Permitid a quien escribe un poco de añoranza, de esa melancolía propia de quien se ha ausentado de la su tierra en la que pace, cuando pasaron tres meses sin pisar los lugares de siempre. Sucedió un día de lluvia, iba en el tren de cercanías, no me preguntéis cómo ni por qué comencé a cantar en alto.
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Recordé lo que dice la Pícara Justina, en cuanto a que los leoneses somos moridos de amor por nuestra tierra, algo que siempre me hubo parecido exagerado, pero me entró la morriña de mi gente, de mi lugar en el mundo. Pude haber cantado el himno de León, que escribió mi tío abuelo, pero me salió el cántico que dice “si me sacan de León yo no sé cantar, yo no sé reír, paso la vida esperando y suspirando por ti León”. ¡Qué vergüenza sentí! al darme cuenta de que lo expresé en voz alta, creí que fue en mi pensamiento, producto de divagar y holgar entre recuerdos y reflexiones.
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Es una hora, aquella en la que viajo cada día, que las personas van adormiladas, con gestos hieráticos, esperando cada cual llegar a su destino. Una señora se levantó tras haber escuchado mi canto, que no es de sirena precisamente. Pensé que iba a decir algo por mi intromisión en las divagaciones de los demás. ¿Y si fui molesto? Asumí que pude haber incomodado a alguien. Iba a pedir disculpas y a justificar mi impulso aludiendo a mis años de niñez cuando en las excursiones del colegio cantábamos en el autobús, cuando la señora puesta en pie se puso a cantar “ya se van los pastores a la Extremadura, ya se queda la tierra triste y oscura”. Esta canción la corearon varios viajeros.Nada dijo, ni previa ni posteriormente.
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He de reconocer que este cántico, igual que el que yo entoné, son algo tristes, pero la nostalgia es la nostalgia. Una pequeña acción, que hice sin querer, impulsó otras en el mismo sentido, como si fuera algo que muchas más personas llevan dentro. Tres viajeros se abrazaron y comenzaron a cantar “Asturias patria querida, Asturias de mis amores, ¡quién estuviera en Asturias en todas las ocasiones...”, también lleva su carga de afectividad por el terruño.No cabe duda de que las personas necesitamos expresarnos y que somos hijos de nuestro terruño.
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Parece que se contagió y cuando pareció finalizar la retahíla de canciones, un señor gordito se puso a cantar una jotica sin levantarse del asiento “de mis lágrimas mañuelo, ¡ay mañuelo! / de mis penas el consuelo / has sido tú madre mía”. Pareció que íbamos a llorar todos juntos cuando una chica un chico se pusieron a bailar otra jotica, ésta más animada al canto de los chicos y chicas de su grupo con los que viajaron: “somos todos de Aragón / somos todos de Aragón y a la virgen le decimos.…”. La verdad es que se coordinaron muy bien.
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Fue entrañable, cuando de repente se pusieron a dar palmas, que pensé fueron aplausos, pero no, palmas con ritmo de quienes viajaban en el tren en la parte más cerca a la puerta. En el pasillo otro chico y otra chica se pusieron a bailar una sevillana que un grupo de puso a cantar, no me preguntéis cómo ni por qué, pero ¡con qué estilo, “mírala cara a cara / que es la primera / esa gitana, esa gitana / que baila por sevillanas” y “que te como, que te como / ¡ay! que te voy a comer /esa cara tan bonita…”.
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Me empecé a reír. Cantar tiene algo de catártico y la nostalgia se convierte en folclore y el folclore trasmite alegría. Quise agradecer a quienes viajaron su participación y animar diciendo que no decayera el ánimo. Que no siempre, pero que algún que otro día podíamos alegrar el viaje con canciones, otras veces contando historias, o chistes. Pero no me dio tiempo a decir nada, porque un grupo de mujeres se agruparon y comenzaron a formar una especie de melé, como las de rugby.
