9 de abril, 2020. Las noticias se agolpan. La verdad es que se suceden sin decir nada, al menos nada nuevo. Inmersos en lo irracional queda el juego de frases rimbombantes, cuyo sentido es agitar emociones. Habrá que recordar el libro “Las palabras y las cosas” de Foucault, porque es un ejemplo de lo que estamos viviendo: El lenguaje es sobre sí mismo y no se relaciona con las cosas, es decir, no aborda la realidad.
Dejé de escuchar el debate parlamentario porque me pareció vacío. Cuando hay casos en los que la necesidad aprieta, que se siga jugando con decir que se va a estudiar ofrecer un ingreso básico como medida de supervivencia y no llega es lamentable. Se amaga con ello porque saben que hace falta, pero no se cumple. Sin embargo el discurso presidencial es: “Reaccionamos juntos a la crisis social”; “Nadie será abandonado a su suerte”; “Lo que anunciamos lo ejecutamos”. No miente, simplemente es la dinámica de la retórica cuando se ha desconectado lo político de lo real. Hace falta un medio de subsistencia para aguantar el estado de alarma, para salir de una situación de necesidad y para poder desarrollar la economía de una forma perdurable. Entonces se darán cuenta, quienes gestionan el dinero público, de lo necesaria que es la Renta Básica, precisamente para salir del remolino originado por las políticas de empleo.

Mientras tanto el tiempo pasa, vacío de reflexión. Llegué a escuchar en el Parlamento español, que vivimos la catástrofe humanitaria mas grande del mundo en los últimos cincuenta años. ¿No nos acordamos de las guerras que ha habido desde entonces?, ¿de las que siguen sucediendo? La oposición es una pieza más de este juego de Poder en el que la izquierda ha caído en el sin sentido. Pretende usar las palabras de lo social, de la «renta básica», para hacer tiempo y vaciarlas de contenido, sin hechos concretos, y hacer lo mismo siempre, pero con otras palabras.
No se habla del caso de Suecia, que sufre una presión enorme para que hagan como todo el mundo. Ellos cuentan con epidemiólogos también experimentados. No pueden decir que sean políticos populistas o de la extrema estupidez, al estar formado por una coalición socialdemócrata y de Los Verdes. No niegan la enfermedad. Al menos debería servir como experimento comparativo. Las cifras serán equivalentes a las de otros países que han puesto la economía patas arriba, sin querer yo plantear que los negocios y el empleo vayan por delante de la salud, sino que se trata de establecer la sensatez y la racionalidad. Lo que está sucediendo hasta ahora con la pandemia es lo previsto desde un principio. No hay medios para controlar este virus, y hasta que esto no se consiga sucederá lo inevitable.
La desconexión de las palabras con la realidad permite decir, en el vacío, que gracias a la cuarentena se han evitado muchas más muertes. Posiblemente, en proporción, los países que han optado por la inmunidad de grupo, como Suecia, tengan unas cifras iguales al resto. No hacen confinamiento ni, por ende, han cerrado los colegios, sin embargo sí que refuerzan los sectores de población más vulnerables: el sanitario y el de las personas mayores. Pero vale tanto una medida una como otra, lo que ocurre que para cualquiera que se elija hay que poner los medios necesarios.

