¿Te imaginas, amable lector, que te ponen una bolsa de plástico tapándote la cabeza? No podrías respirar, te ahogarías y querrás quitársela. Lo mismo está sucediendo con nuestro planeta. Sólo que somos nosotros quienes se lo tenemos que quitar ya que se la hemos puesto de manera irresponsable. Creímos que no pasaba nada, pero ya sus residuos, sólo de plásticos forman una isla enorme que vaga por el océano Índico y otras masas de residuos vagan en otros lares, destruyendo la flora y fauna de humedales y de zonas biológicamente sensibles.

Las microfibras de plástico contaminan el 83% de las aguas que bebemos a diario, lo cual afecta a la agricultura y a la salud humana pues se ha empezado a detectar su presencia en sangre, lo que es causa de múltiples enfermedades. Afecta mortalmente a muchos animales que se ahogan con bolsas y tiras de telas. Presagian la desaparición de especies que ven invadido su hábitat por los desperdicios. El plástico tarda en degradarse demasiado tiempo y nunca del todo.
Unido al cambio climático es una amenaza grave, sobre la que se ha comenzado a reaccionar, tras años de denuncias por parte de colectivos ecologistas y de numerosos científicos. Por fin se socializa la preocupación, que ha de servir para pasar a la acción. Sin embargo ésta se hace con tibieza, si querer molestar a las industrias contaminantes, sin querer ir a las causas.

Sin embargo hay una movilización importante que grita y clama en todos los rincones para tomar medidas urgentes, ante la emergencia climática, cuyas consecuencias se empiezan a sufrir gravemente y con unos costes cada vez mayores. No únicamente bastan declaraciones, intenciones, sino atender a aquello que lo ocasiona, tema que dejo para dentro de unos días: “ECOnomía – ECOlogía”.
Me preocupa que quienes dominan los resortes de la economía y de la política a nivel mundial, ya no necesitan una guerra para esquilmar la población mundial, pues entienden silenciosamente que hay demasiados habitantes en el planeta (la función oculta de muchas contiendas a lo largo de la Historia.) Buscan un equilibrio cruel, pues una parte de los habitantes del planeta se ven amenazados por las enfermedades, el hambre, las deportaciones, guerras locales, lo cual se convierte en una carga para la economía mundial. Lo que llaman el «lastre poblacional».

El problema de las catástrofes es que son incontrolables. Sus efectos amenazan a buena parte de la población. La ONU ha calculado que los desplazamientos por causas de inhabitabilidad en determinadas zonas afectadas por huracanes, maremotos, sequías y demás ecatombes será en los próximos cinco años de 480 millones de habitantes. Esto ocasiona una presión demográfica que va a afectar a la convivencia global. Se pueden frenar a miles de personas que buscan un lugar para vivir, ¿pero a millones? Otros tantos o más morirán como consecuencias directa de los destrozos, sin que aparentemente haya nadie responsable, sino “la naturaleza”.

Por ello hemos de reaccionar, de manera urgente, sin perder de vista lo importante. Exigir medidas económicas que lo permitan y reconvertir los beneficios privados, que gratifican al 4% de la población mundial, en beneficios públicos y globales que faciliten la supervivencia de cada una de las personas de todo el mundo. El 1% de los más ricos acumula el 82% de la riqueza mundial (Oxfam) En estos momento sólo el 53% de los habitantes del planeta puede asegurar su existencia mediante el empleo. Lo que cada vez será menos ante la automatización del trabajo. Es preciso un cambio hacia la conciencia global es un nuevo paradigma que ha de afectar a la economía, al ecosistema, a la política, la educación, la sanidad, la cultura y demás.

Hace unos días asistí a una exposición en la sala White LA3 de Madrid. La estaban desmontando, lo que me permitió hablar con algunos artistas y aún llegué a tiempo de ver algunas obras y los carteles explicativos de todas las demás. El título de la exposición, en la que participaron diversos artistas plásticos fue “CONSCIENTE”. Muy jóvenes los autores, coincidieron en una visión crítica de lo que está sucediendo a nivel global y en su propio entorno. Hacen visible lo que fue el mensaje de los ecologistas años atrás: “Pensar globalmente, actuar localmente”. Con esta visión en cada lugar se han organizado manifestaciones, performances, asambleas, debates, protestas. Algo imparable que ha de sacudir la inercia de los políticos y la codicia que ciega a muchos empresarios y ejecutivos de multinacionales.
Se ha construido una maquinaria económica y social que parece imparable, lo que va a exigir un gran esfuerza de conciencia. Pero esta labor cada vez se extiende más, a más generaciones, a más sectores de la población, a más localidades. Los efectos los padecemos a diario. Vemos imágenes de la destrucción que significa dejar que las cosas pasen, o el ¡qué se va a hacer!, cuando se pueden emprender muchas pequeñas cosas, pero de nada vale hacer que se hace, propagandear de lo que se quiere reconstruir si no se actúa preventivamente, lo cual afecta a la economía.

