Diario de un disidente del coronavirus: Mi padre

¡Ay!, cada vez me cuesta más hacer este diario, altera a muchas personas, otras se sienten ofendidas, o les hago sentir culpables al seguir las indicaciones prescritas por el gobierno. Que yo también cumplo. Lo que me propuse desde un principio es ofrecer un punto de vista reflexivo ante la ola de irracionalidad que se nos viene encima. Hay también quienes lo agradecen.

Me vienen a la cabeza muchas cosas, al pensar, al recordar, el escuchar las noticias. Lo hago desde la subjetividad y para poner en juego las ideas y la forma de percibir el mundo que he elaborado a lo largo de mi vida, de forma equivocada o no.

Hoy me he acordado de mi padre, médico pediatra, de sus consejos, de su manera de vivir el ejercicio de la medicina. Creo que tiene algo que aportar su experiencia a través de lo que recuerdo de él.

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Doctor Pinto

También hoy he hablado con una amiga que está ingresada en el hospital “12 de Octubre”, en Madrid. Su diagnóstico es muy grave, piensa que le ha tocado y que es su final. Está en una habitación con otra persona en la misma situación y me cuenta que le están dando medicamentos que han funcionado para curar el SIDA y que pueden hacer efecto. Ella espera que la vacuna llegue pronto y “sirva para los que vengan”. Siento mucha pena, es tremendo tener que escribir esto, porque para algunos escribo como si fuera un insensible o desaprensivo. La pandemia me parece un peligro, la naturaleza nos pone en jaque, pero luego hay muchas maneras de reaccionar. Y es sobre las mismas para lo que planteo mi reflexión.

No establezco mi tesis y luego la refuerzo cogiendo datos de literatura, filosofía, noticias, sino que con todo esto construyo mi opinión, que no es una teoría. Una gran amiga, discrepante de lo que escribo y que me lo ha razonado, me pide soluciones. ¿Y si no las hay?, que no las habrá hasta que se encuentre la vacuna o algún antídoto, y será una solución relativa. ¿Y mientras tanto?

Prefiere saber qué es lo que pasa, antes que no tener información, siendo ella siempre crítica con la manera de enfocar las noticias por los medios de comunicación de masas. “Tienes la alternativa de apagar la tele”; mi respuesta en esto es que sí, pero rodeados de personas que la ven permanentemente, que les angustia, que no paran de trasmitir lo que ven en los medios y redes. Insisto en mi idea de que los datos se sacan de contexto y se ha focalizado la información de manera extrema. Por eso mientras que se consigue la vacuna hace falta serenidad y aislar los focos de la infección, para lo cual no hay medios y, entonces, se están dando palos de ciego. Se debe aislar a la población de riesgo, con medios y no gastar éstos en querer abarcar todo. Y sobre todo dar información, no crear alarma. Esta es mi discrepancia.

Hay que aclarar que la canción original no es "Pinto, Pinto gorgotito", sino "Pito pito gorgorito".
Cuadro sobre el coronavirus de Ana Viejo.

Narrar cada muerte, cada contagio, no contribuye en nada a mejorar la situación ni a curar la enfermedad. Tampoco evita su expansión y da lugar a más problemas. Se sabe que se va a contagiar el 90% de la población, según ha indicado la comunidad científica, afectando con el desarrollo de la enfermedad a un 20% de los contagiados, siendo un 2% los posibles muertos, un 1’4% de la población. Que es mucho, no lo pongo en duda. En lugar de asumir la realidad se ha desatado el pánico y ya no es reversible. Para mí se debió de haber hecho lo que plantearon científicos ingleses y de Suecia, y otros especialistas en epidemias, alguno de los cuales ya he indicado anteriormente. Me acaban de decir que Inglaterra toma medidas severas, de cuarentena, “se rinden a la evidencia”. Sí, o se puede entender que ceden a la presión de la masa cuyo estado de ansiedad se ha extendido a nivel mundial. Esto habrá que dilucidarlo serenamente.

