Una de las constataciones más generales que se observa en los familiares de afectados por el Opus Dei, de aquellos que reconocen la despersonalización de alguno de sus  miembros también es el miedo.  Los familiares, madres , padres y parejas  en general, sobre todo los primeros,  no aceptaron un diálogo con los numerarios de la Obra porque cada paso que han dado en este sentido les ha salido mal.: “Te sonríen, hacen que te escuchan y te prometen soluciones para todo, pero al cabo del tiempo se empeora la situación, con la excusa de una beca, (en otras ocasiones por un trabajo o lo que sea) desplazaron   a nuestra hija de ciudad y cada vez le vemos menos y está más metida. No hay quien hable con ella. No nos escucha ni quiere saber nada, piensa que estamos actuando por obra del diablo, ¡cuando somos católicos de toda la vida! su padre y yo. ¿qué es esto, qué pasa?. No dé el nombre de nuestra hija, por favor a nadie. Incluso hubo mucha reticencia para formar una asociación de familias afectadas por el Opus Dei específicamente, por miedo a que sepan quienes la forman.

Todas las familias afectadas coinciden en que los miembros de la Obra con quienes se han relacionado actúan por la espalda, buscan las vueltas y con mucho sigilo van a lo suyo, sin importarles qué sucede con las familias.  Algo parecido se observa en su estrategia social.  Se constata que evitan cualquier debate o conflicto.

Los directores de la Obra y sus miembros no discuten, en caso de que aparezca alguna denuncia pública  sobre alguna situación concreta se repliegan y esperan a que se pase, para insistir más adelante, cuando el asunto se ha olvidado o ha bajado la actividad de quienes se oponen a sus proyectos.  Actúan, no les importa seguir un camino tortuoso. No tienen prisa en ejecutar sus planes.   Esta táctica es la que se desarrolla en los  principios estatutarios del Opus para dar lugar a un  apostolado insistente, la santa intransigencia. Claro que apostillan: para las cosas buenas y rectas.

Sin embargo estás no las definen, lo que hace que se entienda como las cosas santas y buenas para la organización, y siempre sin tener en cuenta lo que opinen los demás, pues se colocan en una posición sobrenatural.  Desde esta manera se organiza en un proceso de fanatización los principios que el fundador de la Obra escribió en su libro, “Camino”, redactado durante la guerra civil en Burgos: El plan de santidad que pide el señor esta determinado por tres  puntos: la santa intransigencia, la santa coacción y la santa desvergüenza” (n. 378). A lo que se puede añadir lo que se entiende como el espíritu de la Obra: “obedecer o marcharse”. De manera que obedecer ciegamente al superior es el camino de santidad (n. 941).

Observemos que la redacción de los principios del Opus se realizan en un contexto social e histórico totalmente anacrónicos en la actualidad, pero siguen vigentes, cada vez más, y se actualizan mediante el culto al líder.  Pensemos que la actualización de estos mecanismos de control sobre los adeptos, pueden abarcar a la sociedad en su conjunto, en la medida que los miembros ejerzan  influencia en determinadas instituciones, y hagan bascular la sociedad hacia un orden cada vez más totalitario.

Es de destacar como se transmite dentro de la obra un estudio sobre la figura de Jesús, por parte de un sacerdote de la Obra, que siendo muy erudito y preciso termina con una moraleja preocupante (marzo – 2002): «que ella (la Virgen María) nos coja de la mano y nos lleve, si hace falta un poco a rastras, a Ti, Dios verdadero y hombre perfecto». Ese «arrastras» puede ser muy peligroso, sobre todo aplicado por una organización que hace de la obediencia un precepto esencial y que lo que trata es hacer proselitismo y aplicar sus esquemas al conjunto de la población, y además ejercerlo en su vida cotidiana. No pocas ocasiones, para responder a este tipo de criticas y diluir la fanatización en la que viven los miembros del Opus se definen como «fanáticos de la libertad» (Pilar Urbano, TV-1, Informe Semanal 5 – X – 2002)

Los directores locales charlan con los que dependen de él. Parecen conversaciones informales, pero quienes las han aplicado reconocen que todo está estudiado. En ellas se saca información al miembro para conocer su intimidad y también los problemas y características de la familia. La organización controla la relación con la familia. De esta manera pueden controlar la personalidad del adepto o adepta y de su entorno. Incluso sobre algún amigo a quien puede atraer a la Obra.