En la exposición a la que me refiero me llevé una sorpresa ante el compromiso de artistas jóvenes. Para muestra un botón:
La obra de Álvaro Borobio, LEVITA, está realizada con el plástico que el autor consumió en un año, busca el efecto sangrante del interior de la lona, un conjunto de plásticos que se petrifican, de más de 70 clases, según el alimento consumido. Esta masa de polímeros que dan lugar a los materiales sintéticos han creado una isla más grande que el territorio de Francia en el océano Índico. Visualiza lo peligroso y feo que es y se lo devuelve al espectador, en forma de conciencia, de impacto visual.
Otra obra que me llamó la atención (no recuerdo el autor) fue unas barras de pan sobre las que se clava un tenedor y sobre el mismo se coloca una cuchara en equilibrio. Pueden estar pegadas, pero el espectador que lo quiera comprobar verá que se cae, luego lo tendrá que poner en su sitio. Representa el equilibrio de los ecosistemas, que se ha tardado años en crear. La mano del hombre los destruye en un momento y luego es muy difícil de recuperar.

Muchas obras salen a la calle, como hace Felipe Zapico sacando una serie de fotos de la naturaleza a los espacios públicos, para que lo sean de conciencia y estéticos. También grupos que quieren hacer visible la destrucción e invasión de plásticos mediante performances para visualizar la necesidad de conciencia y acción. Poner en marcha la conciencia, la sensibilidad como valores preponderantes. El valor de la belleza y el sentimiento en las sociedades.
Y otra obra de la muestra que hace visible, palpable, el hecho de que no sólo nos invade el plástico exteriormente, sino a través de los mensajes cortos, de las pantallas, de las comunicaciones masivas diluidas la inmediatez, que reduce la capacidad de pensar con ofertas de juegos virtuales, de tanteo de palabras en redes sociales que aíslan a las personas para que no se unan en proyectos comunes, sino que se encuentren «masivamente» esporádicamente se hagan un selfie y poco más, para que el pueblo unido no pueda ser… sino hacer de este concepto una sombra en la nube enredada por algoritmos impersonales que marcan las pautas de sus emociones, estados de ánimos y relaciones humanas. La adoración a esta nueva virtualidad que hacemos real sobre un vacío existencial la plasman en su obra “DEL ÁNIMA”, Ángel Cobo Alonso y Reyes Liébana Blanco, de la plataforma Encrudo: “La pérdida del humanismo frente a la tecnología es ya un hecho irrefutable, mas poco a cambiado el simbolismo de arrodillarnos ante la imagen / imaginario, cuya conexión y parecido con la realidad es cuestionable. ¿Qué sucede entonces ciando la subordinación digital se convierte en experiencia? Una propuesta para “purgarnos” de la tecnología a través de la misma desvinculándonos de una tradición religiosa como tal. Uniendo la poesía con artes visuales, para acabar rendidos a los vicios digitales”.

Cada cual puede crear sus espacios, sus iniciativas, es lo importante. En las calles, en las aulas, en grupos, sin que todo se encienda y se apague al hacerlo en el ordenador o la televisión. Estos artistas y muchos otros siembran la esperanza. Abren caminos de libertad y de convivencia, pero sobre todo crean horizontes de una nueva realidad que se llama futuro. Es ese “viento del pueblo” que clamó Miguel Hernández, capaz de contrarrestar los tizones y tormentas de una naturaleza envenenada por algunos seres humanos que no saben que como canta el poeta argelino Pierre Rabhi al proponer la insurrección de las conciencias: “Matad al último pájaro, / talad el último árbol, / destruid el último río / y veréis que el dinero no se puede comer”.

No seremos nosotros los que traeremos una solución aunque si vamos a sufrir las consecuencias y la esperanza será que nuestras hijas e hijos sean los que lideren el cambio o sea ellos y ellas lograran revertir los daños. Si deberás somos una especie inteligente logrará vivir o coexistir con todo lo que la naturaleza a creado para todos y todas, humanos y el resto de lo que ocupa este planeta. Margarita acaba de comprar un pantalón y la sorpresa es que es hecho de botellas plásticas recicladas. Claro, comparado con los millones de toneladas afiliando el planeta es un grano de arena