La COVID-19 es una modalidad de la familia de los coronavirus recientemente descubierta, que provoca una grave enfermedad infecciosa, que se contagia entre las personas. Al ser nueva se van conociendo sus efectos y se investiga tanto la manera de curar la enfermedad que ocasiona como una vacuna que prevenga su padecimiento. Ahora bien, la vacuna, como sucede con la gripe, no evitará que todavía siga ocasionando en el futuro una gran mortandad.
El problema, como algo digno de analizar, es que ha desatado una ola de irracionalidad que afecta incluso a las instituciones y a muchos profesionales sanitarios. No es algo que se haya provocado intencionadamente, sino que surge. Como ha sucedido en otras etapas de la Historia cuando se activan mecanismos de la psicología de masas. Lo que suele suceder es que tales dinámicas las aprovechan determinadas organizaciones para consolidar un nuevo modelo social, que cuando surge del miedo siempre es un totalitario para exigir orden y control. Quien actualmente controla, aparentemente, la pandemia es quien exporta su manera de actuar y de gobernar en el nuevo orden, como es el caso de China, donde parece que no hay casos significativos de la pandemia que se originó en su territorio, pero que se ha extendido por el resto del mundo, excepto por otras regiones de China.
Es necesario razonar adónde nos puede llevar todo esto que vivimos y si queremos realmente que sea así, o nos veremos abocados al abismo porque una corriente irracional nos arrastra. Irracional por la manera de ofrecer la información, por la manera de reaccionar sin sentido de la realidad en cuando que se pierde su visión porque hemos convertido una parte de los problemas sanitarios en un todo.
Lo curioso es que, como siempre, la reacción a semejante situación da lugar a respuestas igualmente irracionales, mediante planteamientos que nada tienen que ver con lo que pretenden combatir, pero que se adosan una postura y otra: Achacar a un contubernio el origen de lo que estamos viviendo, o la existencia del diseño de un plan (el cual, tal y cómo se explica, tampoco es coherente con lo que está sucediendo), vacunas que afectan al ADN, etc.
La razón queda extinguida del debate, la ciencia instrumentalizada, porque además muchos científicos de gran valía intelectual son arrastrados por el empuje de lo irracional y ante el miedo a lo que pueda pasar ceden al “por si acaso”, sin evidencias ni criterios de rigor. Y la realidad, la pandemia, sigue su curso de manera inexorable. Lo que da lugar a intensificar lo irracional. Lo mismo que cuando alguna organización religiosa anuncia el fin del mundo y falla la previsión, su fanatismo se refuerza y propone que lo que hay que hacer es más de lo mismo: incrementar el número de adeptos y de templos. Es un mecanismo parecido el que está funcionando. Si falla el confinamiento ¡más!, si fracasan las medidas obligatorias de llevar mascarillas ¡más! Y además se extiende su progresión a otros países. Se comparan a los que no lo hacen y en ambos se impone el terror a la enfermedad o se crea una figura salvadora que los redima: «No tengáis miedo» («ni precaución», algo que sí que es necesario.)
Podemos contrastar los efectos del coronavirus con otras enfermedades contagiosas, las cuales incluso con vacuna preventiva y el conocimiento preciso para curarlas provocan un alto nivel de mortandad. Caso de la neumonía y la tuberculosis, con 2.056.000 y 1.300.000 de muertos respectivamente a nivel mundial. De momento, por coronavirus, sin vacuna, aunque se van mejorando las intervenciones terapéuticas, van 1.040.000 muertos en todo el mundo. No es comparable, se dice. Cierto, nada lo es, pero nos permite situar la realidad del problema.
Se crea a nivel informativo una presión emocional que nos hace ver y creer algo fuera de lo común, cuando las muertes por coronavirus solamente suponen un porcentaje mayor del habitual en los tramos de edad de personas entre 70 y 90 años, además de las mujeres de 60 a 70 años. En el resto de tramos de edad, incluido el de mayores de 90 años, el porcentaje de muertos es inferior al de un año sin coronavirus. Las muertes de jóvenes y niñxs son excepcionales. Pero se convierten en el centro de atención de los medios de comunicación. El grupo de mayores de 80 años es el que acumula un mayor porcentaje: el 68,25%. Es para preocuparse, incluso alarmarse, pero razonando las reacciones y las respuestas sociales a nivel de los organismos públicos.
Según Carl Jung, al hablar de los arquetipos del inconsciente colectivo: «Cuando mayor es la carga de la conciencia colectiva, tanto más pierde el yo su significación práctica y es absorbido por las opiniones y tendencias de la conciencia colectiva y surge de ese modo el hombre masa”. Para mí esta es la clave de lo que está sucediendo, a la vez que una proyección de algo previo sobre lo que nada se hizo meses antes de desatarse la pandemia: Una cumbre mundial sobre el cambio climático, cuyos efectos ponen los pelos de punta, tal como vaticinan los científicos en esta materia, pero no se tomó ninguna medida que evitara las emisiones de CO2, ni la masificación del turismo ni nada. Luego el mundo se paralizó como si fuera el eco del grito de Greta: “¡Hagan algo, por favor! ¡Paren el mundo!”