Llega un momento en que se vacía al individuo y se le llena de doctrina de la organización (adoctrinamiento).  Es la propia doctrina la que se coloca en la conciencia  e impulsa  la voluntad de los miembros. Lo que se logra no como una imposición clara sino ante el temor de  que cualquier silencio sea guiado por Satanás, o al revés: descubrir algo fuera de la organización puede ser una jugada del diablo.

Los contenidos de la Obra se apoderan del pensamiento de quienes han sido atrapados en semejante dinámica.  Se trata de unos postulados totalizantes, que abarcan la totalidad de la persona. En los  papeles oficiales se expone que el afán apostólico debe ser vivido totis vivibus, o sea para vivir por entero, de manera intensa y constante, para que no sea una actividad superpuesta a otras, o para ejercitar en determinados momentos, sino convertir la militancia en una dimensión que abarque toda la vida. y que se ha de ejercitar entre colegas, amigos, ámbito familiar y social.

Para incrementar tales objetivos los estatutos contemplan iniciativas de carácter educacional, social y asistencial con finalidad netamente apostólica. Lo cual nos indica cuál es la labor de los colegios vinculados al Opus Dei, lo cual nunca lo quieren reconocer abiertamente.  La Prelatura se desentiende como tal de los aspectos burocráticos y técnicos.  Se limita a ejercer la labor pastoral, pero con personas que individualmente están al servicio de la estructura opusina.

Algunos progenitores se quejan de haber mandado a sus hijos a colegios de la Obra, pues allí han captado a sus hijos/hijas.  Buscaban una enseñanza católica, pero nunca se imaginaron la acción proselitista.  Coinciden los padres y madres afectadas en que los profesores se fijaron en sus respectivos vástagos por su buen comportamiento y lo estudiosos que fueron.  Vemos que la queja proviene en la mayor parte de los casos de familias católicas, y que lo siguen siendo. La crítica no es sobre la creencia, sino las técnicas que usan para captar y los métodos de despersonalización del afectado.

Una característica común de los adeptos es que escriben cartas plagadas de citas. Aparentemente cultas, pero llama la atención que no aportan opiniones personales, sino que todo son sentencias doctas con frases de san Agustín, san Pablo, fundamentalmente. Las familias observan en un principio cierta conducta extraña, que se achaca a la edad. Como es el salir poco o nada con las pandillas de amigos. Y estar sólo con uno o dos amigos.

Personas que han estudiado en estos colegios y no han cedido a participar reconocen que las presiones son enormes.  Con el afán de ayudar y de mejorar la conducta y los estudios se va orientado primero el comportamiento y luego pensar y sentir para acabar construyendo la manera de ser del futuro adepto. La mayor parte de los profesores de los colegios privados relacionados con el Opus pertenecen a la Obra. Los fijos son numerarios o supernumerarios, por regla general. Ninguno lo reconoce abiertamente, sino que lo disimulan como opción personal y que es una casualidad que dé clase en tales colegios.

De hecho las empresas educativas no pertenecen formalmente a la Obra, sino que la  Prelatura los organiza, dirigen y orienta.  El promotor del colegio Peñacorada, de León, el empresario Luis Miguélez,  en unas declaraciones públicas de 1.999 alude que “el proyecto de este colegio coincide con el ideario del Opus Dei”.  Encomiendan la formación religiosa al Opus Dei y muchos profesores  son de la Obra, al considerarles competentes  para la formación de la juventud actual.

Todo sucede en un principio mediante conversaciones amistosas, en la que las ideas se inculcan de boca a boca.  Así como los primeros compromisos, para no dejar rastro de captación de menores. Pero los actos de proselitismo se hacen siendo los afectados menores de edad. ¿Cómo se demuestra que es proselitismo?. ¿Si es una organización legalizada y reconocida por la iglesia, cómo pueden intervenir judicialmente las familias? De ninguna manera. La respuesta de la Obra es que actúan de acuerdo a sus propias normas, que exigen “formalmente” para incorporarse con carácter temporal haber cumplido los 18 años.

