A Daira

He aquí, Daira y niñas y niños que leáis o escuchéis contar este cuento, la historia de un nombre, Pompolito. A partir de él sabréis sobre la vida de quien lo llevó puesto, sobre su familia y alguna que otra hazaña de su vivir. Especialmente vais a descubrir su afán por la poesía, sus primeros pasos en este arte.


No siempre la Historia, la de las personas, la de los países, o la del mundo cuenta lo que hay que contar, por eso se llama Historia, porque son datos, datos históricos. Las cartas son cartas, los libros son libros, los mensajes del móvil y los correos electrónicos son mensajes, pero cuento es aquello que cuenta sobre lo que se ha de contar, sin que se vea, y que de otra manera no se vería.


Asomaos a las palabras como si fueran ventanas, con el fin de imaginar e inventar aquello que, sólo entonces, se transforma en un cuento de verdad.


Érase una vez Pompolito, un niño cuyo nombre ha dado lugar a un cuento, por eso empezaremos mejor diciendo: érase una vez un nombre, Pompolito, que se inventaron un papá y una mamá al tener un hijo.


Quisieron que el nombre del pequeñín de la casa no pudiera ser reducido a un diminutivo. La mamá se hartó de que cuando fue niña le llamasen Carmencita, cuando su nombre es Carmen. Y el padre de que le llamasen Juanito, o Juanín sus parientes de León, cuando su nombre es Juan. Durante todo su vida familiares y amigos de la infancia les han disminuido a ambos sus respectivos nombres.


Cuando nacemos somos muy pequeños, eso hace que seamos pequeñitos. Los ojos son ojitos, la boca boquita y el nombre un nombrecito. Pero luego crecemos y todo en nosotros crece. Los ojos son ojos y hasta ojazos a veces, la boca boca, pero el nombre se queda con su encojimiento.


La primera idea que tuvieron sobre el nombre fue llamarle Popolito, pues no se podría disminuir, nadie iba a llamarle Popolitito o Popolín, pues ya tenía en el mismo nombre su final diminutivo. Pero le vieron un poco soso, poco musical. Pompolito, dijo el padre, entonces. ¿Puede haber algún nombre más musical cómo el que lleve el pom de un tambor.


Además de musical es un nombre poético, pues puede rimar con muchas palabras, con arbolito, cochecito, pianito y muchas más que basta con que se digan en diminutivo, para que rimen.


El papá y la mamá son de Villarnera, en León. Nueve meses antes de nacer Pompolito pasearon de la mano por el camino que va de un pueblo vecino, Santíbañez de la Isla, al suyo.


– «Juanito,
amorcito
«, dijo ella.


– «Y tú bomboncito», continúo él en esa escalada poética que va de rima en rima.


En otro momento, de silencio a silencio, entre miradas y sonrisas, dijo él:


– «Carmencita
mi manzanita
«, pues en el camino hay un manzano silvestre, del cual tiempo después comió Pompolito, recordando en cada bocado aquella pequeña historia que le contaron sus padres.


La que sería la mamá de Pompolito contestó: «y tú pita-pita«. No había encontrado otra palabra que terminase en «ita«, así que dijo lo que dijo.


Juanito, o Juan, o el padre de Pompolito, como queráis llamarle, quedó cortado al no saber qué es eso de «pita-pita«. Una rima, bien, pero ¿a qué se refiere? El y ella miraron a los pájaros que revoloteaban y comprendieron que es el trinar de las aves cuando surcan el aire bajo el sol.


En el rincón de las canchas deportivas, sentados a la mesa de piedra, en un banco, escucharon la orquesta de las aves, ante un cuadro que la naturaleza ha creado, al fondo de ese lugar, un nogal y un pino entre las tierras cultivadas.


No se sabe a ciencia cierta si al ser contada la historia de Pompolito es un cuento poético o el cuento de la poesía.


Fue un niño muy querido, al que desde pequeño le educaron en la rima: «¡qué bonito es Pompolito!».


Hay otras muchas rimas con ito, que se os ocurrirán seguro. Canciones que se cantan a todos los bebés, su mamá las personalizó con él: «Sol solito

asómate un poquito


¡que aquí está Pompolito!
«.


Otros ejemplos de rimar fueron las preguntas cotidianas que le hizo su papá cuando ya supo hablar:


– ¿Estás bien? – preguntaba su padre.


– Sí – solía contestar Pompolito.


– ¿Bien
requetebién
o bien
pim pamplén? –


Cuando su papá supo que la señorita de infantil de cinco años se llama Marisa recitó:

«Señorita Marisa
me parto de risa


Si Pompolito respondía a la pregunta sobre la felicidad cotidiana, insistía su progenitor:

¿Eres feliz,
como una lombriz
o como una perdiz
?.


No cabe duda de que Pompolito llevó la rima en la sangre desde su más tierna infancia. (Si hubiera escrito que desde muy pequeñito, habría hecho otra rima, y es que parece que hablar de Pompolito contagia todo con rimas).


