Diario de un disidente del coronavirus: El barón rampante

20 de abril, 2020. Leer es una manera de ampliar el pensamiento y de recoger datos. Claro que hay que leer de todo un poco. Hoy la escena predominante de la información son las mascarillas, su precio, su venta al por mayor y en las farmacias, su eficacia. Todo un paninoplio (palabra ésta que no existe, pero que me ha venido a la cabeza.)

He ojeado libros que leí hace años, como el de Camilo J. Cela que, por cierto, dejó la carrera de medicina: “El tobogán de los hambrientos” (1957), donde se puede leer: “La gripe aviar se vivió como el fin del mundo; Pasada la epidemia ¡no fue para tanto!” Hay quien dice que la Historia se repite, pero la literatura no. Lo que hace es ampliar la experiencia.Como decía el ilustre doctor Gregorio Marañón: «El médico que sólo sabe medicina, ni medicina sabe». Aplicado, por supuesto, a cualquier otra profesión

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Estamos llegando a la pista de aterrizaje de  la epidemia por el coronavirus. Se cumplen las expectativas de los informes del comienzo, antes del estado de alarma y del llamado confinamiento. Mal usada esta palabra porque lo que significa, según la Real Academia Española (RAE), es: “Pena por la que se obliga al confinado a vivir temporalmente, en libertad, en un lugar distinto a su domicilio”. Ni es una condena lo que vivimos, sí una obligación, pero que cada cual cumple en su casita. Esto me lleva a comprobar que cambiando el significado de las palabras se tergiversa la realidad y se construye lo irracional. El lenguaje atrapa a nuestro pensamiento y de igual manera a lo que sentimos.

Como no reflexionemos en esto, sobre todo en lo que tiene que ver con las relaciones interpersonales, vamos a ir por muy mal camino. El contacto se va a convertir poco más que en un acto insolidario, en un ataque al otro. Por eso en lugar de usar términos sanitarios se utiliza un lenguaje bélico en la guerra contra el virus. La victoria final, en lugar de hablar de curación. Se hace un llamamiento a la unidad para potenciar el pensamiento social único. Lo que no coincide con la versión oficial se desprecia y censura como bulo (fake news) Y para atacar a tales presuntas mentiras, en lugar de desmentir o dar una formación crítica y razonamientos científicos, los mandos militares y policiales ofrecen ruedas de prensa junto a los ministros.

Seguimos igual, cuando Einstein nos enseñó que es irracional hacer lo mismo y esperar obtener resultados diferentes. Esta circunstancia que vivimos, más allá de los efectos clínicos de un virus, nos ha delatado como una sociedad chapucera, hipócrita y que lo único que hace es propaganda fatua y emocionar con verdades televisivas. Algo que no está sirviendo en una situación como la actual.

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Me entero hoy de que no se ha hecho en España, todavía, ninguna autopsia, o no es conocido ningún informe, a personas que han muerto por el coronavirus. Las pocas que se han hecho en otros países contradicen el fundamento científico de la enfermedad, aportado por médicos forenses. Parece ser que el desencadenante de la enfermedad no es una cuestión respiratoria, por falta de aire, sino sanguínea, cuyo efecto patológico es la falta de oxígeno en los alvéolos. Esto se podrá discutir, se podrá interpretar de muchas maneras, pero al menos que se hagan autopsias. Lo prohíbe la ley, que sólo permite hacerlas en caso de muertes violentas o que se presuman a consecuencia de actos criminales. Seguimos haciendo lo mismo de siempre: Tapar una chapuza con otra. Y, como todos los países se dejan llevar por la inercia, cada cual la suya.

También he leído la percepción de un virólogo, muy cuestionado por la Comunidad Científica, por ser un negacionista del virus del SIDA y que actúo erróneamente, siendo asesor del gobierno de Sudáfrica en el año 2000. Se trata de Peter Duesberg, al que saco a colación porque dice algo en lo que se incluye él mismo. Para escuchar y luego rebatirlo, ya que puede que no tenga razón: «Los científicos somos como putas en busca de dinero y fama«. Es miembro de la Academia Nacional de Ciencias Americana. Mi tía Lola decía que “todos tenemos razón, pero nadie la tenemos completa”.

Me he acordado de la novela de Italo Calvino: “El barón rampante” (1962) Una historia muy imaginativa, que cuenta cómo un chaval, Cosimo, se sube a un árbol y no vuelve a bajar. Vive en varios, donde lee, caza, duerme, come, y habla desde las ramas a los demás. Lo curioso es cómo ve, y hace ver, la realidad desde otro punto de vista y que, quizá, no todo tenga que ser poner los pies en el suelo.

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Cabe preguntar ¿a qué realidad nos estamos refiriendo?

Dicen que las comparaciones son odiosas y que cada país es diferente. Pero hay que ofrecer datos comparativos para analizar, sin acritud, lo que estamos viviendo y para saber distinguir el grano de la paja (la información de la propaganda-new.) España: 20.852 muertos por coronavirus (46 millones de habitantes.) Alemania: 4.642 muertes por coronavirus (83 millones de habitantes.) Brasil: 2.575 muertos por coronavirus (209 millones de habitantes.) Suecia, donde se han implantado algunas limitaciones, pero no se restringe la salida de ciudadanos, las clases continúan, al igual que las actividades laborales: 1.067 muertes por coronavirus (10 millones de habitantes.)

¿No se decía eso de haz el amor y no la guerra?

Salud y resistencia.

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4 comentarios en “Diario de un disidente del coronavirus: El barón rampante

  1. Leí hace poco la novela que encontré por casualidad entre los libros, que pertenecieron a mis padres. Un personaje kafkiano, una especie de Simón el Estilita laico. Pero ojo, su deseo de no bajar del árbol es una forma de rebeldía, porque lo que quieren todos es que baje. Llega un momento en que atraviesa un punto de no retorno, siendo inimaginable su regreso al suelo. Me pregunto si no nos pasará lo mismo a nosotros, cuando termine el confinamiento y nos dejen salir de casa, teniendo que volver a nuestros trabajos, etc. ¿Lo asumiremos con normalidad?

  2. LO LLAMAN «CONFINAMIENTO» Y NO LO ES, SINO CLAUSURA.

    Es clausura general y obligatoria, por lo general sin claustro, ni huerto ni jardín conventual que disfrutar, pues nada de esto suele tener el más común domicilio habitual. No somos Reyes leoneses en Babia, antiguos Borbones por los Jardines del buen Retiro… ni Marqueses de Galapagar.

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