26 de marzo – 2020. Cuidado con la exaltación del heroísmo, porque quienes agitan el ánimo de la gente pueden llevarla a donde les dé la gana. Pero hoy no quiero incidir en lo que parece el Bolero de Ravel, las mismas notas repetidas, pero con niveles más intensos, el matiz dinámico que hace que una pieza musical nos lleve y bailemos a su son.
Hoy no quiero ser «áspero», como algunos dicen, en mis observaciones. Sino dejar que vague mi pensamiento, porque, quizá, fruto del encierro y de no estar atento a las noticias, sino el rato de afeitarme por la mañana mientras escucho la radio, me evado de la realidad. Es como si viviera una ensoñación.
Se habla de un “pico” en unas gráficas, a modo de la campana de Gaus, cuyo dibujo ya se relató desde un comienzo en relación al desarrollo del efecto del coronavirus. Como en toda epidemia, asciende el número de contagios hasta un punto (el famoso pico), se sabe que seguirá subiendo hasta que un 80% – 90% de la población esté infectada del virus y que acabará con la vida de un 0’05 % de la población, cerca de 20.000 personas. El año que viene, con la vacuna, posiblemente la mitad. Representa lo que es un proceso vírico. Ya se sabe, pero se está sobreactuando.
Recuerda el doctor Jesús Cuadrado, que según datos de la OMS: «La gripe en España ha afectado a 800.000 personas el año 2019, de esos, se ha ingresado a 52.000 y de ellos han muerto 15.000. Sin que saliera en los medios de comunicación permanentemente ni se retransmitiera en directo y cada hora». Se haga lo que se haga, un proceso vírico es lo que es, a la espera de que se logre una vacuna, y no por ello dejará de morir gente. En el siguiente ciclo, posiblemente en invierno, perderán la vida más personas de las que hasta ahora lo han hecho. Porque el pico quiere decir que llega a un tope, sube y luego baja. Pero ya está planteado el tema, estudiado y cotejado, por lo que no quiero insistir. Como dicen los que toman las decisiones: «A lo hecho / ¡pecho!»

Cuando leo, me paro a pensar. Y los recuerdos y la nostalgia se evaporan de la mente sin querer. Recuerdo cuando practiqué Zen, con un maestro tocayo mío. Aprendí a dejar que los pensamientos salgan para observarlos, para reflexionar sobre ellos (meditar.) Observaba los sentimientos y estos días me he imbuido de ese espíritu que hacía muchos años que dejé un lado, aunque siempre presente, pero no en primera línea de mi vida. Sonrío.
Me acuerdo de una vez que Joaquín Colín, mi amigo y profesor de literatura que tanto me ha enseñado cuando se jubiló, se quejaba de dolores de espalda, de problemas en la casa y demás. Me interesaba por ello al saludarle. Hasta que una vez me dijo “Ramiro, estoy fenomenal, ahora puedo hacer lo que quiera y ya sabes… Mira: la gente es muy envidiosa, no lo dice, y si dices que estás mal te dejan en paz, si no te quejas te consideran un petulante y te empiezan a contar cosas negativas, a hacer pequeñas putaditas, así que me quejo para seguir estando bien”.
Viene a colación porque, en este maremágnum que nos toca vivir, se nos escapan detalles, que de no ser por esta actitud tranquila, equidistante entre mi yo y el mundo, parado en el equilibrio de sentir, no hubiera logrado un estado de percepción de hechos más profundo. Pensar en armonía con el pasado hace que aflore el presente con más fuerza al vivir lo inmediato. Es el tiempo lo que saboreo como tal. Me hace recordar a Proust con el suyo perdido en una taza de té. He estado bebiendo en su honor esta infusión de camelia sinensis, que también viene de China (con perdón) en una taza de cristal, he olido su aroma para tener olfato al filosofar. Y releo el final de la obra, que es para mí lo más intenso que he leído en literatura: Escribiría a los seres humanos en el tiempo ocupando un lugar sumamente grande, comparado con el muy restringido que se les asigna en el espacio, un lugar, por el contrario, prolongado sin límite en el Tiempo, puesto que como gigantes sumergidos en los años…

¿Me estaré volviendo místico? Ñoño tal vez al ahogarme en el futuro. Me he fijado que al barrer hay menos polvo, disfruto al despertar la casa cuando subo las persianas por la mañana y la luz me rodea cuando noto su calor. Se ha convertido en un acto trascendental. Lo mismo abrir la ventana, es un baño de aire que me hace volver a la respiración como el eje de la vida, que pasamos por alto cuando el ajetreo nos saca de nuestra inmediatez.
En este estado de relajación me aparecen pensamientos invisibles, quizá vengan del inconsciente. Todo lo que está sucediendo ¿no será un autoengaño colectivo de la Humanidad? Un mundo harto de ser cómo es, del trabajo, ahogados en la contaminación, las prisas, el chantaje de trabajar con imposiciones, los incendios, ruidos, olores infectos y que la inmensa mayoría que logra sobrevivir, lo hace con lo justo. Y estamos aprovechando esta circunstancia del virus para decir ¡basta! Y sobreescenificamos lo del encierro, y lo que deseamos es que sea así nuestra existencia, pero saliendo a la calle y con medios para vivir, bajo el lema “paren el mundo que me apeo”. Y ha sucedido. Esperemos que sin apearnos del todo, más bien sea ese mundo del “pasado” el que se va.
¿Qué ha sido de Greta?, que pidió paralizar las industrias, los coches y aviones en el planeta. Ya nadie se acuerda de la amenaza del cambio climático que afecta a millones de personas, provocando catástrofes naturales y humanitarias de todo tipo. Y parece que hacer un alto en el camino, desquiciado por nuestra manera de vivir, tenía que ser por las buenas o por las malas. El coronavirus ha sido una excusa inconsciente, sin que lo sepamos, pero nos ha activado un aspecto invisible de nuestra mente, unida colectivamente y ¡alto!, gritamos en silencio, hasta aquí hemos llegado. Habrá que desempolvar los estudios de Jung para comprender el aspecto profundo de esta crisis sanitaria, social y de la psicología de masas.
¿O será que además de místico me estoy volviendo gilipollas? Menos mal que me ha escrito un profesor de filosofía, dando fe de lo paradójico que es querer que nos unamos para salir de esta situación “todos juntos”, pero por separado, no pudiéndonos juntar ni en casa, manteniendo las distancias. ¿O es que nos quieren unir en relación a una decisión a la que hay qué seguir sin cuestionar? La contradicción entre resaltar el respeto y la solidaridad mediante la represión y el miedo a ser multado o encarcelado, como si nos quisieran adiestrar al desconcertarnos por lo diferente que es lo que se dice y lo que se hace, pero que pensamos que es lo mismo.
Me decía otro amigo que eso de alterar los ánimos ha funcionado. Hace tres meses si alguien plantea una guerra de España o Europa contra algún país, sería rechazado masivamente. Hoy si se señala un culpable nos apuntaríamos todos a la batalla, en la que ya nos quieren hacer creer que estamos (contra el virus), y jalearíamos: «¡Duro con el enemigo!, ¡a por ellos, oé!»
Pero no quiero empañar mi día de serenidad, de pensamientos abstractos, con malas ideas. Incluso he llegado a soñar que los medios de comunicación de masas son una orquesta de violines que duermen a las palabras para que la realidad las acune.
Salud y resistencia. Oooommm.
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