Diario de un disidente del coronavirus: El compromiso

7 de abril, 2020. Con este diario me he debatido entre “aprovechar” el tiempo o participar en la realidad en la que vivo. Evadirme de la realidad o adquirir un compromiso con situaciones a las que mucha gente se ve abocada, y denunciarlas. Como es la pobreza y  la sin razón de muchas medidas que me afectan personalmente, pero también al conjunto de la sociedad.

Escritores comprometidos con su momento histórico fueron Thomas Mann, en menor medida Hermann Hesse, y otros muchos de cada país. Algunos implicados intensamente en la actividad política. Dieron incluso nombre a un estilo, la “literatura del compromiso”.

Cuando se viven momentos intensos de la Historia las palabras se agolpan y no dan de sí, cabalgan en el papel u ordenadores, pero casi siempre acaban perdidas. Sólo algunas las recoge el paso del tiempo. Como dice Matías Escalera, al final de esta cuarentena va a haber un exceso de poesías, de cuentos y demás producción literaria, que puede hacer que se devalúe el hecho de escribir… tanto.

A mí esta duda me surgió cuando leí la novela “En busca del tiempo perdido” de Marcel Proust: Cada acontecimiento, fuera el caso Deyrfus o la guerra, proporcionó a los escritores disculpas para no descifrar aquel libro en el que estaba, no tenían tiempo de pensar en la literatura. Pero no eran más que disculpas, porque no tenían, o no tienen ya talento, es decir instinto. Pues el instinto dicta el deber, pero la inteligencia proporciona pretextos para eludirlo”.

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Marcel Proust

Sucede, no obstante, una paradoja: Los escritores no comprometidos con los hechos vividos de una manera directa, son quienes mejor retratan su época. No toman partido, sin embargo asumen el conjunto de lo que ocurre. Por ejemplo, Kafka nos hace ver la mentalidad de su mundo (nuestro también)  y de su época. Otros que se aliaron con la parte perdedora y cuya causa dio lugar a estragos espantosos, sin embargo, escriben obras con gran profundidad humana, sobre todo diseccionando el amor, los sentimientos y las relaciones entre mujeres y hombres, como es el caso del escritor francés Louis-Ferdinand Céline, con su novela “Viaje al fin de la noche”. Por regla general los escritores dan testimonio de su época, del momento que les ha tocado vivir.

¿Debemos tener en cuenta la vida del autor / autora para valorar su obra? Es un debate interminable. También Iréne Némirovsky da testimonio de cuando Francia fue ocupada por el ejercito alemán durante la II Guerra Mundial. Fue asesinada, y también su marido, en la cámara de gas, por los nazis. “La suite francesa” es un retrato del momento que le tocó vivir, que escribe con una visión real y sin maniqueísmo. Klaus Mann, en su obra “Mefisto”, toma partido y  luchó como soldado con el ejercito americano contra los nazis de su país, participando en el desembarco de Normandia.

La lista es interminable, pero es curioso cómo Proust, que se distancia de implicarse en los hechos históricos, saca a la luz el caso contra un militar judío francés, Alfred Dreyfus, que es condenado por una sentencia antisemita. O hace visible el mundo de los invertidos, de la homosexualidad. Cuenta una manera de amar que, como él dice, desaparece por culpa del sentido práctico de la sociedad que hará que el amor, que está por encima de todo, deje de sentirse. O la pasión por prostitutas. El laberinto de los celos a modo de altar sexual se dejará de entender. O la escena del hotel de lujo al que el protagonista va siendo joven, acompañando a su abuela, una mujer de la aristocracia, hace ver la diferencia de clases desde el punto de vista psicológico, de una manera que delata la desigualdad social.

¿Callar o escribir? Porque evidentemente el tiempo lo absorbe cualquiera de ambas actividades. O escribir sin decir nada. Desde mi punto de vista hay dos aspectos diferentes. Yo rechazo el compromiso partidista, de partido, esa escritura militante corrosiva y ensalzada por los de un bando, que parece de encargo. Por otro lado creo que las ideas y el saber se ponen en juego en los momentos de especial intensidad histórica. Es entonces cuando se ha de poner toda la carne en el asador, sin perder de vista la obra que uno tenga entre manos. ¿De qué sirve crear conciencia, expandir la sensibilidad o trasmitir saber si luego nadie lo ejerce?

