¡Han desaparecido todos los libros de las casas de la ciudad!. ¡Qué horror!. ¿Cómo ha podido ser?.
Pero tardaron en darse cuenta las mujeres y hombres de la ciudad.
Se percató la mamá del Pirata Malvadín, que aventuras hace sin fin, cuando fue a limpiar el polvo en la estantería y vio que faltaba algo, ¿el qué?. ¡Los libros!. ¡Ay, ay!. Seguro que fue alguna pillería de su hijo. Le llamó y no estaba. Llamó a una vecina y se dio cuenta ésta que en su casa también faltaron los libros. ¡Ay, ay!. ¿Qué ha pasado, qué ha pasado?. Y otra vecina, y otra casa. En todas no hubo libros. ¿Cómo puede ser, cómo puede ser?.
¿Una nueva inquisición?. Pueden ser los niños y niñas del lugar que no quieren leer y su profesor les ha mando de tarea lectura para los fines de semana. ¿La censura?. Hay que averiguarlo, hay que averiguarlo, dijeron todos. Esto no puede ser.
Seguros están muchos que en esto algo tendrá que ver el pirata en todo esto. Por eso le llaman “Malvadín”, porque siempre hace de las suyas.
Y es que convenció a todas las niñas y los niños de la ciudad para meter los libros en cajas y las dejaron en el colegio. Pero el profesor no había pedido que llevaran libros, ¡y mucho menos tantos!, y tampoco aún quitárselo a los padres de las estanterías.¡Faltaría más!.
– Es que quedan ¡tan bonitos! En las estantería -, dijeron varios de los padres y madres de las niñas y niños congregados.
– Pero es que los libros son para leer -, dijo el Pirata Malvadín rodeado de las niñas y los niños de la ciudad.
– ¡Eso, eso! -. Dijeron todos al unísono.
– Entonces ¿habéis sido vosotros? -, preguntó un poco enfadado el profesor.
– ¡Y no nos pregunta nadie ¿por qué lo hemos hecho?! -, dijo una niña pizpireta.
– Luego reconocéis que habéis sido vosotros -.
– ¿Qué más da quién haya sido? -, intervino un chaval.
– Pues si da lo mismo ¡decidnos quién fue!.
– El pirata Malvadín tuvo la idea -, dijo una vecina suya.
– ¡Lo veis, lo veis!, ha sido el piraata Malvadín, siempre él, ¡qué horror, qué horror!.-
– Pero yo estuve de acuerdo, y las otras niñas después -.
– ¿Por qué lo habéis hecho? -, preguntó el profesor, que ya presintió que había gato encerrado, ¡al comprobar que se le ocurrió al pirata Malvadín!.
– ¡Tiene razón! -. Dijo un niño. – Los libros de cuentos son para contar, y nadie nos ha contado los cuentos -.
– Queremos que nos los cuenten, no que nos los manden leer -, intervino una niña. – Porque si no no son cuentos -.
– Es verdad -, dijo el profesor un poco apesadumbrado. – Os los contaré, para que luego cuando los leáis sean cuentos que os he contado. A mí me contaban cuentos mis abuelos.
¡Y a mí, y a mí!, gritaron madres y padres. Pero ellos ya no contaban cuentos.
¡Alto!, ¿y los demás libros?. No todos son cuentos, dijo un padre un poco enfadado.
Entonces intervino el pirata Malvadín: lo hemos hecho porque los libros están en las estanterías y les hemos querido liberar.
– ¿Liberar?, pero es que acaso no es su sitio las estanterías -, dijo su madre.
– Sí, pero no como adorno -, dijo muy sereno y calmado el pirata Malvadín. – Son para leer. Y nadie los lee. Los quitamos hace días y nadie se ha dado cuenta, mas que cuando mi madre fue a limpiar el polvo. ¡Los libros son para leer! -, dijo muy decidido.
¡Eso, eso!, corearon los demás. Y las madres y padres no decían nada, cabizbajos todos ellos. El profesor sonrió y se atusó el bigote. ¿Y qué proponéis?, les dijo, porque es evidente que menos se podrán leer si no están en las casas, si nadie tiene libros no los podrá leer ninguna persona. ¡Os he pillado!, pensó. La acción del pirata había quedado desmantelada. ¡A devolver los libros!, pareció decir el silencio.
– ¡Devolveremos los libros! -, dijo el pirata Malvadín.
– Pero tienes que tener un castigo ejemplar -, dijo un padre, no se pueden quitar los libros.
– Pero todos -, dijo otro padre.
– Sí, pero, la idea ha sido de él -, dijo otro padre señalando implacable al pirata Malvadín.
– Pero los devolveremos -, dijo el pirata Malvadín seguro de sí mismo, – cuando se lean. Sólo se podrán colocar los libros en las estanterías si se leen, mientras tanto seguirán en las cajas -.
Todos los que estaban allí quedaron con los ojos como platos. Medio asombrados, medio pasmados y medio avergonzados. ¡Qué razón tiene el pirata Malvadín, pensaron muchos, pero no se atrevieron a decirlo. Sin embargo todos los niños y niñas que estaban con él se pusieron a aplaudir. Y también el profesor.
– Pero los niños no se pueden quedar sin castigo -, dijo el profesor. – No se pueden quitar los libros a nadie, aunque tengan razón algo de razón -.
– Pero si lo hubiéramos dicho nadie nos hubiera hecho caso -, dijo una chica. triste por aquel castigo injusto según ella. – Y, además, nadie contaría esta historia que ha de pasar a la historia – . Los demás aplaudieron otra vez.
– Decreto como profesor de esta ciudad que nadie colocará los libros en sus estanterías que no haya leído antes. Pero las niñas y los niños también. A cada uno de ellos se les regalará en su cumpleaños y en los Reyes Magos un libro que tendrán que leer. Y quien no quiera hacerlo, como leer es algo libre tendrá que hacer una redacción contando porque no quiere leer. Y los cuentos que les mandemos leer en el colegio luego se los tendrán que contar a sus padres, para que vean todos, mayores y pequeños, la belleza de leer.
Todos aplaudieron y algunos dieron vivas al pirata Malvadín. ¡Otra aventura sin fin!.