Viajar es ver, percibir, pero también relacionarse con el ambiente. Nunca me ha gustado viajar por viajar, sino para algo y entorno a ese algo conocer el lugar. Por tal motivo entiendo que cada lugar es diferente según el momento, el para qué. Pasear, vagabundear son formas de conocer, así como las referencias monumentales que acercan lo histórico a la conciencia personal.
Roma es un tanto especial, una ciudad contradictoria y desconcertante. En torno a ella ha girado el mundo y tal vez lo siga haciendo sin que nos percatemos. Lo veremos.

No he hecho fotos, sino imágenes de curiosidades. A cambio he tomado algunas notas que, junto al recuerdo, me van a permitir dar unas pinceladas de la casi una semana que he estado en Roma, nombre de una capital que leído al revés es amoR.
Sin un orden, sino al tuntún, comentaré cosas que me parecen dignas de destacar. Ya hablaré de las sombras, pero siempre en un sentido de contradicción y es su ser paradójico el que va a definir el fondo de una sociedad, de sus gentes, que como espejo de los demás pueblos tal vez sirva para que los españoles nos veamos desde fuera.
Todo esto que parece anecdótico y simple va a permitirnos conocer la complejidad de una manera de ser que rezuma historia y psicología, más allá de sus fronteras, que hace que sea una sociedad peculiar y única.
En pequeñas dosis veamos algunas luces.

Hay metros que van si conductor, el viajero puede colocarse delante y ver el trayecto en primera línea. El mismo billete vale para una hora y media también para el tranvía y trenes de cercanía, a parte de tarjetas de trasporte que hace que sea más barato. Que no haya conductor es un signo de progreso, aún contenido, pero señala el futuro no muy lejano.
Que si Italia es cara, que si los italianos son… Puf. La verdad es que nada de eso se ve. A lo mejor puntualmente, se puede destacar algo pero no en su conjunto. Un helado puede costar un euro y medio o uno parecido dieciséis, según el lugar en que se compre. Pero hay cosas que sí están ahí, no a la vista sino en la mirada, es decir en lo que se ve más la conciencia.
En las facultades de la universidad hay fuentes gratuitas de agua con gas y sin gas. Quien no tiene recursos come gratis. Los del proyecto Erasmus lo hacen por dos euros, y buena comida, abundante, pudiendo elegir entre dos platos. Los edificios y jardines del Campus son amplios. Aunque luego las clases están abarrotadas, no hay asientos para todo el alumnado que asiste.
A los autobuses se puede subir por las puertas de atrás, sin que nadie diga nada. No se suele pagar, o pasa la tarjeta quien quiera. No así en el metro o el tranvía. Pero el autobús funcionalmente (no de manera oficial) es gratis, bueno se paga con dinero público sin gravar el bolsillo de muchas personas. Es algo que facilita la vida o que manifiesta el caos de ciudad que se supone que es.

La ciudad está llena de fuentes, son características. Se llaman “Narizotas”, por la forma del tubo por donde sale el agua. Si se tapa el orificio de salida, hay un agujerito hacia arriba por donde sale el agua que permite sea bebida más comodamente. Un agua rica y fresca, lo que se agradece al andar pos las calles bajo el sol.
En el metro se dan billetes gratuitos si se llevan para reciclar botellas de plástico, que se recogen en una contenedor. Los portales están llenos de contenedores de basura, varios para todo tipo de reciclaje. En los supermercados dan bolsas de plástico biodegradables. Pero esta luz deja su sombra por un otro lado que ya diremos.
Los escaparates suelen ser muy originales. Se ve mucho diseño y elegancia en el ambiente, forma parte de su atmósfera humana, incluso en medio del destartalamiento difuminado se percibe. Una estación de metro como “Termini”, cuando entras ves goteras, paredes sucias, pero una lámpara de diseño, con una forma llamativa, plateada, que brilla. Contradictorio. Baños con lavabos de formas modernistas, caída de jabón automatizada. Y limpios, aunque estén descuidados, con paredes que se descascarillan. Tales contrastes forman parte de la vivencia de Roma, una ciudad que recuerda a cada paso que fue la capital del mundo y al cabo de los siglos se ríe de sí misma. Quizá para seguir siéndolo, sin que se note. No sé. Iremos viendo.
Los monumentos, las ruinas, las iglesias portan la belleza de lo grandioso, por el hecho de su dimensión, en tamaño y en lo que han sido en el tiempo, que guardan en sus columnas, paredes, bóvedas, muros caídos. Un circo, del que sólo se ve su espacio sigue perdurando allá, en su sitio. Tiene un encanto especial.

