He pasado los meses del curso escolar en un tercer piso al que llega un árbol frente a la ventana y lo sobrepasa. De esta manera desde la mesa en la que escribí y he leído vi sus ramas. Sin hojas, con brotes preciosos a modo de ramilletes y repleto de las láminas verdes, planas y delgadas… Sucede en él la imagen de cada estación del año.
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No sé qué árbol es, no sé qué especie ni género para nombrarlo. Un árbol. Lo cual me da más libertad para difuminar mi atención hacia él. He visto la lluvia caer en sus ramas, el viento, el calor soleado y entre sus huecos la calle, el edificio de enfrente.
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No sé su nombre y, entonces, es más lo que veo, lo refiero por su estética, pero un árbol más que estuvo a mi vera, cerca, como si la mirada se posara en él y si ella me bamboleara en su ramaje. Sí.
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Sobre todo al albor de la primavera contemplé a los pájaros que se posaron en él, a la altura de donde estuve, sí. Me gustó dejar de hacer lo que me tuviera ocupado para contemplar sus movimientos. “Contemplar”, que palabra más tranquila, calmosa, profunda. Aprender a mirar, incluso la lectura, es una lección, sin querer. Y escribir desde la pausa, con lo mundano de fondo, pero elevado en una realidad con la que fantaseo.
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Consideré mis vecinos a los pájaros. De ellos sí sé sus nombres, más o menos. Es curioso que siempre que los vi en sus ramas son de la misma especie, dos casi siempre, a veces grupos de no más de cuatro. Se posan, revolotean, saltan o andan y salen volando. Se acercan uno a otro y se alejan rápido. Parecen vigilantes.Cuando están unos no los otros. me acuerdo de cuando leí «Las florecillas» de san Francisco. Para mí, la contemplación, no es un estado místico, pero sí estético.
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Mirlos, palomas, gorriones, verderones. Hace poco leí en un libro de Alejo Carpentier, “El siglo de las luces”, de un ave que parece le hubieran dado una pincelada, coloreadas sus plumas. El verderón parece que lo que le da el nombre se lo hubiesen pintado, sí, de forma rápida. Es pequeño y delgadito, verdoso, pero su nombre, como los demás lo dibujan en quien sabe qué especie es… Si no hubiera sabido sus respectivos nombres habrían sido formas coloridas, movimientos y que vuelan y tal vez sin una palabra que los señale podrían ser imaginados sin concordar con su ser.
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El nombre da figura y esencia a lo que nombra, pero aparta lo abstracto de su forma y recuerdo. Sin embargo el árbol porque es árbol, lo nombro como «árbol», pero si no ¿qué sería? Y queda su ser diluido al no saber cuál clase es…la ausencia de poder nombrarlo hace de la cosa una percepción. Por esta razón hay experiencias interiores que desconocemos que necesitan de la literatura para ser señaladas, porque no tienen nombre, o no lo sabemos. Las definiciones ocultan parte de lo real, pero forman la realidad.
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Además de una percepción es una sensación que percibo al recordar, al rememorar la sonrisa tras “nombrarles” como mis vecinos y mirarlos como tales. Porque, entonces, yo soy su vecino también, sin que ellos sepan, sin ser nombrado. Sin ser la vecindad lo soy. es la paradoja la que descubre lo desconocido.
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Y recuerdo los vencejos de la plaza, que nunca se posan, siempre vuelan para dormir, aparearse, comer y si pusieran los pies en el suelo morirían, sus alas son demasiado grandes y no las podría batir golpeadas con el suelo o la rama y con ellas planean y zigzaguean.Por eso no hay que pedir a quien está en las nubes que despierte, que baje de ellas… Hay seres que son vencejos interiormente.
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Y recuerdo los nidos de golondrina que ya casi no veo en ningún lugar. Y a las cigüeñas que ocupan ciudades al vuelo y son torres y campanarios colocados a sus pies…Verlas en las torres de la catedral, y cuando las quisieron echar me inspiró la novela «El rey cigüeña».
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Y cuando leí partes de “Historia natural” de Plino el Viejo. Observó las especies y sus enviados a diferentes lugares en dicha tarea, para describir y nombrar la fauna y entremezcló su conducta y leyendas. Lo visto y lo imaginado, pero fue el comienzo de la clasificación, que evolucionó a la ciencia y llegará a ser un juego de metarrealidades.
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Y percibo el recuerdo como una ventana a la que me asomo y veo y rebosan palabras y escribo queriendo parecer a un pajarillo sobre una rama… No sé, tal vez la lectura se convierta en mirada… no sé, tal vez.
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Entonces sí, soy vecino de los pájaros… en la cabeza.
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