(Publicado en el Diario de León, 6 – XI – 2005)
.
Esta historia comenzó un día en el que fui al museo del Prado, en Madrid. Me gusta pasear entre cuadros como si fueran ventanas que dejan ver el aspecto artístico de los lugares pintados y las historias que en ellos han sucedido y el interior de ciertos personajes que aparecen. Muchos, da la impresión, que tienen vida.
.
Recorrí la sala de Velázquez, de Goya, el Greco, El Bosco, Rubens y algún otro. Lo que es pasear. Pararme a ver uno que me llame más la atención. Leer alguna nota. Mirar a quienes miran los cuadros. De esta manera he descubierto muchas poses de sabios engreídos y vanidades anónimas a raudales. En los museos pululan jaurías de miradas y rebaños de pisadas y pasos de turistas. Todo tiene su encanto. Y, últimamente, veo muchas mujeres que lo recorren solas.
.
Por la tarde vi el conjunto de las obras de Tiziano. Unas son del museo del Prado, otras las llevaron del musée du Louvre, las hay pertenecientes a la galeria Degli Uffizia, y propiedad del kunshistorisches museum, del monasterio de San Lorenzo del Escorial y de otros lugares.
.
Pensé, durante el rato culinario, sobre la curiosidad de que una entidad bancaria saldó una deuda ¡de 1.506.024 euros! con el Estado, regalando esta entidad una obra de Goya. No debe ser ilegal pues lo cuenta una nota al lado del cuadro. Además, los banqueros quedan como benefactores. Pero ¿por qué no cien euros más? ¿O un millón más? ¿O cincuenta mil menos? ¿Si yo me endeudo puedo pagar pintando un cuadro al director del banco? ¿O puedo pagar mis impuestos cantando una canción o donando los dibujos de mi sobrino Pablito? Elucubraciones sin sentido que me vinieron a la cabeza. Estuve algo impresionado, pues, aunque ya conocía el cuadro de Goya, Duelo a garrotazos, nunca había leído, hasta ese día, que fue una costumbre permitida en Cataluña y Aragón hasta mediados del s. XIX. ¡Qué brutalidad!
.
No puedo responder a ninguna pregunta que explique qué me sucedió al ver una pintura de Tiziano. Me coloqué ante el cuadro El hombre del guante y me puse a llorar. Fue un llanto de emoción. De pena porque aquel rostro no pudiera hacerse real y salir del lienzo. De alegría porque sentí que la belleza plena se incrustó dentro de mí. Fue un golpazo de goce artístico que arremolinó mis emociones. Y lloré, lloré y lloré.
.
– ¿Le pasa algo? – me preguntó un conserje del museo.
– Nada, nada. – le dije. – Qué belleza ¿verdad? – Comenté en voz alta. Me di cuenta de que había metido la pata, pero no pude dejar de llorar. Llegó el director del museo.
– ¿Quiere una tila? – Me ofreció aquel señor. Me percaté de que estaba rodeado de vigilantes jurados y una chica del servicio de seguridad, que no me perdió de vista.
– No, no – Dije. No quería que me tomasen por un loco – Disculpen, ha sido un arrebato. Se ha muerto un hermano mío hace poco y este rostro me ha recordado a él.- Fue falso, pero necesité dar una explicación lógica a esa efusión sentimental que me desbordó. Comprendí que pensaron que podía tirarme contra el cuadro, intentar robarlo o cualquier otra cosa. Me pregunto, que si lo que enseña un museo es arte, belleza inconmensurable ¿porqué no se prevé que puedan haber brotes de pasión, de amor y de sueño hacia una pieza como aquella? sin maldad, por el simple hecho de mirar.
.
Me encantó aquel cuadro. La mirada del rostro, la sensación de flotar en el aire y parecer que pende de la realidad a la que, parece, está a punto de pasar. La cadena de oro que cuelga sobre el pecho descamisado. El equilibrio bello entre la nariz, la boca y el rictus en relación al conjunto del retrato. Pero sobre toda la mano con un guante puesto y el otro cogido. Lloré. ¡Qué vergüenza pasé en aquel momento! Menos mal que salí airoso con mi ocurrencia. Pensarían que soy un histérico. Me da lo mismo. Todavía disfruto de aquel llanto porque fue una explosión de arte puro dentro de mí.
.