Cuando una de mis hijas llegó a Ámsterdam – Holanda, le preguntaron a ella y a su pareja que si eran españoles. Ni ella iba vestida de flamenca ni él de torero, pero llevaban puesta en la calle la mascarilla, algo cortados porque allá casi nadie la lleva. El mismo policía, que con mucha educación les preguntó esto, les aclaró que no estaban en otro país, sino en “otro planeta”. Las escuelas no han dejado de funcionar, ni los museos, con restricciones, y con medidas, cómo no. Por ejemplo en los bares tienen que escribir sus datos para ser localizados. Y no están obsesionados con el tema. La voz cantante la llevan organismos científicos.
En Holanda las mascarillas no son obligatorias, excepto en el transporte. Los afectados son 811,29 por cada cien mil habitantes. En Suecia hay 912,92 contagiados por cada cien mil habitantes. No es obligatorio el uso de mascarillas, cubre-bocas. Sus científicos aconsejaron no imponer un confinamiento por el coronavirus en la primavera, las restricciones limitadas fueron suficientes. No cerraron las escuelas. Pocos meses después en Europa se produce una evolución negativa con una tendencia al alza en la que Suecia es la excepción. No hay muchos países con una bajada tan pronunciada como la que tiene este país nórdico. La respuesta mediática en España es que los nietos suecos no van a ver a los abuelos. Y con tal simplismo se convence a quienes ya están convencidos irracionalmente, de que hay que tomar medidas más contundentes por ser un país en el que sí que se les va a ver, cuando la mayor parte viven en residencias que han sido aisladas de las visitas. En España hay 1.718,6 contagiados por cada cien mil habitantes con 32.931 muertes desde que comenzó la pandemia al día de hoy. Aumentan los contagiados, pero baja el número de muertos. La tasa de mortalidad es la mitad con respecto los tres primeros meses. Puede que aumente más por la cuestión estacional como sucede con la gripe.
Acá los políticos sobreactúan y los expertos que asesoran son desconocidos. Usan datos estadísticos en lugar de evidencias. Los políticos de turno insisten en repetir que lo hacen “por la salud de los españoles” y “para proteger a la población”. Parece que sólo hay coronavirus en este país, cuando la Sociedad Española de Cardiología ha emitido un informe en el que especifica que ha aumentan el 50% las muertes por infarto durante el tiempo de la pandemia. El año 2018 se contabilizaron 14. 521 muertes por infarto agudo de miocardio en España. ¿Se ha protegido al incremento habido por miedo a acudir a los hospitales? Lo que han hecho ha perjudicado la salud de mucha otra gente. Y los medios de comunicación ¿han dado la noticia de cada uno de los fallecidos por una angina de pecho y entrevistado a sus familias?, o ¿es que sus muertes son menos dramáticas y penosas para sus respectivos familiares? Deberíamos pensar lo que está pasando sin dejarnos llevar por la mera propaganda y la escenificación, de manera que los árboles no nos dejan ver el bosque.
Por otro lado los contagiados que se contabilizan depende del número de análisis de PCR. Al hacerse más pruebas se detectan más contagios lo que hace que aumente el sobresalto mediático. Entonces se reaccionan haciendo más PCRs. Por mero sentido común aplicado al funcionamiento de los virus se expande su instalación en la especie humana, que precisa adaptarse en una simbiosis como hace con el resto de los virus, reforzándose este mecanismo natural con acciones médicas que eviten y prevengan el mayor número de casos graves y fallecimientos. La previsión es de que se contagien cientos de millones de seres humanos en el mundo, en España unos veinte millones de personas, sin que a la mayor parte les afecte para nada. Hace unos días una doctora me decía que cuando sean millones los que se sepa que lo tienen, la inmensa mayoría asintomáticos, ¿qué van a contar los medios de comunicación? Y ¿qué se va a hacer? Lo irracional nos puede devorar si no salimos de semejante trampa y al mismo tiempo trampantojo. Sobre todo porque se va a convertir en un boomerang.
La cuestión que alegan quienes no pueden frenar sus ansias de intensificar las medidas restrictivas es que no se colapsen los hospitales, ni las camas UCI y demás. Algo que lo veremos en la próxima reflexión.
Salud y razón.
.
Particularmente, me cansa el monopolio informativo de este asunto. Parece que no sucede otra cosa en el mundo; las conversaciones particulares giran, inevitablemente, hacia el tema. ¡Tan cansino, todo!
Disculpa que lo trate, aunque desde otro punto de vista. Me quedan sólo dos más. Paciencia, amigo. Y gracias por tu atención.
Como siempre muy acertado en tus reflexiones.
Gracias.
Dice Salvador Macip en «Las grandes epidemias modernas», 2009: En los virus hay dos parámetros básicos para determinar su agresividad: capacidad de contagiar y letalidad. Normalmente los más letales infectan menos (ébola) y los que más infectan son menos letales (covid). La mortalidad del covid estará sobre el 1-2%, no más.
Es una locura. Hemos pasado del «inocente hasta que se demuestre lo contrario» al «contagioso hasta que lo digan los noticiarios». Ahora ser asintomático es tan peligroso y terrorífico como parecer humano y no serlo en la mítica serie V.