Crónica romana IV: Belleza italiana

Antes que nada de pedir perdón por anticipado a mi pareja, mis hijas, amigas españolas y de otros lares por lo que voy a contar. Pero me debo a mis caros lectores, que esperan sinceridad en mis escritos, y a mi palabra, que ha de ser trasparente. Y es que escribo la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Incluso cuando invento lo que pretendo comunicar, también ha de ser verdadero.

Descubrir la belleza invisible y tomar conciencia de ella, no como algo meramente sensual, ha sido una experiencia que gracias a estar atento a la escritura la he descubierto. Son percepciones que no se comentan, que flotan sin palabras, que pasan desapercibidas.

Escultura renacentista de Andrea Palladio.

También diré, previamente, que las etiquetas, los clichés, las generalizaciones no son buenas consejeras, pero la mente tiende a agrupar visiones, conceptos, emociones, para captar el conjunto que es lo que planteo y luego que cada cual diseccione lo que lea. El estereotipo es una verdad genérica, pero verdad al fin y al cabo. Otra cosa son los prejuicios.

No podemos descartar las ideas preconcebidas, porque son intuitivas. Más cuando suceden colectivamente. Y en este caso me permiten señalar el patrón de belleza. Algo que apenas se quiere reconocer. Mi homenaje, en este sentido, a Inmanuel Kant por su obra “Crítica del juicio”, donde plantea la existencia del concepto estético, el cual es individual, que nada tiene que ver con el concepto lógico. Reconoce que el valor universal objetivo es a la vez subjetivo. Lo voy a plantear de esta manera y viceversa, pues como bien concluye “el concepto se une a la representación por la imaginación”. En definitiva la estética es “son un conjunto de leyes sin ley”. Quien quiera saber más que consulte con el profesor de Filosofía, don Miguel Ángel Castro Merino. He de decir que Kant desde la razón define perfectamente el enamoramiento (léase el final de este enlace) como concepto, corroborando lo que percibimos de esta sensación de lo enamorado, que es real e irreal al mismo tiempo.

Inmmanuel Kant

Sin que tenga nada que ver me ceñiré, con respecto a la belleza, al ámbito de la escritura, o sea de lo que he percibido, sin hacer elucubraciones ni fanfarronear, pues quiero mostrar una vivencia estética, no convencer a nadie. Ni siquiera entrar en discusiones estériles.

Dicho lo cual entro en materia: Paseando por Roma, hay mucho arte, ruinas, templos, palacios, a parte de museos con cuadros esculturas, artistas que tocan música en las plazas y hacen mimo o teatro. En anteriores crónicas ya lo he comentado. Y es de sobra conocido. Sin embargo hubo algo que me llamó la atención, que sin palabras me trasmitió la sensación de belleza, algo muy superior a todo esto a lo que me he referido, la esencia de lo bello, más allá de la Idea de Platón al respecto, ya que se trata de una percepción tangible, nada de ideal. “Hay algo, algo que flota en el aire”, dicen muchas personas al volver de Roma. No saben lo que es. Por fin, al recordar aquel viaje, encontré las palabras necesarias para saberlo y descubrí que se trata de la belleza italiana tal cual, lo que me permite comentar qué es esa sensación sutil. Más bien es la belleza romana, pero ya en próximas crónicas escribiré sobre la onda expansiva de Roma sobre el resto del país y del mundo. Que nadie, por favor, me tilde de anti patriota, siendo yo español, porque gracias a descubrir el alma italiana, he descubierto el de España, que está a simple vista, pero que nadie hasta ahora (hasta cuando lo escriba) lo ha señalado. Hay pistas, incluso una novela más que ejemplar que lo trata, pero nadie ha reparado en su significado.

Pero volvamos a ese halo que me hizo vibrar y que escribo con toda la sinceridad del océano, porque fue paseando por Roma, asido de la mano de mi mujer y sin demérito de ella ni, ya digo, incluso de mis hijas. Descubrí la belleza en la belleza de las mujeres italianas, sin que pueda plasmarse en un cuadro, ni en una escultura. Es algo vital, yo diría que biológico en tanto que también es arte. Buscar esa belleza a la que me refiero ha dado lugar a las más hermosas y bellas obras de arte, pero no han conseguido llegar a su modelo. Sin embargo lo han ocultado. la gente se para a contemplar esculturas, cuadros, pero no a las personas bellas que recorren las ciudades. Ni Leonardo Da Vici, ni Rafael, ni Miguel Ángel (no el profesor de filosofía, sino el autor de las pinturas de la capilla Sixtina) ni nadie. Y sé porqué. Lo cual comparto con quienes leáis este escrito.