La Historia de la Humanidad comienza con la escritura. Lo anterior a ella se llama Prehistoria. Con Pompolito ocurre lo mismo en relación a su pequeña historia de poeta, que es la que vamos a contar. Había aprendido en el colegio algunos poemas y versos para el día de la madre y el del padre. También en Navidad y para final de curso. Tuvo facilidad para aprender cada uno de ellos y le gustó, sobre todo porque sus papis le aplaudieron y ensalzaron su prosapia de poeta.


Durante 4º curso de primaria le mandaron escribir un poema inventado. Aquella tarea pareció a todos sus compañeros un rollo, menos a él, que le entusiasmó dicho ejercicio. Nunca se le ocurrió escribir ninguno, pero dado que eran los deberes de lenguaje encontró una gran oportunidad para recitar un poema suyo. No paró de dar vueltas sobre cómo hacerlo. Consultó con sus padres para que le aconsejaran.


El profesor había indicado a toda la clase que cada uno pensara en algo y escribieran en forma poética lo que sienta. El consejo de su padre fue que las frases se enlazaran una con otra mediante cierta musicalidad. Su madre insistió en que rimasen las palabras ¿Qué es rimar? preguntó Pompolito. Aprendió que es conseguir que las palabras finales terminen de la misma manera. Lo cual permite conseguir el consejo de su papá y eso transmite un sentimiento, con lo que, de esa manera, cumpliría con el precepto de su profesor.


El día que le tocó recitar su poema fue contento y emocionado al cole. Tanto, que hasta cantó una canción con la que le agasajaba su padre al comienzo del curso, para animarle a que fuera con alegría. El primer año de ir a infantil no faltó un día que la cantase de camino al colegio. Pareció el himno de ir a clase. A Pompolito le pareció exagerado y aunque lo cantara para seguir a su padre, aquel día del poema entonó la canción con verdadero entusiasmo, por entre las calles del pueblo yendo a la escuela:

«Qué contento estoy

qué contento estoy

que voy

al colegio hoy


Repitió aquel estribillo cuatro veces, dándose cuenta que es una canción poética, ya que cada frase rima con la anterior. También hicieron un intento poético el jardinero y el barrendero del pueblo, cuando a dúo le replicaron. Pompolito observó que la rima de ambos no fue del todo perfecta, pero da el pego:

«Qué contento vas,

qué contento vas

que vas al colegio ya«.


Pompolito los saludó cariñosamente. Se fue juntando con los demás compañeros, a quienes dijo que había realizado un poema de un gran valor.


– ¿Qué pasa, que lo has hecho con letras de oro? – Pompolito quedó alucinado.


– Sí, casi. – Respondió. Sembró una gran expectativa, de tal manera que todas las niñas y niños de la clase quisieron escuchar sus versos. Los murmullos y susurros, entorno a su trabajo, llegaron a oídos del profesor, que también quiso escuchar la poesía de Pompolito. Tarea que hubo mandado hacer a todos, pero ninguno se emocionó tanto, ni quiso con todas sus fuerzas, que llegase el día de entregarlo, como Pompolito.


Aquel día la clase comenzó con gran euforia. El primero en recitar su poema iba a ser Pompolito.


– A ver, Pompolito, lee lo que has escrito –


– No – Dijo nuestro pequeño poeta. El silencio se clavó en el aula. El profesor se asombró y con la boca abierta se quedó.


– ¡O00hhhh! – gritaron algunos.


– ¡Pero si estabas impaciente por leer tu trabajo poético! Creí que estabas deseando hacerlo ¿No lo has hecho?.


– Sí – Dijo con decisión.


– ¿Te da vergüenza? –


– No –


– Pues no lo entiendo – remarcó el profesor, muy desilusionado, pues había puesto toda su vocación de docente de las letras en Pompolito, para despertar en él esa semilla que, en forma de afición, se asomaba ya desde muy temprana edad.


– Dijiste que habías escrito el poema con oro – dijo un compañero desde los asientos de atrás.


– ¡Mentiroso! – gritó otro.


– ¡Fantasma! –


– ¡Capullo! – fueron algunos de los gritos que se oyeron.


– ¡No lo voy a leer, porque… – Cuando Pompolito pronunció estas palabras todos se callaron, los ojos de cada uno de los presentes se asomaron a sus rostros para escuchar viendo lo que dijera, pues fue ¡tan extraño! que no quisiera leer su poema. Pompolito quedó un rato callado, para saborear su explicación aparentemente contradictoria. Una sonrisa leve se esbozó en sus labios – … porque ¡porque me lo sé de memoria! – Una nube de aplausos descargó sobre el aula, incluido el profesor. Pompolito saludó, haciendo de los compañeros y el profesor su público. Saludó como si ya hubiera recitado el poema.


– Un momento, por favor. Vamos a escuchar lo que todos queremos oír, el poema de Pompolito – Otra riada de aplausos hizo que, esta vez, fuera el profesor, quien saludase a sus alumnos, como si de público se tratase, manifestando con gestos y sonrisas cómplices el orgullo de tener una clase tan interesada en la creación literaria.