Estatutariamente se exige este requisito. Se realiza mediante una declaración mutua, por quien desea  incorporarse y por un miembro de la Obra, ante dos testigos. Lo que nos indica que no se es socio cuando se entra, como en cualquier asociación o club, sino al cabo de un tiempo, después de participar en ceremonias, relacionarse con gente  que le está envolviendo y tras sesiones de adoctrinamiento. Para el Opus Dei, atraer a menores,  se trata de “cultivar” gente.

El sentimiento unánime de las madres y padres afectados: es la impotencia. No pueden hacer nada cuando ven a sus hijos ajenos a ellos mismos y totalmente dirigidos desde fuera y “como atontados”.  Algunos adeptos han degenerado patológicamente en este estado de nulidad personal, pero para la Obra es un problema anterior de estar con ellos, cuyos directores se han limitado a acogerles y darles “cariño”.  Se trata de una técnica, un método para acoplar mentes y conciencias a los objetivos de la organización.  No se trata pues de una análisis de contenidos, de ideas o creencias. Sino que vemos el funcionamiento del fanatismo.   El cual es más efectivo y pernicioso cuando no se nota y cuando interviene en la sociedad de manera normalizada.

No pocos afectados han sido atraídos por algún profesor que con doce y catorce años les llevaban a pisos para estudiar y charlar sobre cómo ser bueno ¡y hasta santos! si se lo proponen. En todos los casos que conocemos siempre se ha realizado con mucha educación, pero a espalda de los padres. A los que son proclives se les cambia de clase con frecuencia. Lo que  se justifica que es para que los más preparados ayuden a otros que van más retrasados, pero el resultado práctico, tal como sospechan los padres, es que de esta manera no logran hacer grupos de amigos, en los que apoyarse.

Cada año con nuevos compañeros, lo que hace que su instructor sea un amigo y confidente, que les va a dirigir la socialización y construir el proceso desde maduración a su conveniencia. Pero de esto se percatan cuando el problema se hace visible y saben qué es lo que ocurre e interpretan lo que ha sucedido.  La elección es un tanto elitista, para hacer de la organización algo reservado, para dirigir la sociedad y la iglesia.

La respuesta de elegir a los que mejores notas sacan es que es necesario un alto coeficiente intelectual para compaginar una carrera universitaria con estudios de teología, que exigen para ser miembros del Opus Dei. Tales estudios, además de ser una preparación interna, tiene como fundamento ocupar en el adepto una visión teológica en cualquier faceta de lo que estudie y en lo que trabaje. Siempre sesgada por los intereses y objetivos, tanto teóricos como prácticos, de la organización.

Lo que además imprime un disciplina que permite un sometimiento total a la Obra. Les hacen creer a los que deciden ser socios, que son los mejores, y que por ello están en la organización, lo que refuerza la ambición y la vanidad. Además quedan presos de tal imagen porque se les exige dar ejemplo, lo cual es comportarse como quieren los directores de la Obra.

En bachiller los estudiantes de la Obra o cercanos a ella invitan  a convivencias a otros compañeros con algún profesor del Centro para intensificar los estudios. Los padres  aceptan porque hay responsables del colegio y suelen sacar buenas notas y  la preparación técnica es excelente.  Pero lo acompañan de  una mentalización que fragua el fanatismo en las mentes de quienes siguen el desenlace de tales estrategias.

La educación que reciben poco tiene que ver con la  realidad. Los afectados no aciertan a adivinar que les ocurre y tampoco las familias. Éstas detectan síntomas, pero que no saben interpretar, como que apenas ven la televisión, o que si hay una escena con besos o de chicas con poca ropa cierran los ojos para no verlo o se van del cuarto como asustados.

