27 y 28 de marzo – 2020. Hoy, 27 de marzo, es el día del Ágora de la Poesía. Celebramos el número LXXXII en este último viernes del mes. No hemos podido reunirnos físicamente, pero un amigo informático, que alguna vez ha estado en el Ágora, planteó la posibilidad de hacerlo a través de los ordenadores, con una aplicación en la que estaremos hasta cien poetas recitando. Ni me imaginaba esa posibilidad. Se va a trasmitir en directo por eso que se llama streaming. Toda una experiencia.
No creo que sea un Ágora virtual, como hablé con Antonio Merayo esta mañana, sino la comunicación de la poesía con las pantallas, de la única manera que es posible. Es real, porque trasmitimos la palabra y es recibida. Abre las puertas a encuentros más amplios, sin sustituir ni mermar aquellos actos en los cuales nos encontramos cara a cara, y no a través de la imagen.
La poesía no es sólo un desahogo, ni un canto a la belleza en abstracto, o un juego del lenguaje. Es ante todo, más allá de su función sentimental, una manera de mirar el mundo y a los demás, algo que no siempre sabe el poeta. Sí que percibe la necesidad o el deseo de escribir, de leer o escuchar poesía.
En días como estos que estamos pasando de cuarentena, la poesía tiene algo que decir a todo aquel que esté atento a su mirada a través de la palabra y a aquellos que también susurren algo a la sociedad, porque la poesía es el lenguaje del horizonte. No es una metáfora lo que digo, sino la descripción de un fenómeno que acompaña a la conciencia. Afecta a los sentimientos. Lo poético relaciona éstos con el conocimiento de nosotros mismos, de manera que conforma la visión de la realidad. La poesía (el lenguaje poético, la afectación y el ánimo o el espacio psicológico en el que estamos) deforma la realidad para descubrir sus límites al transgredir éstos con la palabra en verso.
Mientras que escribo me doy cuenta de que un diario consiste en reflexionar sobre los acontecimientos del día, más que narrarlos porque sí. Resultan interactivos, el hecho y la escritura, pues respondo a conversaciones, pensamientos que surgen en un momento dado y a lecturas. Puede que haya diversos tipos de diarios: íntimos, políticos, cotidianos, literarios. Algunos son escritos para olvidar lo que se deja en el papel u ordenador. Aunque predomine uno de estos estilos se mezclan todos ellos.
Escuché la noticia de que en el Parlamento Europeo se comienzan las sesiones parlamentarias leyendo un poema, el jueves pasado fue uno de Antonio Machado: “… Al andar se hace el camino, / y al volver la vista atrás / se ve la senda que nunca / se ha de volver a pisar…”. Como si no se quisiera regresar a un peligro como es esta pandemia que nos asola. Pero el mismo poeta, entre tales versos, nos dice: «Se hace camino al andar«. Habrá que saber por dónde. Porque aún hoy, ya sábado 28 de marzo, huyendo del coronavirus cabalgamos en lo irracional. Se endurecen las restricciones de la cuarentena, sin dar los medios para ello, ni para atender sanitariamente a los enfermos, pero el ministro de Interior afirma: «Las medidas tomadas han servido para evitar muchas muertes». Han impedido los contagios, asegura. O con la misma consistencia se podrá decir que no, que se ha impedido blindar los focos vulnerables donde más y de peor manera afecta. Harán falta muchos estudios rigurosos. Pero ya no es momento de debate, sino de análisis, cuya profundidad me lleva a la poesía.
Es una nueva costumbre del Parlamento Europeo evocar poemas. Aparece cuando existe la incertidumbre, cuando no hay certeza sobre algo y, entonces posiblemente, sin saber el porqué, la palabra poética señala una ruta. Como dice Heidegger: «La poesía muestra el futuro de la humanidad ligado a su principio que es el lenguaje». La escritura recoge la experiencia de la Humanidad a lo largo de miles de años, recoge las sensaciones colectivas y las lanza con la palabra. Recopila muchos caminos recorridos. El problema es saber cuáles se deben tomar, pero esta elección ya es cosa de la racionalidad. La poesía nos ofrece un punto de vista porque canta a la vida y a la muerte, al mundo y al átomo-yo, en su horror y en su visión ideal. Poetiza o inventa el amor que luego transcribe y hace cierto. Lo mismo con otros sentimientos, de manera que consigue que sean palpables.
La poesía nos permite sobrevivir a la realidad, de todo tipo. El problema es cuando nos traslada a lo irreal, entonces convierte aquello que crea en algo irresoluble, que nos domina y puede destruirnos. Tal es su poder, creativo y lo contrario. No es un juego, mucho menos un juego de palabras, con los que muchos poetas hacen malabarismos y falsifican lo poético.
Me escribió mi hija pequeña, al saber que celebramos en Internet el Ágora de la Poesía: “Sobrevive a la COVID-19”. Sí, porque la poesía también es a pesar de. A pesar de tantas cosas, a nivel social, de los sentimientos, de convivir, de nuestros monstruos goyescos y de la luz que nos llega. A pesar de la negrura, a pesar de la alcoba, a pesar de las calles vacías, a pesar de la muchedumbre, de la muerte y de seguir viviendo. A pesar del bombardeo informativo de los medios de comunicación. Tal es la grandeza de la poesía, que no llegamos a comprender porque nos sobrepasa.
