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Esto que escribo no sé si es un cuento, una narración o una denuncia. El caso es que necesito dar a conocer algo que me ha sucedido, con graves repercusiones.

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Una mañana del primer día de Agosto paseé por un parque muy bonito. El jardín de la Chantría. Oí mis pasos al caminar, el sonido de los chorros de agua, inmerso en unos pequeños lagos con sus nenúfares y peces de color. Miraba las plantas colocadas cada una en su lugar, como si de un puzle de armonías, colores y formas se tratara.

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Vi a un jardinero que con su escoba dio formas curvas a la arena del camino. Me acerqué a él para preguntarle el porqué de esas curvas y formas. Me dijo que él sabe Zen.

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– ¿Zen? – pregunté.

Bueno, yo lo que hago es Za-zen -, contestó.

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Me dejó impresionado, pues habló sobre que con esos trazos quiere dar a entender a la vez que barre de manera discontinua, que dentro de un camino hay otros muchos caminos y que ha observado maneras diferentes de caminar, no sólo entre personas distintas, sino según el momento de cada cual. En una ciudad llena de palurdos como es la mía, encontrar un jardinero así me causó un gran asombro. Creo que nadie más conoce esa interioridad suya, que le hace rico en serenidad, porque nadie le ha preguntado sobre las cosas que hace, tampoco nadie pasa por ese lugar a mirar, simplemente mirar.

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Descubrí que el agua mana de las fuentes se beba o no se beba de ellas. Que los gorriones salen y entran del nido con o sin mirada que rescate su belleza. Comprendí que puedo ser yo mismo en mí mismo. Y que las palabras de la Historia transcurren se lean o no.

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Me senté en un sillón de madera de los que hay en ese jardín. Nadie más que yo estuvo sentado. Pensé sobre la belleza en cuanto qué es esta cualidad sobre la que ¡tanto divagó Platón! Pensé que antes de ser jardín fue aquél un lugar abandonado, con una laguna, ya casi charco antes de ser “adecentada”, con vegetación desordenada. Tuvo encanto. Pero el jardín tan colocado y pocholé también es bonito. Alguien lo diseñó y generó belleza, con las farolas azules, los bambúes, las palmeritas, los abedules, el césped cortado. También rezuma belleza. Una idea como la belleza ¡puede ser tan variada!

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Pasó una chica paseando. Yo estaba colmado tras una noche de pasión y folganza, por lo que no me fijé en su aspecto de una manera instintivo, pero sí como belleza inmediata que pasa ante mí. Su manera de andar, de estar era bella y en nada se parece al jardín. Entonces ¿qué es lo bello? Cuando estuve ensimismado en mi pensamiento dos guardia me interrumpieron. Me preguntaron quien soy yo. Que qué hacía en ese lugar sentado.

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He venido al Corte Inglés, creyendo que abrían a las nueve de la mañana. Resulta que el horario de apertura es a las diez. Y he venido recrearme en este lugar tan bonito

Nadie se sienta a estas horas -, dijo uno de ellos.

Es una pena – comenté.

– ¿Y qué hace acá? – Me increpó el otro.

Pensar, nada más que eso, pensar

– ¿Está tramando algo? – Me reí.

– ¿Querrán creer que estaba a punto de plantearme la belleza de este lugar recordando la obra sobre el juicio de la estética de Kant? – les indiqué coloquialmente.

– ¿Kant? ¿Quién es? – Dijo uno de ellos – Es un nombre muy raro –.

– ¿No será de alguna célula islamista? ¿ Un terrorista? –

No, no – me reí más – Está muerto. Es un filósofo

– ¡Ah! – exclamó uno de ellos – Un filósofo. Y usted está aquí sentado a estas horas. Y usted iba al Corte Inglés, ¿verdad?

¿Y ese Can lo venden en el Corte Inglés?, ¿eh? – No me dejaron responder. Me quedé atónito.

Por favor enséñenos su carné de identidad – Así lo hice.

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Me hicieron ir con ellos a comisaría. Me tomaron las huellas dactilares, me sacaron fotos de frente y de perfil y a continuación me dejaron marchar.

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Desde entonces estoy vigilado día y noche. Un coche patrulla sigue mis pasos, las cartas del buzón las encuentro abiertas. Apenas lo puedo contar a nadie, porque me toman por un chiflado, aunque varios amigos han visto a paisanos que se paran cuando yo me paro y que sin ton ni son me sacan fotos.

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No sé que me pasa, pero me han entrado una ganas tremendas de matar, y no sé a quién. Y eso que soy un pacifista convencido y que siempre he pensado que a través de la cultura y de la calma interior se puede llegar a la paz mundial, esa de la que habla Kant. No sé, no sé, no sé si podré controlar estas ganas de matar que tengo desde entonces.

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