Las conversaciones no son las normales para  sus edades. La pregunta típica de los padres es si les pasa algo, y la respuesta es siempre la misma “no, nada”.  Hasta entonces los que se van metiendo en la organización no dan ninguna muestra de adoctrinamiento claramente, pues no discute, no hacen referencias a la Obra. Como si lo guardaran para no levantar sospechas.  Viven en casa, pero parecen extraños, silenciosos, lo que hace que los padres se preocupen y traten de averiguar qué les ocurre, pero como suelen sacar buenas notas, piensan que es por estudiar demasiado y que con el tiempo se les va a pasar.  Por otra parte son obedientes, se muestran cariñosos, aunque distantes.

En la Obra les han enseñado a disimular, y al mismo tiempo  que los padres son sus enemigos cuando les quieran quitar de una organización tan buena, tan necesaria y santa y que han de superar cualquier obstáculo  por Dios y ayudar a sus padres, pobres ignorantes,  a comprender la verdadera fe.   El objetivo final es acabar viviendo en pisos compartidos con otros miembros, lo que sirve para establecer un control mutuo entre ellos, o en colegios mayores dirigidos por personal de la organización. Es algo que crea desazón en muchas familias que ven truncado el futuro de sus hijos e hijas como personas.

El chantaje emocional que hacen los directores es que  quieren presentarlo como una gracia divina pues les evita caer en la droga, la prostitución, la delincuencia y toda la lacra social que tanto temen los padres. Muchas familias se contentan de esta manera  y lo ven como un mal menor. Pero otros comprueban que  el alejamiento familiar es consecuencia de una despersonalización que lo hacen irreconocible. Además ven como se aprovechan de jóvenes idealistas, por regla general bondadosos y con inquietudes. La estrategia es “querer mucho a los padres, pero llevarles la contraria si no aceptan la militancia en la Obra sólo que de “manera amable y sonriente.”  Al ser un fin sobrenatural el de la Obra, el fin justifica los medios.

Luego otro temor de las familias es que el patrimonio familiar que hereden pasa a la Organización, así como el dinero que ganan, de forma que no puede tener una vida autónoma e independiente, sino que los gastos son controlados por los directores de la Obra.  Aquí nos encontramos que hay una cadena de puestos con cargos públicos que ganan mucho dinero y que se dan por el mérito de ser de la Obra, por alguien que tiene peso en la toma de decisiones políticas e institucionales. Tal dinero público,  que son cientos de millones,  pasa a las arcas  de una organización privada directamente,  para que haga la gestión que más le convenga para los objetivos de sus directivos.

Las atenciones con quienes tienen dificultades en un principio y son ayudados, no son sino  una inversión para el futuro. No obstante este tipo de actuaciones procuran ser lo más ahorrativas posibles, para lo que buscan una relación cordial del futuro miembro con los padres para que éstos paguen el mayor número de gastos.

Los estatutos de la Obra (Codex 79 – 95) recogen el cumplimiento del desprendimiento cristiano de los bienes temporales. Invocan a la generosidad para hacer rendir la riqueza de cada miembro al servicio de los demás. Sucede que “los demás” se convierte en verdad en  el Opus Dei. Todo por amor a la Iglesia, a su jerarquía y la obediencia a las legítimas autoridades.

Con dieciséis años, algunos padres vieron a sus hijos un rosario de dedo debajo de la almohada, o en un cajón.  En un caso un cilicio y chicas con muda de esparto.  Esto ya hizo reaccionar a  los padres y madres que vieron que tenían que tomar cartas en el asunto, sobre todo porque su hijo  o hijas nada contaban al respecto.

Otros hechos fueron darse duchas de agua fría antes de acostarse, o al levantarse, pero siempre justificado bajo el prisma de la salud e higiene y el fortalecimiento de la piel de cara a los padres.  Levantarse a media noche para darse una ducha de agua fría por tener calor no es muy normal. No pocos duermen en el suelo. Otros con el cinto del albornoz mojado se golpean la espalda mientras rezan o las nalgas desnudas durante el tiempo que dura una salve María.

