Indultos y el sinsentido del sí o el no

Vivimos en una sociedad que ha perdido el sentido de las cosas. Los debates políticos se convierten (pervierten) en discusiones bizantinas. Es evidente que esto se ha promovido con el fin de que la gente no vea la realidad y que los que manejan la sociedad lo hagan a su antojo.

Unos actores entretienen al público, cuando da lo mismo decir so que arre. El filólogo Umberto Eco advertía sobre el modelo televisivo que se impuso a comienzos del siglo XXI, en una obra cuyo título es significativo: “De la estupidez a la locura.” Si a esto añadimos la reducción del lenguaje en las redes sociales, donde la argumentación tiene poca cabida, hasta el punto de que los twitter de los políticos y actores son la noticia y sobre lo que se comenta en las tertulias televisivas y radiofónicas banales.

El indulto es una concesión, una gracia que se concede a alguien que ha sido condenado cuando ha inculcado la ley. Se trata de una prerrogativa que tiene el gobierno, como en tiempos anteriores lo tuvo el rey. Sus razones tendrá, o un sentimiento de generosidad o por reconocimiento al enemigo levantado en armas, como sucedió alguna vez en España a finales del siglo XIX.

Se discute sobre un indulto, cuando se trata de un trato entre partidos políticos, ni siquiera con el gobierno, sino con los partidos que gobiernan. Consiste en un pacto de gobernabilidad, sin que la ciudadanía sepa la letra pequeña, pero sí que puede saber que es un indulto instrumental. La oposición a su vez plantea cuestiones también irreales, en forma de un teatro de partido que mantienen todos ellos para emocionar a su público y crear expectativas electorales, al igual que por parte de los partidos de a los que han indultado.

Veamos tres cuestiones fundamentales.

1.- ¿Qué se va a negociar en la Mesa de Diálogo? Se trata de una escenificación, porque unos de cara a su galería no pueden renunciar al discurso independentista y los otros no pueden admitir un referéndum. Es decir, están mareando la perdiz para engañar al pueblo con un sainete, o un espectáculo de la realidad, como los que salen en la tele, pero a lo grande.

2.- Los partidos catalanes independentistas quieren hacer un referéndum, pero el problema es que en España no se hacen tales, no se votan propuestas que afectan al país y a la colectividad. Ni siquiera para cambiar la Constitución Española, como se hizo el año 2011. Y nunca han apoyado iniciativas en este sentido. Por otro lado, los partidos llamados «catalanistas» se niegan a cal y canto hacer elecciones en cada provincia o en cada comarca para que elijan si quieren pertenecer a Cataluña o no. Tampoco sobre si el castellano debe ser la lengua vehicular en la enseñanza. ¿De qué hablamos entonces? De un referéndum no, ni ilegal, ni democrático. De una farsa. Y en esto coinciden con los diferentes partidos de la oposición y llamados «españolistas». Por eso no se dice nada con respecto a estas cuestiones.

3.- Pero la farsa llega a tal extremo que ni siquiera se trata de nacionalismos, por más que se llamen de esta manera, porque se plantea una circunscripción administrativa que compete a los partidos políticos, la cual no se corresponde con la nación catalana que son nueve provincias: Barcelona, Lérida, Gerona, Tarragona, Roselló, Vallespir, Conflent, Capcir y Alta Cerdeña. ¿Quién lucha por esto? Los partidos políticos se han convertido en empresas, las fuerzas del cambio también, y se dedican a hacer publicidad, muchas veces engañosa, y a generar canales de comunicación de masas para obtener cuantiosos beneficios con el dinero público, lo que incluye los sueldazos. Los casos de corrupción son porque individualmente algunos meten la mano en este chorreo de dinero. Cuando se den cuenta de todo ello sus bases acabarán por actuar contra ellos. Y, poir desgracia, la consecuencia es la violencia.

La cuestión es que el absurdo se multiplica, cuando el muro de contención, el Estado español tampoco existe. Estamos ante un callejón sin salida, y para salir de él hay que dar un salto, un salto dialéctico ante el muro de la sinrazón. Asistimos a un drama político que puede acabar en una situación de alarma, por eso está creciendo la extrema derecha.

Asistimos a una situación en la que los estados nacionales europeos han dejado de existir. Ciñámonos a España: No tiene un Banco Central capaz de emitir moneda y bajar o subir el precio de su moneda (que es inexistente) en función de los intereses nacionales. Lo hace para toda Europa el Banco Central Europeo. El ejercito español está supeditado a la OTAN, que es quien marca los objetivos y estrategias y en cuyo seno actúa el de España. La política exterior es definida por Europa. Las leyes de cada país han de estar acordes a los fundamentos de Europa. Con estas funciones Europa todavía no es un Estado. No puede haber una fiscalidad común, por ejemplo, pero sí que se ponen las condiciones al respecto. Sin embargo en cuestiones de uso de los fondos europeos y de las inversiones son los capitales financieros quienes imponen sus exigencias.

La única solución para los nacionalismos regionales, es crear el Estado europeo, formado por las distintas nacionalidades, no tanto históricas, sino por una nueva construcción política que permita articular mejor la unión de las naciones, dejando para el pasado los estados nación, que han sido fruto de la evolución social y política en la Historia. Hoy no tienen sentido los estados nacionales, y crear algunos por crear, sin ser además una nación ya es cosa de locura, un delirio que sirve para fanatizar a las masas, algo que tiene como ingrediente de actuación la violencia. Lo mismo que el Estado, que la acabará aplicando cuando considere que sea necesaria. Y se podrá tener una lengua común que evite la extinción de idiomas minoritarios frente a los mastodontes del inglés y el español. Me refiero al esperanto, que permita una comunicación común entre ciudadanos con distintos idiomas y el uso de la lengua vernácula en el ámbito familiar y del entorno. Es una lengua artificial, sí pero ¿no lo son las demarcaciones fronterizas de los países?

Ergo es posible. Más aún, es la salida que tiene el futuro. O seguir dando vueltas en un Tío Vivo sin llegar a ninguna parte y mareándonos a todos.

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