Fronteras III

En el barrio al que me he referido sobre las fronteras grupales, separadas por las costumbres, la religión, las mismas relaciones humanas, la manera de expresarse, la mentalidad y demás sin que ninguna ley lo establezca sucede una paradoja:

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Al tratarse de viviendas pequeñas, muy funcionales y con patios diminutos, escaleras muy estrechas todo se oye. Como si las férreas fronteras se rompieran a través del sonido tal que las murallas de Jericó. Me llamó la atención esta característica. Conversaciones por teléfono propias las oye el vecino y relatos privados se comparten sin saber, aunque se supone, se sabe, pero no importa. Son voces sin rostro. 

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Podría decirse como el título de la novela de Paul Auster “La ciudad de cristal”. Aunque haya en este ambiente comunidades humanas más discretas que otras, los sonidos de los quehaceres cotidianos se oyen. Puede que en otros sitios también, pero tanto es algo nuevo para mí. Sin que nadie grite, que sucede de vez en cuando sin que sea significativo.

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Oír conversaciones hace que haya un conocimiento del vecindario, aunque no hables con la mayoría. Siempre hay alguien que sabe qué pasa en las casas, si se ha puesto enfermo alguno de una determinada familia, si han discutido, si tienen visita. Cuando preguntas, porque hace tiempo que no ves a algún vecino con el que te sueles cruzar en la escalera, o dejas de coincidir en alguna tienda, sale la respuesta: «creo que…» o «me da la sensación de que…». No es cotilleo ni intromisión, sino vecindad y un espacio sonoro común al que te acostumbras.

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Al principio corta un poco, pero se convierte con el tiempo en una forma de comunicación, en un cotidiano hábitat sonoro y común.

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Poco a poco vas haciendo un mapa de sonidos previsibles, otros que sorprende, pero se llega a saber de dónde vienen las voces, de qué zona, de qué piso, de qué casa.

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Por eso en los habitáculos se habla más bajo que en la calle, pero aún así. Momentos de pasión que se hacen eco en la noche. Temprano al trabajo el sonido de la puerta, antes los pasos dados, el grifo que se abre, etc. O a media mañana la discusión que sale del mismo lugar en cuanto a que tú dijiste, que te vieron en, que no me mientas, o se oye una canción en otro espacio:  «Marta ya llega el barco… bailaremos toda la noche” y pases de baile en solitario, y mujeres que cantan. Y el sonido de las cucharillas contra la taza cuando dan vueltas al azúcar del café.

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Las regañinas a los hijos, las quejas de éstos que no les dejan en paz, la hora a la que llegaron de noche, quién no ha bajado la basura, llamar la atención por dar un portazo, la hartura del trabajo, el abuso de horarios, sobre el tendero que ha subido los precios.

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También si se va atento a las conversaciones en los trenes de cercanía y en el metro, forman parte de este universo sonoro. Además de las conversaciones que son soliloquios tecnológicos a través de los móviles, con alguien, pero que oído desde fuera sin conocer a quien habla ni ver al interlocutor se convierte conversar por teléfono en una representación teatral en la que en separaciones de tiempo muy breves o en un espacio muy pequeño puedes enterarte de quienes se separan o quienes quedan en una cita en el fervor de la relación. Cada cual forma su burbuja, pero el sonido de la voz crea una atmósfera sonora. Una parte de lo que se oye es sentimental, otra rutinaria, alguna jocosa para romper el decaimiento, otra expresión de cabreos diluidos en el ambiente.

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Pienso que no es intromisión, ni cotilleo, sino una forma invisible de comunicación. Involuntaria, pero que de alguna manera une en una atmósfera humana. Cuando oigo unos pasos solitarios bailar, sin rostro, una canción que se oye en un casete: «Me gustan las mujeres, me gusta el vino y si tengo que olvidar  yo bebo y olvido…».

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Una señora se queja de que su hija no recoge la ropa, todo en su cuarto está en desorden; conversaciones telefónicas: ¿crisis?, vayas adonde vayas siempre hay colas, los bares están llenos…; Discusiones: es mejor votar, aunque no valga para nada…; Y conversaciones en el tren de cercanías, con tres trabajadoras de una residencia geriátrica. Una se queja que lo que no hacen las compañeras lo han de hacer las demás trabajadoras. Que algunas se quejan de la empresa, pero que no hacen nada… Un ingeniero agrónomo cuenta a otra persona que cuando se recicló el agua en la universidad donde imparte clases, no les consultaron y se secaron los árboles porque el agua que recogen de la lluvia tiene demasiadas sales al arrastrarlas del suelo…; Y quienes leen, los que juegan a las maquinitas o móviles… se les oye no decir nada.

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Hay un mapa de voces del que formamos parte que desconocemos porque simplemente flota, pero tiene sus rutas, su arte. Es como el aire que no tiene fronteras y todas ellas se diluyen al comprobar que somos otro para el otro y sólo son matices nuestras diferencias. Escuchar hace que nos inundemos de humanidad, porque no siempre hace falta saber quién es el que dice algo: un ser humano. Las fronteras son juguetes que creemos que son nuetros, pero somos de ellos y se acaban rompiendo.

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Una parte de la realidad es imaginada y se entremezcla con lo que oímos sin saber a quién corresponde la voz, sus pasos, y también con lo que suponemos que quiso decir. Un sueño es tan real como un ladrillo, porque con ambos construimos nuestra vida.

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El canto del mirlo a la madrugada, sin el cual el amanecer no sonreiría. Por eso las fronteras son inhumanas, aunque se envuelvan con banderas.

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2 comentarios en “Fronteras III

  1. Interesantes observaciones que habían pasado desapercibidas por mí y ahora voy a estar mas atento a esas fronteras que nos permite acércanos en ausencia a las voces que nos encierran.

  2. Me ha gustado mucho lo que has escrito; aunque no coincido con la conclusión, porque nada más humano que las fronteras. Y lo mismo las paredes, que separan a unos de la vista de los otros. Si esa falta de intimidad de la que hablas se extendiera también a lo visible la situación se volvería asfixiante, intolerable.

    Si a cualquier persona le das a elegir entre tener que escuchar lo que otros hacen y sobre todo que otros escuchen lo que haces tú, o bien poder evitarlo, elegirían lo segundo. Simplemente te estás adaptando a la nueva vida y sabes extraerle el lado poético, y eso está muy bien.

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