30 de abril, 2020. A media noche de hoy se da la cifra, desde que empezó la pandemia, 231.000 muertos en todo el mundo a causa del coronavirus. La Agencia Europea de Medio Ambiente informa de que, solamente en la Unión Europea, suceden cada año 400.000 muertes prematuras por causa directa de la contaminación.
Agradezco mucho a quienes me aconsejáis nuevas lecturas y me ofrecéis información sobre nuevas teorías como referencia para los análisis que planteo. He recogido dos porque vienen al caso para reflexionar desde la realidad concreta, al cotejar lo que dicen con lo que estamos viviendo estos meses.
Naomi Klein plantea la «doctrina del shock». Consiste en describir la estrategia de utilizar las crisis a gran escala para impulsar políticas que, sistemáticamente, profundizan la desigualdad y enriquecen a las élites, aprovechándose de las circunstancias para debilitar a la sociedad e imponer sus condiciones. En momentos de crisis, la gente se centra en las necesidades diarias para sobrevivir. Precisamos seguridad, por eso confiamos, casi a ciegas, en las instituciones.
Otra es la Teoría del Caos. Nos piden sus creadores imaginar que colocamos un huevo en el vértice superior de una pirámide. O que tiramos un corcho en el nacimiento de un río. Con cálculos matemáticos se puede suponer dónde va a caer, al aplicar teorías de sistemas. Pero tales previsiones suelen fallar, porque hay demasiadas variables, muchas de ellas imperceptibles, que influyen en el resultado. Podremos saber en qué dirección caerá el huevo o en qué punto del río acabará el corcho una vez hayamos observado el resultado. Sin embargo, ¿es posible predecirlo? Con el resultado final se pueden elaborar numerosos modelos respecto a cómo el experimento ha terminado de un modo u otro, pero existen muchas influencias que pueden o no determinar en el resultado final.
Es curioso cómo la información se viste de ciencia para convertirla en propaganda. Hoy no se ha parado de repetir que, aplicando modelos matemáticos, la cuarentena social ha evitado miles de muertes. Podrían decir millones, pero entonces nadie les creería, aunque podría ser cierto. No se puede saber el grado de autoinmunidad de una población sin saber las personas contagiadas y las que no desarrollan ningún síntoma. Tampoco en el caso de que se hubieran reforzado los puntos vulnerables: Hospitales y residencias de ancianos. Las muertes a lo mejor habrían descendido. Pero hacer cálculos unilaterales sirven, nada más, para decir que lo que se ha hecho ha sido lo correcto.
Se debería informar de que habiendo varias opciones se eligió una, el aislamiento social. Y no pasaría nada. Hacerlo hubiera exigido poner los medios para que resultase llevadero y no generar un drama mayor a la causa que ha provocado la decisión. Se tuvo que haber dado, desde el primer momento, una renta de cuarentena a las personas sin recursos y a quienes lo han perdido todo. Se han hecho promesas, anuncios de que de esta crisis vamos a salir todos juntos, pero “unos mas que otros”.
El miedo y la irracionalidad que han creado van a ir en contra de quienes las han motivado, más allá de la contienda política. Veremos cómo dicen, después de la debacle, que iban a hacer, que estaban a punto de… Cuando han tenido lugar y tiempo. La mentira tiene las patas muy cortas, pero la propaganda, y manipular la información, da zancadas muy grandes. Han contado que se suspenden, por decreto ley, los desahucios durante el estado de alarma. Se trata de un decreto de Perogrullo, que a la mano cerrada la llaman puño.
Por ejemplo la Asociación Stop Desahucios de Zaragoza denuncia que los procedimientos abiertos antes del estado de alarma han seguido su curso y los de después, al no tener una orden judicial, no. Porque los juzgados no han funcionado ya que los funcionarios no han podido ir a sus puestos de trabajo. Con decreto o sin él no se hubiera podido desahuciar a nadie. Pero se trasmite que en esta crisis no lo van a pagar los mismos que en la anterior. Si el gobierno cumpliera con la Carta Social Europea, cuyo tratado ha firmado el Estado español, se acabarían mas del 80% de los desahucios para siempre.
Antes sí se podía exigir, ahora defender lo mismo es apoyar a la extrema derecha. Mantener la ley Mordaza y el grueso de la Reforma laboral es lo correcto. Y que se cobre 1 euro a los pobres que van al comedor social es “pedagógico”.
Por poner un caso más: La Asociación Automovilista Europea de Salamanca también denuncia que se han ejecutado miles de embargos a automovilistas en sus cuentas bancarias, porque los bancos sí que han funcionado, a pesar del “decreto”. Un auténtico dislate.
Las epidemias han afectado toda la vida a la Humanidad. Algunas causaron estragos. Gracias a la ciencia (otra cosa es la instrumentalización de ésta) se palía el peligro, aunque lo siga habiendo. De todas formas siempre ha habido un saber, basado en la observación, la experiencia y el razonamiento.
