He aquí lo que sucedió: Se anunció a bombo y platillo un ciclo de conferencias públicas sobre Manuel Azaña, presidente de la II República española (1936 – 1939), que nació en la ciudad de sabios y santos, en donde se celebraron las jornadas. Tiene un monumento dedicado a su persona en una rotonda de dicha localidad.
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La mayor parte de las charlas iban a ser por la tarde en el edificio del rectorado de la universidad, pero la inaugural se anunció por la mañana en un instituto público, cuyo nombre es el de la diosa griega de la Sabiduría. Ya sabéis que no quiero dar nombres, por una cuestión de elegancia.
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Cuento un antecedente, para que se entienda la intensidad emocional de cómo me afectó, en tanto que está a una hora y cuarto de donde leo y escribo en la biblioteca universitaria. Coincidió aquellos días que mi hija tuvo un pequeño accidente y tuve que llevarla en silla de ruedas.
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Me dirijo al instituto con la silla de ruedas, mientras que mi hija estuvo en el instituto, para ver la exposición sobre Manuel Azaña y escuchar una disertación sobre su muerte en el exilio, y sobre por qué acabó sus días en la embajada de México de Francia durante el gobierno de Vichy, con los nazi ocupando el país vecino.
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Para no molestar al dictador en España no dejaron envolver su ataúd con la bandera de la República y lo fue con la de México. La información de la conferencia prometía interés porque implica situaciones políticas complejas y un contexto histórico difícil de entender. El embajador mexicano dijo en el funeral: “para nosotros un honor, para los españoles una esperanza, para Francia una vergüenza«.
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Llego al instituto en el que se va a impartir la charla y en la puerta veo un cartel grande en el que se anuncia, es un instituto público, y el cartel se ve en la calle. Se habían repartido folletos anunciando el acto, a mí me dieron el folleto en la biblioteca y se informó del mismo en las radios locales.
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Dejo en conserjería la silla de ruedas, siendo quien me atendió muy amable, manteniendo el bedel su aquiescencia hasta el final. Lo cual es de agradecer.
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Subo al primer piso y está el conferenciante con un profesor del instituto. Me preguntan que quien soy, creen que sea algún profesor o quizá alguien de la prensa. Contesto que soy un ciudadano que acude a escuchar la conferencia y en apoyo a un acto que promueve el foro republicano de aquella localidad. Falta media hora para que empiece. Tardará algo más pues quieren que coincida con el recreo ya que van a asistir obligatoriamente los alumnos de bachiller al coincidir el horario de la asignatura de Historia.
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Aprovecho para ver la exposición en el vestíbulo del primer piso y parte a lo largo de la escalera que va de la planta baja a la primera, con fotos del personaje y frases de sus discursos, con referencias históricas y biográficas desde que nace hasta que muere. Muy interesante.
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Faltan diez minutos para que empiece y oigo unos gritos, que pensé no tendrían que ver con la charla. Un señor, que después supe que es el jefe de estudios, echaba a un señor que iba a la charla. Me asombro. Desde la escalera digo que yo estoy esperando a que empiece. El jefe de estudios me dice que me vaya. Bajo extrañado creyendo que es un mal entendido.
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Voz en grito dice que nos vayamos, que en el instituto no puede entrar nadie ajeno a él y que es para el alumnado. A la conferencia sólo pueden acudir los matriculados en el Centro. El señor que estaba con él muy educadamente se va. Llega el conferenciante y un grupo de la asociación organizadora. Dicen que ha sido un mal entendido.
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Viene un profesor que al parecer fue el responsable de hacer el acto allá y sale con el grupo en torno al conferenciante. Por mi parte pido una explicación lógica al jefe de estudios. Pregunto por el director y me dice que no está. Solicito que le llame, pero dice que está en una reunión, luego otro profesor me aclaró es que fuera del recinto, e insisto que le llame.
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Me quejo al jefe de estudios de que grite de esa manera sin haber un diálogo que explique aquella situación y le advierto, acto seguido, que no me toque, porque hizo ademán de cogerme del brazo. Insisto en que quiero una explicación razonable. Llega una profesora y le da la razón, incluso me hacen ver que nos hemos colado. Le informo de que se ha anunciado en folletos, en carteles, que en la puerta hay un cartel, que estuvo hasta ese mismo momento. Da lo mismo, el instituto es para los alumnos y los profesores. ¡Fuera!