Noto que la noticia en sí se agota aunque la pandemia continúa, con sus consecuencias sanitarias, terribles y lamentables, pero hay que racionalizar la situación. Se anunciaba hoy que en meses puede haber una vacuna. Aparece un nuevo escenario. A la vez también se dan efectos sociales de toda índole. Esta crisis sanitaria ha despertado, como dice Camus en su obra “La peste”, lo mejor y lo peor del ser humano. Si se agudiza la psicosis de alarma llegamos a cuestiones que van más allá del contagio vírico y se cuelan en la mentalidad social, de manera que en un futuro estaremos en deuda con esta nueva concepción de la ciudadanía y de la democracia, al normalizar lo que es un estado de excepción. Ayer el presidente de los EE.UU. se declaró “presidente en guerra”; el lenguaje belicista que se propaga contra la pandemia hace que hoy el general Villaroya, jefe del Estado Mayor de Defensa en España, diga: “Todos somos soldados. Todos debemos demostrar que somos soldados, cada uno en su lugar”. No es una crítica, pues entiendo que es su manera de enfocar la actuación del ejército para imponer las medidas del gobierno y forma parte de su lenguaje. Lo que me parece fuera de lugar es que sea en una rueda de prensa, que se convierta en una noticia central de los medios de comunicación y que se trasmita esta visión a la ciudadanía, aun admitiendo la buena voluntad de las Fuerzas Armadas. Y no lo planteo como una manipulación de los medios de comunicación, quiero aclararlo, sino como parte del funcionamiento de la psicología de masas que nos lleva, e irá creciendo si no somos capaces de reaccionar. Hoy en la calle en la que vivo tras los aplausos de las ocho de la tarde se empezó a escuchar el himno de España. Simplemente observo que es un paso cualitativo nuevo. Otros días no fue así.

No me quiero alargar, me pide mucha gente que sintetice, que “lo bueno si breve dos veces bueno”, pero el tema es harto complejo y cada día suceden nuevos hechos, aparecen nuevas informaciones o se repiten exasperando el ánimo de los ciudadanos.

Al menos se ha aclarado que las muertes de algunos jóvenes con coronavirus han tenido que ver con el consumo de Ibuprofeno y otros antinflamatorios. Esta aclaración es muy importante para evitar que haya más personas que los consuman y para evitar extender más si cabe el temor.

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Escena de la película «Apocalipsis now».

Se repite que ha muerto una enfermera contagiada de coronavirus, y un médico. Tremendo. Veamos este dato en su contexto para analizarlo desde la razón y no emocionalmente, con todo el sentimiento de dolor y lástima. Es algo que angustia al saberlo en un estado de nervios y exasperación. No se puede dar este dato aislado porque nos compunge. Es cierto que han muerto infectados por el coronavirus. Pero según la OMS: “Cada año, el tratamiento y la atención de cientos de millones de pacientes en todo el mundo se complica a causa de infecciones contraídas durante la asistencia médica. Como consecuencia, algunas personas enferman más gravemente. Algunas deben permanecer más tiempo en el hospital, otras quedan discapacitadas por un largo periodo y otras mueren”. Es lo que se llama “infección hospitalaria” o “infecciones nosocomiales”. En la revista “La Gaceta Médica”: “Las infecciones nosocomiales afectan al 5 por ciento de los pacientes y comportan una elevada morbimortalidad”. En España, según “Redacción Médica”, mueren una media de 3.200 personas al año por esta causa. No he encontrado datos sobre la muerte por esta patología del personal sanitario. En la revista de la Universidad de Barcelona, octubre 2017, se lee: “Carecemos de datos estadísticos del número de profesionales que han enfermado por estas infecciones (las nosocomiales), pero existe un interés creciente y una demanda por parte de los profesionales de disponer de la máxima formación”.

