Los dos mejores chistes

Hace unos días nos juntamos un grupo de amigos para elegir los dos mejores chistes del mundo. Quisimos que hubiera al menos una persona de cada continente, pero fuimos un grupo de amigos y amigas en un principio, con curiosos que en un principio se adhirieron a este reto. 

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La reunión fue caótica. El objetivo que nos juntó fue la idea de seleccionar el mejor chiste de la Historia de la Humanidad en todas las épocas. Uno vino con el chistecito improvisado para hacer la primera gracia: ¿quién inventó el chiste?. Nadie supimos qué responder. Él respondió: quien inventó la chistera. ja, ja, ja. No hizo gracia a los demás, aunque el susodicho se partiera de risa.

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Seamos serios, manifestó uno. Y la seriedad se hizo. No valieron chistes de esos de están un alemán, un japonés, un italiano y un español. La razón es que son horteras y siempre el cachondo es el español. Se aceptó. Tampoco los que aluden a los homosexuales. Vale. Ni los que afecten a la mujer y la minusvalore. Pues también. Ni los que intervengan negros ni racistas en general. ¡Como no!. Tampoco que puedan ofender alguna minusvalía, incluida la gordura, ni a víctimas del terrorismo. Los ofensivos con cualquier religión o credo quedaban descartados. Los chistes verdes sí, pero si tienen contenido pornográfico o se cuentan con palabras obscenas se descartan, además se incluyen en los que hacen apología del machismo. Los que usen palabrotas como medio de hacer reís descartados. Tanta delimitación en los chistes me pareció un chiste. Creí que era una broma.

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Tampoco de vascos, andaluces ni catalanes. Ya uno llevaba como propuesta para votar uno que canta un catalán: “todos queremos más, y más y mucho más…”, pero nos pareció impropio porque fuera del momento cercano a las elecciones perdía su gracia, que menos a quien lo contó a nadie hizo especialmente gracia. Por ende se planteó que no se aludiera en los chistes a los paletos, ni en los que el Papa va en avión porque son previsibles y pueden dar lugar a malos entendidos. Por eso se dejaron fuera los que puedan tener doble sentido. Los chistes de animales no deben ser veajatorios para ninguna especie.

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Tampoco chistes tendenciosos, o sea que fueran los seleccionados chistes apolíticos. Esto hizo que uno que me contó Yolanda quedase descartado, pero fue curioso: Hubo un accidente de tren en el que viajaban los parlamentarios españoles junto a los ministros del gobierno para inaugurar una nueva línea.  Se acercó al lugar del incidente el presidente del gobierno. Un operario le dijo que todos estaban enterrados. El señor presidente preguntó si no hubo sobrevivido ninguno. El operario dijo que algunos decían que estaban bien, vivos, pero ¡cómo mienten tanto!. Nos partimos literalmente de risa algunos, porque Mika, un filandés, no encontró la gracia del chiste por más que se lo explicamos. No le hizo reír. Sin embargo el suyo le hizo reír en una mezcla de sonrisa, reír y carcajada, lo que se llama la risita filandesa. Pero al resto nos dejó en frío: ¿Qué dice un pero? Guau. ¿Qué dice un gato?…. Los demás pasmados. Nos lo quiso explicar y es que los perros no dicen nada, ¡ladran! y el gato maúlla. Aún así no nos reímos los demás. Lo cual creó cierta tensión entre los contertulios.

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El problema es que casi nos quedábamos sin chistes a los que votar. Llegado el momento, ¡no os quiero ni contar!. Más que un encuentro de risas se convirtió en una batalla campal. A nadie le hizo gracia el chiste de los demás, de los pocos que quedaron con tanta limitación. Pero quien lo contaba no paraba de reírse del suyo. Pareció, pero al revés, lo que Quevedo dijo de la moral del pedo: a cada cual le molesta el de los demás, pero no el olor del suyo. Como si los chistes también se convierten en una cuestión de honor. Claro que ahora forman parte del discurso político, más el antichiste con la afición del zapataterismo chistero. ¡Cosas veredes, Sancho!, que diría don Quijote. 

