Diario de un disidente del coronavirus: Zen

18 de abril, 2020. Virginia Wolf cuenta en su novela “Orlando” que hay muchos tipos de tiempo, cada cual diferente. Corresponden a yos distintos que habitan en cada persona. Me hubiera costado mucho entender esta apreciación, de no ser porque en los días de encierro experimento varios yos que forman parte de mí. A su vez me traslado a momentos de un pasado que revivo, cuyo recuerdo perdura en el presente. Unos más activos que otros. Alguno dormido.

Hay un yo que se evapora, llegando su vaho al resto. Pertenece a cuando fui joven y asistí durante algo más de medio año a un dojo, templo Zen, todos los días. Aprendí a ser yo mismo integrando todos los yos sin dejarlos a un lado ni esconderlos. Hay que permitir que se expresen, es la base de todo “despertar”. Precisamente me llamó la atención de aquel lugar, y de sus enseñanzas, que define el satori (despertar de la conciencia) de una manera muy gráfica: Compras un billete de lotería. Te toca el premio de cien millones de pesetas (en aquella época no había euros) y lo rompes. Por eso es tan difícil. Complica llegar a semejante conclusión los pensamientos que nos surgen: “Es una tontería”; “lo piensas hasta que te toque”; “dámelos a mí”. Estas palabras pasan por nuestra mente y nos agarramos a ellas. Entonces nos atan.

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El dojo estaba colindando a la M-30, en Madrid. El ruido de los coches fue una enseñanza, porque para Ramiro, que es como se llama quien fue mi maestro (no recuerdo el apellido), el zen no es ajeno al mundo. Hay que aprender a meditar en medio de los ruidos. Sus alumnos meditábamos sentados, zazen, en una postura determinada, con la espalda recta, aunque yo no me acoplé nunca a las formas exigidas y él me dejaba. Lo importante es estar cómodo, decía. Tras un silencio añadía que “con uno mismo”. Otro día enseñaba con una frase: «Eres tu cuerpo». Tras largos silencios, al finalizar la meditación, señalaba también «eres tu espíritu, o la mente». “Llamadlo como queráis. Lo importante no es la palabra que uséis, sino vuestra experiencia”.

Al meditar nos enseñó a saber entender la respiración, porque el aire que entra y sale de nosotros es el vehículo que une el cuerpo y el espíritu-mente. Había que escuchar su música, sentir su trayecto en el cuerpo. Se nos iba el santo al cielo y él con una vara fina nos daba un golpecito en el trapecio, entre el hombro y el cuello. El caso era despertar la conciencia, no adormilarnos. Entrábamos en un estado de ensoñación consciente.

Respiramos de muchas maneras sin conocerlas. Lo que más hacemos, y de lo que depende nuestra vida, no se enseña, ni somos conscientes de un acto que nos permite lograr la armonía. Dejamos que sea un acto reflejo, lo que hace que vivamos mecánicamente.

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Estos días de estar en casa sin, casi, salir, he comprobado una de sus enseñanzas: “Vuestra casa es vuestro pensamiento”. Tenemos tantas como yos. Aferrarnos a una manera de pensar es empobrecernos. La meditación consiste en fijarnos, quietos y manteniendo la conciencia de respirar, en la conciencia de cada parte del cuerpo. Dejar que salgan los pensamientos sin tratar de dirigirlos, permitiendo que nos digan lo que quieran: contradictorios, de miedo, de deseos, y observarlos como si fueran un paisaje. La respiración se convierte en una brisa trasformada en un latido del cuerpo entero.

El Zen enseña a no dejar que los pensamientos y emociones nos afecten, porque no hay que agarrar el «aire», sino dejar que pase y gozar. Permitir que estén lejos. Podemos ser dueños de todo lo que pensamos, no únicamente de una parte. Lo creativo sale cuando abrimos la puerta. Hay que coger la realidad antes de que nos atrape. Queda la armonía al  formar un equilibrio entre lo que pensamos y sentimos.

No se trata de ser inmune a las penas, o ser feliz a lo tonto, ni tampoco imperturbables. Consiste en vivir abiertos a todas las posibilidades. Tal es la riqueza del Zen, al menos el que a mí me enseñaron. De aquellas lecciones me queda ver las cosas desde la distancia y respirarlas, para pensar sobre lo que ocurre de muchas maneras, lo que Schumacher llamó “pensamiento lateral”.

Asomado a una ventana que da a un patio veo una pared de ladrillos. No hay nada más que ver. Sin embargo en cada ladrillo hay todo un mundo recogido en él: Las manos que lo colocaron, el esfuerzo de quien lo hizo, el barro del que está formado y quien fabricó el molde y quien lo llevó al horno y quien lo trasportó. Y la tierra de aquel barro, y el carbón del horno en el que se refractó, y la tierra que se hizo barro con el agua que vino de un arroyo, o de una fuente que alguien aprovechó. Y llegaríamos a uno de esos tiempos diferentes al actual, vivido en el presente. Viajamos en el pensamiento. Lo demás es trasladarnos.

Para el Zen amar es a todo o a nada. Y en cada momento de amar esta todo, o no se ama. Coincide esta manera de entender la existencia con Publio Terencio cuando afirma que como ser humano, nada humano me es ajeno.  Meditar no es aislarse. Al despedirme de mi maestro, después de haber pasado antes antes por todo tipo de tormentas, me dijo con una sonrisa “ahora eres tú el que me has de enseñar a mí”. Es, a día de hoy, que no entiendo aún esta manera de decirme adiós.

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Es en esta distancia, la de ver lejos la realidad cercana gracias a la respiración de los pensamientos, desde donde anoto lo que ocurre. Nada me es ajeno, pero tampoco nada me debe atar. Dejo que las cosas y los hechos, y las personas, transcurran como la respiración que entra y sale en mí. Dejo que los yos diferentes recorran su tiempo respectivo y anoto, porque en la realidad está el pensamiento de lo real.

Hoy he apuntado en mi cuaderno que se prolongará el estado de alarma, con aperturas de horarios para salir con los niños y niñas, para ir acercándonos al mundo. Lo veremos mejor, porque estuvimos encerrados en él con los horarios, compromisos, prisas, quehaceres que nos vinieron dados, sin elegir realmente cuáles, y nos atraparon. Anoto que Suecia sigue con los cafés, los parques y lugares de reunión abiertos, igualmente los colegios e institutos y universidades, por criterios también científicos. Tomo nota de que lleva (a las 23’54 hs. de hoy) 1.511 fallecidos. Escucho a los que responden que nada tiene que ver este país con el nuestro, pero el virus es el mismo. Dije a una persona que me increpó, por creer que quiero quitar importancia al tema, que si viéramos una hormiga por un microscopio nos asustaría. A través de una lente será gigante, más grande que nosotros y creeríamos que nos puede aplastar.

VARNA, BULGARIA - November 10: An authentic landscape, an elderl

Hoy no quiero razonar, únicamente ver de lejos lo que acontece. Y acercarme a quienes se quejan de que les cobren el euro. Les he informado sobre las ayudas extraordinarias para el tiempo que dure el estado de alarma, que ha aprobado el Ayuntamiento de León, para que con este apoyo puedan disponer de un complemento que les ayude a no sufrir tanto la escasez. Dicen que lo que les duele no es pagar un euro, sino tenerlo que dar a modo de un chantaje, que algunos llaman «pedagógico». Es una lección que dan los pobres a alguno de los yos que duermen en nosotros.

Respiro. Hay una brisa que siento dentro y fuera.

Resistencia y salud.

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