Mi padre, el doctor Pinto, un leonés que ejerció en Madrid, donde vivió y falleció hace unos años, formó parte de una generación de médicos muy diferente a la de hoy. No es crítica (ya temo que se malinterprete lo que cuento) sino que se trata de una observación y de rememorar sus “lecciones prácticas”, porque pueden aportar algo. Se ha pasado de una medicina científica y humanista a otra científica y técnica.

Acompañé muchas veces a mi padre a los avisos, yo era el encargado de llevarle la cartera con los artilugios, el fonendo (fonendoscopio que hoy algunos dicen de él “ese colgante y sucio atributo médico”), el que sirve para mirar los oídos (otoscopio), el aparato para tomar la tensión, el termómetro de mercurio, los palos (depresores) de madera o de plástico para ayudar a ver la garganta y demás. Recuerdo la imagen de mi padre sentado a un lado de la cama para tomar el pulso al enfermo, poniendo su mano sobre la frente para ver inicialmente si tiene fiebre, bajar el párpado inferior para inspeccionar los ojos, que da alguna pista sobre ciertas enfermedades. Al salir de sus casas se lavaba las manos. También al llegar a la nuestra, muchas veces conmigo a la vez y otras con alguno de mis hermanos. Jugábamos a ver quién sacaba más espuma frotándonos las manos. Hoy se estudian los informes médicos. Todo es a través de análisis y aparatos, parece que el enfermo está ahí y la enfermedad en los datos clínicos. A tal enfermedad tal terapia, y funciona. Es otra forma de ejercer la medicina.

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Contaré algunas anécdotas, recuerdos de lo que él contó y habló con los amigos. Fue un gran conversador que, como mi tía Lola, José María Alonso y Santiago Rodríguez Magallón (no he conocido más), elevaban la conversación a la categoría de arte, coincidiendo esta definición con la de Ortega y Gasset y Virginia Woolf. Contó con orgullo lo de cuando tuvieron que ir a escondidas él y sus colegas al bar Chicote, en la Gran Vía de Madrid, como si fueran de alterne, para, de manera clandestina, comprar penicilina (que no siempre cobraron a sus pacientes.) Siempre que pasamos por delante del lugar lo recordaba. Inventado este antibiótico en el año 1928 por Fleming, cuyo nombre consta en el callejero de todas las ciudades de España y en muchas otras del mundo, no llegó oficialmente a nuestro país hasta el año 1944. Según mi padre porque la jefatura decía que era “de esos ingleses”, pero se oía hablar en el gremio del “milagro de la penicilina”. Corrobora esta historia un episodio de la biografía de Carlos Jiménez Díaz, quien, “tras contraer una grave neumonía neumocócica durante sus vacaciones de verano en Santander, pudo salvar su vida gracias a los dos gramos de penicilina conseguidos de estraperlo, y no sin ciertas dificultades, por sus discípulos en el Bar Chicote de la Gran Vía madrileña”. Mi padre fue alumno de este médico eminente y de Gregorio Marañón, de lo que se sentía muy honrado. Me regaló algunos libros de éste médico y escritor, que he leído.

Cuando le llamaban por teléfono para consultar sobre alguna enfermedad se ponía la chaqueta y la corbata antes de ponerse al aparato. Siempre tuvo su traje (lo llamábamos “el uniforme”) preparado en una percha de pie. Mi madre decía qué ¿para qué?, al ser por teléfono. Lo veía como una manía, pero para él era una manera de meterse en su ser médico y salir de otras facetas de su vida. Decía que la medicina no es una ciencia exacta, sino experimental, que los medicamentos se prueban para ver si curan tal como han probado los experimentos, pero cada paciente es un mundo. Por eso se manda volver al cabo de una semana o a los quince días, con el fin de estar atentos a posibles efectos secundarios que pudiera detectar el médico y aún no notara el paciente. También que para la mayor parte de los casos que atienden en las consultas de medicina general no es necesario estudiar tantos años, que con saber unos síntomas y el medicamento que le corresponde, “sota, caballo y rey”, con un cursillo sobraría. Pero el conocimiento médico es necesario y es imprescindible para los casos complejos y difíciles. Es en éstos en los que hay que demostrar que se es médico, afirmaba. Recordó lo que un profesor suyo le dijo: Un buen diagnóstico es la mitad del tratamiento para sanar al enfermo. Al cabo de los años, según mi padre, hay unos pocos casos en los que te la juegas, y nunca se sabe cuál puede ser ese paciente, por eso hay que estar atento a cada uno que llega y estudiar bien qué le pasa. Es cuando hay que poner en juego el saber médico: “conocimiento, experiencia y tener suerte”, decía.

