Vivo actualmente en un lugar en el que conviven diversos grupos humanos, se juntan en las calles, sus miembros se cruzan, pero no se mezclan. Están perfectamente delimitados. Observo fronteras que nadie ha trazado, que nadie impone sino la grupalidad.
Me doy cuenta de que las fronteras dibujadas en los mapas no son exactamente fronteras, sino demarcaciones de interés para prescribir zonas de propiedad de grupos dominantes, para lo cual inventan sentimientos colectivos, mitos históricos, misiones y destinos en común que hace creer la propia colectividad o refuerzan los lindes territoriales mediante modelos lingüísticos. No son límites, ni siquiera administrativos, sino una territorialidad grupal convertida en cultura y sociedad que se traduce en Poder como consecuencia de la codicia y la ambición de quienes son instalados aleatoriamente en lo alto del dominio.
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Los individuos dominantes no tienen reparos ni escrúpulos en sacrificar la vida de los demás y mucho menos entonces en explotar a las personas, en esclavizar y humillar al resto o convertirlos en piezas de un engranaje para cuyo dominio lo único que han tenido que hacer es someterse previamente. Esto forma parte del Poder sobre los otros. Es la dinámica irrefrenable de la sociedad.
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Se llama “Historia” a matar por querer más y se llaman “batallas”, “conquistas”, “héroes” con un sentido histórico a aquello que ha convertido en banderas lo que los perros hacen con su pis, los leones con sus excrementos, otros animales con su saliva o vómitos. Nos atrapan las palabras, la metabiología, pero que no deja de ser un factor de la naturaleza de la especie humana, de la cual es preciso ver todas sus aristas.
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Las fronteras, o mejor digamos los límites de la propiedad de un colectivo en forma de Estado, han sido la causa del 98% de las guerras a lo largo de la historia de la Humanidad. No es pues un tema baladí. Hoy tales límites para conquistarlos no los marca el nombre de un país según sus estructuras jurídicas, sino que al invadir un imperio otras zonas se va directamente a por su riqueza: sus pozos petrolíferos o minas de diamantes, de oro o terrenos de materiales con los que hacer negocios. Vemos en las guerras actuales estos enclaves productivos pacificados, en los que funciona la extracción del subsuelo, mientras que en el resto del territorio los diferentes grupos humanos se matan entre sí para conseguir parcelas de Poder y los invasores, dueños de la tecnología dominante, lo azuzan el conflicto y amplían sus negocios.
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La base biológica del Poder ha perdido sus límites y se enfrenta a sí misma. Surgen de esta manera factores nuevos de dominación que van desde el fanatismo a grupos cuyos adeptos descontrolan mentalmente y se trasladan a una realidad cuya única función es atacar al poder global. Todo esto se trata de explicar, de razonar o adoctrinar sin ver la necesidad de volver a un modelo humano de convivencia que nunca ha existido, que consiste en abrir el camino de la conciencia sobre la conciencia.»Guerras humanitarias»; «bombardear para llevar la democracia a un país»; «el asesinato político para ayudar a la población» son expresiones incongruentes que indican que el Poder ha perdido el norte como Poder incluso.
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Tal es la base biológica de la conducta colectiva y también individual convertida en conciencia, la cual funciona a modo de mecanismo de macho dominante en función del dinero y el Poder. La nueva fuerza. De esta manera ministros que se declararon en contra del divorcio, que rezan en misas diariamente y piden que se enseñe religión en las escuelas no sólo se separan de su pareja sino que se hacen visibles junto a una hembra deseada con el fin de hacer ostentación de tal relación en los medios de comunicación.
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Miremos a los altos mandatarios de las autonomías, a los jefes de estado regios que ostentan sus cargos por los santos de la fe católica o anglicana o la que sea, jefes del Estado, directivos de clanes empresariales, de banqueros, del mundo del deporte, la literatura y la cultura y tribus modernas haciendo gala de sus relaciones sexuales. Es la clave biológica del Poder. Sólo que a nivel cultural e histórico puede ser falso, sólo una apariencia, pues el Poder se convierte en un sucedáneo por haberse convertido en un mecanismo patológico de la biología humana como especie. Es el Poder como presunción y vanidad aunque sea vacía.
