El coronavirus desde la racionalidad y la disidencia razonable

El coronavirus ha desatado una pandemia psicológica muy superior a la enfermedad que ocasiona la partícula infecciosa, como son la histeria (alteración emocional) y la psicosis (pérdida de contacto con la realidad) que ha desencadenado la manera en que informan los medios de comunicación sobre los efectos del virus COVID-19. Hemos pasado de un hecho biológico a otro social, que no tienen mucha relación si no es porque se han incrustado mutuamente. Lo cual es algo preocupante porque deforma la realidad y nos conduce a un callejón sin salida.

De la misma manera hemos pasado de un hecho sanitario a otro que es mediático. No se han escuchado las opiniones y el saber del Colegio Oficial de Médicos, ni de médicos a pie de hospitales, sino la de algunos “representantes” de la profesión médica y de la ciencia, que repiten sus intervenciones (actuaciones) para generar obsesión y condicionar una conducta compulsiva, arrastrados por la fama como recompensa conductista al incidir en el camino mediático establecido. Como han caído en esta dinámica la tienen que reforzar permanentemente. La comunidad científica ha quedado desplazada y ha sido postergada, entre otras razones porque se obviado y eliminado el debate y la discusión entre los científicos, investigadores y profesionales sanitarios. Queda un difuso plantel de anónimos «expertos» (en publicidad.)

Me preocupa porque no es un hecho aislado en nuestro tiempo presente, sino que va unido ineludiblemente a un proceso repetitivo a lo largo de la Histpria de la Humanidad, que se retroalimenta en diferentes épocas. Me refiero al fanatismo, actualmente de las nuevas ideas que sufrimos bajo el halo del «progresismo». Lo cual o lo desactivamos o lo vamos a pagar muy caro, como siempre ha sucedido. Una señal es que sin argumentar se anatemiza a quien discrepe, acusando al que opine de otra manera de hereje, colaboracionista, antipatriota o de manera moderna «negacionista» y «fascista». La diferencia en relación al pasado es que hoy tenemos perspectiva para darnos cuenta de lo que sucede, pero hay algo que nos ciega como sociedad. Por ejemplo habernos dejado atrapar (y fascinar) por ver todo a través de las pantallas y dejar que se limite la razón para reaccionar meramente a sensaciones que crean un mundo virtual. En otros tiempos el pensamiento fue atrapado por creencias o por ideologías, siendo hoy encerrado en unas tecnologías de la comunicación global que crean su propia y virtual realidad, anulando lo real. Por ejemplo si destruimos una masa forestal y sembramos flores, la realidad del lugar es un jardín, pero lo real es un bosque, su esencia la veamos o no.

La reacción a la pandemia se nos ha ido de las manos, posiblemente para resolver otro problema acuciante que una sociedad basada en intereses económicos, en el derroche y con una maquinaria financiera imparable no es capaz si quiera de abordar. Me refiero al cambio climático, y sus devastadoras consecuencias, que no ha hecho más que empezar. Su solución exige un cambio de paradigma (de modelo) económico, social, energético, de la cultura y de mentalidad. Puede que limitar la vida cotidiana sea un mecanismo de defensa para poder paralizar el mundo, pero sin saber tomar las medidas necesarias para hacerlo y, sobre todo, ponerlo en práctica desde la realidad y no montándonos películas que nada tienen que ver. Tal actuación también nos puede arrastrar a la hecatombe. Es en este contexto en el que se fraguó, en España, el tema de la Renta Básica como una nueva idea económica, la Teoría Alternativa, que además resuelve muchas de las lagunas de otras propuestas anteriores que han quedado desfasadas, como sucede con el monetarismo y las ideas de Keynes. La transformación que se propone es posible y además es necesaria, cada de vez de manera más urgente.

artemis@artemisleon.com

Pero nos ciega la inercia y aflora una dinámica de masas que, insisto, no es nueva. Podemos preguntarnos cómo es posible la irracionalidad que vivimos en un mundo en el que la ciencia lidera el conocimiento y el saber, con una tecnología capaz de dar respuesta a lo más inimaginable. Sucede que cuando se llega a un límite se acaba desbordando si el conjunto de la sociedad no es capaz de darse cuenta y poner en marcha transformaciones que permitan adaptarse a la nueva realidad que surge de lo nuevo. Sucedió en una Europa culta y con un desarrollo industrial impresionante, a mediados del s.XX. En la Unión Soviética con una ciencia que rompía los límites del conocimiento. O en la Edad Media, cuando la Teología llegó al culmen de su saber. Se impuso lo irracional en forma de fanatismo.