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Fue el comienzo de una torre humana, ¡un Castell! ¡madre mía!, dije para mis adentros, esto es espectacular. No me preguntéis ni cómo ni por qué, pero fue lo que sucedió. Comenzaron a subir unos viajeros sobre otros y otras. Decían «brisca», «forsa» y cosas así. Me quedé atónito de comprobar tanto empeño y esfuerzo en subir unas personas sobre otras. Más cuando vi trepar a Fernando Montes con su libro “Eros versus Caronte”, sin poder avanzar porque con el libro en la mano no podía agarrarse, sin parar de quejarse de que no pusieran un ascensor. Se puso a leer en alto. Su hermano Adrián subía como una bala, pero (todo hay que decirlo para ser rigurosos con la verdad) con los cataplines colgando, ¡en pelotas! Alguien le debió de llamar la atención, pero gritó ¡yo pago mis impuestos! Nadie dijo nada, porque en ese caso… si paga… Juanjo Tarilonte fue con una bandera en la mano de colores amarillo y rojo, desde lejos no supe si es la de España o la de Catalunya, no lo supe ciertamente, las cosas como son.
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En la base, donde yo estuve, apareció Miguel Ángel que gritaba emocionado “¡esto es maravilloso, es la vida, es la vida que es así!” y sonrió. Y Ana su pareja se puso a bailar pasos de ballet dando vueltas alrededor de la base, mientras que Miki gritaba «¡esto es filosofía, ¿es que alguien lo duda?” y sonreía. Pareció como que fuera a hacerse un selfie, pero no, a esas horas de la mañana la gente no está para hacerse autofotos ni para ajetreos, que ya bastante fue lo que estaba sucediendo. La torre humana crecía. Al pie Eduardo Aguirre tomaba nota con gesto pensativo. Un viajero miró por detrás de él su bloc de notas. Eduardo aclaró que se limita a informar, que no valora ni interpreta. Este viajero bajito, calvo y algo feo (todo hay que decirlo) con voz aguda exclamó señalando el castell: “esto es humano”. «Ya, ya», dijo Aguirre, queriendo decir que también lo de llevarse el dinerillo a Andorra. Pasó un señor con bigote muy grande y matizó: “demasiado humano”. Eduardo insistió en decir que él se limita a informar, nada más. Continuó tomando notas. Un vigilante privado atento a lo que estaba sucediendo confiscó la cámara al ínclito (o inclino, no sé) Eugenio Marcos Oteruelo, ante el peligro inminente de que se cayera la torre humana demasiado humana, por la inclinación que da a sus fotos.
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Carlos Gargon miró ensimismado la torre humana. Exclamó “hay que tener huevos para hacer esto”. Varias mujeres de la base de la torreta humana le miraron girando la cabeza. Se las notó el esfuerzo que estuvieron haciendo. “Ovarios, me refiero a que hay que tener un par de ovarios”, aclaró Gargon, que se puso a su lado para cooperar y sujetar aquella castell cada vez más alta. Horacio García Pacios dijo voz en grito «sí se puede, sí se puede». Se acercó a él don Cartago para preguntar como historiador, ¿sí puede qué?. «No sé», contestó García Pacios, «el caso es Poder», aclaró.
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Rafael Parrado con sus pantalones cortos estilo tirolés saltaba dando vueltas alrededor de la torre humana, demasiado humana, sin que le dejaran subir, por lo que gritaba “si lo sé no vengo, si lo sé no vengo” y profetizó días de niebla. José Manuel Sánchez acercándose a lo más alto de la torreta humana gritó «somos ciudadanos». Los demás le miraron, incluso las mujeres que formaban la base. «Y ciudadanas», añadió José Manuel, «o sea (aclaró) ciudadans en generalitat» y se quedó perplejo y pensativo en cuanto a si debía seguir subiendo o bajar. Natalia Arbolio al ver semejante elevación humana preguntaba ¿cómo puede ser, por qué, por qué? La respuesta quedó en el aire… No me preguntéis cómo ni por qué.
