puedo responder a todo aquello que recibo, porque se suman los correos electrónicos, los mensajes de teléfono, los del twitter, de facebook, ¡y dicen que hay más redes!. SOS.
.
Para responder aquel día me paré y con el dedo índice fui letra a letra y corrigiendo para que no digan que escribo en hebrero… Una letra, otra, otra. Un chaval se quedó mirándome mientras que estuve escribiendo (wasapeando). Se acercó hasta colocarse a mi lado. Yo le miré de reojo, con cierto gesto de sospecha y mal humor.
– ¿Qué hace? -, preguntó. Le miré con cierto desdén y enfado a la vez. ¿A ti qué te importa?, pensé. Pero me contuve, porque me pareció campechano y no supe qué quería.
– Mando unos mensajes, ¿por qué? -. Se rió. Me quedé mirándole.
– Por nada. Pero me deja… – Extendió la mano. Me dio confianza, aunque pensé que podría salir corriendo y llevarse mi teléfono. Se lo entregué. – Dime -, dijo con actitud de ponerse a escribir. Le dicté el mensaje y con los dedos pulgares lo copió casi antes de que yo finalizase. Me preguntó qué hacia dónde iba y se puso a caminar a mi lado. Me dijo que continuase. Le dicte otros mensajes que copió mientras que anduvimos. Cuando terminamos me miró sonriente y me entregó el teléfono móvil con cara amable y de satisfacción. Le di las gracias y sonreí.
.
Me quedé pasmado por su habilidad. No supe si fue chulería, pero pienso que no, que fue una manera espontánea de ayudarme. Quiero cruzarme otra vez con él para agradecer su gesto y que sepa que he dado a conocer aquel gesto que tuvo hacia mí.
.
Mis hijos se quejan de que vaya a la estación a sacar los billetes para viajar, en lugar de realizarlo por internet, pero no estoy acostumbrado y me pasa como al Principito, que si me sobra tiempo por hacerlo en el ordenador el tiempo sobrante lo usaría para pasear a la estación.
.
No hay que extrañarse, los menores han nacido con la mentalidad de las teclas y la pantalla. Pero hubo un momento en que empezó el uso de estos medios, no ha sido siempre así, algo que a los que tienen menos de treinta años hay que decírselo porque no imaginan la vida sin estos aparatos. Recuerdo que los primeros correos electrónicos que envié, una vez que tocaba la tecla de “intro” o daba a “enviar”, llamé por teléfono al receptor para preguntarle si lo había recibido. Rememoro cuando preguntaba de pequeño a mi abuela qué programa de la tele veía ella de niña. ¡Si no hubo televisones en aquella época!, me respondía. Yo pensé que sería que no se acordaba. No pude imaginar un mundo sin los Chipiritifláuiticos.
.
La novela de Marcel Proust. “En busca del tiempo perdido” está ambientada en la época en que se inventó el teléfono. En París lo tuvieron unas cien familias al comienzo de su uso. Varios fueron instalados en casa de médicos. Hay una escena que me sobrecogió: La madre del protagonista había enfermado. La abuela dijo a la criada que fuese a avisar al doctor. La sirvienta comentó que sería más rápido llamar por teléfono y que para eso está. No, dijo la abuela, quiero que vayas en persona, que te vea la cara cuando le digas que mi hija está enferma, quiero que vea tus gestos y que oiga tu voz viendo como se mueven tus labios…
.
Todo lo nuevo exige un tiempo de adaptación, pero hacerlo despacio y pensar al respecto permite tomar conciencia de lo que hacemos y que el pasado ha existido y no de una manera tan diferente. En el futuro habrá que acondicionarse a muchas otras cosas nuevas que hoy siquiera imaginamos, a las que las generaciones venideras se tendrán que adaptar. Por eso dejar constancia de nuestra experiencia de los muchos cambios que vivimos, y no siempre asimilamos, va a permitir tomar conciencia a cada cual de sí mismo, de su relación con el mundo y lo mundano y también de lo que supone la vivencia de las transformaciones que a ellos les tocará experimentar.
.
.
.
.
La mejor comunicación no arregla el peor mensaje. Quizá haya mucho mensaje, pero poco contenido. Además de que la mayoría de contenidos están plagados de errores gramaticales y ortográficos. Y además, tanto mensaje nos lleva al colapso.
¿Cuántas veces no borramos mensajes por la cantidad de ellos que recibimos sin tiempo para leerlos? Y es probable que perdamos los que pueden ser importantes. Aunque tanto mensaje, me temo que es en general irreflexivo y vacío.
Una herramienta útil se colapsa por que no sabemos usarla. Lo práctico del correo-e no ha hecho que añore la carta en papel, recogida en el buzón y que sé que tú u otros habéis escrito meditando y pensando y buscando tiempo para pensar lo que escribes y cómo lo escribes.
Tiempos de cambio , Ramiro. Problemas de adaptación. O de no querernos adaptar, que tampoco pasa nada.
Al leer esto, veo a mis sobrinos. Sí, es como escribes.
La invención del telégrafo en mi época supuso una revolución de las comunicaciones tan grande como puedan serlo hoy la irrupción de internet y los teléfonos móviles. Cuando me dijeron que habían inventado un artilugio capaz de comunicar Maine con Texas, mi respuesta fue: «¿Y qué pasará si Maine y Texas no tienen nada que decirse?».
En la coyuntura actual, mucho me temo que lo que se gana en inmediatez informativa, gracias a las nuevas tecnologías, se pierde en profundidad de análisis. Pero no todo tiene por qué ser negativo. Habrá que poner en valor, digo yo, el gesto desinteresado del joven que acudió espontáneamente a sacarle del apuro con el teclado del móvil.