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Trato de razonar y le digo que ¿qué hay de la comunidad educativa?, de la cual formamos parte también los padres y que se plantean los centros educativos como lugares abiertos a los barrios, por lo cual un acto anunciado como público podrán ir vecinos y personas interesadas. Llegan más profesores, que con más educación dicen que entienda, que es horario escolar, que debieron de poner que es un acto cerrado, que disculpase.
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Manifiesto, con todo respeto, que me parece improcedente, que es un acto de prepotencia y que no pasa nada en que asistamos, una vez que hemos hecho el esfuerzo de ir. Alego a que somos unas veinte personas que acudimos únicamente a escuchar la conferencia y hay espacio suficiente en la biblioteca. El resto de los que esperaban estaban en ese momento dentro del recinto, pero fuera del edificio, a la puerta, con otros profesores. Yo estoy con cinco a mi alrededor dentro. Alego a las frase leídas en las paredes, y pido que piensen en el Instituto Libre de Enseñanza, en los valores de la República y que parece que se está defendiendo el criterio de una mentalidad que viene de la dictadura, que es un momento adecuado para hacer una reflexión. ¡Llamo a la policía!, me dice el jefe de estudios como por acto reflejo. Me quedé atónito. Nadie dijo nada. Luego dijeron que es que se puso nervioso, que no lo diese importancia. (Fue la tercera vez que en esta ciudad de sabios y santos, me amenazan con llamar a la policía, ¿qué pasa?, no lo puedo entender)
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Harto de la situación y angustiado por lo que estaba viendo grité ¡pues llámela!, que venga y a ver qué pasa. Dije que esto no puede ser, que se puede resolver el conflicto, absurdo por otra parte, de otra manera, pe-da-gó-gi-ca-men-te. Le dicen dos profesores que se calme, al jefe de estudios, que se aleje porque se irrita contra mí. Qué quién soy yo para responderle. Se va acompañado por una profesora. Pero sin despedirse ni dar ninguna explicación sino que insiste en que me vaya de una vez.
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Yo lo único que digo es que quiero una explicación. Que hasta el profesor que ha organizado el acto dice que nos vayamos, lo cual no me parece razonable. Argumento que actúen como profesores, no como meros funcionarios que obedecen al superior. Ya a todo esto los alumnos empezaban a pulular por donde estuvimos. Les dije que qué ejemplo se da a los jóvenes, que es un momento para hablar de resolver conflictos de otra manera diferente a “tú te callas”. Dicen que no es el momento, que haga una queja en la Delegación de Educación.
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Vuelve el jefe de estudios cargado de razón y eufórico dice que no va a consentir que se quede en el instituto nadie adulto que pueda meter mano a los alumnos, que puede pasar cualquier cosa. Así que ahora mismo ¡largo de aquí! Me quedo sin poder respirar. Estupefacto. No puedo creer lo que estoy oyendo. Replico que por favor, que no se puede dar una imagen a los jóvenes de que los adultos son malos per se, que se vean cohibidos. Que no es de recibo que nos traten a los ciudadanos de sospechosos. Se dirige a mí: ¿qué que pinto yo allá? Le digo que ir a una conferencia en la que me invitaron a quedarme, anunciada y que estuve viendo la exposición hasta que empezó a echar a la gente. Que no es lógico ni correcto hacer las insidias que lanzó. Que me pareció inaudita su actitud, de arrogancia y prepotencia. Pero sobre todo irracional. Que se ha anunciado como un acto público, insisto. Dice que fue un error. Los demás profesores insisten en que entienda, que si pasa algo… Pero ¿qué va a pasar? Si van a estar ellos presentes. El jefe de estudios me da un ultimátum y se va ufano de haber cumplido con su obligación de guardián del Centro.