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La reunión se disolvió y nos fuimos cada cual por nuestra cuenta. Voy a deciros cuál fue mi propuesta, los chistes que a mí me han parecido los mejores del mundo a lo largo de la Historia de la humanidad, que yo sepa. Me parto de risa con ellos y espero que los que leáis este artículo también.

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Este le contaba mi padre. Mis hijos, sin embargo se quedan mirándome, a la espera de que siga o diga algo gracioso, hasta que ven que me río:

Oye, Laurel, ¿las aceitunas tienen patas?.

– No, no. ¿Por qué lo preguntas Hardy?

– Entonces me he comido una cucaracha.

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Y el segundo, que hace un año se lo oí contar a Rosa en la tertulia de los martes. A mí y a quién lo contó nos hizo mucha gracia:

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Está un hijo con su padre en una pajarería y pregunta ¿cuál es ese pájaro?.

– Un canario, hijo mío.

– ¡Ay!, que canarito ¡más bonito!.. ¿Y ese?

– Un gorrión, hijo mío.

– ¡Ay! que gorrioncito ¡más bonito!. ¿Y ese?

– Un jilguero, hijo mío.

– ¡Ay!, que jilguerito ¡más bonito!. ¿Y ese?

– No sé, lo ignoro hijo mío.

– ¡Ay! qué “ignorito” ¡más bonito!

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Al menos es mi propuesta. La manera de contarlos también influye. Pienso que la risa no es algo subjetivo, sino que sorprende algo que conecta con una experiencia oculta, a medio reprimir. Así para Freud la risa es una reacción a algo que roza nuestra inconsciencia y nos resulta paradójico sin darnos cuenta. Henry Bergson escribe una obra, “La risa”, para dilucidar al respecto. Habla de las diferencias culturales y de países sobre lo que causa risa a unos y a otros no. La motivación para reír es una mezcla de experiencias personales y colectivas, por lo tanto es algo social, con una reacción de tipo psíquico y biológico, pues la risa no deja de ser una reacción de nuestro organismo.

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Pero como cuenta mi tía Lucy otro chiste:

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Una madre estaba muy contenta de que su hijo se hubiese hecho cura. Cuando cantó misa por primera vez fue en su pueblo. En el momento de la homilía se atascó: y santo Tomás dijo, y santo Tomás dijo, y dijo santo Tomás… Una señora se levantó y gritó ¿qué dijo santo Tomás?, a lo que la madre se levantó ufana para responder: dijo lo que dijo / y lo que dijo dijo / y quien quiera saberlo que estudie como mi hijo. ¡Cómo se reía! mi tía con este chiste, que yo nunca entendí del todo.

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Otro de mi tía Lola según el cual un cura mayor le da a otro más joven un consejo sobre cuando hable en el púlpito diga algo muy sonoro, que atraiga la atención de los fieles, de manera que el joven comenzó su explicación del evangelio diciendo: “al ronco son de las campanas…”.

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Pues quien quiera saber lo que dijo Bergson de los chistes y de la risa en general que lo lea.

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Yo ya me he mojado bastante exponiendo los que creo son los dos mejores chistes que he oído en toda mi vida. Luego está en como se cuentan, en la predisposición a la risa según el momento y demás.

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Como dice mi amigo Horacio: a reír que son dos días. El problema es que no lo que pase haga gracia, o que se ría mi amigo el filandés y los demás nos quedemos a uvas. O viceversa, porque nunca llueve a gusto de todos.

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Y un último chiste, cuéntalo tú. 

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2 comentarios en “Los dos mejores chistes

  1. Cura: Queridos hermanos: hace unos tres o cuatro días me enteré de que en nuestro pueblo se va instalar una bar de mujeres de mala fama. Sólo decirles a los hombres que no caigan en el descuido de visitarla. Lo digo porque aparte del pecado pueden contraer una de esas enfermedades tan dañinas; luego, en sus casas, contagiarán a sus mujeres y al final acabaremos todos contagiados.

  2. Yo me quedo con cierta frase de Groucho Marx: «Empecé sin tener absolutamente nada y lo conservo casi todo». Y con otro de nuestro común amigo, Toño Morala: «Un hombre necio dice en voz alta pensamientos necios; un hombre sabio, se los calla». Personalmente, opino como Herman Hesse que el humor es el invento más genial del ser humano. Cuando quiera echamos unas risas juntos, Ramiro.

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