Lo que primero me llamó la atención fue al llegar al aeropuerto, el aroma del baño y el jabón aromático que usan. Luego vi más baños y los jabones son de olores, pero suave y que se impregna en la piel. No es un perfume fuerte el que se percibe, sino agradable que trasmite elegancia. Sí. En algunos lugares huele a comida, pero no grasosa, sino a especias. La ciudad es sucia a rabiar, flota sin embargo un buen olor. Es curioso. En el metro huele bien. Hay puestos con flores, floristerías. Se compra en éstas no como regalo, sino para aromatizar las casas, las oficinas, no sólo como adorno. La gente se para a oler las flores, no a verlas. Me llamó la atención, pues no estoy acostumbrado a tal exquisitez.
Me encantó ver una calle de la Poesía. Pintadas y grafittis muy comunicativos. Carteles colocados en lugares monumentales y en las calles con poemas o frases filosóficas. Roma es un poema en sí, contradictorio, pero poesía.
Los portales, incluso de casas humildes y en tiendas son de mármol, de trozos que forman mosaicos, que fueron restos de grandes obras que la gente aprovechó, pues se ven antiguos. Se ha convertido en algo tradicional hacerlos de esta manera. O baldosas imitando antigüedad y con figuras mitológicas o adornos artísticos. Las paredes pueden estar desconchadas, la barandilla rota, pero los suelos limpios y bellos. Increíble.

Vi a jóvenes llevando con sus respectivas correas a varios perros, grupos de tres y hasta de seis. Los sacan a pasear para ganarse la vida, de dueños que no tienen tiempo para hacerlo. Es una imagen urbana frecuente. Es indicativo del amor a los animales.
A parte de las pizzas y la pasta se comen muchas cosas a la romana, como acá se conocen los calamares y la merluza rebozados. Allá se reboza las alcachofas, la berenjena, hasta aceitunas rellenas, lo que es una exquisitez culinaria. Que hay muchas, como cerdo asado troceado. Pasteles de hojaldre rellenos de crema no muy dulzona, al ser con crema de quesos. La masa de los pasteles riquísimas. Pero algo especial es la flor del calabacín rebozado relleno de queso y con una anchoa. Uuummm. Y la diferencia de una pizza romana y napolitana es que la masa de la primera es muy lisa, mientras que la segunda es más gruesa, como si llevara algo de levadura la masa. La romana típica es con tomate, un poco de aceite y albahaca por encima. Sencilla, rica, alimenta. Se venden porciones al peso.
La ciudad de Roma cansa, pero hay que patearla. Es un paisaje en sí, sus perspectivas desde determinados puntos, como donde se ubica el monumento a Garibaldi y su compañera Anita, que cerca de él, está representada montando a caballo con su hijo pequeño, que también murió, en brazos. Desde ese paraje se ve toda Roma en perspectiva, su espacio, su historia, su tiempo, su ser. Y quien mira flota, se embelesa y se siente parte de un mundo grande y pequeño a la vez.
Lo único que no hay que ser en Roma es turista. Se puede ser extraño, crítico, remolón, huraño, incluso italiano o extranjero, pero no turista. Por favor.

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