Pasados largos segundos de griterío, el profesor usó las manos como un director de orquesta para que reinara el silencio. Cuando así sucedió, mandó al protagonista del momento que saliera delante del encerado para recitar su poema:

«Voy en busca de un tesoro

el cual lo guarda un moro

que se llama Isidoro.

Tiene plata y tiene oro

¡Y parece un meteoro!

Y si alguna vez ves un loro

pregúntale adonde está el coro«.


La entonación y la manera de gesticular fue muy buena. El profesor se quedó paralizado, sin saber qué comentar. Aplaudió arrastrado por la muchedumbre que ovacionó aquel poema. Entre risas y jolgorio Pompolito agradeció semejante reacción a su recital de versos, en los que trabajó todo el fin de semana y un día más.


Sucedió un torrente de risas y aplausos. El profesor supo que no iba a poder evitar aquella tormenta de algarabía y con suma paciencia dejó que pasara. Pompolito estuvo quieto, se había convertido en una estatua. Con la pose de un almirante que mira el horizonte, mientras que cabalga sobre el mar, fijó su mirada en el conjunto de sus compañeros, con una sonrisa quieta a medio esbozar.


Un compañero que no hizo los deberes, llevado por el impulso poético de quien ya fue conocido como «el poeta de la clase», gritó: «¡Pompolito se asomó por la ventana

y vio a su prima Ana!».


La risotada fue mayúscula. Más cuando otra voz anónima continuó aquella rima improvisada: «Y hace lo que le da la gana«.


– A ver, ¡seguid! Ahora viene lo difícil – Pompolito retó a sus imitadores.


Pompolito se asomó por la ventana

este fin de semana – fue la respuesta de un atrevido.


Hizo lo que le dio la gana

y se ha quedado sin nada – recitó otro.


Se calmó un poco el griterío para escuchar a estos espontáneos de la poética. Pompolito reaccionó a tales ironías, que llevan implícitas una crítica sin saber nada del tema. De esta manera lo hizo notar nuestro poeta, al observar cierto cachondeo en los comentarios de sus compañeros.


– Profesor, profesor, han repetido la palabra «ventana» y «nada
lo cual no rima nada
– Dándose cuenta de lo que dijo, se llenó de orgullo, pues sin querer, tal cual las amapolas florecen en primavera sin que nadie las siembre, le había salido un poema.


Le pitaron y silbaron sus compañeros, pues le echaron en cara repetir la palabra «nada».

Nada,
no sé nada.

Sólo rima con hada – esta respuesta de poesía en escalada vaticinaba una disputa en la clase que el profesor no pudo consentir. Aprovechó para reconducir la enseñanza de lengua española, tanto en forma, al acaparar la atención de sus alumnos, como en el contenido, para explicar la lección.


– Un momento ¡silencio! – El profesor levantó los brazos –


– ¿Qué nota me va a poner? – preguntó Pompolito. Unos compañeros gritaron que diez, por lo que les había hecho reír. Otros que cero, porque les había parecido una tontería.


– ¡Vale! ¡Silencio! – insistió el profesor – La nota la diré después. Primero vamos a aprovechar para saber qué es la poesía. Bueno qué es no, pues ni los mismos poetas se han puesto de acuerdo sobre qué es la poesía. Analizaremos en qué consiste y cómo se hace, para que os apasione la literatura.


– Yo prefiero jugar al fútbol – gritó uno, a quien los demás corearon, menos Pompolito que grito que a él le apasiona hacer poesía.


Lo cual no es pelotería.


Con el movimiento de los brazos y la voz el profesor consiguió volver a mantener el silencio.


Mirad, la poesía
no es cursilería
.

¡Vaya!
Sin haberlo deseado
me ha salido un pareado
. Perdón. A veces rimar en prosa es una incorrección. Pero también en la poesía, si sólo se basa en hacer que las palabras rimen. La poesía trasmite sentimientos y hay que hacer cada verso sintiendo lo que se escribe.


– A mí es lo que me salió – replicó Pompolito.


– ¿Qué nos has querido comunicar Pompolito? Analicémoslo – El profesor quedó pensativo. No supo por donde empezar, hasta que su pensamiento se desatascó – ¿Conoces a alguien que se llamé Isidoro? –


– Sí, al señor de Villagarcía que arregla las bicis –


– ¡Ah! Efectivamente quizá tenga un sentido – Y empezó a interpretar lo que Pompolitó había recitado – Para ti la bici es un tesoro ¿Veis? esto es una metáfora: la imagen de algo que se expresa simbólicamente. «Lo guarda un moro»… la guardas y la cuidas por encima de todo. Para ti la bici vale tanto como el oro. Lo cual nos ha pasado también a todos los mayores, cuando teníamos vuestra edad. Y corre como un meteoro. Muy bien. Si observáis debajo de la rima hay un contenido . Lo que pasa, Pompolito, es que lo del loro y el coro no viene a cuento. Es, más bien, una largura del poema que no ha lugar.