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Cuando la voz de megafonía del tren anunció que llegábamos a nuestro destino cada cual se colocó en su sitio, poco rato, porque acto seguido nos amontonamos frente a la puerta dispuestos a salir. Paró el tren, poco a poco. Una señora apretó el botón para que se abriera la puerta, cuando en el mismo momento en que se abrieron las puertas sonó el estruendo de una mascletá. A todos nos sorprendió, porque debo decir que nadie lo esperamos, ¡nadie!, que no venga el listo de turno diciendo que él sí, que es lo más normal del mundo, porque no, estás cosas no suelen pasar muy a menudo y menos cuando es tan temprano que la gente lo que quiere es estar tranquila.
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Salimos y ¡cual fue nuestra sorpresa!, una fila de gaiteros tocando una muñeira. Por no hacerles el feo algunos bailamos al son de la música. Ellos giraban sobre su cuerpo sin dejar de hacer sonar sus gaitas. No me preguntéis cómo ni por qué, pero fue así.
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Recorrido el andén entramos en la estación y toda ella llena de mesas en fila con todo tipo de viandas y bebidas. “A pesadumbres ¡tragos!”, que diría mi tía Lola. «Las penas con pan son menos», se dice, y yo con mi nostalgia a cuestas que si un poquito de marmitako, que si probar el bacalao a pil pil, un poquito de txangurro, un traguito de txakoli, que nadie decía que no, ahí Fernando y su hermano, Tarilonte, los de la castell poniéndose las botas, y no faltaron las papas arrugas, ni el mojo picón ni el frangollo ni el sancocho y de postre un plátano y un trozo de ensaimada. ¡Riquísimo!, aunque para desayunar hubieran pegado también unas sopas de ajo, pero fue lo que fue. Por favor, que nadie me pregunte ni cómo ni por qué. Yo también me limito a informar, a contar lo que fue, sin interpretar nada. Cristina Flanstain no puede decir que es producto del inconsciente, porque saboreamos las viandas a conciencia.
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Los viajeros, ya apeados comentaron lo sucedido en grupos, uno de ellos habló sobre Schopenhauer, a lo que varios dijeron que no querían más, que nada de un bocadillo de chope (ni aunque se lo ofrecieran en alemán), que quedaron muy a gusto. Otros prefirieron comentar la ética de Spinoza, pero Miguel Ángel absorto y sin saber qué diferencia hay entre el bacalao a la bilbaína y el que hace su madre con pisto, se quejó de que quisieran quitar la filosofía del sistema educativo. La doctora Pinto puso un puesto de atención al paciente para tomar la tensión y recetar una buena siesta a todo aquel que padeciera fatiga pancreática.
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Cuando ya no quedó nada que comer, cada mochuelo a su olivo, cada cual a sus quehaceres diarios. Llegué a la conclusión de que es mejor mirar al futuro y no desbordar tristeza por la nostalgia. La vida pasa y todo vuelve. A veces damos demasiada importancia a las cosas que nos suceden, aunque reconozco que me dolía un poco la barriga, no tuve que haber comido tanto, y sobre todo que iba a engordar por culpa de la ensaimada, ¡estaba tan rica!, especialmente la rellena de cabello de ángel, ¡exquisita!
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Al día siguiente leí en el periódico lo ocurrido: “el tren a Alcalá de Henares llegó ayer con retraso”. nadie supo cómo ni por qué. ¡Que me digan a mí lo del retraso!, que por llegar tarde a la biblioteca me quitaron el sitio de siempre y he tenido que añadir un agujero más al cinturón.
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¡Ay!, como dice la canción: “contentos de ser de aquí, paso la vida cantando y suspirando por ti León…”.
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Yo diría que fue usted víctima de un encantamiento, como Don Quijote cuando bajó a la cueva de Montesinos. De todas formas, qué más da. La literatura consiste precisamente en contar las cosas no como fueron, sino como merecían haber sido.
¿Acaso duda, señor Thoreau, que no fue tal cuál se cuenta? Le reto a que viaje en ese tren lejos de su rincón en el mundo y cante… ya verá, ya verá…