3 y 4 de abril , 2020. Me ha venido a la cabeza una enseñanza del Tao Te King:
Treinta radios convergen en el centro,
pero es su vacío lo que hace útil a la rueda del carro.
Se moldea la vasija con arcilla,
pero es su vacío lo que hace útil a la vasija.
Se abren puertas y ventanas en los muros de una casa,
y por sus espacios vacíos podemos usarla.
He comenzado a experimentar el silencio, lo cual da lugar al sentido de la palabra como lo hace el vacío a las cosas. Llevo años escribiendo una larga novela, con cerca de los tres mil folios que ahora corrijo. Me quedan por repasar unas cuatrocientas hojas. Puede que sea la última gran novela que sea escrita, porque la era de ordenadores e internet nos lleva a otro mundo y la palabra se va a él. Puede que no vea nunca la luz y, que si lo hiciere, nadie la lea. Por lo tanto es inútil pero pasión, al fin y al cabo. Como dijera Sartre: “Vivir es una pasión inútil”. Escribir forma parte de mi día a día, también en la cuarentena.
En la obra que ahora corrijo, de cuyo título no quiero acordarme, el protagonista de fondo, que recorre la historia en sus diversas partes y lugares en que se desarrolla y también conforma el interior de los personajes, es el silencio. Lo que sucede y se dice en la novela sale de él, porque hay muchos tipos de silencio, como durante estos días: El silencio de la calle, el eco de lo silencioso desde el balcón, el silencio de la distancia, que a veces grita. El de la esperanza y el de las expectativas. Blavastky habló de “La voz del silencio”. El de lo cercano, el de escribir, los silencios que olvidamos. Los que se irán cuando vuelvan el bullicio, las prisas y los compromisos.
Otras formas de silencio son aquellas que callan las cosas, las informaciones no dadas, los datos ocultados, lo que no decimos, o lo que no hacemos. Como dicen Ana Wiya y Jorge Ramos “el silencio es miedo”, y viceversa.

Lo contrario del silencio es el ruido, no el grito ni la voz que trasportan el baño de lo silente cuando donde surgen de la conciencia y de sentir. Porque ruido se puede hacer en un tono bajito. La música, en especial la clásica, nos lleva al silencio, nos llena de él, como si fuera algo cuando es nada.Pienso que no es ausencia de sonido, sino una materia sutil, insonora como lo es la transparencia a los ojos. Por esto el silencio nos permite comprender a través de él.
Es en esta nube desde donde contemplo lo que está sucediendo, más cuando cada vez se teatraliza más y más lo irracional, a donde nos hemos transportado colectivamente.
Fuera del lenguaje emocional la vivencia de de la epidemia que nos asola, se refuerza desde la frivolidad hasta instrumentalizar televisiva y radiofónica la ciencia. Como hoy, por ejemplo, una entrevista al presidente de Cantabria. La libertad de opinión lo permite y así debe ser, pero también contrastar criterios, maneras de ofrecer los datos, sin embargo esto se silencia, ¡tanto!, que ya no es posible entender opiniones discrepantes y, menos aún disidentes, de lo-i-rra-cio-nal.
No pocas personas, y amigas y amigos, me llaman la atención, incluso increpan por los diarios que escribo. Pero por cuestiones que no digo. Nunca he quitado gravedad a la pandemia, lo que sí he hecho es asumir su realidad. Una realidad dolorosa. Mi planteamiento es el siguiente, resumiendo:
1.- Los efectos del coronavirus son un peligro, sin lugar a dudas. A partir de ellos se ha desatado una ola de irracionalidad, sin que nadie en concreto la haya causado, sino que ha surgido espontáneamente, por la psicología de masas, que en una sociedad global sucede, y ésta es la novedad, a nivel mundial y al unísono (globalización.) El vehículo transmisor han sido los medios de comunicación de masas, por su manera sensacionalista de ofrecer la información, con el refuerzo de las redes sociales y que influye en lo que Foucault llama la «capilaridad del Poder”, a cada sujeto de manera que nos trasmitimos los mensajes unos a otros. Empujados por esta ola del sinsentido, más bien un tsunami, se han tomado las decisiones gubernamentales, con la aquiescencia de las comisiones científicas, que han silenciado otras corrientes de opinión. Esta nueva circunstancia que vivimos priduce miedo, más allá de lo que es informar. La manera de disimular consiste en hacer propaganda.
