Rememorando el título de la obra de Marcel Proust, “En busca del tiempo perdido”, en la cual el tiempo perdido no es aquel que ha pasado, ni el que se mantiene en el olvido, sino aquel que se hace presente porque le podemos encontrar y revivir, las mayor parte de las veces sin querer. Perdido es aquello que se puede encontrar. Y como diría Jorge Manrique en el pasado queda lo que hemos hecho y lo que no hemos hecho.
De la misma manera la mirada perdida es aquella que encuentra algo en su desplazamiento sin querer ver nada en concreto y, al simplemente mirar con la mirada perdida, encuentra algo. Es lo que me ha sucedido yendo en el tren de cercanías cada mañana temprano.
Para entender semejante percepción he vivido una experiencia que puede hacer entender esta idea antes de contar lo que encontré, especialmente una duda.
Siempre me ha gustado pasear por los museos, no ir viendo cuadro por cuadro, sino dejar que se pierda la mirada hasta pararme ante algún detalle que me llama la curiosidad. No es lo mismo ver un cuadro analizando cada detalle que mirarlo y esperar las reaccionen de mis percepciones, darme cuenta de qué me hace sentir, qué recuerdos me trae su imagen.
En la fachada del rectorado de la que fue la primera ciudad universitaria (no la primera universidad) hay, como en la de Salamanca la rana, dos figuras que representan al estudiante listo y al estudiante vago. Son muchos quienes quieren verlos y no lo logran, porque ponen su vista en funcionamiento y viendo las dos imágenes, quieran o no por estar en su campo visual, no se dan cuentan. Dicen que no la ven porque no se fijan al ir detalle por detalle y pasan desapercibidas. Cuenta la tradición que ver primero el relieve del listo traerá buena suerte a los estudiantes.
No me fijé en tal detalle, no los había “visto” pero al saber que existen dejé que se perdiera mi mirada en la fachada y ¿y eso?, ¿a ver?. Las encontré.
La mirada perdida es aquella que puede encontrar lo que no busca precisamente. Es esto precisamente lo que me ha ocurrido tras dos meses de ir en el tren de cercanía en un trayecto de cerca de tres cuartos de hora. Los primeros días me pasó desapercibido, pero a medida que se sucedieron uno tras otro en los que viajo con la mirada perdida, sin querer ver nada en concreto, me percaté de que en la cuarta estación en la que para el tren hay siempre un señor con barba negra, no muy larga, pero espesa. Es alto y tiene un porte con garbo. Viste con una zamarra marrón, pantalón vaquero, lleva puesto en la testa un sombrero clásico de color marrón y unas botas altas a juego de cuero y altas, de las de medio tacón cuadrado. Suele estar quieto, aunque mira a un lado y al otro. Está al lado contrario del andén por el que paso y siempre está.
Igual que dos estaciones mas adelante hay una señora de mediana edad, de mediana estatura, medio rubia, que viste una falda roja que le llega hasta la parte superior de la rodilla, un chubasquero tipo nube, acolchado, de color morado clarito y calza una botas altas de color negro, con tacón también bajo.
Me pregunto que ¿por qué todas las personas que esperan llevan puestas botas altas de cuero?, como si de una ley se tratara.
Al ver siempre a estas personas en su estación correspondiente me llamó la atención que, dos días que me retrasé y otro que cogí un tren anterior, allá están. Lo mismo que al volver los veo cada día. Ávido de curiosidad hice el mismo recorrido en un horario diferente el sábado y el domingo y los dos estaban en su puesto. La chica es más inquieta, se mueve más de un lado a otro. Es cierto que ninguno mira el reloj ni pantalla táctil alguna.
Dediqué un día entero a viajar por el mismo recorrido y ahí están sea la hora que sea, cualquiera los puede ver. ¿Qué hacen?, ¿qué esperan?, porque en un andén ¿qué otra cosa se puede hacer que esperar?, antes que nada a que llegue el tren. Pero ¿dejar que pasen sin viajar luego en ellos? Me entran ganas de preguntarles qué es lo que hacen, pero no me atrevo ni considero que deba meterme en la vida de los demás.
Me llama la atención que sean dos personas en la misma situación. Si fuera una bastaría pensar que es un loco. ¿Y si tienen que ver una con otra?, ¿cómo lo puedo saber? Cada día que pasa me fijo en ellos. Él sigue mirando a un lado y a otro con el cuerpo erguido y el cuello estirado. Ella da unos pasos a un lado y luego al otro, como si estuviera impaciente.
Pensé, no sé por qué, que tal vez se esperen uno al otro. Pero ¿cómo saberlo? Es posible que se esperen sin ser conscientes, sin conocerse y una fuerza extraña les hace quedarse esperando en la estación. Cuando acabe el curso, en mi último viaje, me gustará bajarme en ambas estaciones y preguntar a cada una de estas personas a quién esperan. Les contaré que mi mirada anidó en ellos, pero no sé si debo hablar al uno del otro y viceversa. Me gustaría dialogar con ambas personas para decirles que tal vez hay una historia de amor entre medias de sus estaciones. O de odio, o de reencuentro. Que alguna vez habrán de tomar el tren.
Mi hija dice que son elucubraciones mías. ¡Bobadas! Ella también los ve, pero simplemente comenta que lo que hacen es esperar a un próximo tren. Que si fuera verdad que están siempre serían espectros. Ella no ve nada extraño. Querrán ir juntos con alguien que no ha llegado. ¿Pero durante todo el día? Los coincidencias de verlos en horarios diferentes dice que es casualidad. Pero ahí están un día tras otro. He llegado a volver a última hora y ¡siguen! Tal vez esperen a que llegue el amor, aunque ¿cómo? si no lo van a buscar. O simplemente esperan.
El último día que haga este trayecto les daré una flor a cada uno de ellos, les diré que es un regalo por haber estado en mi mirada. Tal vez entonces me digan algo, el motivo de su espera, de estar siempre en el mismo sitio con las botas puestas. Y hablaré a cada uno del otro. No sé, tal vez. Porque pueden haberse separado y ya ninguno espere nada del otro. O que no se conozcan. Lo que sí sé es que gracias a los dos encontré mi mirada, porque de otra manera creería que voy adormilado.
Qué casualidad que estas dos personas lleven botas altas de cuero con la punta muy fina.
Los trenes, las estaciones,…vidas que se cruzan,, encuentros, miradas, idas y venidas. Encuentros paralelos, cruces de vidas, de momentos, de reflexiones. Lurgares donde reflexionar o donde adormilarse. Mundos y vidas.
Emotivo artículo, Ramiro. Me recuerda el argumento de la película «Breve encuentro», de David Lean. La acción transcurre también en andenes paralelos de una estación de tren. Se la recomiendo.