Pensemos lo que está sucediendo con la pandemia, y analicemos las posibles consecuencias en caso de no ser capaces de reaccionar a esta ola de informaciones emocionales, que puede llegar a tener consecuencias biológicas negativas en los seres humanos como especie.

Parece como que el conocimiento se convirtiera en una caricatura de sí mismo. La enfermedad por el virus COVID-19 existe, pero como muchas otras, sean víricas o no. Esto que parece una obviedad nos permite ver que el sistema sanitario se ha paralizado como consecuencia de lo que es considerado una pandemia, convertida en un espectáculo informativo que oculta mediante el alarmismo la escasez de medios para la sanidad pública. Por contra se fabrica un miedo irracional que en lugar de resolver el problema lo potencia en grado máximo, lo cual la sociedad asume y se resigna porque cree que es algo «natural».

Al comienzo de la pandemia la comunidad científica advirtió que al tratarse de un fenómeno epidemiológico se ha de adquirir la inmunidad colectiva (de rebaño), como protección ante la misma. En principio a la espera de conseguir una vacuna. Al ser los contagios un proceso rápido y carecer de medidas profilácticas que combatieran los efectos patológicos, se planteó evitar que la asistencia hospitalaria se colapsara. Fue por ello que se propuso el confinamiento y medidas de filtro como la mascarilla. Sobre el uso de ésta en los primeros meses el Ministerio de Sanidad de España indicó que pudiera ser contraproducente. Se propusieron también geles para evitar la propagación con el contacto, pero cuando se demostró que el contagio sucede por vía aérea y que no tiene que ver con tocar las superficies se siguen usando como parafernalia que escenifica socialmente la pandemia. Continúan estando en los centros comerciales, en los colegios y demás. Cuando se quiere razonar este tema salta automáticamente una respuesta automática, en cuanto que todo lo que evite el contagio hay que usarlo, ¡lo que haga falta! La cuestión es que no vale para nada. Nos podrán hacer dar saltos cada cinco minutos aunque carezca utilidad alguna, porque asistimos al desarrollo de una psicosis colectiva que se ha inducido mediante la información repetida una y otra vez de manera obsesiva.

Hubo otro cartel anterior que no aparece.
Falta de memoria de la historia contemporánea.

El colapso sanitario tiene otro factor determinante: la falta de inversión y de personal médico y sanitario. Sin visos de mejorar esta carencia que deberá ser abordada en algún momento, se deja en un segundo plano y se infla el hecho epidemiológico, el cual se convierte en un fenómeno social fundamentado en el miedo irracional.De esta manera se impide abordar una respuesta razonable. Suecia por ejemplo, bajo el asesoramiento de su comunidad científica y médica, con nombres y apellidos, optó por dejar que el virus se propagara en la población resistente y que iba a sufrir la enfermedad de manera asintomática (sin notarlo) como la mayor parte de la gente en todos los países, pero reforzando las medidas de prevención en las personas vulnerables: ancianos, enfermos crónicos y personal sanitario por estar en contacto casi permanente con la fuente de contagio. Siempre a la espera de lograr la vacuna, como respuesta a los efectos del virus. Ha sido uno de los países con menos incidencia y menos muertes en porcentaje respecto al número de habitantes. En parte por disponer de un sistema sanitario público con una gran fortaleza.

