Diario de un disidente del coronavirus: La adaptación

10 y 11 de abril , 2020. Ayer fue Viernes Santo. Se oyó la música de Semana Santa que acompaña a las procesiones. Impresionaban los toques de las bandas que salían de alguna casa viendo la calle vacía. A ratos llovió, por lo que sin cuarentena tampoco habría salido la procesión. Mi vecino estuvo en el balcón con la túnica de papón puesta. Un acto simbólico, y curioso, ya que cada año por estas fechas son mirados, los pasos y hermanos de las cofradías,  desde las casas, con las calles abarrotadas. Este año eran los papones quienes miraban.

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José Antonio Seco, papón de pro.

Fui a ver a las personas que mendigan, sin nadie que dé limosna. Sin transeúntes  que les den el euro que piden para que puedan comer. Si pasa alguuno guarda la distancia para evitar el contagio… del coronavirus. Hay quien reclama unas monedas para ser mirado, para existir. Al otro lado, las instituciones de la caridad exigen un euro para ejercer una autoridad «pedagógica» que no les corresponde. Si no lo dan para evitar que lo gasten en vino “u otras cosas”, sería como plantear que no se pague un salario a los trabajadores, o quitar una parte del mismo a los funcionarios, para que no se lo gasten también en vicios. En el año 1908 se hizo obligatorio pagar los salarios en moneda de curso legal,  no con vales para cantinas o tiendas (generalmente del patrón.) Con la pobreza seguimos en el siglo pasado.

Me comunicaron que Eva García había sido hospitalizada. Hace unos días avisé a una trabajadora social, al menos trabaja de ello, y afirmó que era cuento. Le mandé un mensaje para comunicar lo que había sucedido. Cómo no sale en la tele, a nadie le importa. La sociedad se ha adaptado al paisaje de la pobreza, y los pobres también a su modo de vida. Lo que es un mecanismo natural de supervivencia es, también a nivel social, una herramienta psicológica de resignación y de aceptar las injusticias.

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Eva García, tiene nombre. Deambula por la calle. No cobre el Ingreso Mínimo, la ayuda de emergencia sigue una tramitación burocrática. Quiso que su caso se supiera, pero que no fotografiara su cara, por miedo. Una cadena siempre se rompe por el eslabón más débil. No podemos dejarlos abandonados a su suerte. O señalarles como culpables. No es caridad, es el derecho el que les debería amparar.

Hoy, por fin, varios medios de comunicación a nivel nacional, hablaron del problema de la pobreza. Incluso de las mujeres que ejercen la prostitución, que siguen con su oficio, a riesgo de que les pongan multas, porque de otra manera no tienen para comer. ¿Dónde las políticas de igualdad para las mujeres? Una oportunidad para este sector marginal para no ejercer si hubieran recibido un ingreso básico, pero la inacción del progresismo de salones y mítines (que no conoce el mundo de la calle) las aboca a seguir con su trabajo, mientras que a las vedettes de la política de la mujer, con sus sueldos astronómicos, les apasiona seguir con la charlatanería, pero sin acciones concretas. Otra nueva oportunidad más perdida, por no hacer lo que se ha prometido ¡tantas veces! Ya hay un Ministerio de Igualdad, pero ¿igualdad?, como respondería Amartya Sen: ¿Igualdad de qué? La coletilla es, mientras que la pobreza aumenta, «es demagogia», «es favorecer a la extrema derecha» y la extrema estupidez, campa, mientras tanto por la política de un lado a otro inmisericorde.

Lo mismo ocurre con el engaño repetido de que van a estudiar las ayudas a los más necesitados. Que están a punto de sacar el Ingreso Mínimo Vital Transitorio, pero «hoy no, ¡mañana!» Y así día tras día. Preparan unas condiciones que lo dejarán cómo está, pero con la maquinaria de publicidad puesta en marcha. Los movimientos sociales presionan y desde el gobierno, con sus cantamañanas a sueldo en la vicepresidencia, anuncian que “están a punto”. Cuando finalice la cuarentena lo aprobarán, justo el mismo día que lo supriman.

La izquierda en el Poder, sobornada por éste, empieza a hablar de la gente desesperada. Ya no insiste en el «trabajo garantizado«, porque este chiste de engañabobos ya no hace gracia. Parece que va a tomar alguna medida, y nada. De esta manera rompe la lucha social, a cuyos sujetos hace creer que están a punto de aprobae un decreto, que ya está listo, pero siempre falta algo. Me recuerda a cuando un niño viaja en el coche con sus padres y pregunta: «¿Cuánto falta para llegar?» “Cuando pasemos esa curva”, le contestan. Al pasarla el niño insiste y le dicen  “cuando lleguemos a esa casa que se ve a lo lejos». No se para allá, sigue el viaje y el niño acaba dormidito.