– Señor profesor, si me lo permite sí que viene a cuento. Por que yo no supe de ese mensaje, que ¡es verdad! no me había dado cuenta. Pero es que si voy en bici me imagino que voy por un bosque en el que hay loros de colores y ¿qué más musicalidad que un coro? ¡Un coro de loros! – Tal respuesta espontánea arrancó el aplauso de sus compañeros, a quienes les fascinó el apasionamiento poético de su compañero.


– ¡Merece un sobresaliente! – Gritó un alumno. Los demás a coro apoyaron la propuesta. Pompolito les saludó con gesto de modestia. El profe quedó pensativo.


– Al final de la clase le calificaré. Con lo que os voy a explicar, a ver que nota le ponemos entre todos. Mirad, Un poema debe tener ritmo, musicalidad, pero con un contenido, que diga algo al lector. Pueden haber poemas, que su lenguaje sea el propio contenido. El arte moderno rompe las formas y las convierte en expresión. Hay arte impresionista, abstracto, cubista y muchos tipos de literatura: realista, romántica, dada, posmoderna. Pero lo importante es que os comunique algo y que podías trasmitir algo cuando escribáis algo literario – Pompolito levantó la mano y el profesor le dio la palabra.

– Yo estoy rodeado de poesía. Mi papá siembra tomates pequeños y les llama «tomatitos

pequeñitos» –


– No confundáis ser poeta con ser un rimador – explicó el profesor.


– Mi mamá escribe poesías y en verano me dice «Pompolito ¿quieres un heladito? ¿Es o no es poetisa mi mamá? ¿eh? Porque es que mi nombre es muy poético, rima con casi todo: cochecito, arbolito, queridito… – El profesor le interrumpió.


– Los diminutivos no valen para la poesía –


– ¡Pero mí mamá es poetisa! – se quejó Pompolito.


– No me has dejado terminar. Una madre, como dice todo con mucho cariño a sus hijitos e hijitas, cualquier rima que haga con diminutivos sí que es poesía, porque lo que dice tiene sentimiento. En las madres el diminutivo sí es poesía. Pero si no, sería lo que os he dicho antes: cursilería.


– Mi mamá canta a mi hermana pequeña «Sol, solito

asómate un poquito» ¿es poeta? – Dijo una alumna.


– Sí porque lo canta con cariño. – La muchacha se puso muy contenta y los demás la felicitaron por tener también una mamá poetisa.


Salieron a la palestra más poemas cotidianos de carácter familiar, que todos hemos oído alguna vez:

Chato

barato,

narices de gato«.


Y hasta refranes:

«Son los niños del lugar

como son el hogar«.

«Cuando Cristo muere y nace

es cuando más frío hace«.


O como el que repetía mucho el papá de Pompolito:

«Primero es la obligación

y luego la devoción«.


Peor fue cuando padre e hijo hicieron disputas poéticas. Cuando el papá de Pomplito tenía prisa por ir al baño, o para hacer alguna tarea, decía por toda la casa «¡es urgente, es urgente!», para que le dejaran paso. La madre de Pompolito, decía, «calma, calma». Lo cual inspiraba a Pompolito que dedicaba un verso a esa coyuntura:

«Ni urgente

ni detergente


Lo cual, es evidente, no tiene mucho sentido. A pesar de lo cual nuestro pequeño poeta levantaba la ceja, para manifestar su orgullo por haber improvisado una rima. Claro, el padre, para educarle poéticamente, le recriminó: «Pompolito

córtate un poquito.» En referencia a no ser un poema muy vistoso el que hiciera su hijo, pero se dio cuenta de que cayó en la misma trampa del lenguaje, y una sonrisa tímida, con la ceja levantada dibujaba un atisbo de orgullo y vanidad porque le hubiera salido improvisada y de manera espontánea una rima coloquial.


– ¿Alguien es capaz de hacer una poesía con rimas diferentes? – Preguntó, aquel día del primer poema de Pompolito, el profesor en general a sus alumnos. Todos miraron al protagonista de esa clase, quien se sintió obligado a dar una respuesta ejemplar. Se puso a pensar. Cerró los ojos. El profesor le señaló – Eso es la inspiración. Dejar que la poesía se meta dentro, buscar en el interior de uno y comunicar con la palabra ese sentimiento. – Pompolito abrió los ojos. Cogió aire con una respiración solemne.


– A usted se la dedico, don Miguel. –


– Gracias Pompolito – El profesor quedó visiblemente emocionado.-


– ¿Está bien Señor Miguel?

Yo igual

señor Pascual.» – Pompolito miró al cielo como si en él hubiera un abismo que lleva al horizonte. No le inmutó el aplauso de quienes le escucharon.

El profesor quedó con cara de pasmarote. Decir que don Pascual es un hombre muy conocido allá, pues es el alcalde del pueblo desde hace más de veinte años, por lo cual el poema tiene miga, no tanto metáfora, pero sí cierto contenido humano, por lo que se puede entender como un poema localista.


– Progresas, progresas, porque ya son dos rimas diferentes. Pero hay que buscar más el sentido poético que la rima, no tanto rimar por rimar – explicó el profesor.


