Viajar desde un punto fijo

Antes de empezar a escribir, a partir de notas que he ido tomando, mis “Crónicas romanas”, quisiera ofreceros, mis caros lectores, una idea y experiencia de viajar. Hay varias maneras de hacerlo cuando se va a una ciudad lejana o a un poblado y sus alrededores. O cuando viajamos a la ciudad donde vivimos.

Una puede ser hacer el recorrido turístico viendo los monumentos, otra pasear y coger el tranvía y autobuses varios para tener una idea panorámica de la ciudad, o rutas gastronómicas, de manera que se conozcan diferentes ambientes del lugar. También se pueden sacar fotos o escribir sobre lo vivido. Otra es formar parte del paisaje urbano yendo y viniendo. O pasear por senderos rurales.

Asomemos nuestra mirada a lo que imaginamos.
Mural en el metro de Roma, estación «San Giovani».

La manera que he descubierto que es fantástica para meterse en una localidad es situarme en un punto fijo, da lo mismo cual sea, pero si es concurrido mejor. Sentado en un banco, o en la base superior de un pequeño muro si lo hubiere. Cuando me instalo en un lugar de alguna ciudad, incluida en la que vivo cotidianamente, observo como pasa la gente a lo largo de las diferentes horas del día y de la noche. Puedo estar tres o cuatro jornadas plenas, las veinticuatro horas.

De esta manera es como mejor se conoce un lugar. Un punto de vista fijo, sin moverme del sitio, dejando que pasen días laborables, festivos, días de lluvia o soleados, de viento o de cambio climático. Observo a los peatones, a los vehículos que pasan. Las diferentes generaciones que pululan por las aceras y los rostros y maneras de andar ¡tan diferentes!

Es dejar que el mundanal ruido gire en torno a ti y, de esta manera, la mirada se desvanece, se diluye y la vida baila en torno a uno mismo. Se consigue que los paisajes humanos viajen al interior de quien mira y admira lo que ve.

Movimiento de emancipación de la poesía.
Pintada en una calle de Florencia.

Escuchar conversaciones, aunque sean en otro idioma, fijarse en los besos de las parejas, en la manos asidas, en las prisas, en las zozobras de los borrachos, en quienes mendigan, en aquellos que se van colocando el nudo de la corbata, en quien se detiene para responder un mensaje en el móvil, quienes hablan a través de éste, quien hace una pintada en un muro de la otra acera creyendo que nadie le ve, quien hace fotos a los balcones y demás, todo esto y un batiburrillo infinito forman un rompecabezas que exige unir las fichas del universo humano, imaginar lo imaginado y contar lo que no aparece en los libros, en las guías turísticas ni en las gastronómicas. Ni siquiera en las literarias (libelos de viajes.) Dejemos que el mundo pase a nuestro alrededor e inventemos la realidad para descubrir lo real, al fin y al cabo ésta es lo que vemos, sólo que hay muchos ojos en nuestras pupilas. Y quien lo dude que pregunte a Gustavo Adolfo Bécquer.

Cuando contemplamos un monumento, ¿no forma parte de él quienes lo diseñaron, quienes lo hicieron, quienes se quejaron, a aquellos a los que se dedica, quienes aguantaron el polvo de su hacer?

Dicho esto comenzaré en breve a difundir las ya famosas y esperadas crónicas romanas. Cuento con tu paciencia lectora y complicidad. Fui a ver a mi hija pequeña a Roma, donde estudia Música y patrimonio histórico con eso del «Erasmus». La vi rodeada de Historia y de historias, de gentes, de vida, de monumentos y…

¡Ave!, lector. Quien va a escribir sobre lo visible y lo que nos e ve te saluda.

Salud al que lee.

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