Asistimos a una nueva ola de irracionalidad con respecto a la pandemia del COVID-19. Ésta es un mal que hay que afrontar, pero el problema social que ha creado es necesario superarlo, porque es lo que agrava y hace peligrosa esta epidemia global: La manera de reaccionar ante ella que nos está sacando de quicio. Lo mismo que las reacciones contra la versión “oficial”, que van por el mismo camino. La patología que nos asola son los medios de comunicación y las redes, convertidas éstas en una orgía de lo irracional.
Se dice que quien siembra vientos cosecha tempestades, y es lo que va a suceder a no tardar. Todo el miedo acumulado, que se ha metido en las personas va a estallar en una histeria colectiva de dimensiones impredecibles. Se están queriendo tomar medidas al ver venir este escenario, pero ya es tarde y se hace además intentando seguir manejando a la opinión pública, en lugar de abrir cauces de razonamiento.

Televisiones y radios han comenzado en este mes de septiembre a emitir programas “científicos”, para dar información desde la ciencia, al menos con esta apariencia. Lo que pretenden es asentar lo irracional” que se ha creado, con el fin de que se ajuste con una nueva forma de comunicar, aparentemente rigurosa y explicando las normas y medidas que se han tomado, con el único fin de encajar el miedo y lo irracional con la “normalidad». En realidad lo que hay que salir es de esta espiral ilógica a través de la razón.
Lo irracional crea su propio contrapeso, irracional también para evitar que la racionalidad establezca resortes de análisis y de observación que permitan que la sociedad entienda lo que sucede y por ende actuar en consecuencia, un elemento básico de la libertad individual. Pero lo que se pretende es el control, desviando la atención de los problemas graves que nos acechan al aplicar la misma irracionalidad a los temas económicos y de la política. En todos los escenarios se presenta un juego de contrarios que se enfrentan a modo de un teatro, pues forman una unida: la de actores.
La cuestión es aplicar criterios de razón, lo cual tiene unas pautas. Sucede que pensar genera inseguridad, porque la razón no es nunca absoluta, además se cuestiona de manera permanente a sí misma con mecanismos lógicos del pensamiento. La irracionalidad se fundamenta en las emociones que son manejadas colectivamente de cara a determinados objetivos. La razón funciona individualmente, uno a uno. Los datos por sí solos son necesarios, pero no suficientes, hay que razonar con ellos, no interpretarlos como convenga.

Por este motivo no se encuentran soluciones hasta que estalla el dislate en el que se mete a la sociedad atrapada en un disparate que nos lleva a un callejón sin salida. La información que ofrecen los medios no se debate seriamente. Para hacerse pasar por verídica inventa lo de las noticias falsas, las fake y las destripa, cuando son igual a ellas, pero por comparación se hacen pasar por la verdad. Y se visten de ciencia con personas tituladas que bajo un contrato aportan sus carreras científicas, pero se comportan como charlatanes.
No mienten, sino algo peor: tergiversan la realidad y construyen una situación que encierra a las personas, mediante hechos parciales que convierten en la totalidad. De esta manera nos encontramos en una situación absurda, pero que asumimos y la damos sentido. Nos implicamos con ella y la retroalimentamos, de tal manera que forma parte de nuestra experiencia vital. Desgranemos algunos aspectos nada más.
No hay texto sin contexto. Ésta es una premisa básica de cualquier razonamiento para saber a qué se refieren los datos. Es lo que en la justicia se dice para aplicar la racionalidad de la ley: Hay que decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Cuando lo que se hace sobre el coronavirus es decir la verdad parcialmente y se añaden otros temas que nada tienen que ver. Y diversos aspectos de la realidad se obvian.

Lo irracional ha desatado un pánico colectivo de consecuencias imprevisibles. Comparativamente es un fenómeno paralelo al temor al infierno que desataron las religiones monoteístas. Impusieron sus normas justificadas en la salvación. Surgieron colectivos de herejes, que desde otra irracionalidad contradecían a la fe mayoritaria. Y otra minoría se dedicaba a hacer aquelarres, para desatar sus pasiones y deseos sin hacer caso a la norma oficial. Como fenómeno psicológico se reproduce en la actualidad de la misma manera, con otros medios, los de las nuevas tecnologías. Es como funciona la masa.
El COVID-19 ha causado en todo el mundo, a día de hoy, 881.174 muertos. Lo que hay que darse cuenta es que ocurre en un planeta con 7.000.000.000 de habitantes. Esto no es baladí. En España han muerto en lo que va de año 29.418 personas. De los 46.940.000 de españoles. Esto es parte del contexto. En la última semana han muerto por el coronavirus 100 personas en España. Lo cual es de lamentar, pero igual que las 1.781 que mueren de media cada día en nuestro país. Se puede alegar que es algo que se da por supuesto, pero no, porque la emocionalidad bloquea la mirada conjunta del dato y hace que se centre en él, como un universo único. No ve más allá, porque el miedo infundido aísla el dato de lo real y crea su propia realidad. La cual, además, genera un lenguaje propio, con palabras específicas que funcionan a modo de palabras talismán o tabúes, que el simple hecho de oírlas nos afecta: rebrote, nueva ola, nuevos muertos, rastreadores, bombas víricas, intensidad viral, nueva normalidad y demás. De esta manera se apabulla al oyente, que al entrar en ese lenguaje entra, al mismo tiempo, en la irrealidad que crean las palabras como algo real.