Finalizaba la hora de lenguaje y todos reclamaron una calificación al poema de Pompolito.


«¡Sobresaliente, sobresaliente!» cantaron a coro. El profesor pensó con gesto de preocupación. Pompolito saludó como si fuera un cantante de la tele.


– Como ha sido el primer poema de Pompolito y el primero que hemos leído en clase, creo que lo más correcto es dar una calificación de honor y le concedo… – calló mientras que escribió lo que luego dijo en alto y le dio un folio a Pompolito en forma de diploma – ¡la rima de oro! del colegio público de Villarnera.


A Pompolito se le saltaron las lágrimas. El clamor se hizo colosal. «¡Pompolito, Pompolito!» fue el grito de la clase. Hasta que todo volvió a la calma y las clase siguieron su curso.


De esta manera surgieron los primeros poemas de Pompolito y desde entonces ser poeta fue su vocación. Cuando le preguntaban «¿qué quieres ser de mayor?» contestó que poeta. La sorpresa de sus tíos, vecinos y en general de quien haga tal pregunta fue tal, que le dijeron, casi siempre, acto seguido: «bueno, sí, pero ¿para ganar dinerete?» Pompolito se dio cuenta que no iba a comer con sus poemas, pues ni sus parientes y vecinos más cercanos estaban dispuestos a dar ni un euro por la poesía.


– ¿Para ganar dinero? ¿para ganar dinero? – Se quedaba pensativo y con un brinco de voz espetaba – ¡seré famoso! – Entonces sí que sería rico por salir en la televisión.


– ¿Y qué vas a hacer para ser famoso? – le preguntaban entonces.


Si la poesía no es suficiente en la vida, ni siquiera para ser famoso, la respuesta de Pompolito fue «no lo sé». Pero qué más da. La poesía iba a ser su destino. No quiso ser futbolista, ni ingeniero, sino poeta. Para ganar dinero sería famoso, pero para trabajar quiso ser campesino y los domingos kioskero en la Bañeza, que es donde su padre le compra las gominolas cuando van a tomar el mosto.


Aquel año en que comenzó a florecer como poeta, fue una época prolífica, fecunda. En el festival de final de curso recitó un poema. Durante la presentación al acto el profesor aludió a su mérito poético, cuyo título ha quedado para siempre, «rima de oro». Pompolito hubo aprendido la lección de su maestro y eligió unos versos llenos de musicalidad, sin obsesionarse por la rima:

«Tilín de las calzas verdes

Tilín tilindrajo,

tili tilín

¡Tilín tilín!».


El público no supo si aplaudir o no. Como ya era el poeta oficial de la comarca, comenzó el profesor y siguieron los demás. La entonación fue inmejorable, con fuerza, pasión y altura de voz. Sobre todo el último verso lo recitó con un do de pecho, que caló en los oídos de la gente pues a él siguió un silencio estremecedor y lleno de sorpresa, que luego se convirtió en ovación.


Pompolito se dio cuenta que les supo a poco, pero es lo que le dio la inspiración, todo lo demás que añadiese sería palabrería y recitar por recitar, lo que le salió fue eso y esa fue su poesía. Su madre y su papá le dieron el visto bueno, para ese poema, sobre todo para animarle a seguir en esa afición, pero le recriminaron que no les dijese que era para el recital del colegio. Cuando le preguntaron qué quiere decir ese poema, contestó lo que les explicó su profesor: «la poesía se tiene que sentir, es comunicar sensaciones, para decir decir está la prosa».


Aquel poema se ha hecho muy popular. Cuando algún niño va de punta en blanco, los paisanos del lugar dicen «¡mira rediós! un Tilín de las calzas verdes». No fue esta la única huella que dejó durante su infancia nuestro pequeño poeta.


Llegado el verano y los veraneantes al pueblo, el alcalde hizo el pregón de la fiestas. Aquel año, tocó, por un casual, que fuera la televisión local de la provincia, para recoger usos y costumbres de las diversas comarcas. Pompolito recitó un poema, esta vez lleno de contenido, pero como metáfora, para no hacer prosa en verso:

«Las olas van

las olas vienen

y entre tanto

se entretienen«.


Siguió el consejo de su profesor, para tal evento, de que no se fijara demasiado en las rimas. «Tú, haz solo una y ya verás como mejora tu poesía», le dijo el profe, fuera de las lecciones académicas, como consejo literario.


No salió en la televisión su recital poético, aunque fuera minirecital. Pero como decía su padre para animarle, lo importante no es lo grande que sean los poemas, sino su grandeza. Se le vio en la televisión primero al lado del señor Alcalde, luego en un primer plano, cuando el locutor le hizo una entrevista, como niño del pueblo, sin saber lo especial que es por su cualidad de poeta.


– ¿Cómo te llamas?.


– Pompolito – El locutor sonrió sacando los dientes de entre sus labios.


– ¿De dónde eres.


– De New York… – El locutor abrió los ojos como platos.


– ¿Qué? – Preguntó con asombro y cierta guasa, lo que, tal cual, salió por la tele.