Cuando le llamaban para una urgencia se vestía de traje lentamente, se sentaba antes de salir, tomaba una copa de coñac con tranquilidad. Mi madre se ponía nerviosa, ¡Ramiro, el paciente! Mi padre, con la mano decía que tranquila. Yo también me inquietaba. ¿Y si se muere? Cuando fui más mayor, creo que con quince años, le pregunté con respecto a esos momentos. Su respuesta fue, según recuerdo, con una cierta sonrisa: “Mira Miro, para ser médico hay que tener pachorra y no dejarse llevar por lo urgente. Lo primero es que nos hemos tenido que acostumbrar a la muerte y al dolor. Hay que dejar que actúe la naturaleza, ese tiempo de retraso me permite ver cómo evoluciona el mal inminente, un médico cura, pero no hace milagros. Lo importante es observar qué le sucede al enfermo, sin ponerse nervioso analizar lo que le pasa y averiguar qué enfermedad es para actuar en consecuencia y hacer lo que se pueda. Cuando ves que no está en tú mano hay que llevarlo al hospital”.

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Foto de Ramiro Pinto Díez en la orla.

Recuerdo una vez que mi padre llegó a casa quejándose y con lamentos de que no le dejaron pasar a las habitaciones del hospital el Piramidón. Tenía la costumbre de ir a ver a sus enfermos los jueves por la mañana, a sus pacientes, en general niñas y niños, al centro hospitalario en el que estuvieran, de la consulta privada y de la de la Seguridad Social. Para hacer un seguimiento, para darles ánimo, para estar a su lado como médico que era de ellos. Para él esto era muy importante. Solía ir al hospital de la Paz. Con el nuevo y gigantesco Piramidón también a éste (llamado así, aunque su nombre sea “Ramón y Cajal”, por parecerse a una pirámide grande y era el nombre de un famoso medicamento de entonces.) Pero un día un “mindundi”, añadió también que “¡un gilipollas!” le dijo que no podía pasar. Mi padre a veces tenía su genio. No le dejó entrar a ver a sus enfermos, le dijeron que allá los enfermos son del hospital y que él se fuera a la consulta, que en el hospital no pintaba nada. “La medicina ha cambiado, el mundo ha cambiado, la medicina será otra cosa diferente a la que hemos practicado hasta hoy”, repitió al contar aquello. La ciencia médica ha evolucionado, se ha tecnificado, sí, y nos curan y atienden, pero alguna lección han dejado los que han precedido a los de hoy.

A veces no hay que ver las cosas a través del microscopio nada más o por los medios de comunicación, sino mirar a nuestro alrededor, observar y pensar. Nunca se sabe.

Salud y resistencia.

3 comentarios en “Diario de un disidente del coronavirus: Mi padre

  1. Ramiro, me ha encantado tu reflexión, tienes la virtud de transportar a tus lectores a ese preciso momento que relatas. Yo misma he retrocedido y he vuelto a ver al Dr. Pinto, sabes que le conocí, efectivamente con su traje y con su bata blanca encima cuando estaba en su consulta. Gran hombre el Dr. Pinto y tu padre, además; pero también tu relato me ha llevado de la mano a esa época en la que tus médicos de atención primaria, eran tu familia, entraban en tu casa cuando enfermabas y accedían a tu habitación delante de tu madre, porque ya la conocían, por no ser la primera vez que te visitaban, de hecho si tu enfermedad duraba varios días, ellos mismos te decían,-» mañana te veo niña, ya verás cómo si haces lo que te he dicho, estarás mejor y pronto podrás ir al cole».