Yo siempre me digo, como en la novela de Virgilio: “Eneas, sigue tu camino”, cuando varias veces este soldado troyano quiso resolver algún asunto que le desviaba de su destino. Como cuando quiso matar a Helena, por ser causante de la destrucción de su patria. Tenía que cumplir su destino, de la misma manera que el escritor con su obra.

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Cuadro de Thomas Somerscale

Es la actitud que tome un autor la que definirá su autenticidad, algo invisible, pero que se percibe. Una obra puede ser mejor o peor, pero hay algo que la hace ser arte. Es lo genuino de su autor,que viene definido por su relación con el mundo, con los demás, bien sea desde el amor o desde cualquier otro sentimiento. ¿De qué sirve la filosofía, o la literatura, de qué la palabra, si no es capaz de intervenir?, sino lucirse, aparecer como redentora cuando todo ha pasado. Se convierte en juego de palabras cuando los escritores e intelectuales se ocultan en su cueva para adelantar a los demás, para hacer juegos florales de ideas y con frases precioooosaaas.

Me dan alergia, y cada vez abundan más, quienes se inspiran en sus batallas imaginarias, en sus devaneos con los ideales o con los versos de nenúfares acrisolados, sobre vagabundas que miran a la luna y los desgarros del olvido de un beso incrustado en el horizonte, y este tipo de cuentos, en prosa o en poesía. Para mí son la falsificación de la literatura. Hay un mundo interior, sí, pero nunca está aislado. Cerrado casi siempre cuando se tapa lo que sucede, para no verlo o hacer como que se mira. Desde la distancia nada se puede abordar y, aún menos, luchar. Surgen los que mantienen la equidistancia y los militantes. Para mí ni uno ni otro cumplen la función que encomienda la palabra desnuda. ¿Quién soy yo para exigir nada? Es una opinión. Pero también pienso que la política o las ideas sociales no deben contaminar la literatura, sí estar en ella, porque es inevitable, pero no querer usar lo escrito como un medio, porque, considero, que es un fin en sí mismo.

Es lo intangible lo que más puede hacer en momentos difíciles, aunque nadie lo vea  ni lo valore, todavía hoy, con amenazas de querellas por hacer ver lo que pasa. Aguantar con la palabra y llevarla a lo real es lo que fortalece la escritura y no las pantomimas de ensoñaciones banales.

Hoy no he visto a los pobres en sus lugares respectivos. Puede, no lo sé, que con la excusa de “por su bien y el de todos” los hayan retirado para que «no exista» la pobreza. Y hasta se podría hacer ver que la culpa es de quien los ha liado para que den la cara, y que levanten su vida y se sientan orgullosos, pero ¿un pobre?  ¿Acaso no son unos fracasados y se lo merecen? Con el silencio nos hacemos cómplices de esta situación, o la ponemos en duda ante lo injusto, pero los lirios combaten con las amapolas, o la teta de mi vecina, o el culo del tendero son violines nacarados de la libertad. Aplausos a la originalidad.

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Poema visual de Nel Amaro

El euro de la vergüenza se sigue cobrando. Se dilucida de quién es esta competencia, y hay un intento de respuesta que no sabe si dar o no el salto. También aparece la solidaridad, pero desde los balcones. Y como poco es lo que se puede hacer, nos han hecho creer esto, nos buscamos la vida o el rincón para el minuto de gloria. Y nada sirve para nada porque ofrecemos textos vacíos.

Cuando más falta hace la palabra, se evapora. Desde la acción y el heroísmo de baratija los de la palabrería pública explican que no es el momento de criticar. Entonces callemos o cantemos coralmente.

