Cada vez me sorprende más lo que sucede en nuestra sociedad. Me doy cuenta de que para conocer lo que ocurre en la actualidad es mejor coger un libro de cierta profundidad, sea de ensayo o de novela, sin que haga falta que sea histórica. Y también es cierto que conociendo los entresijos de lo actual es posible entender mejor la Historia.
Un acontecimiento político como al que asistimos en Catalunya, casi en directo a través de las televisiones y redes sociales, es increíble por lo banal que es y lo chapucero. Pero más aún el peligro que esto supone de cara a sus consecuencias, que pueden llegar a ser trágicas.
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Por ejemplo: Se discute sobre una declaración de independencia que ha sido proclamada (publicar en alta voz para que se haga notorio a todos), en ningún caso se ha ejecutado. Y todo el mundo ha entrado al trapo. Es una declaración aprobada por el parlamento que es el poder legislativo, pero no ha sido declarada por el poder ejecutivo, el gobierno de la Generalitat, a través de su presidente. Se trata de un brindis al sol que se toma por un hecho. ¿Nadie se ha dado cuenta?
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Sucede algo similar a cuando Orson Wells, durante la Gran Depresión (esta circunstancia es preciso tenerla en cuenta), sembró el pánico al narrar una novela como si fuera una noticia, «La guerra de los mundos». Millones de personas sintieron pánico y también vieron extraterrestres en sus casas y alrededores.
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Otra cuestión de carácter “democrático” es que se considere aprobado un texto, y más de tal transcendencia, con menos de un 40% de los votos de los diputados. Una parte de los mismos se ausentaron, pero formalmente se puede legitimar una votación de este calibre. Sin embargo ¿en qué realidad democrática se fundamenta cuando la representación parlamentaria únicamente recoge el voto del 70% del censo electoral, sobre el cual lo aprobado como DUI no representa ni al 35% de la población que tiene derecho a votar en la circunscripción catalana?
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¿Cómo es posible que suceda esto? Y que no se explique, que no se debata al respecto sino que se realicen discusiones sobre la marcha, improvisando “ideas”, exabruptos o fantasías que conllevan tramitaciones legales que suceden en el vacío con el único contenido de la algarabía política y social. Pero cuidado, las consecuencias pueden ser graves. Como dijo Sartre en su novela “El aplazamiento”: “La diplomacia empieza en farsa y acaba en sangre”.
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A parte de lo que he dicho en artículos anteriores, en especial lo de alimentar el mito, suceden una serie de acontecimientos que reflejan el mundo fatuo que vivimos, lo cual hace que haya una concatenación de hechos y respuestas sin sentido que nos arrastran. Sucede algo así porque forma parte de un ambiente que se ha creado poco a poco y lo hace propicio.
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La política ha dejado de ser una confrontación de ideas para convertirse en un negocio. Algo que las nuevas fuerzas políticas, en las que se ha puesto la esperanza del cambio tienen asumido. Cualquiera puede observar cómo cambian de planteamiento (relato) al compás de las estadísticas y las encuestas. Como todo negocio puede ir o bien o mal. El objetivo es mantener la cota de votos o ampliarla. Como me dijo en Alcalá de Henares un miembro de un partido reciente que eclosionó en el panorama político solapando al movimiento social: “Los círculos nos dan acá quinientos votos; la tele y medios de comunicación cincuenta mil, ¿qué vamos a elegir?”. De esta manera fueron desapareciendo los encuentros en la calle por parte de ciudadanos comprometidos. En torno a los cargos electos se forma una red de salarios y compensaciones económicas inimaginable. Lo cual ningún partido político cuestiona.
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Como cuenta José Antonio Pérez al saber que los partidos independentistas mantienen sus cargos del parlamento nacional, en Madrid: «4.685 € de sueldo con cargo al presupuesto del ‘enemigo’. Gandhi, líder espiritual del movimiento independentista de la India, un país realmente ocupado por una potencia extranjera, no se sentaba en un escaño en el gobierno colonial ni cobró un salario oficial. Sine estética nulla ética est».