Lo que para sus adentros, tal como reconocen quienes han dejado de participar, tiene  una significación más profunda que es evitar caer en tentaciones carnales, castigar a la carne, uno de los enemigos de Dios, junto al diablo y el mundo, y fortalecer su  espíritu, lo que se orienta para traducir tal fortaleza en fanatismo.  Forma parte de la aplicación de la máxima 181 del libro «camino» de monseñor de Balaguer: «mortificación de los sentidos».

El despertar sexual lo han vivido con pánico y una lucha contra ellos mismos, que les hace sentir culpables y  entonces entregarse más a los consejos y actividades para la santificación. La oración se convierte en una conducta convulsiva y obsesiva. Varios ex-miembros comentan que es frecuente el uso de antidepresivos y tranquilizantes entre los miembros de la Obra. El sufrimiento que padecen se interpreta como parte de la lucha contra el mundo.  La respuesta es que es peor caer en la drogadicción,  contagiarse el  SIDA por prácticas pecaminosas, o tomar alcohol cada fin de semana, etc.  Se trata de una justificación que usan como argumento-trampa, ya que no ser del Opus no quiere decir que uno tenga forzosamente que acabar  mal. En cualquier caso un problema no se resuelve con otro.

Cuando los progenitores han querido tomar cartas en el asunto sacerdotes de los Centros y colegios a los que han ido los afectados han respondido en varias ocasiones con la misma frase:  quienes se quejan de la conducta de su hijo son padres biológicos y que no tienen derecho sobre su hijo, una vez que cumple la mayoría de edad.  Y que si no le quieren en casa les acogen en pisos para vivir y que ellos costearán la carrera. La frialdad de las respuesta y no entender a los padres, como mínimo, es algo que ha dejado pasmado a la mayor parte. de los familiares.

Como anécdota puedo indicar que algunos padres afectados por sectas de diversa índole han consultado con sacerdotes y, cuando han sido del Opus Dei, les han ofrecido hacer ejercicios espirituales y una preparación para que no cayeran el resto de hermanos.  Lo que nada tienen que ver con la labor informativa y de bondadosa ayuda de otros sacerdotes que no son del Opus.  Cuando muchas familias han escrito al arzobispado comentando el problema que tiene  con el Opus Dei no han recibido respuesta alguna.

Cuando los padres quieren reaccionar ya es demasiado tarde. El afectado o afectada cumple los dieciocho años y anuncia su militancia en la Obra. Es mayor de edad y no hay vínculo jurídico con la familia.  En el número 1 del documento “Espíritu” se explica que  los miembros del Opus no son religiosos, pero se constituye como una organización y familia. De manera que el adepto acaba sustituyendo su familia por una organización, en la que establece lazos afectivos para convertir la disciplina en un acto voluntario gracias  a una preparación metódica.

El ambiente de los Centros es el de una familia cristiana, por lo que el ambiente de familiaridad se fabrica  mediante el injerto de una creencia en la afectividad.  A los catorce años muchos futuros miembros  pitan, es decir solicitan el ingreso, con un compromiso personal, sin informar de nada a nadie ajeno a la Obra. Mucho menos a la propia familia que con tal pretexto podían obligarle a alejarse de quienes le dirigen y del ambiente que le está trastocando sus valores y personalidad.

El ingreso oficial es cuando lo permite la ley. Muchos permanecen en sus casas hasta que terminan la carrera, para vivir luego en pisos de la Obra, con compañeros del Opus y crear una red que , veremos, se infiltran sistemáticamente en la sociedad, como estrategia premeditada y que se recoge como finalidad esencial de la organización.  Se presenta como una decisión personal, llamado por una vocación, sin contar nada del proceso de cómo fue captado.

Se ha extraído la conciencia, al hacerse entender que el vínculo con la Obra se hace por motivos de vocación divina. Se constata ese traspaso de la conciencia personal a la voluntad de la organización cuando se deja de participar. Porque es cuando el adepto se da cuenta de que su cerebro ha estado ocupado.

