Es una sensación extraña, la de volver, más cuando es para una estancia provisional. Y no volver más al cabo de unos meses. Y, sin embargo, haber entrado en una dimensión tan diferente a lo de siempre hace que sea especial eso de volver.
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Porque no es regresar a un lugar, ni a un espacio físico, sino a sensaciones percibidas que no sabes por qué circulan dentro de ti, pues visto desde la distancia y objetivamente no es nada especial, quizá anecdótico, pero hay algo intangible que atraviesa el sentimiento a modo de remolino que remueve encuentros, afectos, la monotonía de ver siempre a las mismas personas que sabes que desaparecerán de tu mapa sensorial, pero que se han convertido en un referente.
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Y haber vuelto y volver a ver a la mayoría me parece increíble. Al cruzar la mirada con algunos levantamos las cejas, sin decir nada, o un movimiento leve de cabeza, como queriendo decir “hola”, pero muy bajito, sin que casi se note.
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Otra vez calentado motores para un club de lectura tan sencillo y humilde que hace que sea de verdad, sin tesis doctorales ni pulsos para comprobar quién sabe más, ni quién tiene más razón. Y Tertulandia, donde se escuchan niñas y niños de diversas culturas diferentes y entre personas de distintas generaciones… Encuentros tan casuales que recordados durante la ausencia provocan una sonrisa y a la vez nostalgia antes de decir adiós.
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Como la piel oscura en la oscuridad de la mañana, cuando me despedí de aquel trayecto diario a plena luz, a la misma hora en el que cada momento adquiere su propia mirada. Sin ápice de romanticismo, sino mera sensación.
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Y darme cuenta de que volver es continuar, es seguir un trayecto que nunca es lineal, que siempre es caer en lo desconocido porque nada que se repite es igual.
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Y otra vez la mesa para leer y escribir, el mismo trayecto hasta llegar a la biblioteca, al rincón de cada día observando la territorialidad de cada individuo que ocupa su misma silla en cada ocasión. Y querer trasmitir en la novela lo que pretendo convertir en un tambor que suene, que mantenga un ritmo en donde cada cambio descrito y su historia forma parte de otros muchos cambios.
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Y llueve, empieza a refrescar porque vuelve el otoño y caerán las hojas y volverán a salir cuando vuelva la primavera. ¿Y qué no es volver? Y volver a la nada después de todo. Cuando volver es permanecer en el tiempo que está fijo y anclado, al contrario del espacio que se mueve aunque lo veamos quieto y sujeto a nuestros pies.
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Así volver es mantener la vida en sí misma una y otra vez y de ahí la sensación que remueve los sentimientos, recuerdos que se agolpan y son agrupados sin querer, pero sólo vemos una parte minúscula.
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Y volver es volver la mirada con los ojos cerrados y bailar la bachata, sin saber, en plena calle, con la niña cuarentona que se ríe y ser invitado otro día a comer trozos de carne del homónimo de la fiesta del Cordero, y ver desde la ventana al mangui que clava el polvo en quien es incapaz de volver a sí mismo porque forma parte de los agujeros negros del tiempo.
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Y volver a ver las palmeras de barrio, y buscar la metáfora y volver a escribir a quien se quedó ausente allá, y volver a querer volver y de una vez por todas y volver.
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Y sin embargo es volver el átomo de otro volver. Porque hay volveres que son volver de haber vuelto, volver de volver.
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Entrañable, volver para nunca volver….