Predecir el presente

Hay libros que por extensa que sea su obra se convierten en un diálogo mientras que los lees, así como los hay que forman manantiales de pensamiento. Es el caso de la novela de Hermann Hesse “El juego de los abalorios”.

Llevo leído cerca de cien páginas. Soy muy lento en mis lecturas, voy rumiando los renglones, tomando notas, o releyendo páginas de atrás, pero es mi forma particular de disfrutar de lo que leo. Este libro, además, es sobre el que compartiremos puntos de vista en una tertulia de cara a este verano que viene.

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Es una obra escrita el año 1943, por un autor alemán que lanza un mensaje al mundo ante lo que está viviendo su país y que afecta a la población de muchas otras naciones. A parte de los detalles de la novela hay dos cuestiones generales que viene a plantear:

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1 – La necesidad de reflexiones sobre la ética, incluso de lo espiritual, yo diría que de sensibilidad, fuera de lo cual aparece antes o después la violencia.

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2 – Que hay muchos conocimientos disponibles, una pléyade de teorías descubiertas, pero sin relacionar unos con otros, de manera que el autor clama para que se conecten unos con otros, de diversas materias, la ciencia con la filosofía, ambas con la Historia, con la lingüística y demás. Aislada cada parte del saber permite avanzar a las ciencias, las humanidades, la filosofía se hace sofisticada y hasta barroca en sus términos, lo mismo en todos los ámbitos de la intelectualidad, pero no adquirimos el sentido humano del saber. De ahí “juego de abalorios” que une y relaciona piezas de cristal de diferentes formas y colores.

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La catástrofe de la II Guerra Mundial, su brutalidad, el sin sentido y la violencia en grado sumo sucedió en una sociedad culta, en la que científicos como Eisnteis, Heisenberg, Planck, Herz, Reiman descubren una nueva realidad cuántica. Filósofos como Heiseggerg se plantean la realidad del tiempo. O el profesor Adorno que crea escuela en la filosofía europea, Jasper que vincula la psicología con la visión del mundo, Hannah Arendt que desarrolla la filosofía política. Escritores de la profundidad de Thomas Mann, Bertolt Brech, Günter Grass o de quien comentamos. Con teóricos de la antroposofía como Rudolf Steiner, etc. ¿Qué pasó para que sucediera lo que sucedió? A eso trata de dar una respuesta Hermann en lo más profundo del alma humana.

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Se fundamenta mucho en la música y en la matemática, roza el esoterismo, pero quiere hacer ver la necesidad de ahondar en nosotros mismos. De alguna manera, a medida que entramos en la vida y en el proceso de estudios del protagonista quien lee puede mirarse a sí mismo y reflexionar sobre su entorno. La meditación aparece en la novela como eje de la formación,  a la que nos invita de manera sutil. Demos cada cual nuestra propia respuesta.

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Es un libro curioso, porque su autor lo escribe a mediados del s. XX, pero quien narra la historia como personaje ficticio lo hace desde el año 2400, lo cual da una perspectiva del presente difuminada.

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Recoge una idea de Nietzsche en tanto que Europa, “nuestra cultura”, ha perdido su lozanía, su juventud, “ha empezado su vejez y ocaso”, referido al mundo de hoy. Lo cual da lugar a una serie de signos como son la mecanización de la vida y una grave decadencia moral. La mirada de Hesse hace una radiografía de nuestro mundo, nos ve por dentro adentrándose en un fenómeno que vivimos como injusto, pero no lo valoramos como decadencia, tal cómo propone: “Corrió como reguero de corrupción por escuelas revistas, academias... Fluyó como epidemia de sensibilidad entre artistas y críticos de la época”, y concluye: “Hizo estragos en el arte bajo la forma de un furibundo exceso de producción por parte de simples aficionados”.

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Dio lugar aquel aire que corrió sin que nadie se diera cuenta, al fin del arte, de la ciencia y del mismo idioma ante la “inflación de conceptos” y por un placer suicida producto de la indiferencia y el hundimiento del espíritu, la ética y la honradez. Sucede en Europa, pero se contagia al mundo. Devaluada la moral predomina la cultura y, vacía ésta, viene la guerra.

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Sólo la reflexión, oponerse conscientemente a tales síntomas de la decadencia hubiera evitado su derrumbe, lo cual exige “conciencia cultural” y escuchar a quienes investigan, a quienes nos preguntan y no a quienes nos lanzan sus respuestas en forma de mensajes. Y pensar sobre todo ello, no tragarlo sin más.

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Tal vez debiéramos de tomar nota y reflexionar, antes de que sea demasiado tarde.

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