Es algo que nunca haré, escribir por escribir. Pensando en qué contar, como forma de comunicar literariamente un trozo de presente al lector, decidí no hacerlo, porque escribir por escribir… Sin embargo me ha parecido una reflexión interesante la que me planteé a mí mismo que comparto con quienes se animen a leer estas reflexiones.
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Más que lo que pueda pensar es lo que he observado a lo largo de un tiempo, el que da una existencia limitada, pero consciente durante unos años de observación.
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El hecho de escribir responde a un deseo, propio de una necesidad. Deseo comer porque necesito comer. Deseo mantener relaciones con una persona, porque responde a una necesidad de la especie humana, aunque luego se desentienda de la misma, pero en un principio todo deseo viene regido de una necesidad biológica, cultural, social, y demás. Finalmente puede quedar el deseo en sí.
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¿Que desea el escritor?. Comunicar. Hacer visible su mundo interior o del que lo rodea. Sin embargo se ve entrecruzada esta vocación por quienes lo que desean es ser reconocidos, famosos, destacados y que desean ser escritores, escritoras, lo cual prevalece al deseo de escribir. Esto ha dado lugar a eso de escribir por escribir. Se construyen muchas novelas, muchas poesías, muchas obras de teatro, incluso por parte de autores de gran reconocimiento a lo largo de la Historia literaria, cuya finalidad es ser escritor más que escribir, y hacen esto para convertirse en autores. Puede parecer una sutileza, pero es algo esencial. No es lo mismo querer ser escritor y para ello escribir, que querer escribir y por ende ser escritor. Es, desde mi punto de vista, la diferencia entre hacer una obra o sumergirse en la literatura.
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Poetas que escriben un gran libro y luego lo demás que escriben es afán por “ser el poeta”, desmerecen las obras posteriores y se acaba copiando a sí mismo. O quienes narran una novela y otra y otra sin crear un fondo en ninguna, con tal de hacer otra novela. O hacer guiones teatrales amoldados a la actualidad, aparentes, pero sin existencia de fondo de la que surjan los personajes y las tramas.
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La escritura requiere poso, pausa, fluidez. Ausencia durante años para volver. Porque una cosa es escribir y otra narrar y otra aún diferente es redactar, lo que se hace en gran medida en teatro, poesía y novela. Y es a lo que va a parar la literatura hoy en día. Queda la técnica de lo escritural.
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El escritor ha de insistir, e insistir, pero no para ganar un premio u otro o ser señalado por lo que Lawrence llama “la diosa perra del éxito” en su novela “El amante de lady Chatterley”, sino por esculpir en la palabra su mundo interior, sus emociones, sentimientos y todo aquello que ve la palabra y la hace visual desde ella sin ser posible que suceda de otra manera. Es lo que hace tilín a quien lea desde esta dimensión.
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La prisa lo envenena todo. El fracaso inicial es lo que da fuerza a un escritor, para ahondar más, no para desanimarse o despreciar al resto, anatemizar lo que no sea su obra. Escribir aúna la vanidad de la autoestima de creerse uno escritor y querer ser esto, llegar a hacerlo desde uno mismo como resultado de escribir y no al revés: escribir para ser escritor. Lo cual es ser escribiente. Buenos redactores, pero en la superficie de la palabra. ¿Qué lo mide?, la capacidad de conmover al lector. Y a la vez la humildad de ver que lo escrito es una partícula en un universo lleno de ellas y que su rincón no es sino una estrella más en el firmamento. Todo lo demás: fuegos artificiales, reales o delirantes.
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Escribir por escribir es un peligro para el propio escritor y para la literatura. Es la paja que hay que separar del grano para que alimente leer.
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Escribo, luego existo interiormente, aunque hay muchas otras maneras de que suceda. Porque escribir ni tan siquiera es grandioso. Es una parte más del ser humano. Y hacer de ello un espectáculo como ferias del libro, críticas rimbombantes, publicidad del libro como si fuera un objeto más de consumo que desemboca en hacer del lector un cliente y del autor un producto / productor de una maquinaria cultural que destruye el arte, sin lo cual se diseca el mundo de la cultura y con él lo demás: política, economía, relaciones personales (reducidas a relaciones públicas con amistades de interés) y sociales. A esto es a lo que nos vemos abocados. La adulación como publicidad literaria, la falta de criterio como molde para entretener.
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De hecho muchos actos «culturales» se han convertido en medidores de prestigio, a ver quién acude a una presentación, asistir como chantaje para que luego vengan al que yo haga, conferencias en las que lo que interesa son los créditos que dan las universidades. Encuentros que se usan para «relacionarme con», y un sin fin de sucedáneos que falsifican leer y escribir y ya se sabe: la moneda falsa, si circula con asiduidad, sustituye a la auténtica y pierden ambas todo su valor.
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