– ¡Del New York de la pradera

que se llama Villarnera! –


Hasta esa rima final salió en el reportaje de televisión. Al locutor le aclararon después que, efectivamente, a los vecinos de aquel pueblo les llaman, un poco irónicamente, los newyorkinos. pero nunca se les había ocurrido aquella asociación de ideas, que de no ser por la poesía de Pompolito, nunca se habría dicho. Desde que salió en la televisión ya nadie conoce a Villarnera por su nombre, sino como el New York de la pradera.


¿Por qué el nombre de newyorkinos y posteriormente New York de la pradera a este pequeño pueblo de no más de cien vecinos? En los pueblos son muy dados a poner mote a la gente. Un pueblo de la misma provincia se llamó Vega de los melones y a sus vecinos les llamaron melones, y a su alcalde Melón. Con el tiempo decidieron cambiar el nombre del pueblo por el de Vega de los Infanzones, la terminación fue la misma. Se basó el cambio en que dos hermanos que nacieron allá se hicieron infantes de marina. Fue una excusa, pero les siguen llamando «los melones» y al alcalde tan sólo le añadieron categoría: don Melón.


También es aleccionador el chiste sobre Pedro García Tontolaba, que decidió cambiar un apellido ya que no le gustaba uno de ellos y se pasó a llamar Pedro Martínez Tontolaba.


El pueblo de Pompolito tiene cierto halo de leyenda y aventura en sus orígenes. Parece ser, le contó su padre en una ocasión, que allá llegaron varios piratas, para descansar de sus aventuras y alejarse del mar, para que no les cogieran quienes persiguen a los piratas. Tal historia se basa en que el río que pasa por el pueblo se llama río Tuerto. Tuertos tuertos son los piratas. Y son también patas de palo, pero para dar nombre a un río no lo van a llamar el río pata de palo. Sin embargo río Tuerto suena bien. Desde entonces Pompolito siempre pensó que en aquel pueblo debería de haber un tesoro escondido.


Además el pueblo vecino se llama Santibañez de la Isla, por lo cual nuestro querido Pompolito relacionó lo de la isla con la historieta de la isla del Tesoro. Pensó que podría venir todo eso de los nombres por la coincidencia de ser el pueblo al que llegaron los piratas después de haber estado en una isla de verdad y esconder tierra adentro un tesoro. Una vez Pompolito se lo dijo al cura del pueblo, don Barlotomé, al que llaman don Bartolo, le respondió muy taxativamente: «el tesoro está en tu corazón». Pompolito quedó con los ojos abiertos como platos, sin comprender muy bien aquella respuesta, pero otra vez escuchó la misma frase en el sermón de misa. Por lo que dedujo que si la poesía se siente, y se siente con el corazón, la poesía es un gran tesoro.


Villarnera es desde que se fundó un pueblo dedicado a la agricultura. Alguna que otra familia complementó su labor con la ganadería de vacas, pero su paisaje es el de una llanura con tierras cultivadas de trigo, patatas, maíz y remolacha. Llama la atención que es el único de la zona que cultiva también lúpulo, cuyo fruto sirve para hacer la cerveza. La planta crece sobre mástiles de seis o siete metros de altura, colocados con cierta inclinación. No cabe duda que es un pueblo que sobresale respecto a los demás.


Tiene una iglesia y las calles se forman con casas de adobe, que cada vez se sustituyen más por otras de ladrillo. Ha sido un pueblo sin historia, pero lleno de pequeñas historias, una de las cuales es la de Pompolito. Tuvo una anécdota, que luego se unió a otras, en forma de historietas. En un principio llamó la atención que al hacer la escuela del pueblo se hiciera de dos pisos. A uno iban los chicos y al otro las chicas. Tal separación fue normal y obligatoria durante años, pero en los demás pueblos se hizo yendo a un lado las chicas y al otro los chicos. Los vecinos se sintieron orgullosos de tener un edifico de dos plantas. Lo que, parece ser, fue una especie de destino.


Lo que les dio fama de ser un pueblo de altura fue que, pocos años después, hicieron la primera torre de toda la comarca para el depósito del agua. Hicieron la estructura, y la colocaron dentro de una torreta de ladrillos, dividida en tres partes, cada una de la altura de la escuela. Lo que quiere decir que era como tres escuelas puestas una encima de otra y el doble que la torre de la iglesia, la cual es en forma de espadaña, común a los pueblos de alrededor. Evidentemente tal altura llamó la atención de los vecinos de los demás pueblos. Se ve desde kilómetros y kilómetros de distancia. Fue un auténtico rascacielos del lugar y por tal motivo llamaron a sus vecinos los newyorkinos, lo cual no deja de tener algo de poesía de tipo Pompolito, por eso de que a los vecinos / les llamaron newyorkinos.


