No salgo de mi asombro por la genuina fantasía que derrama la realidad. “Es la vida”, que diría mi abuela, lo cual mi abuelo, que no supo idiomas, tradujo como “C’est la vie”. Algo que siempre pronunció muy bien, por cierto. O Begoña, una prima de mi padre, que cuando hay algún acontecimiento por nimio que sea exclama «¡es la vida, es la vida!», imitando a su hijo el filósofo.
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Viene al caso porque en un día descubrí tres términos nuevos para mí, que pensé eran de cachondeo, pero resultaron ser ciertos. Os lo cuento y vosotros diréis. No me lo puedo creer, pero es así y la manera en que llegó a mi conocimiento tal cual.
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Por la mañana acompañé a varias personas a entregar un recurso que la Administración del Estado responde a un ciudadano y a una ciudadana, sobre sus sendas quejas para que se atienda el criterio de la Carta Social Europea, en la cual se establece que ninguna prestación puede ser inferior al umbral de la pobreza, estipulado en 632 euros mensuales, mientras que cobran,más o menos, la mitad.
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Quien responde como organismo receptor de la reclamación es la Subdirección Provincial de Muerte y Supervivencia. Un nombre que me parece surrealista y que tal vez tenga que atender a mucho muerto viviente por la manera en que se ejercen en esta país los derechos sociales. Deniega en tal documento el recurso saliendo por peteneras. Dan ganas de responder al estilo de Chiquito de la Calzada: “Por la muerte de mi madre… ¡Conde Mor!!!”
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Fui a contárselo por la tarde a un amigo, cuando se adelantó. Vino abrumado, sin saber qué decir, con un papel en la mano. Me lo dejó leer y me pregunté si es que Dalí se ha vuelto Dios y es quien pinta el mundo tal y como es hoy. Le miré con cara de aturdimiento. Me señaló, con gesto circunspecto, el sello y la firma, totalmente oficiales. Yo que creí haber visto todo, al menos casi todo, que nada me iba a sorprender siendo una persona de mundo y que pocas cosas me pueden llamar la atención. ¿Será que me persigue un destino burlón? me pregunto, ¿por qué nadie lo cuenta? Porque nada de lo que relato me lo invento. Ojalá tuviera tal cualidad imaginaria.
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Se trata de un informe psiquiátrico, que han realizado a una amiga suya. La diagnostican: “Brillantez ilimitada”. Una pedantería de la tecnificación lingüística profesional y más tratándose de la psiquis. Leyendo el texto completo se asocia a una variante, menos mal que no es hormonal, de narcisismo. Como anecdotario no estaría mal, de no ser que sirve tal informe como prueba y diagnóstico, para quitar la patria potestad a esa mujer, que según el informe todo lo sabe, más bien cree saberlo, se valora tanto que nada pretende aprender y eso hace que no cuide adecuadamente de sus hijas e hijos. Me quedo pasmado. Se trata de un informe oficial. ¿Para qué queremos a Trump si ya tenemos trampantojos en nuestro país?
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Por lo demás el día fue tranquilo. Por la noche fui a tomar un gin tonic, de los baratos, con tónica Schweppes y ginebra Larios, y menos rollo de frutitas secas, de marcas a elegir en una carta, tanto de lo uno como de lo otro… y casi, casi lo demás que cuento. Leo un letrero en la puerta adjunta a la de los lavabos que pone: “Orgasmómetro”. No hube tomado ni un sorbo de la consumición. Medio vasito de vino en la comida, que ya pasaron horas.
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Pregunté a varios que estaban junto a la barra sobre qué es. Me contestaron igual que el camarero: con una mirada despectiva. Volví a leer, por si me hubiera equivocado. ¿No llama la atención? Es lo que me produjo sorpresa. Cierto que no suelo salir por la noche, pero nunca oí hablar de algo así.
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– Mire, disculpe, pero tengo un problema – comenté a una chica que pareció estar a la espera de que llegara su pareja, pues tuvo frente a si dos consumiciones – No sé qué quiere decir ese cartel – Lo señalé con el dedo índice de la mano derecha. Para justificar mi pregunta le conté lo primero que me vino a la cabeza, que hube salido (usar este término fue una metedura de pata ya de por sí) de un coma (aclaré que no etílico) que duró varios años. Que me encontré algo perdido.
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Me respondió advirtiendo que no dijera tonterías, que puede haber personas, como yo, incultas, que no saben las cosas, dando a entender “las cosas que hay que saber”. Me indigné por dentro, pero me aguanté. O sea he comenzado a leer la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino, he leído seguro que mil veces más libros que ella, he viajado por medio mundo ¡y soy un analfabeto!, al menos del mundo de la noche.
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– Se trata de medir la eficiencia sexual -.
– ¿Qué? –
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Al ver mi cara me lo explicó: se trata de colocar un aparato, como una pinza en el dedo meñique y durante una relación mide el momento de la culminación sexual, que al fin y al cabo son ondas, que se miden mediante el electromagnetismo. Según dé la medida se paga más o menos.
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No he podido dar crédito a la mismísima realidad. Al volver a casa me encontré con mi vecino que es funcionario, en la puerta, tratándola de abrir. Algo bebidillo él, que no acertaba a usar la llave. Medio en broma le dije que ya no sé ni cómo me llamo. Le dije que ya le contaría al día siguiente, pero me miró y dijo: “usted ya no se llama, no tenemos nombre en la nueva ley de registro civil, usted y yo, como todo el mundo somos denominados, usted tiene una denominación de origen”. “Ah”, respondí.
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Recordé que yo mismo he sucumbido al tecnicismo de las palabras: después de comer cada día hago una trasfusión de sueño para paliar mi fatiga pancreática. Necesito tumbarme entre veinte minutos y media hora, sin llegar a dormir, sino que simplemente me traspongo. Cuando voy a la comilona de alguna fiesta nadie cree que es así y voy al cuarto de baño y me relajo sentado y me medio adormilo. Para que no me hagan preguntas aludo a que estoy estreñido y la fiesta continúa.
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Me fui a la cama, una vez que me despedí de mi vecino, para soñar. Soñé, soñé, pero no recuerdo nada de aquel sueño. La realidad lo abarca todo.
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Pues aquí tengo otra anécdota para su catálogo de noticias surrealistas: esta mañana anunciaban por la radio que 54.000 leoneses se beneficiarán de la subida del salario mínimo, estipulado por la nueva ley en 700 euros. Es decir, que cobraban menos. O sea que, desempeñando un trabajo de ocho horas diarias, su sueldo estaba justo por encima del umbral de la pobreza (los que tuvieran contrato de media jornada, cobrarían la mitad). Y se supone que tenemos que celebrarlo como una gran noticia.