Los que continúan ante está experiencia alegan que sí, que está ocupado por Dios, y que si se va lo estará por el diablo. Lo que impide reflexionar y elegir  un criterio personal. El alejamiento sucede ante graves contradicciones internas que viven dentro de la Obra, o por planteamientos que se hacen, fruto de las precauciones de los familiares más cercanos, que no han perdido el contacto con ellos. Pero también ocurre que en ocasiones se integran mucho más en la Obra por una especie de huida hacia delante. Nada cuentan los miembros sobre la preparación para la fidelidad, los juramentos promisorios a las que se ven abocados  y los votos de pobreza, castidad y obediencia, que les obliga a velar por el espíritu y desarrollo de la Obra.

La vocación debe ser reafirmada constantemente, pero no pensada, ni siquiera hacer una evaluación crítica, sobre todo cuando genera malestar y discordia en la familia y en el entorno del adepto.  Se entiende que es una elección de Dios, al margen de la voluntad personal, y que cualquier dificultad es un reto que hay que superar. No cabe discusión una vez que se ha recibido.  Se explica que cualquier pensamiento al respecto se realiza con razonamientos humanos, cuando la llamada es una virtud de su designio. Pero sucede que el plano trascendente, espiritual es dirigido y orientado por la razón de los que dirigen la organización.

Cualquier comentario critico  o duda se vive como un ataque de los enemigos del hombre, el mundo, la carne y el diablo (el mal). Pero lejos de ser una creencia que se socializa con la vivencia de la realidad, se produce en un aislamiento, no siempre físico, sino mental. No leen otras cosas, no ven películas de actualidad, no viven  con su entorno, sino apartados de él. De manera que practican la fe de la organización en un cariz de tensión emocional que lleva a los miembros a vivir en un estado de psicología límite. Lo cual incide en la grupalidad o masificación de los miembros.  Es decir la creencia se convierte, o pervierte, en técnica psicológica.

Cualquier explicación no se argumenta por sí misma, sino que se explica desde fuera de la propia actividad que se realiza o de las percepciones y sentimientos que se  experimenten. Todo lo justifica el carisma, que se entiende como vocación específica recibida por Dios. A partir de lo cual no hay nada que pensar ni que escuchar, pues se tratarían de razonamientos humanos, que quedan fuera de la dimensión espiritual, lo cual es una barrera que impide pensar por uno mismo.

Lo transcendente te lo dan definido y construido quienes dirigen la Obra.  Pero tales jefes dicen que no, que es puesto y desarrollado por Dios. Esta trampa dialéctica es la que el adepto necesita romper, para comenzar a recomponer sus criterios, su voluntad etc.  Es difícil, pues se ha dejado el desarrollo personal en manos de los Directores de Almas que se dedican a la formación de sus miembros. Se salen de lo humano, en  donde hay diversidad de opiniones, para trasladarse al único camino de la Verdad, que es una exigencia para vivir la santidad en medio del mundo.

El objetivo es “una conversión que orienta la vida entera hacia Dios”. Tal conversión es una programación mental que se viste de espiritualidad cuando consiste en un engranaje social  y en una organización cerrada con una altísima dosis de fanatismo. Según la máxima 384, del libro “Surco”, del señor Escribá, afirma que libertad de conciencia no. Sí de conciencias, después de haber recibido una seria formación.

Nos  preguntamos ¿En qué consiste ésta?. Comprobamos que es un proceso de despersonalización tremendo, lo cual se esconde con una exigencia de los miembros del Opus de hacer varias carreras universitarias, como prueba de preparación intelectual, en lo que insisten mucho en sus publicaciones mensuales. Sin embargo no es más que una táctica de sometimiento del adepto que queda aislado del mundo exterior. Y éste es el objetivo del programa tan intenso que propone la organización. No queda más remedio que entregarse de lleno.

Varias mujeres de la Obra cuando fueron puestas en la tesitura de relacionarse con personas que no participan del espíritu de la organización, han escudado su alejamiento negando sus sensaciones y sentimientos, con la explicación de que para el Opus el Amor no es una postura sentimental ni de camaradería, sino de un orden superior.