Si se ha de acoplar el virus a las personas, una vez que ha aparecido, de manera general y tiene que suceder, ¿qué noticia es o qué sorpresa supone que prosigan los contagios y que aumenten cuando se dejan de tomar las medidas de aislamiento de manera estricta? Se llegará prácticamente al 100% de personas contagiadas. ¿O seguimos encerrados toda la vida? Pero se convierte en noticia y altera emocionalmente a las personas el número de contagios diarios. Se infunde miedo, el cual es el caldo de cultivo para lo irracional y caemos en todo tipo de supersticiones técnicas pensando que son la solución, incluso hay quien las quiere imponer a los demás. El miedo deja de ser el miedo a algo, y se convierte en creador de “esos algo” que justifiquen tener miedo, como futuras y actuales mutaciones, síntomas aterradores que se repiten con imágenes y testimonios, sin que se haga lo mismo respecto a otras enfermedades tan graves o más que la de este virus. Cada muerte por coronavirus se convierte en una alarma social. ¿Qué pasaría si cada vez que alguien se tuerce el tobillo salieran todas las ambulancia, coches de policía y de bomberos haciendo sonar las sirenas? Nos pondríamos tobilleras y no saldríamos a la calle. Algo parecido está sucediendo.

Hemos perdido el sentido de las cosas y por ende del conocimiento, con lo cual se llega a la pérdida del sentido de la realidad. Por ejemplo sucede con lo que es la epidemia y con la respuesta médica: la vacuna. Ésta entra dentro de ser una noticia que parece una narración deportiva, ajena a su función. Con advertencias permanentes que son verdades de Perogrullo, pero que se hace desde el miedo y no como lo razonable, con el fin de mantener el control y retroalimentar lo irracional, hasta el punto de convertir una enfermedad, que lo es, en una cuestión política entre partidos. Poner vacunas, que es lo razonable, se ha convertido en un hecho fanático.

Las vacunas sirven para activar y reforzar el sistema inmunitario de las personas. Tal es su objetivo. No es un escudo que haga que no penetre el virus en el cuerpo, por lo cual se puede contagiar se esté o no vacunado. Y así es. Si un locutor narra con fuerza y un ánimo inusitado que una señora normal y corriente va a salir por la puerta del portal de al lado, pensaremos sin embargo que es alguien importante, una líder de masas, una deportista famosa. Con la pandemia parece que nos narran una especie de fin del mundo.

La propagación del virus continua y seguirá. No se pueden crear falsas expectativas. La cuestión es que la vacuna es necesaria para personas con un sistema inmunológico deficiente, por edad o por enfermedad (enfermedades previas.) Como fue, y es, con el virus de la gripe o el que provoca la neumonía. El médico especialista en Salud Preventiva y Salud pública, Jesús Castillo, concluye tras una investigación reciente que la mortalidad por gripe está infravalorada en España y solo uno de cada cinco fallecidos por gripe es diagnosticado. En su mayoría personas mayores con estados de salud delicados.

Siguen muriendo miles de personas por la gripe, con la vacuna. Es una incongruencia salir del ámbito de lo que es la función de vacunar, como el hecho de que se aplique a población que ha sido y que es asintomática, porque va a seguir contagiando, y lo que le va a hacer es debilitar su sistema inmunológico natural al introducir una sustancia extraña. Sin entrar en efectos o en reacciones mortales que halla podido causar, de manera excepcional, pero ciertas. La vacuna se ha convertido en una especie de amuleto y talismán en lugar de ser una medida sanitaria razonable. Su función en esta pandemia de irracionalidad es dosificar el miedo y la pleitesía a quienes manejan la información de masas. Se ha diseñado una comunicación torticera, en la que se mezcla la declaración de una viróloga con la de un señor de la calle, que sirve únicamente para crear sensaciones, no para aportar información. Usan términos que introducen al espectador en una realidad “irreal”, pero que se convierte en algo real, tangible: Una nueva ola, el pico de los contagios, nueva normalidad y otros vocablos. De esta manera en ese universo creado cuando se anuncia que han muerto en España 27 personas en una semana parece una tragedia, cuando lo hacen a diario, por múltiples causas, una media de 1700 individuos cada día.