    Sin menospreciar ni mucho menos a los de ahora, nada más lejos, y sobre todo en estas circunstancias, creo que eran más vocacionales y su relación con sus pacientes, más cercana, más humana, me atrevo a decir. Creo que era cosa de los tiempos, todos parecíamos más humanos, incluso conocíamos a nuestros vecinos, cómo ahora aunque sea desde los balcones.

  2. Estos momentos que vivimos actualmente me recuerdan a una película: «Muerte en Venecia» de Luchino Visconti (basada en la novela con el mismo título de Thomas Mann) Resumiendo y en pocas palabras : La Estética y la Belleza son conceptos inherentes al desarrollo social y por tanto construidos en un común denominador. Lo opuesto serían las enfermedades , peste, malaria, tifus. Y un largo etc… de destrucción de vida. La muerte como tal no puede ser aceptada y por tanto nuestro estado de bienestar que nos asegura una vida casi eterna de alegría, placer, seguridad, etc . No soporta que un virus diminuto como el Coronavirus Covid-19 sea el gran exterminador de la humanidad. Recordar el Ángel Exterminador de Buñuel: Que la estupidez de la estética y de vida en el ser humano nos lleve a una vida aborregada . Que somos prisioneros de las propias normas de conducta y acción a la que estamos acostumbrados; por esas pautas de desarrollo seguramente erróneas. El reto de la Ciencia y su desarrollo no puede consentir que una partícula nano, ínfima, pueda estar poniendo a toda la humanidad en cuarentena .

    Este año 2020 presagiaba para muchos ser un año de mayor bienestar y alcanzar múltiples objetivos y deseos. Sin embargo otros opinaban que con la repetición del 20 resultaba seguro un año maldito . Muy curioso el detalle ! En 2001 Odisea en el Espacio del director Stanley Kubrick sucede un año posterior al cambio de milenio 20-01 cambio de la humanidad , descubrimiento de nueva inteligencia. .

    *Nota: Siguiendo las formas de mi amigo RAMIRO . Esto es la primera parte. Entre hoy y mañana continuaré con la segunda parte.

    1. 2- Parte.__

      Kubrick ha estado dentro de diferentes comentarios y críticas periodísticas: El más conocido fue que había sido contratado por la NASA para recrear la llegada a la Luna de una forma más espectacular. Fuera de esta rumorologia, lo cierto que su película » 2001 Odisea en el Espacio» me plantea una visión simbólica muy significativa. Por una parte el futuro de la inteligencia en el hombre ( representado en la película por un menhir o monolito) Así mismo , el desafío de la inteligencia artificial (ordenadores , robótica, etc..) Por otra, la adaptación a un espacio vital. Creo que estas dos realidades se juntan en un espacio virtual .

      Actualmente mi realidad supera la Ciencia-Ficción: El confinamiento en casa y las palabras del presidente Sánchez » Lo peor estar por llegar» tranquiliza a toda la población . Los múltiples problemas de la gente que se han multiplicado, pues aún no son suficientes, llegaremos a más . Son palabras para dar tranquilidad. El volcán de la palabrería no tiene límites en estos políticos. Tanta redundancia en frases y palabras pueden causar mayor problema en la comunicación.

      Precisamente esta comunicación llevada principalmente por los Medios de Comunicación de Masas . Necesita siempre de un filtro. La objetividad en la información es muy relativa por ello pido que no se informe con tanta ansiedad. Con tanta cifra inútil para generar esperanza. Al final toda esta información global necesita de mucha comparación y contratación.

      El Papa-Estado genera muchas veces más incertidumbre que tranquilidad a sus ciudadanos . Toda su información tanto televisiva , radiada , periodística o internáutica tiene que ser considerada parcialmente. Están con la unidimensionalidad de la información

      *Nota: En las próximas horas continuaré con la tercera parte. .

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