La literatura es compromiso con la palabra, no con la realidad, pero el mundo está a nuestro lado y cada uno de nosotros lo somos, parte y todo a la vez. Las redes devoran las palabras, las convierten en burbujas con su sonido efímero. Palabras virtuales. La palabra imagen.

Lo sucedido hoy me ha inspirado este clamor, esta duda, tal vez rabia, y me sumerjo en escribir este diario a la vez que me coloco en la calle. También en mi labor correctora y de leer (“Orlando”, “Las flores del mal”; “La corte de Carlos IV”) a ratos, que parecen largos pero se hacen cortos.

Cacareada desde el gobierno la posible aplicación de un ingreso de supervivencia durante la cuarentena, que llaman “renta básica” para que sirva de propaganda, resulta que se sigue estudiando, “¡cuán largo me lo fiáis / siendo tan breve el cobrarse!” que diría don Juan Tenorio. La causa de esta demora sine die, explica la ministra, es la complejidad de darla sin saber todavía las condiciones que se han de imponer. De manera que será una ayuda como la que hay, pero llamada de otra manera, y movida en la maquinaria publicitaria. Y no podemos salir a la calle para protestar. Casi ni opinar, porque quien discrepa es acusado de estar a favor de la derecha. En verdad hacen lo mismo, los de un lado y otro de la política, con diferentes palabras. Cuando haya pasado el encierro masivo darán este estipendio, pero sólo para las dos horas de cuarentena que queden. Y como medida estrella el gobierno presenta los microcréditos, que a millones de depauperados y menesterosos no les sirven para nada.

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Se ha tenido que aprobar un decreto para que los parados que cobran alguna prestación puedan ir a trabajar de temporeros para recoger la fruta y que no se estropee, sin contar que esto sucede porque si se hace un contrato laboral de tres meses, se dejará de cobrar la prestación durante un año, pues para recibirla es condición indispensable haber estado apuntado en el paro doce meses. Pero sólo se hace la excepción para este empleo temporal y no para el resto, como han reivindicado los colectivos de parados. Quienes defendieron anteriormente la Renta Básica hoy defienden su poltrona, dejando las ideas, la palabra dada, a un lado y con ella a millones de pobres y familias que subsistimos malamente tirados en la cuneta.

Ya el gobierno no habla de los resultados por la decisión que ha impuesto, simplemente afirma estar satisfechos con las medidas de confinamiento. O sea, con que se obedezca, cuanto mas ciegamente mejor, y ¡con entusiasmo! Basta asustar y reprimir (multas, detenciones, amenazas de esto a través de las cadenas de televisión) para atar al pueblo. Cuando todo pase nuestro Miguel Hernández será loado y seremos guerrilleros de versos: “Vientos del pueblo me llevan, / vientos del pueblo me arrastran, / me esparcen el corazón / y me aventan la garganta”. A mí se me atragantará oír recitar este poema por quienes dejan caer una lagrima en la piel de su mejilla almidonada.

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Hemos igualado, en España, las muertes por coronavirus con las de otros años debidas a la gripe y a la neumonía (con vacuna.) Comienza el descenso de muertes y el de contagios aumentará a medida que se hagan las pruebas, siendo cada vez menos los efectos patológicos, según las previsiones que los científicos hicieron en un principio. Ya no es momento de debates teóricos, ni disputas entre partidos, sino de ejercer medidas sanitarios, sociales y económicas para afrontar la situación. No se está haciendo por una cuestión de Poder, por querer mantener la autoridad sobre el miedo y con la propaganda, que no para. Mas allá de la publicidad se trasmite información propagandística. Pánico, incertidumbre y difusión de promesas son las claves para someter a una población. Algo que se está ejerciendo impunemente.

Otro dato preocupante, que se planteó hace un par de semanas, es que se confirma el contagio de coronavirus a animales, lo cual si se extiende al ganado puede provocar una crisis alimentaria, sólo posible de resolver con un cambio de costumbres gastronómicas, además de las pautas veterinarias.

Salud y resistencia. Nos queda la palabra y el mundo en el que sembrarla.

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