¡Ay!, las sombras de Roma. Tal vez esta ciudad sea en sí una sombra y nada más. La sombra de lo que fue. Pero no. Es así. Su presente es la sombra no sombría. Leí un cartel en una tienda de ropa que dice: “A Roma no se la discute, se la ama”. Tiene esto mucho de cierto, pero por algo que nos atrae y atrapa, lo cual veremos en sucesivas crónicas. Es invisible, pero despierta la intuición cuando cierras los ojos para ver lo que no está a la vista. Roma es su literatura no escrita. Ten paciencia, querida, querido, lector, lectora.
Sorprende y llaman la atención cosas que parecen increíbles, pero sobre todo sus contrapuntos, como si se quisiera fabricar la paradoja, de la misma manera que las motos, los pasteles y demás. Quizá la contradicción sea el alma de los pueblos. Lo veremos.

Lo primero que me llamó la atención fue la velocidad con la que circulan coches y motos, ¡muchas! Pero al andar por Roma comprobé que los vehículos no respetan los pasos de peatones, de pedonis, ni los semáforos. Hay que salir a la calzada y cruzar a las bravas. No tocan el claxon, ni dicen nada, simplemente van a su bola y muy, muy deprisa. Yo con la mano hacia señales de que parasen y si venían lejos que disminuyera la velocidad. Porque cuando pasaba, por un paso de peatones o ante un semáforo de inmediato salían los coches, que casi me rozaban la espalda. Parece que lo hicieran porque creen que es algo típico. No son los conductores irrespetuosos. Sucede sin sentido. O éste sea algo oculto y sea algo que hay que desentrañar.
Cierto que nadie cruza fuera de los pasos de peatones. Ya contaré en otra crónica lo que pasó una vez que me harté. De momento decir que, parado en medio de uno de los pasos de cebra, un polizia me dijo, tras explicarle la situación: “Questa è l’Italia”. “¡Vale!”, respondí, “y esto un paso de pe-a-to-nes”. Un conductor me requirió: «Andiamo signore, stiamo in piedi”. Pase, estamos parados. Curiosamente no vi ni una discusión de tráfico, ni accidentes. Algo, para mí, inexplicable, por muy atentos que vayan conductoras y conductores, de coches y de motos, éstas parecen hormigas metálicas y urbanas.
Me sorprendió ver tantos pobres por las calles, y personas a las que se ve en mal estado de salud mental. Durmiendo en las aceras, a los pies de las fachadas de lujosas iglesias. Vi un chaval tumbado que parecía muerto o estaba drogado. Esperé un rato para ver pasar a un coche de polizia, y nada. La gente pasaba sin hacer caso. Cerca de la estación un grupo de voluntarios de Cáritas repartía comida y bebida caliente. A dos pasos pobres y pobres ante tiendas de moda, de arte, de alimentos.

Delante de las iglesias, de la estación y de zonas monumentales hay militares con fusiles en mano que impresiona. Sin embargo no parece que vigilen demasiado, pues no paran de hablar entre ellos, y hablan y hablan. Atienden los requerimientos de los viandantes amablemente. Pienso que habrá polizia secreta, porque el caso es que han atentado en todos los países de Europa, menos en Italia. Una vez hice un gesto a un señor, sonriendo ante tres militares que no paraban de parlare. Me sonrió y dijo: “Amico, la mafia lavora. Non è così male”. ¡Ah!, exclamé.
Hay no pocos tramos de calles sin iluminar, porque se han estropeado las farolas y no las arreglan. Todo lo explican con “Questa é Italia”. Y puede que sea cierto. Tampoco hay bancos para sentarse, o muy pocos en las calles. Con lo que hay que andar en Roma se echan de menos. Tampoco papeleras, lo que podría explicar que las calles estén sucias, llenas de papeles, colillas, botellas de plástico. Las pocas que hay siempre están repletas, a rebosar, durante días, sin que nadie las vacíe. Suelen ser bolsas de plástico trasparentes, sin más. En el aeropuerto de Madrid me fijé que también, pero dentro de un cubículo trasparente. Parece ser que por motivos de seguridad. Pero la sensación en Roma es de cutre. También basura sin recoger en las aceras, montones enormes. ¡Una ciudad monumental!, llena de turistas. Algo inaudito. Da sensación de ser una ciudad decadente. Y, sin embargo, forma parte de su grandeza. es muy curioso.