Omitiré detalles cotidianos. Yendo al grano: Roma es una bellessima cittá, no cabe duda, pero hay algo que es más bello aún, la mujer italiana, pero no en sí. No como tal. Por eso “flota” esta sensación tan generalizada, en la que no se ha reparado suficientemente. Y que nadie me tilde de machista, porque también el varón italiano es de una belleza especial, como haré constar más adelante en este mismo escrito. Y yo no soy italiano, por lo que no se me podrá acusar de partidista o de arrimar el ascua a mi sardina, ni pasión patriótica. Más bien lo contrario.

Es la mujer italiana una belleza de lo bello, un hecho singular a nivel mundial cuando anda y cuando viste con falda. De otra manera es cómo las demás. De esto viene la importancia que tiene la moda en este país. Alguien podrá referirse a alguna que no cumpla este patrón, pero será la rarísima excepción que confirme la regla. Yo no la encontré. Temblé ante tan inmensa belleza paseando por las calles y me rendí ante tal sentido de lo bello. Al volver de allá tuve que releer a Kant y reflexionar para poder entender aquella experiencia, que al contársela a los amigos se reían y pensaban que estaba de cachondeo.

No existe ninguna mujer en el mundo que supere ni por mucha a una italiana cuando camina con una falda, convertida esta prenda de vestir en la bandera estética de la belleza. Y hablo de la belleza universal, no del mero gusto de la moda o de lo culturalmente atractivo. Es puro arte, que trasciende lo concreto de una persona, de un lugar, pues es algo que se repite en toda mujer de Italia, y no en las que son de otros lares. No hablo de sensualidad, ni mucho menos, sino de belleza pura. Es así la obra de arte más sublime que jamás se pueda ver, fijándose, claro está, en esta percepción, en un mundo que ha perdido el sentido de lo genuino. Estoy hablando de arte, no de la manera de mover las caderas al andar, ni siluetas provocativas.

La belleza es viento de la mirada, tal que es la mujer italiana en movimiento cuando viste con falda. Con un vestido es otra cosa, no llega a ese punto de exaltación estética. Parada tampoco lo parece. Y mucho menos en traje de baño. No tiene nada que ver. Es la falda un don especial de la mujer italiana, cuya imagen circula entre miradas teñidas de arte para desentrañar lo más recóndito de lo bello. Es «la armonía oculta / de diferentes bellezas...» que cantó Pavarotti: «Recondita armonia / di bellezze diverse!…

Cada tribu, hoy naciones aunque no exactamente, tiene su referencia bella en las personas, como reflejo de una manera de ser, de una historia y de su genética, sobre lo cual nada tan espectacular como la hembra italiana cuando anda vestida con una falda. El resto de mujeres pueden quedar muy bien con esta prenda, ser guapas y atractivas, hasta elegantes, pero no poseen esa cosa sutil, invisible, ese aroma de la mirada, esa maravilla que no se sabe describir con palabras, aunque ahora lo señale. Me refiero a la belleza genuina. Luego hay particularidades, como es levar puesto un vestido, que a quien mejor sienta es a la mujer francesa, sin lugar a dudas. El pantalón nadie como la inglesa, pero sin legar a las cotas de la dona italiana cuando lleva puesta una falda. Por ejemplo a las escocesas no les sienta bien el pantalón, o digamos tan bien. Lo cual es un impulso inconsciente y no estudiado sobre el deseo de independencia de una parte de la población. La belleza del cuerpo desnudo pertenece a la mujer senegalesa, una auténtica escultura, con la mirada como arte y no bajo otros puntos de vista. Me refiero al paisaje humano. Lo que no quiere decir que otras mujeres de otros lares no sean hermosas, bellas, atractivas, y demás. Por favor, que no se interprete como algo en contra de nadie, ni en demérito de nada, sino como la captación de la esencialidad.

¿Y la belleza de la mujer española, cuál es?, os preguntareis. Su silencio, cuando no dice nada. Por eso se la presupone tímida, pero no, es coquetería. Puede hablar mucho, pero cuando se calla le cambia la mirada, es una característica, que no se trata de estar o no de acuerdo, ni debe atribuirse a connotaciones de censura, sino de observar detenidamente con la mirada del arte esencialis. Dicho con todo respeto y admitiendo que dicen cosas interesantísimas, pero ese momento de quedar callada es especial y no se da en otras mujeres del mundo. ¿Y la belleza del varón español? Su torpeza, su ser patoso en algo, es lo que le hace bello, por más bruto o inteligente y simpático que sea. Los amigos que me cuentan sus adentros y cuestiones muy personales coinciden en que cuando sus parejas les dijeron “pareces tonto”, supieron que se habían prendado de ellos: «Es entonces cuando supe que le gustaba«. Para el español esta expresión no es un insulto, aunque lo parezca, sino una alabanza.