¿Por qué no me sucedió con otros cuadros del mismo autor, que me atraen tanto o más, cuando recuerdo su obra, como la Venus de Urbino, o Salomé, cuyos ojos cuelgan en la nostalgia y su piel, como la Venus, parece esculpida con los pinceles en marfil, o el guante de Ranuccio Farnese? Un arrebato es un arrebato. No veo explicación alguna por más que los psicólogos quieran delimitar los laberintos del infinito. Allá ellos y sus seguidores que interpretan sus teorías y las confirman en sus tesis doctorales, sean correctas o no, pero como lo dijo alguien anteriormente… Nada sabe ningún científico mental, perdón, de la mente, sobre mi acercamiento, de mi beso fugaz y existencial, distante y soñador al guante, a ese guante.
.
Es una experiencia sin igual. Estuve varios días preguntándome si no habrá alguien a quien le hubiera pasado lo mismo. En algún lugar del mundo podría haber alguna persona que hubiese llorado ante ese mismo cuadro. ¿Y si tal ser humano busca a otro con la misma emoción? No pude quedarme con los brazos cruzados ante semejante incertidumbre. ¿Qué podía hacer? Se me ocurrió coger una pértiga, colgar sobre ella un guante de piel y recorrer el mundo en busca de una persona que hubiera tenido esa misma experiencia ante el cuadro de Tiziano.
.
Ni corto ni perezoso comencé a recorrer calles, caminos, carreteras de todo el mundo. Fui andando para no pasar sin ser visto. Cualquier rincón podría albergar a la persona que buscaba, ser el cobijo de un encuentro imposible. La gente me miraba, pero yo seguí como si tal cosa. Si me preguntaban al respecto, contesté que era una promesa, lo que dio lugar a miradas extrañadas, pero se dijeron que si es una promesa que la cumpla. Hasta que se me ocurrió decir que lo hacía porque me pagaban, que era la campaña de «guantes Yuca», y que se trata de una promoción previa a la campaña publicitaria. Semejante explicación, aun siendo falsa, pareció más normal a todo el mundo.
.
.
La verdad es que no tuve muchas esperanzas de lograr mi objetivo, pues podría no existir nadie. Al menos quise intentarlo, aunque no se lo pudiera contar a nadie, a no ser de manera anónima, como es este el caso, querido lector. Quiero dar constancia de la verdad de mi viaje porque da sentido al arte. Como dice un refrán que inspiró a Aeken Bosch, El Bosco, «el mundo es como un carro de heno, cada uno coge lo que puede».
.
Llegué, con mi guante de piel colgado en la pértiga, hasta Munich. Allá, en la plaza de los bueyes, apoyado en la barandilla que rodea una fuentecilla, noté que alguien me dio golpecitos con un dedo. Miré y era un señor que iba con un bastón y un guante cogido en la mano. Nos abrazamos. El es polaco. «¿Tiziano?». «Tiziano». Es lo único que nos dijimos el uno al otro. Habíamos tenido la misma experiencia. Tomamos una cerveza juntos, nos sonreímos, nos dimos otro abrazo y nos fuimos cada uno a su casa, sin más aspavientos, pues somos gente normal, sólo que nos emocionó un trozo de arte.
.
Fui feliz. Todavía me queda ese rescoldo de pasión, la cual se incrementó cuando, al volver en el autobús, vi a una chica joven que iba montada en bicicleta. Llevaba un guante colgado de un palo de escoba que iba atado. Le pedí al conductor que, por favor, parase. Me arrodillé y le supliqué. Corrí hacia la muchacha con mi guante en la mano. Ella se volvió y esperó a que llegase junto a ella. «¿Tiziano?», «Tiziano«, nos dijimos mutuamente con una sonrisa que unió nuestros rostros, sin apartarnos la mirada uno del otro. Ella habla italiano, por lo tanto le dije «mía emocione, e tua emocione«. Ella siguió su camino y yo el mío.
.
Todos los días me asomo al balcón, por si pasa alguien con un guante como bandera, para decirle «¿Tiziano?», a la espera de que me responda «Tiziano«.
.
(Y apareció, lo prometo, el mismo día que salió publicada esta aventura en el Diario de León. Le vi venir por la tarde recorriendo la calle Cadórniga, desde mi balcón en la calle Zapaterías. Un anciano poeta que defendió con sus versos como nadie la Plaza del Grano en León: Antonio Cortijo Moro. Poeta que paraba a los transeúntes en la calle para recitarles una poesía. Bajé porque se fatigaba al subir las escaleras. Nos abrazamos sin decirnos nada. Lloré de emoción al comprender que para este buen hombre vivir es una obra de arte. Murió al poco tiempo)
.
.
.
El guante de Tiziano by Ramiro Pinto is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-Compartir bajo la misma licencia 3.0 España License.
Permissions beyond the scope of this license may be available at www.ramiropinto.es.