La torre no sólo dio fama al pueblo y visibilidad desde lejos. También fue un elemento pedagógico. Los profesores que impartieron su saber en Villarnera, usaron en sus clases la torre del agua como punto de partida de lecciones, lo que se convirtió en una tradición pedagógica del pueblo: sobre las proporciones, para hacer problemas de matemáticas, en tanto y cuanto que si la escuela mide equis metros y la torre es como tres partes ¿cuánto mide la susodicha torre?.  La teoría de los vasos comunicantes la aprende la chavalería de allá desde que va a la escuela, la cual luego los niños y niñas la van contando a casa, pues saben que suben el agua del manantial con un motor, pero luego el peso del agua, debido a la altura, hace que salga por los grifos. El profesor de Pompolito usó la torreta como metáfora de la poesía, al decir que la poesía es escritura de altura, la expresión escrita que se escribe verticalmente, frente a la prosa que se hace en horizontal. Desde entonces Pompolito tuvo altura de miras y aspiró a ser un gran poeta.


En geografía estudiaron torres de castillos y otras famosas, como la inclinada de Pisa, las dos llamadas de Kio, inclinadas pero cuadradas, de Madrid, allá también la de Picasso y las de Colón. La torre de España es la que más gracia hace, pues además de ser desde donde se emite la televisión de la primera y segunda cadena, se la conoce con el sabroso nombre de «El pirulí».


La torre de la fuerza de Barcelona, que asemeja un chorro de agua, pero tiene forma de bala o cohete, que apunta hacia arriba. En esa ciudad hay otra muy rara que hace de antena de comunicación, se llama de Calatrava. La del faro de Alejandría que, junto con la torre inclinada de Pisa, fueron dos de las maravillas del mundo. También aprenden la historia de la torre de Babel. La torre Eiffel de París es conocida por todos los alumnos de la escuela, pero no se la da demasiada importancia porque en el pueblo hay muchas torretas metálicas parecidas para sujetar los cables que llevan la electricidad a toda la comarca y por todo el mundo. De cada una han visto una foto o dibujo.


Gracias a la torre del pueblo los niños y niñas de Villarnera han aprendido historia, siguiendo el rastro a los castillos, con sus torres, a lo largo de todas las épocas. También la geografía mundial y anécdotas que, de no ser por la torre de su pueblo, no habría surgido explicar en las clases cuestiones tales. De esa manera lo más lejano del mundo y de cualquier tiempo se hizo cercano a los villarnerienses. La torre de Londres, a orillas del Támesis, hizo que la torre de Villarnera fuera presentada como la torre de Villarnera a orillas del Tuerto. Si se dice así fuera de la zona hay que explicar que Tuerto es el nombre de un río.


El profesor de Pompolito aprovecha el tema de las torres para dar a conocer el nombre de un río que pasa por la capital de una provincia colindante, Valladolid. Se refiere al Pisuerga, pues cuando surge la ocasión, comenta eso de que «aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid» hay un pueblo en Jaén, de Andalucía, que se llama Torreperojil ¡Torres del Guadalquivir! sobre las que hizo unos versos Antonio Machado. Aparte de tener unas torres, llamadas Oscuras, es el lugar en el que el profesor ganó un premio de teatro. Siempre que lo cuenta dice que va a enseñar a sus alumnos el trofeo que le dieron, pero todavía no lo ha hecho. Pompolito se prometió a sí mismo hacer alguna vez un poema sobre la torres de su pueblo, lo cual ve difícil, pues sólo encuentra que rime con «corre» y no va a escribir:

Corre

que viene la torre.


Así pues, espera aprender más de poesía, para lograr ese reto.


Y ¡cómo no! todos admiraron las torres gemelas de New York Cuando sucedió el trágico atentado el pueblo de Villarnera declaró luto oficial. No pocos paisanos tuvieron miedo de que algún otro avión se estrellase contra la torre de su pueblo.


Aquel suceso quedó muy grabado en el pensamiento a Pompolito. Con ocho años de edad le dijo a su padre que tenían que hacer otra torre igual en Villarnera, una al lado de la otra, para que fueran también torres gemelas, ya que como no pasan aviones por encima, no se caerían.

– ¿Y para qué otra torre? – En verdad, para nada. Pero como el atentado a las torres gemelas de New York causó tal impacto, agudizado al verlo una y otra vez por la televisión, sucedió que estando en el bar el papá de Pomplito contó, a un concejal del Ayuntamiento, lo que le había comentado su hijo. A tal político no le pareció mala idea y propuso en un pleno hacer otra torre, gemela a la que tenían, como homenaje a los newyorkinos de verdad, los del New York americano, y de esa manera hacer honor a su fama en el contorno. Fue una idea aplaudida, que se aprobó en un pleno por unanimidad.

Pompolito se sintió muy orgulloso de que valorasen su idea las personas mayores. Siempre que salía de casa miró a la torre y se llenaba de orgullo con la primera respiración en la calle. El dinero para hacer dicha idea se gastó en asfaltar las calles, en mejorar las acequias de riegos, en poner columpios, en hacer un campo de fútbol y en preparar una liga anual entre los equipos de chicos y chicas de otros pueblos. No se hizo una segunda torre porque no se supo para qué. Se contentaron pensando que, al fin y al cabo, al ser de la ribera del río Tuerto, que faltara una torre era una forma de hacer honor a su geografía. No es que las torres fueran los ojos del pueblo, como lo son la de los castillos, pero sí su mirada.