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Muy pocos políticos dimiten, dan por hecho que son imprescindibles, ni siquiera los asamblearios, en cuyo caso el representante se convierte en portavoz de la asamblea y para ello vale cualquiera, pero no, el cargo electo considera que muchas personas dependen de él. Y de los escasos ejemplos de dimisiones en su mayor parte es a cambio de una situación económica mejor o de generar en un futuro mejores expectativas políticas.
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Esto rompe el sentido de la política. El debate de ideas se traslada a estrategias políticas y unos por otros “la casa sin barrer”; no se tratan los temas que afectan a la ciudadanía, que en gran medida ésta acaba convertida en forofa de un partido u otro. La cuestión de la pobreza, las leyes sobre la libertad de expresión, nuevos modelos energéticos, los problemas medioambientales se dejan a un lado, no levantan pasiones, ni nada. La acción política forma parte del debate mediático para echar en cara a los demás sus corruptelas, se falsifican los datos y las propuestas en un escenario vacío.
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Dicho lo cual no es un desprecio a la democracia, sino una exigencia de que se ejerza y se desarrolle. De lo contrario vendrá una involución penosa, sobre todo por falta de cultura política y de no haber una entrega a un ideal, que ya es algo que no existe, ni siquiera se plantea. ¿La utopía para qué?, basta para sobrevivir políticamente con dar pasos concretos que consisten simplemente en intervenir en la gestión administrativa y actuar mediante técnicas de comunicación.
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No es un asunto baladí, sino una construcción social que se ha ido aposentando. Si las palabras son los ladrillos del pensamiento las mismas se han ahuecado, sirven para hacer ruido y al final “pocas nueces”; el problema es que el ruido no se come, de ahí el fracaso de la política, porque consiste en crear ficciones ruidosas sin el más mínimo sentido.
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No son vanos muchos programas de televisión que inundan los horarios de máximas audiencias, que no teniendo que ver con la política forman una mentalidad que se traslada al quehacer institucional. El formato de Gran Hermano o de Operación Triunfo, que se expande en otros como Máster Chef y demás, se aplican a una manera de intervenir en lo público que consiste en quítate tú para ponerme yo, con un público, votantes, que elegirá a uno u otro según la imagen que dé.
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Lo mismo sucede con las tertulias televisivas y de radio que sirven de eco de los prejuicios y el eslogan de turno. Todo lo cual se reproduce en las redes sociales, a favor o en contra, pero en el contexto que atrapa a un quehacer político que ha dejado de ser lo que es. Los debates se transforman en discusiones, donde no se analizan las ideas, sino que prima el insulto, la “frase chispa” que nada dice, pero que es graciosa o provoca una reacción emocional. Se usan palabras como “corrupción”, «nacionalidad”, “democracia”, etc, pero nunca se analizan a qué se refieren, cómo funcionan a lo que se refieren, por qué, para qué. ¿A quién le importa?
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La información forma parte del entretenimiento-negocio, que se ha trasladado a los telediarios “serios”, incluso en formatos de “documental” para dar cariz de argumento y razonabilidad a lo que es propaganda. Tener razón se convierte en ver quién logra más apoyos y se hacen encuestas en el mismo programa muchas veces. “Es lo que demanda la gente”, se justifica. Es lo que se ofrece como única alternativa. Sin ideas, sin ideales, ¿qué queda en las instituciones? La política de la nada. Algo que paga la sociedad cuyos problemas no se resuelven y por lo que cobran los políticos.
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Ante semejante vacío aparecen acontecimientos que sorprenden. Cuyos antecedentes históricos son similares porque siempre son provocados ante el vacío, como lo fue el fanatismo frente a la fe, o cuando las ideas se empezaron a traducir en dinero y como reacción tuvo lugar el romanticismo dando pie a los movimientos totalitarios. Cada época tiene su vacío propio. En todas ellas, cada una a su manera, se hace proclive el comportamiento irracional de un grupo o alguna multitud debido a un estado de excitación. No se saben cómo resolver algo así porque no hay parámetros lógicos. Se evitan sus efectos con la fuerza. No se entienden tales acontecimientos si no es desde la psicología social, ya que una política sin ideas ni ideales destierra su bagaje teórico.