La escasez de crítica es la norma en los medios de comunicación. Han logrado que nos adaptemos al sensacionalismo. Los espectadores demandan emoción informativa. Se dedican a buscar noticias falsas en las redes, cuando muchas son bromas del todo increíbles, pero las usan para, por contraste, dar la sensación de veracidad. Todas sin excepción comparan las cifras de muertos y contagiados de EE.UU. con España, Italia y demás. País por país, sin decir que aquella nación tiene seis veces más población. Los habitantes de Norteamérica son 328 millones, mientras que en España somos 45.

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Hay personas que critican la lucha e insistencia para evitar el euro que cobran por la comida a los pobres. Piensan que es perder el tiempo, pero no se percatan de que es un símbolo, puede que clave, para todo lo demás. No se podrán alcanzar las reivindicaciones que hacemos, si no damos pequeños pasos para avanzar. Perdemos la perspectiva histórica. Las pequeñas cuestiones por las que se luchó en el pasado dieron lugar a profundos cambios, en unos casos de carácter político, en otros tecnológicos, o no pocas veces, culturales.

Es difícil cambiar o, al menos, reivindicar. Porque nos acostumbramos a lo que hay, a lo que sucede sin más. Las grandes alteraciones que suceden en todas las épocas se deben a la combinación de acumular  pequeños logros, junto a una resonancia entre diversos hechos, a veces imperceptibles, que hace que cualquier chispa prenda de la manera más inesperada.

No sólo los telares dieron origen a la revolución industrial, sino la máquina de coser (1800), suyo uso generalizado a comienzos del siglo XIX permitió abrir un espacio enorme para la liberación de la mujer. En 1904 se aprobó la ley para el descanso dominical. ¿Fue un hecho revolucionario?, ¿logró que se dejara de explotar al trabajador? No. Fue un paso para hacer crecer lo que serían luego las grandes organizaciones obreras. Hay una lucha que siempre me ha parecido digna de mención:  Que en las tiendas hubiera una silla para que el dependiente, cuando no hay clientes, se pudiera sentar. No poder hacerlo originaba hinchazón de piernas, cansancio y demás. La ley de la silla (1912 – España.)

Nos habíamos adaptado, antes de la cuarentena forzosa, al ajetreo diario, a acumular tareas, de manera que caemos en esa inercia cuando tenemos más tiempo que nunca y se nos escapa de las manos. Pero nos estamos adaptando a esta nueva situación, lo que incluye recibir la información tremendista que nos ofrecen los medios de masas, que ya no llama la atención. Los  nuevos temores son porque sí y los desatamos con justificaciones sanitarias, cuando son simples efectos placebo, como llevar mascarillas obligatoriamente, medidas de distanciamiento, confinar sectorialmente a la población. Adaptarnos a la irracionalidad hará que nos gobierne el totalitarismo a no tardar.

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La adaptación abarca todo: conducta, percepción de la realidad, sentimientos, la conciencia. Cualquier modificación ha de venir de repente, como una mutación, al suceder algo que nadie esperaba, como la cuarentena que estamos viviendo y que medio año antes nadie hubiera podido imaginar.

Adaptados a no poder salir de casa y, también, a los aldabonazos de la información televisiva y radiofónica. Entregados a las chapuzas institucionales todo seguirá igual, sólo que de manera diferente, el fondo es el mismo, porque se plantea un camino de vuelta a la «anormalidad», que hemos tomado por lo normal, simplemente por estar acostumbrados a ello (adaptados.) No sabemos el qué, pero sí que algo se va a desencadenar de la noche a la mañana y, entonces, nos daremos cuenta de que además de engañarnos nos hemos adaptado a las mentiras de quienes gobiernan y de aquellos que ejercen de oposición. Evolucionará una crisálida social y volaremos, a pesar de que muchas personas no sabrán mover las alas porque se han adaptado a ser un gusano, de seda, pero gusano. (Es una metáfora, que nadie se dé por aludido, pues yo me incluyo.)

Salud y resistencia.

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2 comentarios en “Diario de un disidente del coronavirus: La adaptación

  1. Hasta ahora la única propuesta que he oído para exigir una coordinación internacional proviene del partido M+J a través de la campaña #NoMorePandemics. En los medios creo que no han dicho ni mu.

  2. Muy acertado Ramiro. Como se costumbre.
    Al leerte sólo decir lo siguiente:
    Adaptarse es morir, es necesaria la rebeldía para salir de esto

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