Pasaron los años, los años y los años y setenta y dos años después se hizo realidad aquella idea que había quedado pendiente. Ya nadie se acordaba de lo que se aprobó en un pleno, ni siquiera la oposición echó en cara al alcalde que hubiera una promesa incumplida sobre aquel respecto. El pueblo había seguido igual, cada vez con menos habitantes. En verano se llenaban las casas, pero en invierno quedan sólo nueve familias y sólo dos vecinos que trabajasen el campo, a punto de jubilarse.

Desde el camino que va de Santibáñez de la Isla a Villarnera se ven dos torres, hay quien dice que una de ellas es imaginaria, pero si uno se fija la puede ver. Al acercarse a ella, en la parte de arriba hay un cartel en el que se lee: «Rima de oro».

Pompolito siguió perfeccionando sus poemas, insistió en aquella labor literaria. A los doce años dejó la escuela y se fue al Instituto en la Bañeza. En la fiesta de despedida recitó su último poema, que tal como le indicó el profesor fue acorde al acto que celebraron, tuvo forma de metáfora, ritmo y musicalidad y con un cierto contenido:

«Trucu trucu tru

¡el tren!

Trucu trucu tru

Trucu trucu tru

¡el tren!

Trucu trucu tru

Trucu trucu tru

Trucu trucu tru

¡el tren! ….

Fue un éxito apoteósico. Empezó poéticamente el recital, pero poco a poco la musicalidad emergió y fue acompañada por palmadas rítmicas del público, el cual al completo acabó recitando en común aquel verso, lo cual fue una manera de despedir a aquella quinta del colegio, a la que Pompolito dio nombre, «la quinta de Pompolito», pues fue el niño que más destacó con sus poesías recitadas en público.


Siguió con su afición a la poesía y evolucionó en las formas de hacer rimar a las palabras. Estudió Filología en la Universidad. Durante las vacaciones de verano y Navidad volvió al pueblo. Llevaba las revistas en las que publicó poemas, y luego un libro de versos. Salió en la prensa cuando ganó algún concurso literario. Tiempo después las noticias de sus premios y labor artística llegaron desde New York, adonde se fue a vivir.


No le volvieron a ver por esas tierras de chopos en las riberas. Dio clases de lengua española en aquella ciudad famosa y lejana de Estados Unidos. Pero el nombre de Pompolito quedó en el pueblo, sólo en su pueblo. Aparece en alguna referencia biográfica, pero quien lo lee cree que su nombre es un mote. Como escritor dejó de ser Pompolito Marcos Rivera, para firmar su obra como Horacio Marcos de Ribera. Pompolito no vio serio su onomástica para la andadura por el mundo, y cuando murió su padre tomó de él, como herencia, su nombre propio.


Con 81 de edad, don Horacio Marcos de Ribera, Pompolito, ganó el premio Nobel de literatura, uniendo su nombre, al de Jacinto Benavente, Camilo José Cela, José Echegaray, Juan Ramón Jimenez y Vicente Alexaindre. Estos dos últimos también poetas. Donó una parte de su premio al pueblo en el que nació, vivió durante su infancia y en el que dio sus primeros pasos poéticos. La donación fue para construir una torre al lado de la que ya había, y que sirviera de biblioteca de libros de poesía, llevando a ella la más importante literatura poética de todos los tiempos.


Hoy es un centro de cultura que anima la zona y da fama mundial al pueblo. La torre de la poesía, la llaman. Pompolito, don Horacio, dejó escrito que al igual que el agua riega las tierras para alimentar el cuerpo con sus frutos, la poesía riega el alma para alimentar con su belleza la sensibilidad. Ambas torres debían estar, pues, a la misma altura.


En los libros de literatura no se recogen sus primeros pasos. Nadie se acuerda de los poemas iniciales de Pompolito, que son los que le hicieron ser poeta. Ni que su nombre rimó porque no se escribe con zeta, cuya letra rima con poeta. La historia que cuentan de él, es la de un escritor que nació en España y se fue a New York. Todos los visitantes creen que en la torre pone «rima de oro», porque quien impulsó que se hiciera ganó en premio Nobel.


Él ya no puede contar su recuerdo, pues hubiera leído un poema en la inauguración de la torre gemela, en la que uno de sus versos es: «espejismo de la otra realidad». Sus rimas ya no son tan exactas, pero son más importantes, más de verdad. Quiso también leer lo que escribió en su niñez, y enseñar el porqué de poner en letras bien grandes «rima de oro», pero murió pocos días antes de volver a su pueblo. Por eso este cuento cuenta lo que la Historia no cuenta, lo que no se ve. Por eso es un cuento inventado y en él se guarda la niñez inventada de un poeta inventado. Cada cuento es un nido de la infancia. Y todos terminan con una rima, «colorín colorado / este cuento ha terminado.«