Es necesario situar el problema en su generalidad. Según las mismas fuentes que aportan los datos del coronavirus, la OMS, nivel mundial mueren 1.400.000 seres humanos por falta de agua potable. 1.6000.000 por sequía. 8.000.000 por tabaco. 380.000 por la gripe común y 2.560.000 de neumonía (ambas con vacuna.) 17.7000 como consecuencia de enfermedades cardiovasculares. En todas ellas se busca una solución sanitaria y medidas que eviten se expanda. No son televisadas ni radiadas en directo. El coronavirus ha desatado una respuesta irracional más allá de lo sanitario porque se han desbocado miedos latentes e inconscientes en la sociedad, por la crisis económica, debido a los peligros que se informan del cambio climático (sin que se paralicen las causas que lo provocan cuando sí es posible hacerlo siendo un bien social, que afectaría negativamente sólo a los intereses de determinadas industrias.)
Lo primero que hay que hacer desde la racionalidad es reconocer el problema en su dimensión correcta. Hay una pandemia, afecta a personas vulnerables. No hay vacuna, pero cuando la haya seguirán muriendo como mínimo la mitad de los que hasta mueran en esta oleada previa a la vacunación ¿y se seguirá paralizando la sociedad?, porque serán muchos más que cuando se impuso la cuarentena. Es un patología desconocida, pero se conoce cómo funcionan los virus, a falta de saber la especificidad de éste. A las poblaciones vulnerables hay que protegerlas, pero no se puede querer impedir lo que es irremediable, como es la muerte, que nadie quiere ni la de los seres queridos, por lo es preciso que poner los medios y asumir que habrá gente que muera, tal es el primer criterio de racionalidad. Lo irracional no sólo pretende que no suceda ninguna muerte sino que la que acontece se convierta en noticia. Una tras otra de manera permanente y continuada. Un esquema muy similar al lavado de cerebro.

De esta manera se sobredimensiona la patología vírica y entra en una patología social, que ya no tiene remedio sanitario. No solamente se desborda el sistema de sanidad pública, sino su propia función. El colapso exige medidas excepcionales, medidas médicas con hospitales de campaña, y una investigación del hecho patológico. Se tardaron ¡meses! en hacer autopsias, algo fundamental para saber cómo afecta al cuerpo humano la enfermedad, y esta carencia hizo que se echara la culpa de muchos descalabros a los respiradores. La cuestión es que el sistema sanitario llevaba desbordado varios años, pero se pasaba de puntillas por esta realidad de camas en los pasillos durante los inviernos invierno, hasta que se encontró la manera de justificarlo con la pandemia, la culpable de todos los males. En verano no lo han podido escenificar de esta manera, se da un respiro, pero ¿qué se ha hecho para resolver estas carencias? Seguir echando la culpa al coronavirus.
El colmo es que quienes toman las decisiones arrastrados por la irracionalidad alegan, con estadísticas “científicas”, que lo que han promovido ha salvado una cantidad ingente de vidas. Sin que esto se pueda saber. ¿Deducir? Pero en tal caso haciéndose responsables de las ocasionadas por las medidas que ha obligado a cumplir el gobierno.
Todas estas acciones por parte de las instituciones de todo el mundo (donde se organiza la irracionalidad social), se hagan unas u otras recomendaciones, han formado parte de la patología de la comunicación. Lleva años funcionando la noticia emocional. Llueve y se anuncia como algo excepcional, que nos pone los pelos de punta, cuando si miramos por la ventana y vemos llover sabemos que hay que coger el paraguas y ya está. Que es un fastidio, que puede estropear una cosecha y ya está. Llueve mucho, va a causar destrozos y el drama se amplifica hasta lo indecible. Pero si hace calor lo mismo. Se informa, pero si se repiten imágenes y se entrevista a quien lo sufre en ese momento, luego se comenta como algo aislado de las muchas veces que sucede, con lo cual nos encoje el corazón.