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Como ha sucedido a lo largo de la Historia muchas veces es sólo la ostentación del Poder lo que se ofrece, porque al perder los dominadores su fuerza biológica y sexual han de crear una imagen y diseñan un mito a su alrededor de “conquistador”, (conquistar terrenos, conquistar seres humanos) que no es sino reafirmar el Poder, sólo que fuera del marco de la naturaleza y entonces se simula, se representa culturalmente, para lo cual se asocia a palabras de “amor” o “pasión” o «responsabilidad», «libertad», «necesidad», fuera de toda biología que es el fondo real de lo que subyace en la tragedia humana que no hemos sabido asimilar: el paso de ser una especie biológica y las relaciones de la naturaleza animal humana a la cultura y sociedad.
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Tal patología de la noosfera, atmósfera psicológica y mental, afecta a la vida en general, a la biocenosis. De esta manera las demás especies animales son domesticadas o han perdido en gran medida su ser salvaje y de manera irreversible su territorialidad natural necesaria. Se ha desestructurado la biología animal. Los vegetales se modifican genéticamente y cada vez se avanza más en este sentido para aplicar a todo el escalafón biológico.
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Y digo tragedia porque es un destino inevitable, ya que acabar con los más fuertes, los más aptos es la función social, que nadie destaque, de manera que los sujetos más capaces individualmente son suplantados por impostores que coloca el colectivo, pues el individuo es sustituido por lo social y se entroniza y ensalza lo mediocre, lo banal, al impotente al cual se da el triunfo, el éxito, el mando como fórmula colectiva que crea, desarrolla y hará morir lo social. Vemos personajes de la cultura, la política, el arte, la economía, la literatura, el deporte que a nivel personal no son más que una cáscara que no aportan nada y forman el grupo dominante a costa de eliminar a todo aquel que realmente tiene un valor con mérito personal e individual. Disponen de un engranaje social que no es sino la tecnología antibiológica más contundente que ha dado lugar a la evolución humana desde el pensamiento articulado en un lenguaje. Porque no deja de ser finalmente un proceso biológico sólo que errado, es decir tergiversado.
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Nietzsche lo atisbó, por eso habla del sobrehombre (nada que ver con la mala traducción de «superhombre») como aquel que se sobrepone a lo colectivo y busca su ser individual, por lo tanto biológico. Lo cual exige liberarse de toda moral («Más allá del bien y del mal») creada para el dominio de lo colectivo sobre lo individual mediante su justificación y amparo. Tal es el fundamento de «El origen de la tragedia», la primera obra de este filólogo que luego filosofó para llevar su reflexión hasta las últimas consecuencias. Se volvió loco, porque lo normal es una locura.
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Todo empezó por el apuro de terminar el mundo o la creación en seis días y así poder descansar el séptimo. Si hubiera el Creador cobrado extra tiempo por trabajar domingo quizás tuviéramos un mundo mejor con justicia y equidad. Si hubiera dejado escrito que la Tierra pertenece a todos y no a los que la cercan y venden por fortunas, quizás tendríamos un mundo mejor, pero veamos los resultados de las primaveras o occupy o el nombre que se dé a estos movimientos y que hoy las fronteras se les cierran mientras que en sus países no tuvieron el coraje de defender los cambios que habían logrado y que los fuerza hoy a huir.
Recordemos que LOS PROBLEMAS DEL MUNDO, SON LOS PROBLEMAS DE LA TIERRA , como bien lo expone Ramiro y que el remedio se encuentra en la propuesta de Henry George en su libro Progreso y Miseria (o pobreza) un cambio donde no se pierden vidas, sino, sólo el titulo de privacidad a aquello que es producido por la sociedad. Gracias Ramiro por educarnos, como siempre.
Chapeau, señor Pinto. No tengo nada más que añadir, salvo que Nietzsche (y yo mismo) ya hablamos del «antidarwinismo» o cultura de exaltación de lo mediocre. Realmente dramático, el ver lo poco que han cambiado las cosas en los últimos 100 ó 150 años.