Hace unos días, en un debate sobre la necesidad de los movimientos sociales, salió a relucir lo de la «conciencia de clase» como elemento esencial para activar desde la calle una respuesta a la situación actual de pobreza, precariedad, explotación y desamparo. Pero me parece más una excusa para mantener un discurso ideológico y una retahíla teórica sobre una realidad que ha sido sobrepasada por el transcurrir de los tiempos en el cual la sociedad ha evolucionado y cambia permanentemente, lo cual exige nuevas perspectivas y argumentaciones si se quiere dar una respuesta concreta desde el análisis de la «realidad concreta».
No es que la lucha de clases esté adormecida, sino que no funciona, por más que se quiera arrancar, pero la «batería» no sirve. Hace falta otro vehículo diferente.

Muchas personas se asombran, o echan en cara en los debates, que en una sociedad con millones de parados no se movilicen. O los pobres «¡que protesten!». «Son ellos quienes tienen que luchar»; «los demás les podremos apoyar, pero no me voy a pringar yo por ellos», se dice con frecuencia. Lo que hacen apenas tiene repercusión mediática y somos tan hipócritas que cuando actúan y piden el apoyo social el planteamiento es decir que es «su» problema. Incluso organizaciones sindicales y partidos políticos de «izquierdas» apenas hacen algo al respecto y dejan el problema más importante de una sociedad relegado a un segundo plano, mientras que se teoriza o posturea con las cuestiones de las clases sociales, el sistema, la culpa es del modelo capitalista, etc. Pero ¿qué hacemos?, a parte de nada.
La sociedad ha dejado de estar definida por colectivos sociales claramente marcados, como sucedió en la sociedad industrial. Incluso en el auge de la lucha de la clase obrera hubo discusiones. Lo que definió la clase fue, en un principio, la propiedad de los medios de producción. Los artesanos, por ejemplo, fueron pequeño burgueses. Pero ¿y los hijos de la clase burguesa? No poseían nada, pero ya heredarían. O que los hijos de un obrero deseen una beca para estudiar y acabar haciéndose un «enemigo de clase». La clase obrera siempre quiso que sus vástagos formaran parte de la clase dominante. Juegan a la lotería para ser ricos. Quieren «progresar» con lo cual la clase como estructura social se desvanece, pero no la necesidad de luchar por una transformación del modelo socio económico.
Poseer un piso o un coche, ¿son medios de producción?, pueden servir de aval para solicitar un crédito con el que adquirir los medios de producción de un pequeño negocio. Las grandes revoluciones las lideraron hijos de la burguesía: Che Gevara, Fidel Castro, Mao Zedong, Bakunin, Kropotkin, el mismo Marx mantenido por un empresario de la alta burguesía: Engels. Lenin, etc. Al final la clase obrera se tradujo políticamente en lo que se definió como proletariado: persona con conciencia de ser explotada, él o / y la clase obrera. Un concepto más amplio, con el fin de evitar contradicciones demasiado ostentosas.