Esto se traslada a una circunstancia como la epidemia del coronavirus y nos altera el ánimo. ¿Alguien imagina que pasaría si se anunciara cada muerte súbita que ocurre en España? 30.000 cada año. Y que se fotografiara al muerto y saliera en las pantallas, y que se entreviste a un familiar desecho de dolor por tal fallecimiento. Y a un vecino. Y al camarero del bar al que iba a tomar café. Llegaría un momento en que se pediría hacer algo. Si nos dicen que hay que ponerse una pinza en la oreja lo haríamos y se lo haríamos hacer a los demás.
A medida que las autoridades mandan hacer test para detectar la infección del coronavirus aumenta el número de contagios, pero es que le va a suceder al 60% de la población como mínimo. Un 5% de este porcentaje padecerán la enfermedad. Un 3% de las mismas de manera grave y un 0’2 % morirá, por desgracia. Hacen falta medios sanitarios, no paralizar la economía y deformar las relaciones sociales, porque quienes no lo ven en su entorno se saltarán las normas. Se les llama irresponsables, por quienes han cometido la grave irresponsabilidad de azuzar el miedo más allá de las consecuencias del virus. Y se les señala como insolidarios. Quien esto dicen ven la paja en el ojo ajeno, sin ver la viga que les ciega. ¿Es solidario el gobierno con los parados, con quienes ven arruinadas sus vidas? ¿O quienes dicen esto cobrando sueldazos como políticos o presentadores de televisión sin ser solidarios con los que se quedan sin medios para vivir? Y se incurre en la propaganda de hacer que se hace, como la estafa del Ingreso Mínimo. Otra irracionalidad. Como el reparto de los fondos europeos, que nos lleva al desastre si no se hace de otra manera: Desde la razón, y no desde intereses irracionales que no funcionan.
Se enfrentan diversos modos de irracionalidades, y salta una más que se opone, que junto a las contradicciones de lo que está sucediendo, ante la falta de coherencia en lugar de aplicar la racionalidad política y social se desata otra parodia que alimenta a la establecida, se mezcla y desvían los datos de los efectos de la enfermedad y los contagios con extraterrestres, con vacunas que modifican el ADN, con poderes ocultos que han causado la pandemia, con negocios oscuros cuando se están llevando el dinero público a la vista de todo el mundo. Muestran poderes mundiales sin pies ni cabezas y también nos hacen temblar, pasando de un miedo a otro y movilizando la histeria colectiva. Los idealismos desatan la fantasía que a medida que crece se hace más y más irracional.

Ahora se produce la vuelta a los colegios en este ambiente de crispación sin ver las consecuencias, porque se han tomado las medidas desde los despachos, sin conocer el terreno. Lo lógico es que desde los colegios el profesorado, madres y padres y representantes de los alumnos dieran las pautas a seguir en cada centro adecuadas a sus necesidades y características. Sin embargo esperan a que desde las Consejerías de Educación digan lo que hay que hacer. Un teatro de medidas que desatarán los nervios y las tensiones de la comunidad educativa.
Dentro del esquema planteado se podría ver una manera de hacerlo con cierta coherencia y racionalidad, como presenté a la Junta de Castilla y León, sin que se hiciera ni caso. Conseguir que los estudiantes de los pueblos eviten juntarse con niños de otros pueblos en el autobús y luego en clase mezclando alumnos de muy diversos lugares. Para ello planteé habilitar las escuelas rurales, que están en todos los núcleos rurales convertidos en bares o salones, que pasado el verano quedan vacías. En las ciudades lo mismo, pero con casas de cultura, bibliotecas que también están casi sin usuarios por las mañanas. Incluso recuperar las escuelas unitarias, con chavales de diversos cursos que se ayudan y colaboran los mayores con los más pequeños. Sin que hagan falta tantos ordenadores, sino una pizarra, papel y lápiz y una persona adulta, maestra / maestro que enseñe a aprender, que estudie con ellos y los guíe. Para una situación excepcional podrá valer y además estudiar los resultados, y aportar nuevas formas de aplicar la pedagogía que lleva años arrastrando el fracaso escolar de más de un 30% del alumnado, que no prepara para la vida sino para adiestrar a jóvenes que encajen en una economía cada vez más inhumanamente tecnológica. Pero la culpa será del coronavirus.

Y un caso que me contaron dos madres del colegio al que fueron mis hijos, una serbia y otra bosnia. Vivían en una zona en la que se conocían, una al lado del río y la otra familia al del otro. De una su marido era panadero, la otra mecánico y ella maestra. La prensa empezó a azuzar el enfrentamiento entre políticos de un lado y de otro. La gente se preocupaba, pero no hacía caso, hacían su vida normal y se juntaban durante las fiestas y hacían eventos deportivos. Un día alguien advirtió que habían matado a una niña rubia, de cuatro años, serbia. Luego todos los padres y madres de un lado del río fueron en tumulto a vengarse, sintieron odio. No es que lo dijera alguien, es que lo vio. Todos sabían que fue cierto. Si alguien se quedaba en su casa ante un hecho tan despiadado le llamaban cobarde, irresponsable, insolidario, que luego le iba a suceder a él ¿y qué pasaría entonces? Fueron en tromba a la otra parte del río, que se defendieron. Tuvo que intervenir el ejército de un aparte y los milicianos del otro lado. Al final las dos madres del colegio quedaron viudas. Nadie supo nada de la niña rubia, ningún padre ni madre reclamó el cadáver.
Fue un bulo, pero se convirtió en algo real gracias al miedo, al odio, a lo irracional al fin y al cabo.