Los adeptos y adeptas entienden como una obligación dar paz y alegría en su entorno, pero por exigencia de la verdad que viven.  Cuándo se les ha preguntado que opinan de eso, se callan. Acaban diciendo, “eso es lo que es”.   Al principio de darse un tiempo para reflexionar, cuando aceptan un periodo de tiempo para resolver los conflictos que se pueden generar en el seno familiar, rechazan una terapia de psicólogos, pues entienden que sólo les puede ayudar personas de la organización, incluso psicólogos que sean de la Obra, pues son sólo ellos los que están cerca de Dios. Es cuando comienzan a dudar, porque empiezan a pensar por ellas o ellos mismos, cuando en ocasiones necesitan ayuda externa, con personal especializado, para recomponer su personalidad y aprender a ser ellos o ellas mismas.  Se adaptaron a una de las máximas de la Obra, olvidarse de ellos mismos como individuos. Su objetivo es servir a los demás, pero siempre a través de la Obra. Dar una limosna, por ejemplo, es una mala acción, lo conocen como “asistencialismo ruinoso”.

El dinero hay que darlo a la organización y los jefes saben qué  hacer para combatir la pobreza. Y así con cualquier otra actividad.  El problema no es que lo mande una organización, ni que una persona decida tal postura, sino que tras unos cursos y charlas todos los miembros acaben pensando y haciendo lo mismo, como si se tratase de un criterio individual, cuando ha sido colocado mediante el adoctrinamiento. Algo que internamente se concibe como formación.

¿Qué diferencia hay? La formación consiste en adquirir conocimientos, que forma parte de una experiencia y ofrece un instrumento a la conciencia. El adoctrinamiento  consiste en instalar en la conciencia una serie de conocimientos, emociones y mensajes que la sustituyen. Se convierte en una experiencia omniabarcante, de manera que la experiencia anterior al adoctrinamiento o que no queda en su órbita se anula. Es la esencia de la despersonalización. Se deforman los recuerdos y se tergiversa la visión de la realidad. Es tan sólo un ejemplo que se puede trasladar a otras muchas actividades y ámbitos.

La vida espiritual del Opus consiste en un progresivo desarrollo teologal hasta que interviene en la totalidad de las acciones. La vida intensa de oración se convierte en intenso afán de apostolado, intensidad que se convierte en obsesión.

Sucede que el proceso de despersonalización va unido una cada vez mayor dependencia de los guías espirituales. Lo cual se vive como una prueba de amor, como un sacrifico necesario porque coincide con el propósito doctrinal de la Obra. Se lee en “camino”, (m. 936): “Al apostolado vas a someterte …no a imponer tu criterio personal”. Y en “Forja” (m. 97): “olvídate de ti mismo”.  Todo esto no se sabe durante el proceso de captación y luego está tan arraigado en la mente, con el miedo a condenarse, a fallar, a ceder a la tentación, que los adeptos no pueden reaccionar  mayoritariamente o lo hacen demasiado tarde. En un documento interno, “Crónica” de 1966, que leen todos los numerarios, como recomendación para la santidad: “come, duerme y olvida que existes”.

Un ex-miembro comentaba que al salir de la Obra primero tuvo que salir de una sujeción mental que le impedía pensar y sentir por sí  mismo.. Pero es que no se atrevía a hacerlo. Comprobó que estuvo encerrado en un dogma. Se encontró con la dificultad de que nadie le entendió cuando quiso salir de aquel entramado, hasta que se puso en contacto con la Asociación de Afectados y vio claramente qué es lo que le ocurrió.  Tuvo que aprender a saber qué le había pasado.

Un afectado no sólo se ve atrapado por una organización sino por una serie de trampas psicológicas que tiene que aprender a descubrir, para poder desmotralas. Por eso siempre, ante la militancia en una organización de estas características, solicitamos que se tome un tiempo sin participar en lo que esté, para pensar, percibir las cosas y analizar lo que le sucede a él a a su entorno por él mismo, lejos de cualquier influencia.

Siempre se adquiere un punto de vista muy diferente y se nota que algo ocurre. Esta persona que tras un proceso acabó dejando la Obra, explicó que la mayor esclavitud no son las cadenas sino el miedo. Él lo había vivido y comprobó que se lo habían metido dentro, para usarlo, para hacerle sumiso a la organización.