2.- Llevados por el pánico no se han tomado las medidas necesarias para que los ciudadanos puedan afrontar un encierro, sin tener en cuenta a las personas más desfavorecidas. Se silencia a los pobres y a los parados y a quienes carecemos de recursos suficientes. Otra consecuencia es que se han dejado los puntos más vulnerables a la pandemia desprotegidos y expuestos al peligro inminente: Residencias de ancianos (83% de las muertes) y hospitales (17.000 sanitarios y trabajadores contagiados por falta de material médico), no sólo por acumulación de recortes y por la falta de previsión, sino que al poner toda la intensidad en paralizar la sociedad se impide el funcionamiento de todo tipo de actividades necesarias para facilitar la tarea de fabricar el material necesario, trasportarlo, lo cual, con el mundo paralizado, ha convertido todo en un caos.
3.- Desde la racionalidad y el sentido común deberán afrontarse otros retos que tenemos a las puertas: Económicos, fuentes de energía, medio ambientales, políticos, educativos y sociales. Pero lo que se repite insistentemente es justificar las medidas tomadas. Y cada vez nos hundiremos más.
El silencio con respecto a la pobreza hace que no se vea, que no exista en el mundo de Yupi que nos presenta la teledisney o las radiomacutos, que cada vez convierten más la tragedia que vivimos en una caricatura. Las personas nos desconcertamos ante tal dislate. Con la incertidumbre que se ha originado nos limitamos a obedecer para cumplir y asumir lo que sucede. Aceptamos, de esta manera, lo que nos cuentan las fuentes oficiales, como si se tratara de una vivencia personal.
El silencio sobre los cuarenta y dos muertos en una patera , mientras que intentaban llegar a la costa de Canarias. Ese mismo día Cristina Penalva me hizo llegar unas palabras de Federico Mayor Zaragoza, de las cuales entresaco algunas que vienen al caso: “En plena crisis vírica tengamos en cuenta -para que las lecciones sean realmente aprendidas y aplicadas en todo el mundo – la situación en países que siempre quedan fuera del punto de mira de los “grandes”, como la plaga de langostas que hoy mismo causa estragos en Kenia, Etiopía y Somalia; las víctimas del sida y del dengue; y las víctimas de la creciente insolidaridad internacional con las personas refugiadas y migrantes”. En resumen: “Ahora sí, ahora sí que ya tenemos voz por primera vez en la historia, “Nosotros, los pueblos” vamos a recordar las lecciones de Haití y las del coronavirus para iniciar a escala global una nueva era con otro comportamiento personal y colectivo, de tal manera que todos y no sólo unos cuantos disfruten de la vida digna que les corresponde”.

Ayer tendría que haber sido la tertulia, en León, sobre dos obras de Virginia Woolf: “Una habitación propia” y “Orlando”. Ninguna de las personas que iba a participar se acordó. Por eso pienso que muchas cosas que se han venido haciendo hasta ahora, en el ámbito cultural, va a costar mucho emprenderlas de nuevo. Es una impresión que tengo. Hoy el presidente del gobierno ha anunciado que se prolonga el encierro masivo. También he visto la película “El doctor Zhivago”. Silencio. Me he animado a saldar una deuda con la literatura: Leer esta novela de Borís Pasternak. Por la mañana hablé con otro pobre que estaba pidiendo a la salida de un supermercado. No quiso que le fotografiase ni dar su nombre, pero sí quiso que se vieran los céntimos que recaudaba para pagar el euro de la vergüenza por la comida, que cada día le dan en un táper en el comedor social. Estipendio que se oculta sistemáticamente.
Es el silencio lo que construye la realidad, pero ha de llegar a ser calma. Como cuando contemplamos lo que pasa día a día y, entonces, hacer que estalle con el susurro de la palabra. Cuando ésta es escrita, en sí misma es silencio.
Salud y resistencia. Pssssiiii.
Completamente de acuerdo con tus tres puntos: sinsentido, pánico y propaganda.
No acabo de entender que la telebasura sea considerada un servicio esencial.
El otro día revisé por curiosidad las cifras oficiales de muertes diarias por diversas causas: hambre, malaria, diarrea, tabaquismo, VIH, accidentes de tráfico, accidentes laborales. Ahí lo dejo para quien quiera pensar lejos del ruido y del esperpento mediático.
👍👍buen artículo