La tensión emocional crece, va en aumento, pero cada vez menos por los efectos de la enfermedad del coronavirus a cuyos datos nos han acostumbrado. Se debe a la necesidad de poder vivir con una cierta tranquilidad. Hoy ha habido un debate intenso en las redes sobre el euro que deben pagar los pobres para la comida que se les ofrece a modo de caridad. Una irracionalidad encaja con otra. Una es útil para la otra y viceversa. Me refiero a la moral religiosa y a la inmoralidad y desvergüenza política. Lo mismo que el rifirrafe de partidos que se enfrentan, se complementan y mantienen lo irracional como campo de juego, cuyo lugar de encuentro no es el Parlamento, sino los medios de comunicación. El debate se ha vaciado de contenido, mientras que se llena de imágenes.
Con todo lo que pasa leer se convierte en una suave brisa del pensamiento. Provoca un efecto parecido al de escuchar música. Escribir place tanto como bailar. El tiempo pasa, pero de maneras muy diferentes. Percibiendo esta sensación descubrí algo que me pareció importante, un descubrimiento literario, al comprender el porqué de la novela “Orlando”, de Virginia Woolf. Lo he visto corroborado por la autora, sobre lo cual haré una referencia en mis fichas de lecturas.
La vivencia del tiempo es parte de nuestro ser, como plantea Heidegger en su obra “El ser y el tiempo”. Las dimensiones pasado, presente y futuro suceden en la conciencia, a través de la memoria, la percepción y lo imaginario. Hay muchos tipos de tiempos, según sean de espera, de estar atentos o de no tener una medida del mismo, como estamos experimentando en el encierro, tanto personal como colectivamente. El factor prisa a veces se mantiene, siendo un efecto pasajero.
Para Proust el tiempo perdido siempre se nos escapa. No trata del que se va y no vuelve sino del que podemos encontrar y hacer presente con el recuerdo, con el encuentro con alguien de nuestro pasado, como cuando el protagonista de la novela “El tiempo recobrado”. El protagonista se encuentra con Gilberta después de ¡tanto tiempo!, cuando ya pasó la guerra. Viuda ésta y con su amor perdido él, vuelven los afectos, pero ya cada cual está en su mundo. Sin embargo les queda existir en el presente con todo el sentimiento acumulado, que no siempre es en presencia o en relación a alguien. Se trata de algo que el mismo tiempo nos da sin que nos demos cuenta.
Hay en esta novela proustiana una escena exquisita, cuando él saca a bailar a Gilberta y ésta dice que qué pensarán al ver a dos jóvenes bailar juntos, después de tantos años que han pasado. Se dan cuenta de que han dejado de ser esos jóvenes que fueron porque quienes les rodean y les han oído hablar se quedan extrañados.

En “Orlando”, su autora da forma a la trama “sumergida en el tiempo”, por eso es de lectura extraña, hasta que descubramos su intríngulis, el porqué. Y casi al final lo dice ella, puede que sin darse cuenta: “Sesenta o setenta tiempos diferentes laten simultáneamente en cada órgano normal”. Cada cual corresponde a un yo diferente, explica. ¿No nos damos cuenta de cómo estamos cambiando durante el confinamiento?, para bien o para mal, nunca se sabrá, pero el nosotros será diferente, lo mismo que el yo-social. El paso del tiempo deja de ser temporal al alargarse y pasar. No de un tiempo a otro, sino que se estira y nos engrandece el yo de cada día, para ser más sensible. Algo que nos puede hacer crecer o destruir.
El tiempo se hace añicos cuando queremos dominarlo, o cuando nos imponen tramos del mismo. O el tiempo no vivido. Su razón es vivir y únicamente nuestra existencia particular nos da la razón de él. Lo demás es irracionalidad: prisas, asuntos por hacer, pasar el rato. O cuando nos invade un mundo externo, de cifras, de noticias, de sobresaltos. Nuestro corazón deja, entonces, de latir y lo hace fuera. Tal situación hace que quien la sufra quiera apagar el tiempo de los demás para no ver su oscuridad. Y cobramos el euro a los pobres por su bien.
Contagiamos temor para que no reine la calma. Trituramos la palabra en pantallas que son espejismos materiales. Nos convertimos en burbujas de nosotros mismos. De esta manera una infección, de las muchas que suceden de siglo en siglo por los mecanismos de la evolución, nos debería hacer comprender que somos una especie animal. Convertimos nuestra realidad en un Apocalipsis para salir de ella y abrimos las puertas a los socios del miedo: la guerra, el hambre y la muerte, con los que el mundo convive y a los que estamos lejos de ellos nos aterran. Falta uno: el caballo blanco en el que nadie piensa.
Salud y resistencia. Las palabras y las cosas. El lenguaje y la realidad. Etc.
(El cuadro de portada es de Dalí)
.
Solo quería agradecerte las palabras que casi día a día nos ofreces en estos tiempos tan lúgubres a quienes, como tú, estamos en desacuerdo con el actual confinamiento y sufrimos por el daño que están infligiendo a tantas personas en situaciones económica y psicológicamente desfavorecidas.
Aquí lo que está en juego es el relato, el relato de la propaganda, capaz de usar y manipular hasta el lenguaje científico.
Sí que mienten. Ocultan los datos de fallecimientos totales. Es evidente que la diferencia con otros años es enorme. Los muertos en residencias o en domicilios particulares, al no haber autopsias, no figuran como muertos por el virus.
Son mentiras sobrevenidas. De todas formas yo diferenciaría morir por el coronavirus, de hacerlo con él, pero a causa de otra enfermedad.