Un segundo, un millón de palabras

Estoy escribiendo una historia genealógica del primer apellido de mi familia, con todas sus ramificaciones. Es asombroso cómo muchos años de vida se condensan en una cara de folio, o poco más. Algunas fotos y eso da una visión somera de lo que fueron las vidas de nuestros antepasados y presentes.

En algunos quedan sus palabras, de los más entresaco las frases que repetían, lo que enseña la mentalidad de su tiempo, de ellos mismos, de lo que trasmitieron a sus hijos, que es aquello que cabalga sobre el apellido.

Quienes algo han escrito, se entrevela en sus palabras qué han pensado y sentido más allá de la profesión y de las fechas significativas de sus respectivas vidas. Además de las personas con las que han tenido lazos institucionales y alguna más, muestran otras que vivieron en sus anhelos, en sus sueños, en sus rincones de vida. Invisibles, a veces, para los demás. Pero incluso de esta manera es nimio.

Porque en verdad un título suponen varios años de estudio, de convivencia cotidiana con compañeros y compañeras, profesores, el trayecto de ir y venir a la escuela. Porque en cada segundo de vida hay sentimientos cruzados, miradas, pensar en lo que se hace y en lo que se deja a un lado.

Los datos señalan un recorrido vital esquemáticamente, pero podemos imaginar, que es una manera también de saber o de conocer. Verificar ciertos hechos sirve de apoyo para hacer conjeturas. Aquellos que murieron en las guerras, ¿qué pensaron, qué sintieron, cómo fueron sus miedos? Es algo universal, pero en lo concreto y singular, en el sujeto, adquiere un significado especial, (adquiere ser palabras.)

Responder a estas cuestiones es el camino de la literatura, es hacer visibles las emociones con el teatro, el presente del momento, (lo más ser un segundo que hay), con la poesía. Y narrar la vida interior, sus consecuencias, poner la luz en lo no registrado es la misión de las novelas. Sí, ¡misión! Buscar en las conversaciones invisibles la luz de una época o de un personaje / persona.

Cada vida se resume en un pequeño espacio escrito. Cada latido que sucede en un segundo requiere un millón de palabras para ser descrito, y aún así quedará corta la escritura. Por esta razón la literatura continúa, más allá de los ordenadores, más allá de las redes informáticas, lejos de los lupanares culturales, fuera del peloterismo entre quienes escriben sin segundos que contar y presumen de sus condecoraciones y empachos mediáticos.

Son quienes reducen lo literario a títulos, nobeles, fechas y han convertido escribir y medio leer en una asignatura y no en un hecho, ni en sueños de palabras, necesarios para realizar la realidad. Nos sumergen ahora en virtualidades donde cada segundo es encerrado en las pantallas, si palabras de papel ni de papiros. Queda el latido del electrocardiograma informatizado, sustituyendo al corazón.

Cuadro de Viñuelas, al grupo de teatro de León «Aa Di Parpant».

Entonces quienes fabrican sus palabras, quienes las lanzan al vacío son quienes crean los segundos por vivir, llenándolos de sentimiento, de pensar y de vida, al fin y al cabo. Sin sentido, porque ya no lo tiene. ¿Qué más da el sentido de la nada?

A pesar de todo la escritura.

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2 comentarios en “Un segundo, un millón de palabras

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