Sophia Loren

Voy a contar una confidencia, llegado a este punto, me parece de interés y que puede aclarar mi percepción al recorrer las calles de Roma. De pre-adolescente confieso que me gustaba la actriz Bárbara Rey, su cara, sus facciones. Pero cuando la veía en la televisión no, al revés, me dejaba de gustar, me parecía fea y chabacana. Al ver su foto me volvía a quedar prendado de su imagen. Nunca supe por qué, hasta estos días que pienso sobre esto que os cuento. Por otra parte Sofía Loren en las fotos me parecía guapa, pero sin más. Una cara curiosa, atractiva. Pero no me emocionaba. Al ver películas de ella sin embargo me embargó y cautivó. La veía especial. Miraba una foto después y no me causó tales sensaciones. Ahora lo entiendo, lo cual para mí es una gran satisfacción.

¿Y el varón italiano?, también es posee una belleza característica, sublime, que ningún otro estereotipo de hombre posee. Antes decir que, por lo que ya veremos en otras crónicas, hay elementos comunes a nivel mundial e histórico que se remontan al origen de las civilizaciones y quizá de la humanidad, que en todo el mundo únicamente a los italianos y españoles les embellece y sienta bien: Llevar la camisa desabrochada en la parte superior, dos botones. Ni más, ni menos. A veces tres, forse. Soy testigo de que madres y tías españolas muy puritanas indicaban a sus hijos varones que se desabrochasen los botones de arriba de la camisa para salir elegantes a la calle. “Para que no te agobies”, o «porque hace calor», se decía como excusa, cuando era para resaltar la belleza, que siempre necesita de alguna explicación, sin reconocer el porqué auténtico.

Pero algo que hace al italiano el ser más bello del mundo, sin comparación, es el bigote. No el aristocrático, que no les queda mal, pero da al rostro una imagen curiosa, sui generis, mientras que a los rusos o alemanes les sienta fatal y parece que se lo dejan para asustar a amigos y enemigos. O para imponer respeto. Me refiero al bigotillo en la faz de los italianos, ese que es como una línea gruesa bajo la nariz. Visto sin más no destaca, incluso parece soso, pero cuando habla el varón italiano con este mostacho se convierte en alegre y juguetón, adquiere vida y da belleza al su parlare, gesticular sin bigote le hace ser uno más, digamos que esto destaca también en el argentino, que tiene una coletilla italiana en su habla, como ya hemos visto, pero no, es el bigotillo lo que al varón italiano le hace único. El hombre italiano lo intuye, pues para atraer a una mujer habla sin parar o hace guiños y muecas. También su belleza gestual con el bigote es un espectáculo, una obra de arte que yo me quedaba mirando embelesado. Algo increíble que cualquiera puede comprobar. Sin embargo este mismo adorno natural bajo la nariz, que debe estar muy cuidado y a conciencia, en el varón español, si no se mueve, bueno, pues ahí está, pero al hablar y gesticular, le ponen cara de mal genio y de antipático. Mi padre, a quien admiro, y algunos tíos tuvieron este ornamento en el rostro. Les quedaba fatal, pero como veían la belleza en los actores italianos la proyectaban en ellos y no, ¡ni mucho menos!

Lo mismo que en los italianos es a los que sienta bien estar sin afeitar tres o cuatro días, intensifica su belleza. En el resto de los varones da sensación de dejadez.

Sophía Loren y Marcello Mastroianni

Veréis que no me dejo llevar por la pasión, ni peco de poco neutral, ni a mí me afecta, por más que yo sea guapo, pero nada que ver con la belleza romana, lo reconozco. ¡Qué le voy a hacer! Si hubiera querido fardar o presumir retóricamente hablaría de las calvas, de la curva de le felicidad y redactaría un quevedismo a mi antojo, pero ¡no!, lo que yo hago es seguir un criterio objetivo, que yo mismo desconocí hasta recorrer las calles de Roma, ¡oh, Roma, sus romanas y romanos!, ¡su belleza intrínseca y desconocida!, que pasa desapercibida por no saber mirar.

Y es que como dijo Kant: “Todo juicio es un fundamento a priori, según lo cual el arte de la estética es un a priori que se encuentra en su finalidad”. Lo dicho.

Crónica romana I: Luces

Crónica romana II: Sombras

Crónica romana III: El idioma

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