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Se genera un lenguaje propio y exclusivo del conflicto ante el cual ya no es posible salir de él. Sucede lo que los especialistas llaman la “ceguera psíquica” (ceguera histórica para nuestro análisis) como producto de las convulsiones colectivas, que no es que se contagien, sino que se trasmiten a modo de estados de ánimo entre sujetos proclives a la influencia de mensajes emocionales y se posicionan sustituyendo el pensamiento lógico por frases estándar que provocan exaltación, euforia o en el caso contrariado tristeza y depresión. Se pasa de un estado anímico a otro según los acontecimientos.
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En esta tesitura de emociones hace falta un referente al que combatir para defender una situación imaginaria con el fin de que adquiera realidad, de esta manera se retroalimenta el conflicto sobre el que no se piensa, sino que se interviene en masa para convertirlo en realidad. Cualquier resultado desemboca en la frustración y se aplazará finalmente para otra ocasión al cabo de los años, cuando desde el vacío pueda activarse nuevamente, por eso el sujeto, individual o colectivo, recae en lo mismo a no ser que sea consciente de lo que le sucede.
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Hay un dato a tener en cuenta de quien estudio este fenómeno pormenorizadamente en la psiquis de las personas. Freud se da cuenta, y comprueba pasados los años, de que las escenas que le contaron con respecto a sus vidas las personas sobre las que investigó el problema del descontrol de la personalidad, que podemos aplicar a lo colectivo, no fueron ciertas, sino historias inventadas. A través de los síntomas, o la exaltación colectiva en nuestro caso, se somatizan, se hacen realidad, sin ser algo real. Veamos un ejemplo comprobable sobre lo real y la realidad. Una tribu ve un avión que sobrevuela por encima de ellos. Nunca han visto algo igual. ¿Qué es? Alguien grita que es su dios que ha pasado a verles. Al estar imbuidos por la creencia hacen una imagen de lo que han visto y la adoran y participan mediante ritos en torno a ella. Se convierte en una realidad, aunque eso de que sea un dios no es real. Para el colectivo que cree que sí que lo es forma parte de su realidad, que con el paso de las sucesivas generaciones nadie cuestiona.
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De esta manera se produce un desquiciamiento cuando se polemiza, se legisla y se informa sobre cosas que no son. No son ideas, no son ideales. ¿A quién eliminamos de las instituciones?, ¿a quién elegimos para que nos representen? y los fan o admiradores siguiendo a sus favoritos de manera entusiasta, con la bandera A o con la bandera B, animados por una red infinita de medios de comunicación que informan en directo o en interferido y, sobre todo, en serie.
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Suerte.
Como en aquel anuncio de Kas naranja vs. Kas limón: ¿y tú de quién eres?
Estimado Ramiro:
¿De verdad te preguntas cómo se puede hacer una pantomima de esta índole, sin legitimidad y sin despeinarse?
Par mi lo triste, no es eso. Sino la avaricia política, esa misma avaricia que quebró las antiguas cajas.
Rajoy no hace nada, y aun así sale reforzado, Criticamos a podemos por que supone un troyano. Pero lo del Procés, no es que no se haga mal es que no es posible hacerlo peor.
Cual es el coste de este viaje, anular cualquier intento de independencia del resto. Y a la postre mira quien sale beneficiado en todo esto.
La que más va a perder es Cataluña. Las empresas prefieren el boicot de 2 millones que de 43 millones de consumidores.
El otro día venia un estupendo articulo, ¿por que no se independizan de google? Las multinacionales ese es el verdadero enemigo .
Por si no te has dado cuenta en la votación secreta de la DUI, no había ningún representante de los partidos nacionalistas. Pero no hubo mayoría absoluta, me parece que hubo 2 abstenciones y 1o votos en contra.
Pregúntate cual fue el motivo.
A que parlamentario podrías acusar si no sabes quien voto NO, todos podrían arrogarse ese NO, para no ser acusados.
Estamos ante una cacicada mayúscula que ha favorecido al PP y a CiU hasta ahora.
Un saludo.