Ante lo cual hoy ¿qué conciencia es necesaria para movilizar la sociedad? Una conciencia menos dogmática o conceptual, a cambio de otra más práctica e inclusiva: La conciencia de existencia, que es sobre cómo vivimos, más allá de ser explotados, manipulados, controlados y demás. Es una conciencia individual que se hace colectiva y es la que puede impulsar actualmente una movilización. Ha estado en el fondo de muchas protestas y actos masivos, pero sin definir como tal. Lo que se llama el descontento, estar indignados y como consecuencia la lucha por la dignidad, que parecen meras proclamas, una vez pasada la eclosión de su movilización dejan de usarse estos términos, como si hubiese dejado de estar, siendo al revés: Continúan vigentes, por lo que es necesaria su concienciación. Plantean en definitiva ¿cómo existimos?, personal y colectivamente.
La lucha debe de evolucionar y adaptarse a la nueva realidad. Formar parte estos procesos de la cultura alternativa, sin definir aún por ser propuestas etéreas. De ahí la necesidad de tomar conciencia de la nueva conciencia. Por ejemplo, un ejecutivo que gana miles de euros al mes, ¿es un «obrero»?, porque está contratado por una empresa o multinacional, puede acabar estando harto de su manera de vivir. No basta con decir «es un esbirro», porque con el juego de calificativos nada cambia. No pocos de este colectivo «selecto» renuncian a esa manera de vivir y se van al campo, o a vivir del arte y de lo que les queda de parné fuera del circuito productivo. Se plantean su cambio desde la conciencia de existencia. Como el desempleado que se adapta a vivir de una prestación, cobijándose en la familia, es al plantearse cómo vive cuando se rebela al contemplar su situación vital, sin sentido, agobiado. La toma de conciencia nunca sucederá de repente por las ataduras mentales, de tipo social y psicológicas, como es el estar hecho polvo, el desánimo, el hastío y demás, sino que exige una reflexión más allá de las palabras diluidas en las redes sociales.
Es la conciencia de cómo suceden las injusticia, pero es aún más, en qué mundo vivimos y ver que hace falta cambiar esta manera de existir. Lo cual es un cambio de planteamiento, de modelo, lo que se llama un cambio copercicano, pues la realidad es vista de manera diferente. ¿Cómo existo? es algo que no resuelve tener un empleo, pues con medios para sobrevivir mi vida va a seguir siendo algo ajeno a mí. Esto afecta a toda una colectividad, incluso a quienes no lo perciben porque no siquiera lo piensan. es entonces cuando aparecen nuevas propuestas como la Renta Básica. O la necesidad de un modelo de desarrollo sostenible, cuando me planteo si quiero vivir rodeado de contaminación, o de atascos permanentes y demás. Es la forma de vivir lo que exige nuevas respuestas.

Un ejemplo de conciencia de existencia que me hizo preguntar ¿en qué sociedad vivimos? va más allá de la conciencia de clase porque ha envenenado a ésta. Fui a hacer la mudanza de una hija. Con pocos medios económicos. Con la ayuda de un chaval que tiene una furgoneta ya vieja. Me cobraba la décima parte que cualquier empresa. El coche se caló cerca de un taller mecánico de coches. Fuimos a pedir ayuda, si pudieran echar un vistazo, que podría ser cosa de nada. El desprecio, la manera de contestar dos trabajadores que ya tienen trabajo suficiente, que esperásemos, dicho con altanería. Estábamos al lado y era ver qué pasó. «Ese coche es una mierda», llegó a decir uno. Pudo decir que no podía, pero con amabilidad y no con esa prepotencia que manifestó. Al final el coche consiguió arrancar en aquel barrio de clase media. Fui a avisarle de que ya estaba resuelto y darle las gracias. Tuve que salir corriendo porque pensó que estaba hablando con segundas intenciones. ¿Qué le carcome por dentro a este trabajador para actuar de esta manera? Algo no funciona. Y se podrán poner muchos más ejemplos.
Al llegar al lugar de destino, no tuve cambio para pagar al chaval que me ayudó a trasladar las cajas de libros y maletas. Le quise pagar algo más de lo que me cobraba, pero no podía estirarme demasiado, pues no hubiera podido pagar el billete de vuelta a mi ciudad. No hubo forma de que nadie me cambiase un billete de cincuenta euros en otros de 20 o 10. Las respuestas fueron con desprecio, con la sospecha de que fuera un timo: Una mercería, dos bares, una tienda de productos chinos, una heladería. Al final tuve que comprar en un kiosco una bolsa de patatas fritas.
Qué pena de sociedad, qué manera de vivir desconfiando de los demás, insolidarios los unos con los otros. Qué mundo de egoísmo, codicia, mezquindad. ¿Merece la pena una sociedad así? Es esta manera de ser la que mantiene la pobreza, el abuso contra los trabajadores, la destrucción de los ecosistemas, del patrimonio cultural mediante operaciones especulativas, es la base de la corrupción política que se extiende cada vez más y afecta a los de un lado y a los del otro.

¿Queremos vivir así? Si queremos que cambien las cosas hace falta ver el conjunto del modelo y hacer propuestas económicas, políticas, educativas y demás que permitan analizar otra manera de existir. Un cambio sustancial. No es sólo debido a la explotación, el chantaje permanente, a la competitividad, sino que entra de lleno en la conciencia, la conciencia de ser personas que vivimos en sociedad. Que somos un ser-en-sí en la medida que somos un ser-para-otro. Para lograr esta nueva conciencia como eje de la nueva política hacen falta cambios muy profundos, posibles y necesarios. De lo contrario se nos hará insufrible existir y la desesperación será una constante irreflexiva que estallará en formas de acción violentas.