Se desprecia mucho la medicina natural, siendo una rama más, junto con la alopática y la homeopatía. Muchas costumbres actuales derivan de esta ciencia empírica que observa la naturaleza del cuerpo humano. Aunque no salga de los laboratorios, sí se ha constatado con la ciencia actual su certeza y veracidad. Por ejemplo la actividad antibacteriana de los ajos. El propio Louis Pasteur, químico y bacteriólogo, que descubrió la vacuna contra la rabia, informó de las propiedades de este alimento por tener la sustancia alicina, en el año 1858. Posteriormente se demostraron otras propiedades favorables para la salud.
Lo mismo ocurre con otros alimentos o condimentos que forman parte de la gastronomía cotidiana que usaron nuestras abuelas y bisabuelas y más. Un principio de este modelo de medicina es “que la medicina sea tu alimento y el alimento tu medicina”. Fue este criterio el que hizo que se echara a la comida el ajo, la cebolla, el laurel. Y otras especias, como el orégano, perejil, comino, a cuyos gustos nos hemos acostumbrado. Mi tía Anita, tía abuela, siempre que íbamos a dormir a su casa de pequeños nos daba un vaso de zumo de naranja por la mañana. Decía: «Es un vaso de salud». Parece ser que tiene abundante vitamina C según demuestran los nutricionistas.
Las comidas típicas provienen de aprovechar los alimentos, como el gazpacho que recogía las sobras de las ensaladas. La paella como manera de aprovechar restos de otras comidas para tomarlos con arroz. Se ha comprobado que el alcohol, tomado con moderación, es vasodilatador. infusiones que son digestivas, calmantes, relajantes. La sidra como bebida diurética. En un tema así no pueden faltar los asturianos. Es un conocimiento que perdura como uso y costumbre en la tradición gastronómica, sin que nos fijemos en ello.
El antropólogo Marvin Harris en su libro “Bueno para comer: enigmas de la alimentación y cultura”, plantea los orígenes de ciertas costumbres alimentarias. Lo mismo ocurre con su obra “Cerdos, vacas, guerras y brujas”. Las dietas tradicionales son una respuesta a enfermedades que afectaban a la sociedad, por ejemplo, comer cerdo en el desierto y la triquinosis en este animal hizo que se prohibiera. A través de normas religiosas se establecieron pautas gastronómicas que hoy perduran.
En la epidemia actual todo se centra y confía en los laboratorios: un antídoto, una vacuna. Son necesarios, absolutamente, pero no suficientes. Sobre todo, no lo es porque si se da el «milagro», creeremos que no hay nada que cambiar o que hacer, sino esperar a que los sabios (dioses) nos salven y los jefes (sacerdotes, chamanes o expertos) nos digan cómo nos tenemos que comportar.
Por ejemplo, en las ayudas a familias sin recursos de la Comunidad de Madrid, se les ha atiborrado de comida insana, que para un día puede valer, pero de manera cotidiana les va a enfermar, como avisan los médicos. Les sirven como acompañamiento la bebida Coca Cola. Una dieta hipercalórica, sin vitaminas ni nutrientes necesarios. Se juega con la salud de los más pequeños. No hablemos de las consecuencias de la pobreza. Las carencias que produce en la alimentación.
Las grandes industrias están presionando a quienes legislan para evitar cumplir las normativas contra la contaminación, que ya de por sí los gobiernos no las aplican como debieran. Hablan de la agenda de sostenibilidad, de que para dentro de unos años, de una transición ecológica, sin hacer nada en concreto. Porque sin una economía coherente con la perdurabilidad de los ecosistemas y del aire, del agua y nuestro entorno natural, no es posible semejante transición. Algo que se ha estudiado hasta la saciedad y no hacen caso. El cambio climático es una espada de Damocles. Pero no es problema para los poderosos. Sí lo es controlar a la población para que seamos fieles a sus negocios.
Mientra tanto seguimos con los espectáculos televisivos de comidas de diseño, de másters chefs, que incluso introducen criterios de alimentos ecológicos y saludables, pero ¿qué más diseño y creatividad que un huevo frito, las torrijas, natillas, y demás? Forman parte del saber culinario. Se lleva lo cotidiano, el alimento, al mundo del espectáculo y convertir comer en dinero. Hacen que admiremos lo que se sirve en lugares caros y que veamos nuestra cesta de la compra de lejos, incluso nos alejan de nuestra propia vida.
Nos estamos cargando lo cotidiano, que es, en definitiva, nuestra existencia. Y vamos a desescalar la epidemia como si volviéramos de un parque de atracciones al que nos han llevado gratis. Ahora hay que pagar por salir. Un precio demasiado caro. Sin haber comprado nada, sin haber hecho nada, pero que dicen que es maravilloso y nos lo tenemos que creer.
En definitiva: Esta epidemia ¿nos hará más inteligentes, personal y socialmente, o más dependientes de lo que nos explota y destruye? Es una decisión que dependerá de nosotros. Alimentos o pastillas. ¿No será que nos están diseñando a los ciudadanos los maestros de la cocina social? «¡Sí máster!» «A sus órdenes, Nibelungos»
Salud y resistencia. Buen provecho.
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