Sé que he teorizado mucho con respecto a las notas que fui tomando a medida que caminé por Roma. Pienso que es una visión interior de un viaje a una ciudad que pudo ser cualquier otra. En esta nueva crónica, la penúltima, cuento dos experiencias prácticas que resumen a modo de experiencia empírica lo que os he contado. Quien tenga ojos para leer que lea.
La primera fue en un paso de cebra, que ya conté no se respetan, se lo saltan los conductores con el agravante de circular a una velocidad enorme. Mostré mi indignación, pero sobre todo de que nadie hiciera nada. Lo comentaba: “È un peccato. ¿Nessuno fa niente?” (Es una vergüenza, ¿nadie hace nada?) – “Non succede nulla, é cosi”. (No pasa nada, es así.)

¿Cómo que es así?, ¡hay que hacer algo! Harto, decidí plantarme en medio de un paso de cebra. ¡Ya está bien! Quien vino conmigo se fue, dijo que no quería verme hacer el ridículo. No hubo nadie para defender. Fue un acto, que luego vi, de hidalguía, como lo que describí en mi crónica anterior. Reconozco que tuve que haber llevado una cartulina con la palabra ¡bien grande! “RESPETO” y dibujado un paso de cebra. Pero no tuve tiempo y fue una acción repentina, que aún sigo considerando necesaria.
Salté al ruedo (nunca mejor dicho, pero no sé si romano o taurino) me planté en medio del paso de peatones gritando repetidamente la palabra “rispettare, rispettare” y con mi italiano macarrónico expresé que es un peccato. Los conductores de motos pasaban a mi lado más veloces que nunca, pero los de los coches pararon, pudieron ir por un lado, pero son italianos y se pusieron a gritar y gesticular: Stupido; ¡testa di cazzo!, andare anormale, y exabruptos por el estilo. Yo gestuculé igualmente manifestando que no, no se puede pasar a lo loco, “tuo padre sará pazzo”. Aguanté la embestida. Puse la mano en el cinto mientras que sonaban los claxon de los automóviles, los gritos no paron.
Me percato al escribir que al agarrarme al cinto fuwe una resonancia al alma española, de agarrar la empuñadura de la espada. El italiano no paraba de chillar, gesticular, pero no me tocaron debo decir, ni empujar ni nada. Ni eso tan español de “ti do un ospite”. Un grigay, hasta que llegó un coche de la Policía Romana. Bajaron los dos agentes: “cosa c’è che non va in lui”, ¿qué le pasa?, ¿qué hace usted? Le expliqué como pude la situación, mi hartura de que los coches no paren ante una señal que así lo indica para que pasen los viandantes. “Questa é Italia”, me dijeron: “E questo è un passaggio pedonale!!!” (¡Y esto un paso de peatones!) gesticularon indicando que me fuera, que siguiera mi camino y dejase en paz a la ciudad. La verdad es que el atasco fue mayúsculo.

Llegó una furgoneta de carabineros que salieron, seis de ellos. Me extrañó que no me amenazasen con poner una multa ni que me cogieran para echarme. El jefe con su bigotillo típico sonrió. ¡Sí!, puso cara agradable: “Questa é una cosa de secolli”, ¿Una cosa de siglos? ¿y qué?. “Sei espagnolo”, dijo sin quitar la sonrisa del rostro, como los otros que le acompañaron. ¡Soy europeo!, dije con cierto orgullo y evitar caer en una trampa dialéctica. La gente siguió gritando alborotada Invitado educadamente a irme, lo hice.
De vuelta a casa realicé un escrito para enviar al Parlamento Europeo indicando la necesidad de incidir en la educación vial en la escuela, junto a campañas de los medios de comunicación para concienciar sobre circular adecuadamente. Imprimí el documento. Mientras que fui a Correos a certificar la carta pensé que de hacerme caso perderían su italianidad. Actué como un auténtico hidalgo, pagué el sello y me fui sin dejar el sobre allá, lo rompí y tiré a la papelera.
La segunda experiencia fue estando en la plaza Navona, preciosa y muy ambientada. Llegué después de una caminata. Estuve cansado. Me descalcé. Miré los espectáculos que concurrieron aquel día: Estatuas humanas, malabaristas, un par de chicos haciendo acrobacias, Charlot paseando y gesticulando a los viandantes, una cantante de ópera, una señora mayor muy requetepintada bailando como Ginga (Ginger Togers) siguiendo la música que salía desde un aparato viejo de sonido carrasposo. Una nube de voces y griterío envolvía aquel ambiente rodeado de las terrazas de lujosos restaurantes.
Me extrañó que entre tanto espectáculo callejero la gente me mirase estando yo sentado en un banco de piedra. Las fuentes forman parte de ese paisaje urbano, pero ¿yo? Al cabo de un rato aparecieron dos policías de la ciudad de Roma parecieron parte del espectáculo: mancanza di rispetto, dijero. Sacó su porra del cinto. “Yo no falto el respeto, acaricio el suelo de Italia”. Uno de los compañeros suyo tradujo: “Non manca di rrispetto, accatezzo il pavimento dell’Italia”. Cuatro carabineris se acercaron. Muchas personas, de todas las nacionalidades comenzaron a amogollonarse y se aglutinaron en torno al donde estaba. Uno gritó: ¡Mettiti!!. “No” fue mi respuesta. ¿Por qué?, no lo sé. Me salió. Estaba agotado. Reinó el silencio. Otro usó un teléfono móvil. Vigilaron para que no me moviera. No tuve escapatoria. Llegaron dos camiones del ejército ¡italiano!. ¿Queréis perder otra batalla?, pensé. Otra más. Me rodearon. El silencio de las gentes de la plaza, a rebosar, fue sepulcral.

¿El siguiente paso cuál será? Quedé desconcertado, sí. Pero me mantuve en mis treces. Empezó a ser una cuestión de honor. No me cogieron para apresarme, nada. Los testigos de aquello: expectantes.
Los soldados hicieron dos filas paralelas. Los policías abrieron paso. Empecé a preocuparme. La cosa iba en serio. Al fondo de la plaza apareció Matteo Salvini. Sí, sin lugar a dudas. Ya no pude rendirme. Tampoco soy un mártir. Debía de aguantar. Resistencia. Me levanté y me puse en pie sobre el banco de piedra, sin respaldo. Un acto de ¡aquí os espero! Varios brutos acompañaron a Salvini. Muchas personas testigos de lo que sucedía quedaron descalzos. Los bestias salvínicos hicieron visibles sus nunchakos, bates de beisbol, puñis americanos. Y sus bíceps de gimnasio. Una señora, signora, clamó “Viva la revolución de los pies descalzo! Los salvinis tenían que actuar, que cortar por lo sano antes de que se les fuera de las manos. ¡Resistiremos!, fue el grito unánime. ¡Noi resistiremo! Empezaron a avanzar. La gente levantó los brazos con un zapato en la mano. Comenzamos a cantar la balada de Labordeta: “habrá un día en que todos al levantar la vista veremos una tierra que ponga…. Corrieron hacia nosotros los armados de palos y rabia, con ira.
Mi hija pequeña e golpeó el hombro derecho: “Papá despierta, tenemos que volver al hostel”.
Crónica romana III: El idioma.
Crónica IV: La belleza italiana.
Crónica romana V: El ser italiano
¡Grandioso!
Como el mismísimo Darío Fo, aunque sea en sueño 😪 bufo: el gran Ramiro.