Cuento mi caso: Yo pensaba no vacunarme, porque entendía que no me hacía falta, al tener un sistema inmunológico propio suficiente al no haber padecido enfermedades. Siempre pensé que al llegar a una cierta edad me tendría que vacunar de la gripe, al debilitarse mis defensas como consecuencia de la edad. Pero padecí hace unos meses una grave enfermedad que debilitó mi sistema natural para protegerme de las enfermedades infecciosas y me vacuné. No se trata de estar a favor o en contra, sino de aplicar las medidas en consonancia con la necesidad real de lo que haga falta, según las circunstancias concretas.

La campaña de vacunación se ha sacado de quicio y no sabemos sus consecuencias sanitarias de cara al futuro. Se ha impuesto de manera general en un estado de ansiedad colectivo más allá de los límites de su función. Aplicarla se ha convertido en un espectáculo televisado y de la radio compitiendo entre países, entre autonomías, algo fuera de sí. en esta dramatización siempre surgirá algo nuevo que mantenga la tensión trágica, que nos haga sentir pánico.

Nada tiene que ver con la cuestión médica la obligatoriedad de ponerla o estigmatizar a quien no quiera hacerlo, señalar al discrepante (hereje) y penalizarlo como impedir su entrada en determinados lugares, o exigirla para tener un empleo, como sucede en varios países. Con la excusa sanitaria se aplican medidas de control que exigen e imponen obediencia y es tal la que se trata de aplicar. A la par que se ha convertido en un negocio patético, pero no por ello menos lucrativo, como es subir el precio de cada unidad de la vacuna de una de las marcas. Se deja a los países empobrecidos fuera de todo computo, porque si no se les lleva comida ni medicinas menos medidas para vacunarse, pudiéndolo hacer a las personas de más edad y a las más vulnerables. Pero su problema real es el hambre y la ausencia de recursos sanitarios.

Con la vacuna va a continuar habiendo muertes por el coronavirus, como ha sucedido durante años a causa de la gripe y la neumonía, habiendo vacunas para dichas enfermedades. De éstas muertes nada se dice. Estamos en verano, durante la entrada del otoño y en invierno serán muchísimas más, menos que sin la vacuna por supuesto, pero una cantidad notable. Porque la acción de los virus es cíclica y aparecen nuevas mutaciones a las que hay que adaptar las vacunas, como cada año se ha realizado con anteriores epidemias, por ejemplo la gripe A. Es necesario asumir esta realidad que tenemos a las puertas. De lo contrario se desatará la locura social y ¿quién reparará después sus consecuencias? Y, cuidado, porque a río revuelto ganancia de pescadores. O razonamos lo que sucede con esta pandemia o nos aplastará una ola de irracionalidad que ya está en marcha. Bajo este clima de terror la respuesta será también irracional como efecto catártico contra el miedo. Razonar es la otra vacuna que hace falta.

Es necesario aplicar el sentido común. SOS

4 comentarios en “El coronavirus desde la racionalidad y la disidencia razonable

  1. La pandemia ha servido para recortar servicios y recortar libertades.
    Que refuercen los servicios de atención primaria y siga atendiendo se de forma presencial.

  2. Lo del cambio climático que no tiene mucho que ver con la vacuna (o terapia génica experimental para ser más exactos) es otro cuento.

    1. Con la vacuna no, pero sí hay un nexo que une la exageración y sobre actuar como respuesta a la pandemia, y la necesidad de actuar de manera contundente frente al cambio climático, ante lo que no se hace nada siendo gravísimo lo que se nos viene encima. Es como si se usara como excusa. O, tal vez, una reacción desde el inconsciente colectivo, cambiando el objeto del miedo.

  3. Por cierto, en los platós de televisión nadie lleva mascarilla, a veces ni el público. Sin embargo en las aulas es obligatorio aunque haya más medidas de seguridad. Por lo visto la acústica es menos importante en la educación que en la propaganda y el entretenimiento.

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