La poesía nos hace ver la realidad por dentro porque se infiltra en ella, las más de las veces sin saber cómo sucede. Es el inconsciente de todo lo real, por eso nos hace ver más (es horizonte) y con mucha nitidez. La metáfora equivale a lo que para el científico es el microscopio o para los astrónomos el telescopio. No depende de una época, ni de un momento de arrebato, sino que su grandeza se ha de plasmar en cada instante y lugar poético. Cuando no es así es mera y simple escritura en vertical. El ritmo de la poesía no viene de la métrica ni de la combinación de las letras, sino de lo que dice y cómo lo plasma el poeta. Ha de cumplir lo que Proust llamó “espejear”, esencia del arte de la escritura: permitir que nos veamos al leer o escuchar lo que dice. Y con el lenguaje ver a los demás. Y ver el mundo. Por esto la poesía es mirada.
Una amiga me dijo que si tanto defiendo la poesía ¿por qué arremeto contra lo irracional? Es un problema lingüístico difuminar los términos sin significados correctos. La poesía no es irracional, es arracional. Queda fuera de la lógica, pero es lo que abre a la razón nuevas miradas. Por eso es arte. Lo irracional es aquello que va contra lo razonable (en los dos sentidos de este término.) Irracional son los falsos razonamientos, la propagación de intereses o errores encubiertos con proclamas (axiomas incuestionables) y el fanatismo. La irracionalidad puede llegar a ser arte, sí, pero lo irracional no. Esto consiste en establecer la dominación de quienes ejercen la falta de argumentos sobre los demás, a quienes atrapa con su poder para establecer unas principios incuestionables. Por eso cierran las puertas al diálogo o a la elección. O hacen de elegir un simulacro. Lo irracional puede convertirse en una razón social o de Estado que no se razona. La irracionalidad, sin embargo, es íntima y personal. Puse el ejemplo de una piedra, una vez que se lanza ya no es posible detenerla, a no ser por un choque que la interrumpa, como es el caso de guerras y conflictos violentos. La razón lleva la piedra con la mano (la lógica) hasta el lugar donde la quiere colocar. La irracionalidad la empuja, sin que caiga ni llegue a ninguna parte. En este caso (la poesía) la coloca (la mirada) para que la pueda coger alguien (la razón.)

Hace unos años un amigo mío se quedó viudo. No salía de su estado de postración, de tristeza y abatimiento. ¿Qué decirle? De todo se sale, pero no siempre de manera auténtica, sino con resignación y para seguir la inercia de la vida. Pasaron unos días del funeral y lo vi en un bar, cabizbajo, somnoliento. Pasé a darle un verso, cuando le dije que sólo quería escribir (en una servilleta de papel) algo que a mí me ayudó en su momento: “El dolor es la última forma de amar”, de Pedro Salinas. No se inmutó. No había pasado una semana cuando me llamó para dar las gracias. Le había reconfortado ese dolor sin esperanza, que le carcomía, trasformándose en una forma de sentir el sentimiento, que todavía sigue en él, aunque con una nueva forma. Le acompaña el dolor visto de otra manera, amando lo amado en el dolor que también es amar. En otras ocasiones, pienso que la dolencia es la única forma de amar, por eso se hace soportable. La poesía nos da las claves del entendimiento, si poderlo explicar. Es curioso, gracias a lo inexplicable podemos entender nuestra realidad y aquello que nos rodea. O como dijo Antonio Merayo, presentador de este LXXXII Ágora de la Poesía: «La poesía muestra la realidad oculta incluso en la transparencia«.
Ayer me emocioné porque el Ágora se hizo en Internet, como comunicación. Despertó la ilusión de quienes siguen este encuentro, en el que la poesía no compite, se comparte,. Bien con su presencia o desde la lejanía. Supuso una novedad gracias a la cual la poesía se hizo centro de interés y se difundió por las redes. Leí un poema de Baudelaire, cuya obra poética es una metáfora en su conjunto (el contenido de una imagen.) De “Las flores del Mal”: “Ya llega el tiempo en que, vibrando el tallo / cada flor se evapora igual que un incensario…”.
La poesía no puede quedar atrapada en la forma de una imagen buceando en una pantalla, ni convertirse en algo que se ve y se oye nada más, cuando es una pose. Sólo si nuestros cuerpos no pueden acercarse por estar limitados en un encierro, por la distancia o por imposibilidad de trasladarse la imagen se convierte en algo real. Fue este Ágora un acto poético de quien creó el evento desde la informática, sin que se lo propusiera. De quienes escucharon y vieron a aquellos que leyeron sus versos y, también, de quienes esto hicieron. Fue así porque se realizó inmersos como estamos en un cambio (significado etimológico de crisis) de timón de la civilización tecnológica frente al miedo y la esperanza de una enfermedad que nos amenaza y desconcierta. En cada poema hubo un latido que da aliento a la vida. El arte cura lo invisible, que también está hoy herido.
Mañana será otro día, pensaré en qué supone Internet y el mundo de los ordenadores (que ya ordenan nuestras circunstancias), porque los diarios que elaboramos son también sobre los pequeños pasos de lo que pensamos. Pienso y siento, luego escribo.
Salud y resistencia.
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