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Propongo a los tres profesores que se han quedado conmigo que se puede encontrar una solución intermedia, que dar esa imagen a los estudiantes me parece nefando. Dicen que hay que entender que hay unas normas. Les digo que también hay un deber de educar en la crítica, en la razón y no en el ordeno y mando. Propongo que se imparta la charla en el patio, bajar las sillas de donde están. Dicen que no, que para eso tiene que haber una junta de gobierno del Centro que lo apruebe. Les digo que igual que se ha aprobado la conferencia y luego se anula, sin que nadie replique. Vienen dos profesores más que dicen que ellos están en contra de que no se haga abierta al público, pero que no pueden hacer nada, que si la dirección dice que no, no se hace. Les pido que lean las frases que hay puestas en la exposición sobre la libertad, la rebeldía, sobre la necesidad de un cambio de mentalidad. Se encojen de hombros y me invitan a que me vaya por las buenas.
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Salgo del edificio, y en el patio están varios del foro republicano con el conferenciante. Se quejan. Hay dos profesores con ellos que piden disculpas. Tomo la palabra y pido que no se dé la charla como acto de protesta. Me dice el conferenciante que van a haber otras por la tarde durante varios días, en la universidad, que no es para tanto. Digo que no se puede consentir algo así, que debemos defender los valores republicanos de libertad y propongo dar la charla fuera, pero en la entrada del instituto como respuesta a una situación desde mi punto de vista indigna. Dice que no, que quiere que lo escuchen los alumnos y alumnas. Digo que ¿qué actitud les vamos a trasmitir? ¿Consentir algo así? Cuando preguntaban, curiosos los alumnos y alumnas, que qué sucedía en aquella discusión, los profesores contestaron que éramos gente que queríamos colarnos en el instituto sin ser de él.
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Los que rodean al conferenciante dicen que hay que seguir con el programa porque si no ¿qué pasa con la subvención?, que además el ámbito de la universidad es muy prestigioso. Insisto en que por mucho que hablen, que si no hacen algo como respuesta a esa situación concreta flaco favor hacemos a la causa del republicanismo y de la República. Que es una vergüenza. Indico que la plaza en la que está la estatua de Azaña queda a cinco minutos, que se puede dar en ella la charla y otro día volver al instituto a impartir la lección en las aulas. Dicen que eso crearía un conflicto, que daría mala imagen y más interviniendo por la tarde en la Universidad, que debemos entender que fue un mal entendido y mientras hablé con un profesor se fueron discretamente. El conferenciante entró. Casi me quedó solo hablando de actitud, de mentalidad, sobre la pedagogía crítica, de la necesidad de educar a ciudadanos libres… ¿Qué defendemos?
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El profesor que quedó a mi lado me dijo “no podemos hacer nada, lo siento”. Aguanté mis ganas de llorar. Entré a coger la silla de ruedas. El bedel me pidió disculpas, manifestó que no entendía aquello que pasó, le pareció lamentable. Me fui.
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«Las formas sociales y políticas en las que los pueblos pueden entrar y permanecer, no están sujetas a su arbitrio, sino determinadas por su carácter y su pasado«. (Manuel Azaña)
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Cierto conocido común nuestro (que por aquel entonces daba clases en la universidad) propuso llevar a un amigo suyo a la Facultad de Económicas a dar una charla sobre cierto tema y la autoridad ¿competente? rechazó la iniciativa sin más, limitándose a dar por toda explicación que «aquella persona no daba el perfil». No sé si la anécdota le sonará. Para mayor gloria de nuestras instituciones educativas.
Recuerdo, sí… Fue sobre la Renta Básica.
Por cierto, hablando de perfil. Hace 500 años no hubo fotoshop, pero ya el cardenal Cisneros prohibió que hicieran su retrato de frente, porque tuvo una deformación congénita en la boca. Siempre sale de perfil. A lo mejor nos hemos quedado anclados en ese perfil… no sé. Digo yo.
Me acabo de quedar de piedra. Pero nada me extraña ya. España sufre lo que sufre por que es así. Prioridad subvenciones. Cultura, cero. Participación social, mejor ninguna, no se nos revuelva el patio. Un abrazo, amigo.
Es lo que pasa con las subvenciones… que no hay cojones.
(Y donde no hay cojones tampoco hay República ni democracia ni nada de nada..)
Voilá.