Por otra parte hacen unas políticas de reciclaje muy buenas, en el metro recogen botellas de plásticos y dan gratis un billete a quien lo haga. Las fachadas están muy abandonadas, muchas aceras son de asfalto, pero sin cuidar ni reparar. Las calzadas tienen baches, muchas echas con pequeños bloques de piedra que llaman “petrinos”, “pedritos”, por eso de que “Pedro eres piedra…”. Pues sobre muchas de ellas está construida la Roma de hoy, en donde el nombre de las cosas es tanto o más que a lo que nombra. Es parte de su grandiosidad.
Es curioso ver la fachada de una iglesia estropeada, de ladrillo sin más, la acera colindante con tramos en que están saltadas las baldosas, irregularidades, sucio el entorno, pero se entra en el templo y ¡un lujo! que pasma, llena de arte, columnas de mármol, murales pintados en las paredes y techos, esculturas, cuadros, pedazos de historia de la ciudad y arte por doquier, en cada milímetro. Llama la atención.
Las máquinas expendedoras del metro para sacar los billetes, no son caros, no funcionan muchas veces, por eso hay muchas pero colas largas en dos o tres. Y si se tragan las monedas o billetes, los trabajadores se desentienden, es cosa de la empresa… ¡Vete a llamar! Te quedas sin el dinero. Es algo asumido. En España sucede lo mismo, pero funcionan y si alguna se estropea se arregla en seguida. En Italia parece que el que no funcione sea made in Italia.

Compras unas postales y te venden sellos que luego no sirven para enviar en la central de correos. Es una empresa privada, que tiene sus propios buzones, pero ¿cuáles son? Ante la incertidumbre, los chinos de las tiendas chinas, dicen que da lo mismo, que si no son del buzón rojo las echan luego al amarillo. Y se ríen. Las personas italianas no saben donde están los buzones, por más que preguntes, “non lo so”. Son amables, pero se equivocan mucho al responder dónde está una calle o plaza. Por cierto nada está señalizado. Parece que dicen, pasea y encuentra los lugares, no vayas a ellos. Para eso están los guías que convierten esta ciudad-museo en una colección de postales.
Roma es para ser andada, pero cansa. Menos mal que abundan las fuentes. También italianas e italianos que vuelven sobre sus pasos al darse cuenta de que se han equivocado con la información dada, “mi scusi”. A veces saca de quicio, pero claro, para eso está el gps. Yo prefiero chiedere, preguntar.
Del Vaticano, que forma parte de la enormidad y de lo profundo si se atiende a las piedras monumentales, me desencantó que de manera permanente queden puestas las sillas y las pantallas y el altar en la plaza de san Pedro. Pierde solemnidad y se hace algo utilitario. Rompe su vistosidad. En el medio de la misma está un monolito que llevaron hace dos mil años junto a otros doce. El que vemos en el centro del Vaticano lo colocaron en un circo romano, donde torturaron y mataron al apóstol Pedro, luego san Pedro. Se conoce ese monumento de Egipto como «testigo mudo». Tanta historia para ser vista permanentemente como si de un cine se tratara. Y es curioso, muy de iglesia, placas de piedra con el nombre de mártires católicos del fascismo nazi y de Mussolini y también del comunismo.
Y para descansar el último día fuimos a Ostia, a la playa y luego a ver la antigua ciudad en ruinas. Resulta que para entrar en las playas había que pagar, son privadas. Tuvimos que andar mucho para encontrar un espacio pequeño donde tomar el sol y mojar los pies, andar por la orilla. Varias personas a las que pregunté, sobre cómo llegar a un espacio de baño público, dijeron que es algo que no les gusta de Roma, que hace años concedieron un lugar de la costa a los negocios de hostelería para que cuidasen algunas playas y se hicieron con todo y a perpetuidad. La gente paga, paghi e il gioco è fatto. Pero insistieron que sólo sucede en Roma, no en el resto de Italia.

En las zonas turísticas de mayor concentración se explota al extranjero y abusa de él, lo que se ve como algo característico. Un helado en isola tiber, la isla del Tiber, dos euros. En una pastelería en la Plaza de España ¡12 euros!, un cucurucho de helado. Te dan dos galletitas sobre la bola, y una pasta, un cucurucho de olea y un camarero elegante que sonríe mientras que lo sirve. Como hay que mantener la prestancia, se paga, porque los españoles no preguntamos el precio antes de comprar algo. Ya veremos en otra crónica por qué. Pero tras pagar pregunté que por qué tan caro: “É stato servitto da un italiano”. Ah. Contado puede esto último parecer una sombra, pero desde dentro es una seña de identidad sin la cual no sería el lugar que es.
Las zonas turísticas son un espectáculo, de edificios, grandiosidad, con gentes de todo tipo, en la que lo que allá se consume forma parte del ambiente de grandeza. Hasta las personas son arte y en determinadas plazas actúan reuniendo a mucho público.

Las sombras de Roma son grandiosas, hasta el punto de no parecer tales, forman parte de la espectacularidad de la urbe romana, una manera de vivir su paisaje urbano, en donde rezuma algo imperceptible que permite sentir las luces y las sombras como parte inseparable de su Historia y su presente, de tal manera que a quienes vamos de fuera nos hacen partícipes sin darnos cuenta. Al final cruzamos las calles sin que nos atropellen.
É l’Italia.